Generará un millón de nuevos empleos en la UE

nov 2019

Vivimos un tiempo de cambios vertiginosos. Una verdadera revolución científico-tecnológica desata movimientos geopolíticos de enorme caladura en muchas regiones del mundo. Una intensa migración busca de mejores condiciones de vida y se enfrenta a una creciente xenofobia, que alcanza expresiones políticas de un nacional-populismo que atrasa el reloj de la historia y se transforma en fuente de tensiones y violencia.

Los cambios son de tal envergadura que tienden a reconfigurar el mundo que conocíamos y genera por tanto, recelos e incertidumbres. La automatización de los procesos productivos se muestra imparable y potencia el miedo al desempleo.

Pero como ya sucediera ante los avances de la Ia Revolución Industrial, esos temores parecen injustificados. La Comisión Europea ha publicado su última revisión anual de Empleo y Desarrollos Sociales en Europa (ESDE) y lo ha centrado en la sostenibilidad. La ESDE 2019 hace foco en las  tendencias globales a largo plazo: transformación tecnológica, envejecimiento de la población, globalización y cambio climático.

Contra los temores, la sorpresa que ofrece la ESDE 2019 es una interesante confirmación: la actividad económica de la UE se seguirá expandiendo, con nuevos niveles récord en el empleo y una mejora de la situación social. El informe anticipa que la transición a una economía baja en carbono generará más de un millón de puestos de trabajo para 2030, y más de 2 millones para 2050. Los impactos de las políticas de acción climática serían especialmente positivos y sustanciales para países como Alemania, Bélgica y España.

El informe europeo muestra que abordar el cambio climático y preservar el crecimiento son acciones que se conjugan. Allí se establece que, mientras persigue una transición ambiciosa hacia una economía neutral al clima, existen una serie de opciones políticas que permiten preservar la competitividad de la UE, sostener el crecimiento y expandir sus beneficios a toda su población y a las generaciones futuras.

La construcción y fabricación de equipos de energías renovables y de eficiencia energética, así como las TIC y otros servicios serán los sectores laborales que se verán más beneficiados y donde la expansión se hará más visible. El otro dato es que la generación esperada de nuevo empleo se dará en buena medida, en sectores de población de cualificación e ingresos medios.

La transición podría mitigar particularmente en la construcción y la manufactura, las consecuencias resultantes de la automatización y la digitalización al crear nuevos empleos. Ello supone, desde luego, un proceso: tanto los trabajadores como los sectores necesitaran apoyo para adaptarse a las nuevas tecnologías de producción y a los nuevos requisitos de habilidades. Lo que implicará más inversiones para mejorar la capacitación y la reconversión laboral que permitan garantizar una transición justa.

La reconversión laboral es un desafío para la UE como para el resto del mundo. Si se observan aquellas  regiones de la Comunidad que tienen mayor proporción de empleo en industrias intensivas en energía o en fabricación de automotores, puede verificarse que son también las regiones que tienen la mayor proporción de trabajadores con una formación inferior a la media.

La ESDE 2019 señala que para continuar el crecimiento económico, la UE deberá invertir en las habilidades y la innovación de las personas y destaca que hoy las empresas europeas con mejores resultados son las que más invierten en formación de trabajadores y en condiciones de trabajo de alta calidad. Esas inversiones en habilidades, calificaciones y capacitación formal de adultos favorecen no sólo la empleabilidad y los salarios de los trabajadores sino la propia competitividad de las empresas.

Los Estados deberán prepararse para esta transición a fin de asegurar que aquellas personas que hoy trabajan en tareas, sectores y regiones muy vinculados a actividades con alto contenido de carbono no queden postergadas.

La “transición a un medio ambiente sostenible” provocaría a nivel global una mayor cantidad de empleos. Según una estimación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la aplicación del Acuerdo de París se puede traducir en la pérdida de 6 millones de puestos de trabajo y, a la vez, en la generación de 24 millones de empleos nuevos. El desafío será la capacitación para esas nuevas tareas.

Empleos ganados por la acción climática hacia 2030 (por sectores y categorías de salarios)

Fuente: ESDE 2019 (basado en Eurofound-2019) en miles de empleos

La buena noticia es el impacto positivo que la transición a una economía neutra en emisiones de carbono tendrá en la estructura del mercado laboral, la distribución de trabajos y las habilidades necesarias, aumentando el volumen actual de empleos disponibles. Para 2030, se espera que la transición sea responsable de la creación de 1,2 millones de empleos adicionales en la UE, además de los 12 millones de nuevos empleos previstos.

Los efectos en el empleo de las políticas de acción climática serían positivos y sustanciales y en algunos países implicará hasta un 1% del empleo total. Pero ese impacto no será uniforme y variará según sectores y países. Alemania con 350.000 nuevos empleos derivados de la acción climática, España con 200.000 y Bélgica con 60.000 serán los más beneficiados. En países como Italia o el Reino Unido el impacto rondará el 0,5% del empleo total.

En otros casos se prevé, como en Letonia, que el impacto en el empleo sea más moderado (0,3%) pero con efectos muy positivos sobre su PIB, debido a la fuerte dependencia de ese país, de las importaciones de combustibles fósiles.

El informe europeo pone el acento en la integración de la dimensión social, a través de medidas destinadas a brindar un apoyo a los ingresos durante la transición, una mayor tributación energética con la redistribución y un diálogo social que con la participación de trabajadores y empleadores pueda contribuir a una ‘transición justa’.

Es el término acuñado por las organizaciones sociales (sindicatos, ONGs, etc) y por la OIT para advertir acerca de la necesidad de proporcionar herramientas y alternativas para evitar que sectores laborales vinculados a la ‘vieja economía’ de los combustibles fósiles no queden postergados.

Es indudable que la adaptación al nuevo escenario global generará nuevas oportunidades de trabajo. De hecho, ya en 2017 se superaron por primera vez los 10 millones de empleos sólo en el sector de las energías renovables, y este número será creciente. Pero es necesario realizar importantes esfuerzos en los próximos años, para reconvertir la fuerza laboral y facilitar el paso de los viejos a los nuevos trabajos.

La imprescindible transición hacia una economía más verde, con bajas emisiones de carbono, supondrá la creación de nuevos empleos vinculados a procesos y productos ecológicos, pero podrá irrumpir de manera brutal sobre aquellas formas de producción con pocas alternativas para pasar a sistemas de producción más sostenibles o sectores que no logren hacerlo con la rapidez necesaria.

Alemania rectifica y pisa el acelerador

“Ahora no somos sostenibles” reconoció la canciller alemana Angela Merkel, a mediados de septiembre pasado, días antes de la Cumbre de la ONU, al presentar el paquete de 70 medidas que conforman su plan para la lucha contra el cambio climático. La propuesta implica inversiones en energía, transporte, construcción e innovación y desarrollo por 54.000 millones de euros (unos u$s 60.000 millones).

Admitiendo que Alemania no llegará a cumplir con la reducción del 40 % comprometida para el año próximo, plantea ahora para 2030, una reducción del 55 % de las emisiones de CO2 (con respecto a 1990), de acuerdo con lo acordado dentro de la Unión Europea.

Cambio o utopía

En medio de la preocupación creciente por resolver el dilema de la transición a una economía más verde, surgen ideas y propuestas que navegan entre la utopía y el cambio, vinculadas a una reducción de la jornada laboral, como forma de reducir el impacto del actividad humana sobre el Planeta que podrían sintetizarse en “trabajar menos horas reduce las emisiones de CO2”.

Algunas repiten viejas iniciativas como la de Paul Lafargue (1883) que sostenía en su libro “Derecho a la pereza” que las jornadas laborales deberían ser de tres horas, como solución para reducir la saturación de los mercados y la superproducción. También John Keynes (1930) preveía para el siglo XXI, semanas laborales de 15 horas, como resultado del aumento de la riqueza y los beneficios del progreso. En los países desarrollados, las semanas laborales implican unas 40 horas y en el resto del mundo, mucho más.

Aquellas ideas parecen insertarse hoy en el mundo de la utopía. Sin embargo, desde hace años, la reducción de las horas de trabajo es un planteo en debate como forma de mejorar la productividad, la satisfacción de los trabajadores y conciliar la vida laboral con la familiar.

La periodista española Tania Alonso, en un interesante artículo, recupera algunas de estas ideas que navegan entre la utopía y el cambio. Recuerda que Dmitry Medvedev, en la última Conferencia Internacional del Trabajo, planteó la reducción de la semana laboral a cuatro días. “Es muy probable –decía Medvedev– que sea la base de un nuevo contrato social y laboral (…) Hace 100 años, Henry Ford decidió reducir la semana laboral de 48 a 40 horas y recibió un impresionante aumento en la productividad laboral. Hay ejemplos más recientes. Una empresa de Nueva Zelanda ha introducido una semana laboral de cuatro días. (…) Como resultado, el aumento de la productividad en términos de una hora de tiempo de trabajo fue de alrededor del 20%. Además, el nivel de estrés de los empleados ha disminuido considerablemente”.

Alonso rescata un estudio de Philipp Frey, un investigador alemán adscrito al Centro de Políticas Investigadoras de Suiza, contribuyente al Foro Económico Mundial, quien analiza la conexión entre las horas de trabajo y las emisiones de gases de efecto invernadero. El análisis de Frey confronta de manera radical, la idea de reducir en un día la semana laboral: “Estos hallazgos implican que, a menos que se logre un enorme progreso en la eficiencia del carbono, el hecho de reducir la semana laboral solo un día, por ejemplo, no lograría disminuir las emisiones de carbono a un nivel sostenible por sí solo”.

Teniendo en cuenta la intensidad de carbono de economías europeas como Suecia, Reino Unido y Alemania y sus actuales niveles de productividad países, Frey concluye que deberían reducir drásticamente sus jornadas laborales y limitarlas a solo 12  horas semanales (Suecia), 9 hs. (Reino Unido) y 6 hs. (Alemania), una propuesta notablemente utópica, pero que muestra de manera lacerante, hasta dónde deberían llegar los cambios estructurales.