La pandemia del Covid-19 es el reflejo más brutal de las alteraciones que la acción humana ha introducido en los últimos 200 años en su relación con el medio ambiente. Con nuestro modo de producir y de consumir no hemos roto ningún ‘contrato con la naturaleza’, sino algo más grave: hemos omitido recordar que somos parte inseparable de ella y nos hemos comportado como sus amos.
Ello ha sido parte de una falsa cultura de “progreso y recursos ilimitados” que estaban puestos a nuestra disposición porque éramos los “reyes del universo”. La naturaleza se convirtió en un lugar para visitar y nos olvidamos que es nuestra casa.
La cultura occidental, eminentemente antropocéntrica, concibió al hombre como el centro de una naturaleza que debía dominar. Y olvidó la sabiduría primitiva: “Toma solamente lo que necesites y deja la tierra como la encontraste… Cuando mostramos respeto por los demás seres vivos, ellos responden con respeto hacia nosotros… Estamos hechos de la Madre Tierra y volvemos a la Madre Tierra…” (Proverbios de la tribu Arapaho).
El impacto humano sobre la naturaleza y nuestra inacabable demanda de comida y combustible sumado al desperdicio que hacemos de ambos es insostenible. Sin un cambio profundo dirigido a conservar nuestro Planeta, los recursos de la tierra colapsarán.
FAO, el organismo de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, advierte que el consumo insostenible de plantas y animales, silvestres y domésticas, así como de otras especies que apoyan la producción alimentaria, está conduciéndolas a su extinción y que ello pone en grave peligro el futuro de los alimentos, así como nuestra propia salud y el medio ambiente.
La protección de los recursos naturales y su biodiversidad es vital para la supervivencia humana y el equilibrio ecológico del Planeta. El aire, el agua y los alimentos dependen de la biodiversidad. FAO plantea la urgencia de producir nuestros alimentos en un modo respetuoso del medioambiente.
La biodiversidad que sustenta nuestros sistemas alimentarios está desapareciendo. Hay una dramática “reducción en el número de especies, en los ecosistemas, y también una reducción genética” asegura René Castro Salazar, subdirector general de la FAO.
Como señalan desde ese organismo, la biodiversidad no solo implica a todas las plantas y animales (silvestres y domésticas) que son los que nos proporcionan la mayor parte de nuestros alimentos, piensos, etc. sino también aquellos organismos (insectos, murciélagos, aves, praderas marinas, manglares, corales, lombrices, hongos y bacterias) que los soportan a través de servicios ecosistémicos que mantienen los suelos fértiles, polinizan las plantas, purifican el agua y el aire, mantienen sanos a los peces y los árboles, y combaten las plagas y enfermedades de los cultivos y el ganado.
En un estudio sobre “El estado de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura en el mundo” (FAO 2019), ya se ponía en alerta que el consumo insostenible de plantas y animales, tanto silvestres como domésticos, además de otras especies, está provocando su extinción.
El estudio reflejaba informes de 91 países a nivel mundial, donde se denunciaba la disminución de la diversidad vegetal en las explotaciones agrícolas, el aumento del número de razas ganaderas en peligro de extinción y el incremento de las poblaciones de peces que padecen sobrepesca.
Los datos de la pérdida de biodiversidad son impactantes:
Las causas: industrialización y mercantilización de la agricultura. Consecuencias: empobrecimiento de la dieta humana, obesidad y otros enfermedades.
América Latina y el Caribe, seguidos de Asia Pacífico y África, son las regiones más afectadas por el declive de las especies de alimentos silvestres.
Castro Salazar alerta sobre la gravedad de la situación: “Estamos viviendo un empobrecimiento de la biodiversidad en todos los ámbitos, en la agricultura, en la ganadería, en la pesca, en los bosques…. en lugares como Latinoamérica, como el África Subsahariana, como el sudeste asiático sigue dándose una pérdida neta diaria de bosque, y los seres humanos no sabemos todavía como sustituir con sistemas domesticados o plantados. Hemos ido aprendiendo en los últimos 300 años y hemos desarrollado algunas habilidades para tener plantaciones para producir madera o frutos, pero estamos lejos de poder sustituir la variedad de servicios que un bosque natural tiene…”
Y son precisamente los bosques los que juegan un rol fundamental en la lucha contra el cambio climático.
Cómo llegamos a esto? FAO asegura que la pérdida creciente de biodiversidad está siendo provocada por una serie de causas conjuntas: cambios en el uso y la gestión de la tierra y el agua; contaminación; sobrepesca y la sobreexplotación; cambio climático; crecimiento demográfico y urbanización.
En la actualidad, se explotan cada año, unos 60.000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables lo que demanda el aumento del consumo de plantas, animales, combustibles fósiles, minerales, materiales de construcción, etc.
Ello ha significado que casi un millón de especies de animales y plantas estén ahora en peligro de extinción, con muchas que podrían desaparecer apenas en décadas. Eso constituye una amenaza de una dimensión sin precedentes en la historia de la humanidad, tal como surge del histórico informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES).
Se trata de una verdadera sinfonía de colaboraciones para que ese gigantesco ecosistema funcione. No hay espectáculo más rico que esa interrelación dinámica de organismos vivos que ocupan nuestra tierra y nuestros océanos y de la que dependen la producción de alimentos y el bienestar humano.
Un sistema complejo y diverso que ha sido aprovechado y conservado por los agricultores y las comunidades durante siglos. Pero que ha sido puesto en gravísimo riesgo por el pensamiento lineal del aprovechamiento mercantil, que solo ve a través de la lente de su propia codicia.
El director general de FAO, José Graziano da Silva insiste en que “la biodiversidad es fundamental para salvaguardar la seguridad alimentaria mundial, sostener dietas saludables y nutritivas, mejorar los medios de subsistencia rurales y reforzar la resiliencia de las personas y comunidades. Tenemos que utilizar la biodiversidad de forma sostenible, para poder responder mejor a los crecientes desafíos del cambio climático y producir alimentos de una forma que no dañe a nuestro medio ambiente”.
Debemos entender, como señala Graziano, que “menos biodiversidad significa que las plantas y los animales sean más vulnerables a plagas y enfermedades. La pérdida creciente de biodiversidad para la alimentación y la agricultura, agravada por nuestra dependencia de cada vez menos especies para alimentarnos, está llevando nuestra ya frágil seguridad alimentaria al borde del colapso”.
Conservar la biodiversidad, reducir la presión sobre los recursos naturales y los ecosistemas, mitigar los desafíos del cambio climático, jamás han sido tan importantes. La tarea es urgente. Si no lo hacemos, afrontaremos nuevas y crecientes pandemias –como advierten los científicos– por haber destruido esa fascinante trama invisible de mutuas colaboraciones que constituye nuestra naturaleza.