Países gobernados por irresponsables sufren las consecuencias

jul 2020

La pandemia no da tregua en ninguna parte del mundo. El mapa global del coronavirus tras la primera semana de julio, arroja casi 12 millones de contagios y más de 544.000 muertos. Pero muestra su rostro más cruel se muestra en aquellos países gobernados por irresponsables, cómplices, corruptos o simplemente, imbéciles. Término éste que equivale a idiota, necio o persona que es poco inteligente o se comporta con poca inteligencia, según la Real Academia Española.

Los números suelen ser elocuentes en las distintas disciplinas humanas y en la pandemia también. Los dos lugares del mundo en los que, tras la primera semana de julio 2020, el Covid-19 mostraba sus lacerantes cifras eran Estados Unidos y América latina. Entre ambos totalizaban 6 millones de personas contagiadas (unos 3 millones cada uno).

Carissa Etienne, Directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), lo dejaba claro: “el continente americano es claramente el epicentro actual de la pandemia de covid-19”.

En esos días, la primera potencia mundial alcanzaba los 3..800.000 contagiados y se acercaba a los 150.000 muertos. Para dimensionar esos números hay que recordar que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima provocó entre muertes directas y secuelas hasta finales de 1945, unas 166.000 personas. Y en los 20 años de guerra con Vietnam (1955-1975), murieron 58.220 estadounidenses, según cifras del Archivo Nacional de EEUU.

Miles de infectólogos, epidemiólogos y responsables sociales y políticos reclaman al presidente Donald Trump un manejo más responsable de la pandemia de su país, pero la ignorancia y necedad parecen blindar la actual administración de EEUU.

Anthony Fauci, principal experto en enfermedades infecciosas del gobierno de ese país, advirtió que EEUU hoy tienen “más de 40.000 casos por día y no me sorprendería si se llegase a 100.000 casos por día si esto no cambia” y que el Covid está sin control.

Pero Trump, sin tapaboca porque dice que le hace parecerse al ‘llanero solitario’ (imbécil, según la Real Academia) declaró el 2 de julio “creo que, en algún momento, esto simplemente va a desaparecer” reiterando declaraciones similares cuando aseguró que la enfermedad se desvanecería “como un milagro” (febrero) y que “el virus va a desaparecer incluso sin una vacuna” (mayo).

Trump, sin tapaboca porque dice que le hace parecerse al ‘llanero solitario’. Edad mental?

En América Latina, buena parte de las dirigencias coinciden en los niveles de lucidez con Trump. Brasil es el ejemplo más palpable. El militar Jair Bolsonaro, presidente de ese país desde comienzos de 2019, eligió la vía de la negación ante la pandemia y realizó mítines y estimuló a sus ciudadanos a hacer su vida normal.

Hoy Brasil es el segundo país más castigado por la pandemia en todo el mundo: acumula a principios de julio 1.500.000 contagiados y unas 68.000 víctimas, una cifra muy cercana a la capacidad completa de un Estadio de Maracaná repleto de muertos.

En otro rasgo de asombrosa inteligencia, vetó hace pocos días una ley que hacía obligatorio el uso de mascarillas o barbijos en lugares cerrados y autorizó la apertura de la ciudad de Río de Janeiro en medio de la crisis sanitaria. El resultado de tanta necedad: él es ahora uno de los contagiados.

Bolsonaro, que ha invitado a los brasileños a volver al trabajo, explicó no podía hacer nada frente al aumento de víctimas porque, según él, la Constitución no se lo permite. “¿Y qué? Lo lamento, pero ¿qué quieren que haga?… no soy capaz de hacer milagros”. Cuando un periodista le preguntó cual creía que era entonces su responsabilidad en la crisis, respondió: “La pregunta es tan idiota que no voy a responderte” (imbécil, según la Real Academia).

Cientos de tumbas de fallecidos por Covid-19. Cementerio Nossa Senhora Aparecida, Manaos (Brasil).

América Latina ya suma un tercio de las muertes globales y crece la alarma ante la advertencia de la OMS de que lo peor no ha llegado. Hasta la primera semana de julio de 2020, se habían registrado 3.000.000 casos en la región, incluido el Caribe. Según la Universidad de Washington, las previsiones para octubre en toda la región alcanzaría las 440.000 muertes.

Detrás de Brasil –el más afectado– hoy se ubican Perú (310.000 contagiados), Chile (300.000), México (270.000), Colombia (120.000), Argentina (85.000) y Ecuador (63.000).

América Latina bajo la lupa

Esos números revelan problemas crónicos de América Latina: malos gobiernos; corrupción en todos los segmentos del poder (político, económico, judicial, policial, etc); carencia de infraestructuras; pobreza estructural: expansión social del narcotráfico y carencias educativas.

Todos esos problemas se manifiestan además en la pésima performance de la mayoría de la región en materia de indicadores ambientales. (Ver en este número de Más Azul, “América Latina: un desastre ambiental”).

Con cuerpos policiales y militares, entrenados en la represión de sus ciudadanos, la mayor parte de los gobiernos de América Latina fueron diligentes y eficaces en la aplicación de los confinamientos forzosos para evitar la propagación del virus.

Esas acciones preventivas, como señala Jarbas Barbosa, subdirector de la OPS, fueron útiles para evitar que hubiera una explosión de casos como ocurrió en Italia o Nueva York: “Fueron importantes para evitar la sobrecarga de los servicios de salud y que tuviéramos defunciones por falta de acceso a unidades de terapia intensiva y a ventiladores”.

Pero esa eficacia no se vio en el control de los latinoamericanos que retornaron a sus países ante la expansión del virus en Europa y que generaron ‘contagios importados’. El control de temperatura en los aeropuertos fue una de las medidas que algunos gobiernos tomaron de manera débil y tardía.

Otro de los graves problemas que puso de manifiesto la pandemia fueron las graves deficiencias de los sistemas de salud de la región. Los gobiernos latinoamericanos en su gran mayoría han abandonado durante décadas el bienestar de sus ciudadanos como prioridad de su accionar. Política y políticos se han constituido como verdaderas “oligarquías”, prebendarías del poder, cuyo objetivo central es su propia supervivencia en las estructuras estatales.

La hipocresía de estas élites es tal que pueden decir con absoluta necedad, como Alejandro Gaviria, ex ministro de salud colombiano, que “América Latina es muy heterogénea. En algunas ciudades, la infraestructura de salud es similar a la que se encuentra en los países desarrollados; en las zonas rurales, la infraestructura es pobre en general. Es como tener Europa y África en el mismo continente”.

Lo plantean como un hecho “mágico” o “fortuito” de la realidad, cuando son ellos los que han construido esa “realidad” insoportable para millones de personas. El estado de bienestar, la igualdad, la democracia plena, la justicia social, los servicios para una vida digna de los ciudadanos es “algo que se construye” a partir de prioridades, que en Latinoamérica son postergadas siempre. Postergaciones a veces disimuladas con parches populistas pero en todos los casos, con promesas de cumplimiento nulo.

Ciertos gobiernos utilizaron los confinamientos para ganar tiempo y ‘acomodar’ sus sistemas de salud, pobremente dotados, pero otros estaban tan lejos de alcanzar un nivel mínimo, que la velocidad del desarrollo de la pandemia quebró su capacidad hospitalaria y diagnóstica. El norte de Brasil y algunas regiones de México, Venezuela y Ecuador son duras muestras del abandono de la salud regional.

Hospital en Maracaibo (Venezuela): enfermos en pasillos, pacientes sentados en el suelo, colapso del sistema.

En un hospital de Manaos (Brasil) se vieron pilas de cuerpos alineados en pasillos, víctimas del repentino aumento del coronavirus, mientras la población cavaba fosas comunes para cientos de personas que no habían tenido siquiera la menor oportunidad de atención médica.

En Perú, no podían realizarse suficientes pruebas moleculares porque solo había un laboratorio que podía realizarlas. Y en Colombia el abandono de años en la infraestructura de salud obligó a demoras para poder ampliar las pruebas de diagnóstico.

Los padecimientos de los latinoamericanos, provocados por la desidia y corrupción de sus dirigentes, han sido y están siendo muy duros. Basta recordar los ataúdes fabricados con cajas de cartón mientras los cuerpos de fallecidos quedaban sin recoger en las calles de Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador.

Un sistema de salud esquelético

Ese mismo abandono y la carencia de estructuras científicas consolidadas y equipadas, reforzó la dependencia, por ejemplo, de materiales de laboratorio, respiradores y equipos de protección personal, que la región debe importar, con el agravante de no tener la solvencia financiera para pujar como comprador en el mercado internacional en un momento de emergencia.

En algunos casos, la situación fue agravada por la actitud de las propias autoridades, transmitiendo mensajes equívocos e irracionales, como el del presidente Bolsonaro que consideró que el coronavirus “era una “gripecita” y cuestionando el distanciamiento social y las masacrillas. O las autoridades chilenas priorizando la recuperación económica a las medidas sanitarias.

Según la OMS, Chile, Argentina y Brasil invierten menos del 5% del PIB en salud pública, en comparación con el 8% de España y el casi 10% de Francia y Alemania, mientras que México, Honduras y República Dominicana no superan el 3% y Venezuela, Haití, Bolivia y Guatemala se ubican por debajo del 2% del gasto público.

A ello hay que agregar que buena parte de esos fondos desaparecen a manos de la corrupción estructural que la región padece y que campea en los organismos estatales.

Frente a las 134 camas por cada 10.000 habitantes que dispone Japón y 83 de Alemania, en América Latina hay un promedio global de 27 camas (un tercio de las de los países desarrollados). Esa cifra es superada solo por Cuba (52) y Argentina (50), con situaciones gravísimas como las de Bolivia (11), Nicaragua (9), Haití (7), Honduras (7), y Guatemala (6).

A comienzos de este mes, Bolivia acumulaba muertos en las calles pues había colapsado su sistema hospitalario y desbordado la capacidad de sus funerarias.

La Agencia de Noticias del Vaticano alertaba en esos días sobre la situación de los respiradores o ventiladores artificiales, que frente a la pandemia representan para muchos pacientes la última esperanza de vida: “En América Latina las cosas no son muy alentadoras”. Según cifras de la Asociación Latino-americana del Tórax, Brasil es el país más equipado de la región con 66.000 ventiladores para una población de 215 millones de habitantes; 8.500 en Argentina para 45 millones; 5.300 en Colombia para 50 millones: 5.000 en México para 130 millones y 1.600 en Chile para 19 millones.

La directora de la OPS, Carissa Etienne advierte que si la región de las Américas no atiende las necesidades de los más vulnerables, corre el riesgo de brotes recurrentes del coronavirus en los próximos dos años e insiste en que se necesita un aumento de la inversión en sanidad del 6% del PIB.

En EEUU. crece con la pandemia el número de personas viviendo en la calle, sin la menor cobertura de salud.

Pero no basta con mayor inversión. Se requieren transformaciones estructurales que garanticen que esa inversión se refleje en la realidad y no quede en los “dibujos contables” de las dirigencias como ha sucedido históricamente.

Etienne señaló que se necesitarán más inversiones en recursos humanos, suministros y una mayor y mejor vigilancia, así como el desarrollo y adopción de nuevas herramientas: No superaremos esta crisis sin atender las necesidades de los más vulnerables: los más propensos a enfermarse y los menos propensos a recibir atenciónSi los descuidamos, corremos el riesgo de que los próximos dos años se parezcan a los últimos meses”.