Su acidificación pone en riesgo los ecosistemas marinos

ABR 2020

Ya en septiembre pasado, el Informe especial sobre el estado de los océanos –presentado por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC)– encendía las alarmas sobre los preocupantes procesos en curso en nuestros océanos.

Su calentamiento alcanzó en 2019, los valores más altos jamás registrados y las tendencias puestas de manifiesto en el Informe son impresionantes.

El océano global significa el 71% de la superficie del Planeta y contiene casi el 97% del agua que disponemos. Todos nosotros dependemos directa o indirectamente del océano. Junto con la criosfera (glaciares o capas de hielo), soportan hábitats únicos e interconectados con otros componentes del sistema climático, a través del intercambio global de agua, energía y carbono.

Las tendencias que muestran tanto los océanos como la criosfera frente a las emisiones –pasadas y actuales– de gases de efecto invernadero, provocadas por la actividad humana, son preocupantes. Constituyen un altísimo riesgo de cara al futuro y un enorme desafío para nuestra supervivencia.

Es cierto que no todas las comunidades humanas tienen la misma vinculación con los océanos. Habitantes de entornos costeros, de pequeñas islas e incluso los ciudadanos de una serie de pequeños Estados insulares independientes, están especialmente expuestos a cambios en los océanos, como el aumento del nivel del mar, bruscas alteraciones en su nivel extremo o eventos climáticos asociados con ellos. Y su relación con el mar es extraordinaria.

No son solo esas comunidades las expuestas. Se calcula que las zonas costeras bajas albergan unos 680 millones de personas (poco menos del 10% de la población mundial), cifra que alcanzará los 1.000 millones en el 2050.

Sin embargo, los servicios prestados por los mares nos implican a todos. Es fuente de alimentos, suministro de energía renovable, actividades económicas valiosas como el turismo, el comercio y el transporte, además de valores culturales y beneficios para la salud y el bienestar humano.

Pero es el papel de los océanos dentro del sistema climático, lo que les otorga importancia decisiva para la supervivencia de la humanidad. Su labor de absorción y redistribución de dióxido de carbono (CO2), tanto natural como antropogénico y de regulación del calor, constituye una pieza central de la salud del Planeta.

“El mundo parece estar obsesionado con lo que está ocurriendo en tierra y en la atmósfera –anota Dan Laffoley, vicepresidente de Ciencia Marina de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas de la UICN– y no se dan cuenta de que la Tierra es totalmente subsidiaria de los océanos, que albergan el 98% de las especies del planeta… Lo que se creía en el año 2004 que era algo por lo que no nos tendríamos que preocupar hasta el 2050 o 2070 está ocurriendo ahora mismo”.

Los cristales del esqueleto de coral registran la acidificación de los océanos y son claves para su recuperación.

3.600 millones de explosiones atómicas?

No solo se están ahogando en basura. La acidificación del océano global es el escenario más preocupante de los muchos problemas que enfrentan nuestros mares. Se están volviendo más ácidos como consecuencia de la absorción continuada del carbono presente en la atmósfera, que está aumentando debido a las colosales emisiones de origen humano.

Los océanos absorben actualmente una tonelada de CO2 por persona al año y se estima que han absorbido la mitad de todo el CO2 producido por acciones humanas desde el año 1800 y lo siguen haciendo pero cada vez con mayor deterioro.

Como señaláramos en una nota anterior (Ver Más Azul, “2019: el segundo año más caluroso”, n° 5, feb. 2020) un estudio publicado en Advances in Atmospheric Sciences advirtió que el año pasado, los océanos  registraron las mayores temperaturas jamás vistas (0,75°C) por encima del promedio de 1981-2010.

Lijing Cheng, profesor del Centro Internacional de Ciencias del Clima y el Medio Ambiente de China y autor principal del estudio, lo describía de manera contundente: “La cantidad de calor que hemos puesto en los océanos del mundo en los últimos 25 años equivale a 3.600 millones de explosiones de bombas atómicas de Hiroshima”. En términos técnicos eso es 228.000.000.000.000.000.000.000 Julios de calor durante los últimos 25 años. “Son muchos ceros, y para que sea más fácil de entender, lo comparamos con Hiroshima…”.

Eso es lo que los océanos han tenido que absorber. Ellos son la principal masa de la Tierra que absorbe el calor: un 90% del calor del calentamiento global va a parar a los océanos y solo el 4% deriva a la atmósfera y la tierra.

La acidificación de los océanos se está produciendo porque el agua marina reacciona con el CO2 que absorbe de la atmósfera y genera sustancias químicas que favorecen esa acidificación, reduciendo además la presencia de importantes minerales, como el carbonato de calcio, que los organismos marinos necesitan para sobrevivir.

La acidificación reduce el carbonato de calcio, que los organismos marinos necesitan para sobrevivir.

Se trata de un descenso del PH de los océanos que está en pleno desarrollo, causado por la absorción de CO2 proveniente de los combustibles fósiles que usamos y de la fabricación de productos industriales como el cemento y otros.

Lo sorprendente es que la acidez media del océano se ha mantenido estable durante millones de años. El pH de los océanos no ha cambiado en al menos 25 millones de años, pero en el último siglo y medio se ha incrementado un 26%, producto del demencial sistema económico que hemos elegido para desarrollarnos.

Jean-Pierre Gattuso, director de investigación del Laboratoire d’Océanographie de Villefranche-sur-Mer (Francia), un galardonado académico de ese país, señala que “el incremento fue muy lento hasta los ’50 y a partir de allí, se ha ido acelerando…y podría aumentar en otro 150 % para el año 2100”.

El rol de los océanos es de tal magnitud, que “no puede haber una respuesta global efectiva contra el cambio climático sin una respuesta global para los problemas de los océanos”, sostuvo Carolina Schmidt, ministra de Medio Ambiente de Chile durante el COP 25.

No hay más tiempo

Schmidt alertaba sobre la necesidad de acciones urgentes: “El tiempo se acaba”. Es que la acidificación oceánica está impactando sobre ciertas especies, en especial las de caparazón, que se deteriora o destruye con la acidez (mejillones, corales de arrecifes y caracoles marinos planctónicos, importante alimento para especies como el salmón).

En torno a los ecosistemas de los arrecifes coralinos tropicales viven millones de especies. Su degradación puede tener graves consecuencias para los ecosistemas marinos. Lo mismo sucede con los corales de aguas profundas, como los del Atlántico Norte, que son importantes focos de biodiversidad y un hábitat crítico para miles de especies, como gambas, langostas, cangrejos y meros.

El mero, como gambas, langostas y cangrejos podrían verse afectados por la acidificación del mar.

Según los expertos del IPCC, en muchos ecosistemas, las algas marinas microscópicas (o fitoplancton), que son el alimento básico de diversas cadenas alimentarias marinas, podrían sufrir en aguas más ácidas.

Esas aguas ponen en riesgo incluso la industria marisquera de la costa del Pacífico norteamericano. En Canadá, los expertos pronostican que la acidificación podría aumentar la aparición de algas cada vez más tóxicas para los mariscos e incluso para peces, aves y mamíferos marinos.

La Reunión Preparatoria de la Conferencia sobre los Océanos de ONU, realizada en febrero pasado en New York, reconoció que uno de los principales obstáculos para lograr la Agenda 2030 y el Objetivo 14 es el cambio climático y sus efectos en el océano (calentamiento, desoxigenación, aumento del nivel del mar, acidificación), que repercuten de manera cada vez más dañina en los océanos y sus recursos. Y se admitió que los avances realizados y las medidas adoptadas hasta el momento son insuficientes.

Por ese motivo, la Conferencia (5 junio 2020-Lisboa) plantea promover una serie de soluciones innovadoras con base científica, imprescindibles para iniciar un nuevo capítulo en la acción mundial para los océanos.

Revertir la acidificación es posible

La ciencia está estudiando soluciones, pero la primera dificultad es que los efectos sobre los ecosistemas y los procesos oceánicos todavía presentan grandes interrogantes. Ciertas soluciones al cambio climático centradas en los océanos no se ocupan de la acidificación de los mares de modo específico y otras, podrían no ser eficientes para retener el carbono.

Pero hay tres cosas en las que los científicos están acordes: 1. Hay que mitigar cuanto antes las emisiones de CO2. 2. Va a llevar mucho tiempo retornar al estado de la era preindustrial y 3. Es posible detener la acidificación de los océanos.

Se plantean diversas soluciones. Una de ellas pasa por identificar qué áreas del océano necesitan conservación urgente lo que contribuiría a mitigar la acidificación de los ecosistemas. Se trata de reducir presión en grandes áreas oceánicas, lo que permitiría a sobreponerse mientras se intenta reducir las emisiones (que es la madre de las soluciones). Para eso se están mapeando ecosistemas marinos críticos para detectar qué áreas protegidas se deben crear o extender (Ver Más Azul n° 3, dic.19, “Argentina triplica la superficie protegida de mar”).

Con la misma finalidad de disminuir la presión sobre los ecosistemas, otro de los planteos pasa por adaptar las zonas de pesca Se trata de favorecer la planificación de prácticas pesqueras sostenibles para evitar la disminución de las reservas pesqueras por la acidificación de los océanos.

Una propuesta interesante es la expansión de los llamados “bosques azules”, compuestos por grandes algas marinas, que están muy presentes en los océanos de todo el Planeta y miles de especies dependen directamente de ellos para sobrevivir.

Los ‘bosques azules’ podrían absorber la misma cantidad de CO2 que los bosques terrestres.

Ocupan menos del 10% de la superficie de los bosques terrestres, pero pueden absorber la misma cantidad de CO2. A pesar de estar muy presentes en todos los océanos del mundo, las grandes algas no están siendo atendidas como un elemento clave para la lucha contra el cambio climático. De hecho, cuanto mayor sea la biodiversidad que alberguen, más resilientes serán los océanos frente a factores desestabilizantes.

 “Los ‘bosques azules’ actúan como pulmones de nuestros océanos –afirma Ricardo Aguilar, director de Investigación y Expediciones de Oceana en Europa– y es por ello que debemos protegerlos como se merecen. Los informes científicos tienden a focalizarse en los bosques terrestres, pero cabe destacar que las algas son las responsables de la absorción de una quinta parte del CO2 de los océanos”.

Oceana, la organización de conservación marina, recordó en la COP 25 que estos “bosques azules” cumplen como almacenadores de CO2, pero que debido a su desprotección, se está perdiendo entre el 1% y el 7% de su superficie cada año.

La vegetación marina puede albergar hasta 1.000 toneladas de CO2 por hectárea.

La vegetación marina puede albergar hasta 1.000 toneladas de CO2 por hectárea. En los planes de lucha contra el cambio climático, a menudo se olvidan los bosques azules, pese a que pueden absorber tanto CO2 como los manglares, las marismas y las praderas submarinas juntas.

Lo que queda claro es que la fórmula para revertir la acidificación de los océanos es la misma que para el cambio climático: emprender una transición urgente hacia a un modelo de eficiencia energética que se base en fuentes de energía renovable y desechar cuanto antes los combustibles fósiles como motor de la economía mundial.