7 sep 2020

En la larga historia del Planeta, las extinciones masivas han estado relacionadas con trastornos ambientales devastadores. Hasta hace unos meses, la mayoría de los especialistas creían que la Tierra había sufrido cinco grandes fenómenos de extinción masiva, en los cuales desaparecieron en un breve lapso de tiempo una gran cantidad de especies.

Jack Sepkoski y David Raup, dos paleontólogos de la Universidad de Chicago, habían catalogado en 1982, las peores extinciones masivas de la Tierra como “las Big Five” y a la extinción del final del Pérmico (hace unos 252 millones de años) como la mayor de todos los tiempos.

Esas cinco extinciones han definido los períodos geológicos: el Ordovícico (hace 443 millones de años), el Devónico Tardío (hace 372 millones de años, el Pérmico (hace 252 millones de años), el Triásico (hace 201 millones de años) y el Cretácico (hace 66 millones de años).

En 2014, un grupo de 150 expertos coordinados por Gerta Keller (U. Princeton) y Andrew Kerr (U.Cardiff), atribuyeron a la actividad volcánica cuatro de las cinco extinciones y a los meteoritos como causantes de la última (“Volcanism, Impacts, and Mass Extinctions: Causes and Effects”).

Recién en 2019, un equipo de científicos liderados por Michael Rampino (Universidad de Nueva York) y Shu-zhong Shen (Universidad de Nanjing), concluyó que la Tierra había sufrido una sexta extinción masiva grave que había sido subestimada anteriormente y que ocurrió en el Pérmico Medio o Guadalupiano (hace 270 millones de años).

Sean cinco o seis, en lo que todos los científicos están de acuerdo es en que las extinciones masivas se han desencadenado por alteraciones ambientales: “Notablemente, las seis extinciones masivas principales están correlacionadas con trastornos ambientales devastadores…”, explica Rampino.

Pero uno de los aspectos llamativos de la extinción guadalupiana –que preocupa a los investigadores– es que se ajusta a algunas de las tendencias actuales del cambio climático. La evidencia creciente apunta a que muchos eventos de extinción global –y en especial, el recién catalogado– estuvieron asociados con el agotamiento de oxígeno en los océanos, un síntoma del efecto invernadero.

Más de 480 millones de animales murieron en los incendios de Australia de 2019.

HACIA UNA NUEVA EXTINCION MASIVA

Paul Ehrlich, un reconocido biólogo de la Universidad de Stanford, anticipó en 2015, que una nueva extinción masiva del mundo estaba en marcha. Pero esta vez, el fenómeno no está causado por erupciones volcánicas ni meteoritos. Es el fruto de la actividad humana y su modo irracional de producir y consumir en los últimos dos siglos.

En junio pasado, cinco años después de su advertencia, Ehrlich, junto a Gerardo Ceballos y Peter H. Raven publicaron un estudio (“Vertebrates on the brink as indicators of biological annihilation and the sixth mass extinction”), en el que actualizan sus investigaciones y adelantan dos noticias desalentadoras: la tasa de extinción es probablemente mucho más alta y rápida de lo estimado inicialmente y se está destruyendo la capacidad de la naturaleza de proveernos servicios vitales.

Ehrlich llama la atención sobre el hecho de que cuando destruimos biodiversidad estamos destruyendo el basamento de nuestra propia supervivencia: “Estamos destruyendo partes funcionales de nuestro propio sistema de soporte vital”.

Cuando una especie desaparece en el ecosistema, erosiona todo el ecosistema y empuja a otras especies hacia su extinción. La interdependencia de las especies es una lección que hemos olvidado. La ciencia ha demostrado la interrelación entre cambio climático, pérdida de biodiversidad y bienestar humano y advierte que Planeta y salud humana son cuestiones inseparables”.

El Covid-19 nos está obligando a recordarlo. La pérdida de biodiversidad facilita, cada vez más, la transmisión y propagación de patógenos procedentes de especies animales. La OMS calcula que más del 70% de las patologías que han afectado al ser humano en los últimos 40 años han sido transmitidas por animales salvajes a los que los humanos les hemos alterado o destruido sus hábitats naturales.

Hemos destruido sus hábitats lo que facilita la propagación de patógenos procedentes de especies animales.

Cuando destruimos un bosque o una selva, alteramos complejas cadenas de interrelaciones entre distintos animales y seres vivos que mantienen esos virus y patógenos controlados. Su destrucción incrementa las zoonosis con rapidez. A menor biodiversidad, mayor es la capacidad de propagación de patógenos. (Ver Más Azul n° 9, junio 20, “La salida de la pandemia”).

Por tanto, la extinción masiva no se trata de una amenaza futura. Está en proceso, ocurre a mayor velocidad de lo esperado y es de absoluta responsabilidad humana.

Nuestra sociedad es un producto combinado de evolución natural y desarrollo social. Las actividades propias del hombre y en especial, los procesos productivos –base de riqueza y progreso material– deberían considerarse desde esa doble perspectiva, porque el hombre depende de la naturaleza para la obtención de sus medios de vida.

Pero olvidamos esa perspectiva. Pasamos a considerarnos el centro del mundo viviente, los “reyes de la naturaleza”, que está solo para nuestro exclusivo aprovechamiento. En la era industrial y tecnológica, la naturaleza pasó a ser solo fuente de materias primas con destino a la producción y el lucro.

En esa errónea concepción está la base del mundo inhumano, injusto y violento que constituye “nuestro sistema” actual. Un sistema insensible a la belleza y a la vida, que tiene por objetivo el lucro, para lo que debe apostar a un crecimiento sin límite, a la producción masiva y a la guerra, si es necesario.

Esa concepción de ‘supremacía humana’, de ‘dominación y depredación de la naturaleza’ es la que contamina, compromete el equilibrio de los ecosistemas y pone en riesgo la vida misma en el Planeta. Hemos perdido el sentido del “ubuntu”, un vocablo bantú que rescata el filósofo senegalés Souleymane Bachir Diagne y que era un blasón para Nelson Mandela. Significa “hacer humanidad todos juntos”.

EN QUE PUNTO ESTAMOS?

Según la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES) de Naciones Unidas, de las 8 millones de especies del mundo, un millón de animales y plantas están en peligro de extinción, muchas de las cuales podrían desaparecer en los próximos 20 años. La amenaza es de una dimensión sin precedentes en la historia de la humanidad (IPBES), ya que la tasa global de especies ya extintas es entre diez y varios cientos de veces mayor que la tasa promedio en los últimos 10 millones de años. Y además se está acelerando.

Gerardo Ceballos González, coautor con Ehrlich, del estudio de Stanford, considera que unas 173 especies se extinguieron entre 2001-2014 y en los últimos 100 años, más de 400 especies de vertebrados. Para evaluar la velocidad de la extinción que estamos viviendo, basta con señalar que 173 especies es un número 25 veces mayor que la tasa normal de extinción y que en el curso normal de la evolución, extinciones de esa envergadura habrían requerido unos 10.000 años. “Es completamente nuestra culpa”, subraya Ceballos.

Más de un 85% de los humedales se han perdido. El 75% de los ecosistemas terrestres y 66% de los marinos están “gravemente alterados”.

Esta extinción masiva ha alcanzado también a invertebrados: arañas, gusanos, abejas, etc., importantes en nuestra vida diaria porque son responsables de la polinización, el control de plagas de los cultivos o la descomposición y el ciclo de los nutrientes.

En invertebrados y plantas, la extinción está ocurriendo más rápido.

Y según un preocupante estudio de un grupo de investigadores del Jardín Botánico Real Kew de Inglaterra y de la Universidad de Estocolmo, liderados por la Dra. Aelys M Humphreys, la situación de la flora global es aún peor (Ver Más Azul n° 1, oct. 2019 “Más verde, más azul”).

De acuerdo con los científicos, la extinción de plantas está ocurriendo más rápido que la tasa de extinción natural –el ritmo normal de desaparición en la Tierra previo a la intervención humana. Y estiman que la tasa de extinciones es 500 veces mayor que en períodos anteriores, lo que significa más del doble que la de aves, mamíferos y anfibios combinados.

Las causas de esa destrucción de sus hábitats responden a acciones humanas como la deforestación, la tala masiva, la introducción de especies ganaderas y el avance de la agricultura.

Por influencia del cambio climático, se están generalizando grandes reducciones en la población de animales. Muchas especies resultan incapaces de encontrar condiciones climáticas adecuadas para adaptarse. El fenómeno es especialmente preocupante en las aves: según BirdLife (2018); un 40% de las aves redujeron su población en los últimos 30 años (Ver Más Azul n° 8, mayo 20, “La batalla de las aves”).

El estudio de IPBES-ONU considera que una de cada cuatro especies está en riesgo de extinción; es decir alrededor del 25% de los animales y las plantas están amenazados en la actualidad. Para los científicos la situación es dramática. Si continuamos a este ritmo –sostienen– en 50 años acabaríamos con todo y la naturaleza requeriría entre 5 a 7 millones de años para restaurar la  biodiversidad existente hasta que apareció el hombre.

Fuente: Lista Roja de Especies Amenazadas de la UINC *Las especies evaluadas incluyen langostas, cangrejos de agua dulce y camarones de agua dulce.

QUE PODEMOS HACER?

Para responder a esa pregunta, debemos contestar un interrogante anterior: “¿Qué hemos hecho los humanos para que una de cuatro especies esté hoy en día amenazada?”. Naciones Unidas consultó a más de 400 expertos en 50 países que han clasificado, de mayor a menor, cinco impulsores directos del deterioro de la naturaleza, del mayor impacto en nuestro Planeta.

Si queremos hacer algo hay que ir necesariamente a las causas.

Si queremos hacer algo hay que ir necesariamente a las causas. Pero cabe una consulta aún más acuciante: ¿Tenemos tiempo para revertir el camino hacia la extinción?

Anthony Barnosky, experto en extinción de Stanford, estima que los humanos tenemos como máximo 20 años para hacer cambios radicales sobre nuestra relación con la naturaleza. Si hacemos un verdadero cambio podemos evitar la extinción masiva en curso.

Gerardo Ceballos piensa lo mismo: “Tenemos una breve ventana de tiempo para actuar, aunque se está cerrando rápidamente”

La Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica considera que el tiempo es aún menor y ha establecido objetivos globales para combatir la actual crisis de biodiversidad en las próximas décadas: casi un tercio de la Tierra necesitará protección para 2030 y se deberá reducir la contaminación a la mitad si queremos salvar la vida silvestre que aún tenemos.

Por tanto, si queremos intentar revertir la extinción masiva, la única solución es transformar nuestra interacción con la naturaleza. Debemos hacer cambios radicales sobre las causas directas del deterioro de la biodiversidad planetaria.

Ello supone:

1. Transformar el uso abusivo de la tierra y el mar (deforestación, agua, agro-ganadería industrial, expansión urbana, contaminación, basura, sobre pesca, especies exóticas invasoras etc.) y sustituir el actual modelo de producción agro-ganadera y de transporte.

2. Transformar el actual modelo de explotación y consumo de recursos (60.000 millones de toneladas de renovables y no renovables por año imponen mejorar los sistemas de producción, gestionar los recursos de modo sostenible y reducir volumen de objetos y residuos).

3. Transformar el modelo energético (sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, sustituir la producción de plásticos y otros materiales contaminantes).

4. Transformar nuestra actual relación con la naturaleza (preservar el capital natural, restaurar los ecosistemas deteriorados y sus servicios, detener la pérdida de los hábitats prioritarios, expandir la red global de áreas protegidas, crear ciudades integradas a la naturaleza).

5. Transformar la actual desigual ambiental (los países más ricos consumen, contaminan y generan más basura que los países más pobres, pero éstos soportan los mayores deterioros ambientales).

6. Establecer un acuerdo internacional más consistente que el Acuerdo de París (insuficiente a la hora de detener la extinción de biodiversidad) y alcanzar regulaciones planetarias sobre penalización criminal de la contaminación.

Pero nada de eso sucederá sin una mayor audacia y decisión de los responsables políticos para terminar con los combustibles fósiles, la multiplicación del plástico, la explotación incontrolada de recursos y la complicidad entre sectores políticos y empresariales.

No nos contemos cuentos. Tenemos una ventana de 10 a 20 años para evitar que el fenómeno sea irreversible.

Optar por un consumo racional y sostenible en una sociedad justa y sostenible solo es posible con un cambio de sistema.

El informe de Naciones Unidas sobre biodiversidad asegura que la tendencia hacia la extinción se puede frenar sólo “con cambios transformadores” en todos los aspectos de nuestras interacciones con la naturaleza.

Audrey Azoulay, directora de la UNESCO lo señala con claridad: “Ya no podemos seguir destruyendo la biodiversidad… es tan vital como luchar contra el cambio climático. Esta es nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras”.

Y ahora “nadie podrá afirmar que no lo sabía”.