Los problemas medioambientales empiezan a modificar los patrones de asentamiento humano

dic 2019

África subsahariana, Asia meridional y América Latina, representan juntas más del 55% de la población de los países en desarrollo. Estas regiones, con amplios sectores de población en situación de pobreza, resultan especialmente sensibles y vulnerables a los efectos del cambio climático y a sus consecuencias económicas.

El problema se agudiza especialmente en los países menos adelantados (PMA), en los países en desarrollo sin litoral (LLDC) y en los pequeños Estados insulares en desarrollo (PEID) que se ven afectados de manera brutal por los impactos negativos del cambio climático debido a sus limitaciones estructurales y a sus desventajas geográficas. De hecho, según la organización Internacional de Migraciones (OIM), 13 de los 15 países de mayor vulnerabilidad a los peligros naturales pertenecen a esos tres grupos.

Históricamente, los problemas ambientales han sido un motor de la migración masiva: comunidades enteras huyen de sus lugares de origen, en busca de oportunidades, para superar desastres naturales o franquear condiciones medioambientales que hacen difícil o imposible la supervivencia.

La migración y el clima siempre han estado conectados, pero en nuestro tiempo, la agudización de los problemas derivados del cambio climático empieza a modificar los patrones de asentamiento humano y exacerben los flujos migratorios en todas partes del mundo. Tanto las alteraciones directas (inundaciones, grandes huracanes y tormentas, avalanchas, deslizamientos de tierra, heladas persistentes o incendios devastadores) como las indirectas con alteraciones ambientales progresivas (degradación del suelo, deterioro de las cosechas, subidas del nivel del mar, grandes sequías, calor extremo, desaparición de glaciares, etc).

De hecho, las visibles modificaciones ambientales como la acidificación de los océanos, la desertificación, la deforestación y la erosión costera, están afectando directamente los medios de vida de muchas comunidades y su capacidad para permanecer en sus lugares de origen, provocando una respuesta milenaria: la migración transfronteriza.

Para Dina Ionesco, experta de la OIM “estamos viviendo una era en la que los desastres provocados por los fenómenos meteorológicos extremos y sus efectos a largo plazo están impactando intensamente la actividad humana y es probable que tengan un gran impacto en la forma en que decidimos migrar y asentarnos”.

El drama del café

Un ejemplo elocuente de ello es la vinculación entre la migración centroamericana y el deterioro de los cultivos de café. Las temperaturas en aumento, los fenómenos meteorológicos más extremos y los cambios impredecibles en el régimen de lluvias, han trastornado los ciclos de crecimiento y promueven una propagación implacable de plagas.

Caravana de migrantes centroamericanos con destino a EEUU en su paso por México, abril de 2019.

Esos problemas han reducido y hasta eliminado la producción de los cafetales, lo que agudiza las ya difíciles condiciones de vida de las familias pobres de esos países. Según los científicos, Centroamérica se encuentra entre las regiones más vulnerables al cambio climático, lo que pone en juego los medios de vida de millones de personas. Centroamérica en su conjunto es responsable del 10% de la producción mundial de café arábica, una calidad superior usada para expresos y mezclas gourmet.

Países como Honduras, donde la agricultura emplea a gran parte de la fuerza laboral (un 28%), empiezan a sufrir un éxodo imparable. Según el Banco Mundial, el cambio climático podría provocar que un millón y medio de personas huyan de sus hogares en México y América Central y emigren durante las próximas tres décadas.

A ello se suma el deterioro de los precios internacionales de los commodities por la especulación de los fondos de inversión, que han venido empujando los precios a un nivel por debajo de un dólar y provocado una crisis mundial del café –como lo define la Federación colombiana de cafeteros–: A estos niveles de precio ninguna caficultura es rentable ni sostenible. Al productor hay que pagarle al menos el costo de producción más algo de rentabilidad. No se puede seguir permitiendo que sean actores ajenos a la industria como los fondos de inversión, en un desaforado afán de lucro, determinen el precio de un producto básico tan importante del cual derivan su sustento 25 millones de familias productoras en el mundo”.

Ambos factores –deterioro del clima y especulación– pusieron en jaque las vidas de familias enteras dedicadas al café y disparado la corriente migratoria hacia EEUU que Trump considera un problema de “seguridad nacional”.

Una caravana creciente

El impacto del cambio climático sobre migraciones forzosas y masivas, alimentando importantes desplazamientos humanos, es un fenómeno sobre el que gobiernos, instituciones y organismos internacionales empiezan a advertir su creciente gravedad: el número de migrantes rebasa cada año las previsiones. Norman Myers, un reconocido especialista en migraciones ambientales, había anticipado en 2005, la posibilidad de que los migrantes superaran en 2050 los 200 millones. Desde entonces, Naciones Unidas ha calculado que cada año, unos 25 millones de personas en todo el mundo, se ven obligadas a abandonar sus hogares por catástrofes ambientales u otras causas originadas por el clima.

Solo los desastres climáticos obligaron a desplazarse durante 2018 a 17,2 millones de personas. Los ciclones tropicales y las inundaciones causadas por las lluvias monzónicas provocaron desplazamientos masivos en Filipinas, China e India, así como los incendios forestales de California, la sequía que sufrió Afganistán y las inundaciones del nordeste de Nigeria, que afectaron al 80% del país. Las proyecciones indican que la migración climática interna para 2050 en las tres regiones del mundo más vulnerables podría alcanzar los 143 millones de personas.

Es muy probable –dice Dina Ionesco– que los efectos creados directamente por el cambio climático o amplificados por este, modifiquen ampliamente los patrones de asentamiento humano. La degradación futura de la tierra utilizada para la agricultura y la ganadería, la ruptura de los ecosistemas frágiles y el agotamiento de recursos naturales vitales como el agua dulce afectarán directamente nuestras vidas y nuestros hogares”.

"la ruptura de los ecosistemas frágiles y el agotamiento de recursos naturales vitales como el agua dulce afectarán directamente nuestras vidas y nuestros hogares”

Países que desaparecen

Además de suponer una grave amenaza para todo el planeta, el cambio climático puede ser letal para la supervivencia de determinadas regiones con una mayor exposición a los peligros derivados del calentamiento global. En su mayoría se trata de territorios con alta desprotección frente a los desastres naturales sumado a la fragilidad de economía de subsistencia basada en el turismo o en monocultivos, con dificultad para la consolidación de sus infraestructuras y comunicaciones. 

Son en total unos 52 territorios –en algunos casos estados nacionales– que forman parte, en general, de los llamados Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (SIDS), con características geográficas que los sitúan en algunos casos, con riesgo de desaparecer como resultado del cambio climático.

Uno de los países en esa situación es Kiribati, una república insular del Pacífico Central, compuesta por 33 atolones, donde habitan unas 120.000 personas, que se declaró independiente en 1979. Desde hace unos 25 años, el nivel del mar comenzó a crecer entre 1 y 4 milímetros cada año y, según los expertos, quedaría sumergido en las próximas décadas. Anote Tong, ex presidente entre 2003 y 2016, buscó apoyo internacional y diseñó un plan de evacuación de sus habitantes hacia las Islas Fiyi, pero su sucesor Taneti Mamau, prefirió apostar a mantener la imagen de destino turístico paradisíaco, negando el riesgo.

Vanuatu, república de independiente desde 1980, con 292.000 habitantes, es otro de los países más vulnerables del mundo ante los desastres naturales. Se trata de un archipiélago que suma a la amenaza del nivel de mar, ser una zona con alto índice de formación de ciclones. En 2015, el ciclón Pam con vientos de 270 kms/hora destruyó el 90% de edificios de la capital del país y provocó muertes y daños por u$s 250 millones.

Cercano a Vanuatu, el archipiélago de Tuvalu, compuesto por cuatro arrecifes de coral, cinco atolones y tres islas en el océano Pacífico, se independizó del Reino Unido en 1978, aunque reconoce a la reina Isabel II como su monarca y es dirigido por un Gobernador. Es el país que menos contamina pero se encuentra entre los más afectados por el calentamiento global. Su baja altitud media sobre el nivel del mar, pone a Tuvalu en riesgo de desaparecer a causa del calentamiento global. Sus playas tienden a anegarse y las aguas del mar salinizan progresivamente los cultivos. Tuvalu como miembro de la ONU ha solicitado ayuda para sobrevivir a una catástrofe que se considera irreparable.

La República de Maldivas, con una población de 515.000 habitantes, es otro territorio amenazado por el cambio climático. Se trata de 1.200 islas en el océano Índico que ocupan una superficie de 298 kms2 al sur de la India. En 1965 obtuvo su independencia. El ascenso del nivel del mar es su principal amenaza ya que su territorio con una media de altitud de sólo 1,5 m. se encuentra entre los más bajos del mundo.

Las Islas Maldivas amenazadas por el cambio climático.

Considerado un verdadero paraíso, las Islas Salomón con 650.000 habitantes, conforman un país insular, independiente desde 1978, que forma parte de la Mancomunidad Británica de Naciones. Su territorio está formado por más de 990 islas repartidas entre dos archipiélagos: uno al sureste de Papúa Nueva Guinea, y el otro (las islas Santa Cruz), al norte de Vanuatu. Como los demás, está en juego su supervivencia ya que podría quedar sumergido en las próximas décadas, como consecuencia del calentamiento global.

El Estado de Samoa, una monarquía sobre siete islas en el Pacífico Sur, con menos de 3.000 kms2 de superficie, se independizó de Nueva Zelanda en 1962. Su mayor desafío ambiental proviene de la paulatina desaparición de los arrecifes de coral, provocada por el calentamiento de los océanos. Estas barreras naturales significan su protección frente al violento oleaje, que al degradarse permiten que el mar erosione e invada sus costas.

La República de Nauru es un territorio muy pequeño (poco más de 20 kms2) sobre un atolón en el Pacífico, con una población de 14.000 habitantes.  Logró su independencia en 1968 y como los demás, su principal amenaza es la subida del nivel del mar debido a su poca altura media. La continuidad de ese proceso pone la supervivencia de la escasa población de Nauru en una situación de gran riesgo en los próximos años.

Pero el caso emblemático es el de la República de las Islas Marshall,  un diminuto estado de la Micronesia, de 66.000 habitantes, compuesto por 29 atolones y cinco islas en el océano Pacífico. Se independizó de EEUU en 1990. Su desaparición no es una amenaza. Es un proceso que ha comenzado: parte de su territorio ya ha sido cubierto por el mar. Tony De Brum su ministro de Exteriores, lo define de forma dramática: “Somos como los canarios que se colocaban en las minas para saber si el aire no estaba contaminado. Si un día debemos evacuar estas islas será la prueba de que ya es demasiado tarde para el resto del Planeta”.