El estado DE LA SEGURIDAD ALIMENTARIA Y LA NUTRICION EN EL MUNDO

14 dic 2020

Transformación de los sistemas alimentarios para que promuevan dietas asequibles y saludables

La información actualizada sobre numerosos países ha hecho posible estimar el hambre en el mundo con mayor precisión este año.

En particular, los datos a los que se ha tenido acceso recientemente han permitido revisar la serie completa de estimaciones de la subalimentación correspondientes a China desde el año 2000, lo cual ha dado lugar a una importante variación a la baja de la serie relativa al número de personas subalimentadas en el mundo.

No obstante, la revisión confirma la tendencia sobre la que se ha informado en ediciones anteriores: el número de personas afectadas por el hambre a nivel mundial ha ido aumentando lentamente desde 2014. El informe muestra asimismo que la carga de la malnutrición en todas sus formas sigue constituyendo un desafío.

Se han realizado algunos progresos en relación con el retraso del crecimiento infantil, la insuficiencia ponderal y la lactancia materna exclusiva, aunque a un ritmo demasiado lento todavía. En relación con el sobrepeso infantil no se han logrado mejoras y la obesidad en adultos está aumentando en todas las regiones.

En el informe se complementa la evaluación habitual de la seguridad alimentaria y la nutrición con previsiones sobre cómo podría ser el mundo en 2030 si continúan las tendencias del último decenio. Las previsiones muestran que el mundo no está en vías de acabar con el hambre para 2030 y, pese a que se han realizado ciertos progresos, tampoco lleva camino de lograr las metas mundiales sobre nutrición, de acuerdo con la mayoría de los indicadores.

Es probable que la seguridad alimentaria y el estado nutricional de los grupos de población más vulnerables se deterioren aún más debido a las repercusiones socioeconómicas y sanitarias de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19).

Informe completo: http://www.fao.org/3/ca9692es/CA9692Es.pdf

Resumen

Tras cinco años en el proceso de la Agenda 2030, es el momento de evaluar los avances y preguntarse si perseverar en los esfuerzos realizados hasta ahora permitirá a los países alcanzar las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS).

Por esta razón, en el informe de este año, la evaluación habitual del estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo se complementa con previsiones sobre cómo será el mundo en 2030 si continúan las tendencias del último decenio.

Algo que resulta importante es que, debido a que la pandemia de la COVID-19 sigue propagándose, en este informe se pretende prever algunas de las repercusiones de esta pandemia mundial en la seguridad alimentaria y la nutrición. Sin embargo, dado que el alcance exacto de la devastación que causará la COVID-19 todavía se desconoce en gran medida, resulta importante reconocer que cualquier evaluación en este momento está sujeta a un elevado grado de incertidumbre y debería interpretarse con precaución.

Progresos hacia las metas relativas al hambre y la inseguridad alimentaria

En las últimas tres ediciones de este informe, ya se presentaron datos objetivos según los cuales, lamentablemente, el descenso del hambre en el mundo, mantenido durante decenios y cuantificado mediante la prevalencia de la subalimentación, había llegado a su fin. Tras examinar datos adicionales y realizar varias actualizaciones de datos importantes, en particular una revisión de la serie completa de la prevalencia de la subalimentación de China desde el año 2000, se estima que casi 690 millones de personas en el mundo (el 8,9% de la población mundial) se encontraban subalimentadas en 2019.

La revisión a la luz de los nuevos datos, que ha dado lugar a una variación a la baja paralela de la serie completa de la prevalencia de la subalimentación mundial, confirma la conclusión de ediciones anteriores de este informe: el número de personas que padecen hambre en el mundo sigue aumentando lentamente. Esta tendencia comenzó en 2014 y se ha mantenido hasta 2019.

Actualmente hay cerca de 60 millones de personas subalimentadas más que en 2014, cuando la prevalencia era del 8,6%, un aumento de unos 10 millones de personas entre 2018 y 2019. Las razones del incremento observado en los últimos años son numerosas. Gran parte del reciente aumento de la inseguridad alimentaria puede atribuirse al mayor número de conflictos, que a menudo se han visto agravados por perturbaciones relacionadas con el clima.

Incluso en algunos entornos pacíficos, ha empeorado la seguridad alimentaria como resultado de la desaceleración económica, que supone una amenaza para el acceso de los pobres a los alimentos. Los datos también revelan que el mundo no está en vías de alcanzar la meta 2.1 de los ODS (poner fin al hambre) para 2030.

Las previsiones combinadas de las tendencias recientes del tamaño y la composición de la población, la disponibilidad total de alimentos y el grado de desigualdad existente en el acceso a los alimentos apuntan a un incremento de la prevalencia de la subalimentación de casi un punto porcentual. Como resultado de ello, el número de personas subalimentadas en el mundo en 2030 superaría los 840 millones.

La prevalencia de la subalimentación en África se situó en el 19,1% de la población en 2019, es decir, más de 250 millones de personas subalimentadas, un aumento en comparación con el 17,6% registrado en 2014. Esta prevalencia duplica con creces la media mundial (8,9%) y es la más elevada de todas las regiones.

Asia alberga a más de la mitad del total de personas subalimentadas en el mundo, una cifra estimada de 381 millones de personas en 2019. Sin embargo, la prevalencia de la subalimentación en la región es del 8,3% de la población, un valor inferior a la media mundial (8,9%) y menos de la mitad de la que se registra en África. Asia ha mostrado avances en la reducción del número de personas que padecen hambre en los últimos años, el cual ha descendido en 8 millones desde 2015.

En América Latina y el Caribe, la prevalencia de la subalimentación era del 7,4% en 2019, un porcentaje inferior a la prevalencia mundial del 8,9%, que todavía se traduce en casi 48 millones de personas subalimentadas. La región ha experimentado un aumento del hambre en los últimos años y el número de personas subalimentadas se ha incrementado en 9 millones entre 2015 y 2019.

Por lo que hace a las perspectivas para 2030, África se aparta notablemente de la senda para lograr el objetivo del hambre cero en 2030. Si las tasas de incremento recientes se mantienen, la prevalencia de la subalimentación del continente africano aumentará del 19,1% al 25,7%. La región de América Latina y el Caribe tampoco está en vías de lograrlo, aunque en una medida mucho menor. Principalmente debido al deterioro en los últimos años, se prevé que la prevalencia de la subalimentación de esta región aumente del 7,4% en 2019 al 9,5% en 2030. Asia, aunque está progresando, tampoco logrará el objetivo de 2030, según las tendencias actuales.

En general, y sin tener en cuenta los efectos de la COVID-19, las tendencias previstas de la subalimentación cambiarían drásticamente la distribución geográfica del hambre en el mundo. Aunque Asia todavía albergaría a casi 330 millones de personas aquejadas de hambre en 2030, su porcentaje en relación con el hambre a nivel mundial se reduciría considerablemente. África superaría a Asia para convertirse en la región con el número más elevado de personas subalimentadas (433 millones), representando el 51,5% del total.

En el momento de redactar este documento, la pandemia de la COVID-19 se propagaba por todo el mundo suponiendo claramente una grave amenaza para la seguridad alimentaria. Las evaluaciones preliminares basadas en las últimas previsiones económicas mundiales disponibles sugieren que la pandemia de la COVID-19 puede añadir entre 83 y 132 millones al número total de personas subalimentadas en el mundo en 2020, en función de la hipótesis de crecimiento económico (pérdidas que van de los 4,9 a los 10 puntos porcentuales en el crecimiento del producto interno bruto [PIB] mundial).

La recuperación prevista en 2021 reduciría el número de personas subalimentadas, pero este seguiría por encima de lo previsto de no haberse producido la pandemia. De nuevo, resulta importante reconocer que cualquier evaluación en este momento está sujeta a un elevado grado de incertidumbre y debería interpretarse con precaución.

Las últimas estimaciones sugieren que el 9,7% de la población mundial (algo menos de 750 millones de personas) estuvo expuesta a niveles graves de inseguridad alimentaria en 2019. En todas las regiones del mundo excepto en América septentrional y Europa, la prevalencia de la inseguridad alimentaria grave se ha incrementado entre 2014 y 2019. Esto también resulta ampliamente coherente con las tendencias recientes de la prevalencia de la subalimentación en el mundo y en las regiones, con la excepción parcial de Asia.

Aunque los 746 millones de personas que se enfrentan a la inseguridad alimentaria grave constituyen una preocupación máxima, un 16% adicional de la población mundial, o más de 250 millones de personas, ha experimentado inseguridad alimentaria en niveles moderados. Las personas que padecen inseguridad alimentaria moderada no tienen acceso regular a alimentos nutritivos y suficientes, aunque no padezcan hambre necesariamente.

Se estima que, a nivel mundial, la prevalencia tanto de la inseguridad alimentaria moderada como de la grave (Indicador 2.1.2 de los ODS) se situó en el 25,9% en 2019. Esto se traduce en un total de 2.000 millones de personas. La inseguridad alimentaria total (moderada o grave) ha aumentado de manera constante en todo el mundo desde 2014, principalmente debido al incremento de la inseguridad alimentaria moderada.

Aunque es en África donde se observan los niveles más elevados de inseguridad alimentaria total, es en la región de América Latina y el Caribe donde la inseguridad alimentaria está aumentando con más rapidez: del 22,9% en 2014 al 31,7% en 2019, debido a un aumento acusado en América del Sur. En cuanto a la distribución del número total de personas que padecen inseguridad alimentaria (moderada o grave) en el mundo, de los 2.000 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria, 1.030 millones se encuentran en Asia, 675 millones en África, 205 millones en América Latina y el Caribe, 88 millones en América septentrional y Europa y 5,9 millones en Oceanía.

A nivel mundial, la prevalencia de la inseguridad alimentaria moderada o grave, y solo la grave, es más elevada en las mujeres que en los hombres. La brecha de género en el acceso a los alimentos aumentó de 2018 a 2019, especialmente en el nivel moderado o grave.

Progresos hacia la consecución de las metas mundiales de nutrición

A nivel mundial, la prevalencia del retraso del crecimiento infantil en 2019 fue del 21,3%, es decir, 144 millones de niños. Aunque se han realizado algunos avances, las tasas de reducción del retraso del crecimiento están muy por debajo de las necesarias para alcanzar la meta establecida por la Asamblea Mundial de la Salud (WHA) para 2025 y la meta de los ODS para 2030.

Si las tendencias recientes continúan, estas metas solo se alcanzarán en 2035 y 2043, respectivamente. En 2019, más de nueve de cada 10 niños con retraso del crecimiento vivían en África o Asia, que representan el 40% y el 54% de todos los niños con retraso del crecimiento en el mundo, respectivamente. La mayoría de las regiones ha realizado algunos progresos en la reducción del retraso del crecimiento entre 2012 y 2019, pero no al ritmo necesario para lograr las metas de 2025 y 2030.

A escala mundial, las estimaciones del retraso del crecimiento varían en función de la riqueza. Los niños del quintil más pobre registraron una prevalencia del retraso del crecimiento que duplicaba con creces la de los niños del quintil más rico.

La prevalencia mundial del sobrepeso en niños menores de cinco años no ha mejorado, pasando del 5,3% en 2012 al 5,6% (38,3 millones de niños) en 2019. De estos niños, el 24% vivía en África y el 45%, en Asia. Australia y Nueva Zelandia son la única subregión con una prevalencia muy elevada (20,7%). África austral (12,7%) y África septentrional (11,3%) registran prevalencias que se consideran elevadas.

A nivel mundial, el 6,9% de los niños menores de cinco años (47 millones) padecía emaciación en 2019, un porcentaje significativamente superior a la meta de 2025 (5%) y la meta de 2030 (3%) establecidas para este indicador.

En el mundo, el 14,6% de los lactantes nacieron con un peso bajo (menos de 2,5 kg) en 2015. Las tendencias de este indicador a nivel mundial y regional muestran que se han realizado algunos progresos en los últimos años, pero no suficientes para alcanzar la meta de reducir un 30% el bajo peso al nacer para 2025 o incluso para 2030. A escala mundial, se estima que en 2019 el 44% de los lactantes con menos de seis meses de edad era alimentado exclusivamente con leche materna.

Actualmente, el mundo está en vías de lograr la meta de 2025 de que al menos el 50% de los bebés menores de seis meses sean alimentados exclusivamente con leche materna. No obstante, si no se realizan esfuerzos adicionales, la meta mundial para 2030 de aumentar ese porcentaje al 70% como mínimo no se alcanzará antes de 2038.

La mayoría de las subregiones está realizando al menos algunos avances, excepto Asia oriental y el Caribe. Si las subregiones de África oriental, Asia central y Asia meridional mantienen sus tasas actuales de progreso, alcanzarán las metas establecidas tanto para 2025 como para 2030. La obesidad en adultos sigue aumentando, del 11,8% en 2012 al 13,1% en 2016, y no se están realizando avances suficientes para alcanzar la meta mundial de detener el aumento de la obesidad en adultos para 2025. Si la prevalencia sigue aumentando a un ritmo anual del 2,6%, la obesidad en adultos se incrementará un 40% para 2025, en comparación con el nivel de 2012. Todas las subregiones muestran tendencias en aumento en la prevalencia de la obesidad en adultos entre 2012 y 2016.

El vínculo esencial entre los logros relacionados con la seguridad alimentaria y la nutrición: el consumo de alimentos y la calidad de las dietas

La calidad de la dieta comprende cuatro aspectos clave: la variedad/diversidad, la idoneidad, la moderación y el equilibrio general. Según la OMS, una dieta saludable protege de la malnutrición en todas sus formas, así como de enfermedades no transmisibles como, por ejemplo, la diabetes, las cardiopatías, los accidentes cerebrovasculares y el cáncer. Contiene una selección equilibrada, variada y adecuada de los alimentos que se consumen durante un período de tiempo.

Asimismo, una dieta saludable asegura la satisfacción de las necesidades de macronutrientes (proteínas, grasas y carbohidratos que incluyen fibras dietéticas) y micronutrientes esenciales (vitaminas y minerales) de cada persona según el género, la edad, el nivel de actividad física y el estado fisiológico.

Las dietas saludables incluyen menos de un 30% del aporte energético total procedente de grasas, con un cambio en el consumo de estas que se aleja de las grasas saturadas y se orienta a las grasas insaturadas y la eliminación de las grasas trans industriales; menos del 10% del aporte energético total procedente de azúcares libres (preferiblemente menos del 5%); un consumo de frutas y hortalizas de al menos 400 g al día; y no más de 5 g diarios de sal (que debe ser yodada).

Aunque la composición exacta de una dieta equilibrada varía en función de las características individuales, así como del contexto cultural, los alimentos disponibles a nivel local y los hábitos alimenticios, los principios básicos de lo que constituye una dieta saludable son los mismos. La evaluación mundial del consumo de alimentos y la calidad de las dietas plantea numerosos desafíos. Hasta la fecha, no existe un índice compuesto validado y único para cuantificar las múltiples dimensiones de la calidad de las dietas en todos los países.

Los datos sobre disponibilidad de alimentos a nivel nacional muestran grandes discrepancias en la disponibilidad per cápita de alimentos de diferentes grupos según los distintos grupos de países por nivel de ingresos. Los países de ingresos bajos y los países de ingresos medianos bajos dependen en gran medida de alimentos básicos como los cereales, las raíces, los tubérculos y los plátanos.

En general, la disponibilidad de alimentos básicos en el mundo ha cambiado poco entre los años 2000 y 2017. La disponibilidad de raíces, tubérculos y plátanos se incrementó en los países de ingresos medianos bajos, impulsada por un aumento en África, mientras que descendió en los países de ingresos altos. En los países de ingresos bajos, los cereales, las raíces, los tubérculos y los plátanos representaban cerca del 60% de todos los alimentos disponibles en 2017. Este porcentaje disminuye gradualmente a medida que aumentan los ingresos de los grupos de países hasta situarse en el 22% en los de ingresos altos.

La disponibilidad media a nivel mundial de frutas y hortalizas aumentó; sin embargo, solo en Asia, y a escala mundial en los países de ingresos medianos altos, se dispone de frutas y hortalizas suficientes para cumplir la recomendación de la FAO y la OMS de consumir un mínimo de 400 g al día.

En general, la disponibilidad de alimentos de origen animal alcanza los niveles más elevados en los países de ingresos altos, pero está aumentando rápidamente en los países de ingresos medianos altos. La mayoría de los incrementos mundiales en los alimentos de origen animal se observó en los países de ingresos medianos bajos y medianos altos. Asia mostró el incremento más acusado de la cantidad total de alimentos de origen animal disponibles.

La contribución de los alimentos de origen animal varía en función del grupo de países por nivel de ingresos. Es más elevada en los países de ingresos altos (29%) en comparación con los países de ingresos medianos altos y medianos bajos (20%), y registra los valores más bajos en los países de ingresos bajos (11%).

Según UNICEF, la diversidad alimentaria en lactantes y niños pequeños era baja en la mayoría de las regiones, y menos del 40% de los niños cumplían el requisito de diversidad mínima de la dieta en siete de las 11 subregiones. Asimismo, existen marcadas disparidades en la prevalencia de la diversidad mínima de la dieta según el lugar de residencia (medio urbano o rural) y la situación económica. La prevalencia en los niños que consumen alimentos de al menos cinco de los ocho grupos de alimentos es, de media, 1,7 veces más alta en niños que viven en hogares de entornos urbanos que en niños de hogares del medio rural, y en aquellos que viven en los hogares más ricos en comparación con los que viven en los más pobres.

¿Cómo afecta la inseguridad alimentaria a la alimentación de las personas?

En un análisis de los hábitos alimenticios según los niveles de inseguridad alimentaria, se observó que la calidad de la dieta empeora con el aumento de la gravedad de la inseguridad alimentaria. Las formas en que las personas con inseguridad alimentaria moderada modifican sus dietas varían en función del nivel de ingresos del país. En dos países de ingresos medianos bajos estudiados (Kenya y Sudán), existe un marcado descenso del consumo de la mayoría de los grupos de alimentos y un incremento del porcentaje de alimentos básicos en la dieta.

En dos países de ingresos medianos altos examinados (México y Samoa), las personas con inseguridad alimentaria moderada consumen un mayor número de alimentos que suelen ser más baratos en relación con las calorías que proporcionan (cereales, raíces, tubérculos y plátanos) y consumen cantidades menores de alimentos costosos (carne y productos lácteos), en comparación con las personas que gozan de seguridad alimentaria. México en particular muestra un descenso del consumo de frutas y productos lácteos a medida que aumenta la gravedad de la inseguridad alimentaria.

En resumen, con 10 años por delante hasta 2030, el mundo no está en vías de alcanzar las metas de los ODS relativas al hambre y la malnutrición. Tras decenios de prolongado descenso, el número de personas que padecen hambre se ha ido incrementando lentamente desde 2014. Más allá del hambre, un número cada vez mayor de personas se han visto obligadas a reducir la calidad de los alimentos que consumen, o la cantidad de estos, tal como se refleja en el incremento de la inseguridad alimentaria moderada o grave desde 2014.

Las previsiones para 2030, incluso sin tener en cuenta la posible repercusión de la COVID-19, sirven de advertencia de que el nivel actual de esfuerzo no es suficiente para poner fin al hambre de aquí a 10 años.

Por lo que hace a la nutrición, se están realizando progresos en el descenso del retraso del crecimiento infantil y el bajo peso al nacer, así como en el incremento de la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida. Sin embargo, la prevalencia de la emaciación está notablemente por encima de las metas y la prevalencia tanto del sobrepeso infantil como de la obesidad en adultos está aumentando en casi todas las regiones.

Se prevé que la COVID-19 empeore estas tendencias, aumentando la vulnerabilidad de la población que ya es vulnerable. El aumento de la disponibilidad de alimentos nutritivos que forman parte de las dietas saludables, así como el acceso a ellos, debe ser un componente clave de esfuerzos más intensos por lograr las metas establecidas para 2030.

Los años que quedan del Decenio de las Naciones Unidas de Acción sobre la Nutrición (2016-2025) brindan a los encargados de la formulación de políticas, la sociedad civil y el sector privado una oportunidad de trabajar conjuntamente y acelerar los esfuerzos.

TRANSFORMACIÓN DE LOS SISTEMAS ALIMENTARIOS A FIN DE PROPORCIONAR DIETAS ASEQUIBLES Y SALUDABLES PARA TODAS LAS PERSONAS

Tal como se ha señalado anteriormente, la calidad de la dieta representa un vínculo esencial entre los resultados relacionados con la seguridad alimentaria y la nutrición que debe estar presente como parte de los esfuerzos por lograr las metas del ODS 2 relativas al hambre, la seguridad alimentaria y la nutrición. El cumplimiento de estas metas solo será posible si se garantiza que las personas dispongan de alimentos suficientes para su consumo y que esos alimentos sean nutritivos.

Sin embargo, uno de los mayores desafíos para lograr esto es el actual costo y asequibilidad de las dietas saludables, que es el tema en el que se centra la Parte 2 del informe de este año. El costo y la asequibilidad de las dietas saludables en todo el mundo El nuevo análisis presentado en este informe tiene por objeto determinar si el sistema alimentario pone tres niveles de calidad de la dieta al alcance de los más pobres.

Las tres dietas seleccionadas denotan niveles crecientes de calidad de la dieta, empezando por una dieta suficiente que proporciona la energía básica y satisface las necesidades de calorías, pasando por una dieta adecuada en cuanto a nutrientes y, por último, una dieta saludable, que incluiría una estimación de la ingesta recomendada de grupos de alimentos más variados y deseables.

Como era de esperar, el costo de la dieta se incrementa gradualmente a medida que aumenta la calidad de esta y este patrón se mantiene en todas las regiones y grupos de países por nivel de ingresos. El costo de una dieta saludable es un 60% más elevado que el costo de una dieta adecuada en cuanto a nutrientes y casi cinco veces mayor que el costo de una dieta suficiente en cuanto a energía.

Aunque la mayoría de la población pobre del mundo puede permitirse una dieta suficiente en cuanto a energía, según la definición de este documento, no puede permitirse ni una dieta adecuada en cuanto a nutrientes ni una dieta saludable. Una dieta saludable es mucho más costosa que el valor total del umbral internacional de la pobreza de 1,90 USD PPA al día, y más costosa aún que la parte del umbral de la pobreza que se puede reservar plausiblemente a la adquisición de alimentos (63%), es decir, un umbral de 1,20 USD PPA al día.

Al comparar el costo de este tipo de dieta con el gasto alimentario de un hogar, de media, una dieta saludable es asequible, pues el costo representa el 95% del gasto alimentario medio per cápita al día a nivel mundial. Lo más sorprendente es que el costo de una dieta saludable supera el gasto alimentario medio nacional en la mayoría de los países del Sur mundial.

Tomando como base las distribuciones estimadas de los ingresos, más de 3.000 millones de personas en el mundo no se podían permitir una dieta saludable en 2017. La mayoría de estas personas se encuentran en Asia (1.900 millones) y África (965 millones), aunque también hay millones que viven en América Latina y el Caribe (104,2 millones) y en América septentrional y Europa (18 millones).

Aunque el costo y la asequibilidad de las dietas varían en todo el mundo, en función de la región y según los diferentes contextos de desarrollo, también pueden variar en los propios países debido a factores temporales y geográficos, así como a variaciones en las necesidades nutricionales de las personas a lo largo de su ciclo de vida. Estas variaciones de costos dentro de los países no se reflejan en el análisis mundial y regional anterior, pero existen datos objetivos procedentes de estudios de casos que dejan claro que estas variaciones pueden ser importantes.

Costos sanitarios y medioambientales ocultos de los alimentos que consumimos

La valoración de los costos ocultos (o externalidades negativas) asociados a diferentes dietas podría modificar de manera significativa la evaluación de la asequibilidad desde una perspectiva social más amplia y revelar cómo afectan las decisiones alimentarias a otros ODS. Dos de los costos ocultos más importantes están relacionados con las consecuencias para la salud (ODS 3) y para el clima (ODS 13) de nuestros hábitos alimenticios y de los sistemas alimentarios que los respaldan.

Las consecuencias para la salud y el medio ambiente de las dietas desequilibradas y poco saludables se traducen en costos reales para las personas y la sociedad en general como, por ejemplo, el incremento de los gastos médicos y los costos de los daños al clima, entre otros costos medioambientales.

En un nuevo análisis para este informe se han estimado los costos sanitarios y relacionados con el cambio climático de cinco hábitos alimenticios diferentes: una dieta de referencia, que representa los hábitos actuales de consumo de alimentos, y cuatro hábitos alimenticios saludables alternativos que, aunque son distintos en cuanto a la forma de incluir alimentos de varios grupos y la diversidad en los distintos grupos de alimentos, todos ellos incluyen consideraciones de sostenibilidad.

Las repercusiones de salud asociadas a una calidad deficiente de la dieta son significativas. Las dietas de calidad deficiente son uno de los elementos que más contribuyen a las múltiples cargas de la malnutrición, es decir, el retraso del crecimiento, la emaciación, las deficiencias de micronutrientes, el sobrepeso y la obesidad, y tanto la desnutrición en las primeras etapas de la vida como el sobrepeso y la obesidad son factores de riesgo importantes de las enfermedades no transmisibles.

Las dietas poco saludables también son el principal factor de riesgo de muerte por enfermedades no transmisibles. Asimismo, en todo el mundo existe una tendencia al incremento de los costos de la asistencia sanitaria vinculados al aumento de las tasas de obesidad.

Suponiendo que los hábitos actuales de consumo de alimentos integren los cambios previstos en los ingresos y la población, según la hipótesis de la dieta de referencia, que representa los hábitos actuales de consumo de alimentos, se prevé que los costos sanitarios asciendan, de media, a 1,3 billones de USD en 2030. Más de la mitad (57%) de estos costos son costos directos de atención sanitaria, ya que están asociados a gastos relativos al tratamiento de diferentes enfermedades relacionadas con la alimentación. La otra parte (43%) corresponde a los costos indirectos, en particular las pérdidas en la productividad de la mano de obra (11%) y el cuidado informal (32%).

Si, en su lugar, se adoptara cualquiera de los cuatro hábitos alimenticios alternativos (dieta flexivegetariana [FLX], dieta a base de pescado [PSC], dieta vegetariana [VEG] y dieta vegana [VGN]) utilizados para los análisis, los costos sanitarios relacionados con la dieta se reducirían drásticamente entre 1,2 y 1,3 billones de USD, lo cual representa, una reducción media del 95% de los gastos sanitarios relacionados con la dieta a nivel mundial en comparación con la hipótesis de la dieta de referencia en 2030.

Los alimentos que consumen las personas, y la forma de producción de dichos alimentos, no solo afectan a su salud, sino que también tienen repercusiones importantes en el estado del medio ambiente y en el cambio climático. El sistema alimentario que impulsa los hábitos alimenticios actuales del mundo es responsable, aproximadamente, de entre el 21% y el 37% de las emisiones de GEI totales, lo cual lo convierte en uno de los principales factores del cambio climático, incluso sin tener en cuenta otros efectos medioambientales.

La mayoría de las valoraciones mundiales y entre países de los efectos sobre el medio ambiente se centran en las emisiones de GEI debido a que los datos limitados dificultan las comparaciones mundiales entre los países de otras repercusiones importantes en el medio ambiente relacionadas con la utilización de la tierra y el consumo de energía y agua. Esta limitación de datos también afecta al propio análisis global de este informe, que examina los costos ocultos relacionados con el cambio climático centrándose exclusivamente en las emisiones de GEI y sus repercusiones climáticas.

Se estima que el costo social relacionado con la dieta de las emisiones de GEI derivadas de los hábitos actuales de consumo de alimentos se situará en torno a los 1,7 billones de USD para 2030, teniendo en cuenta una hipótesis de estabilización de las emisiones. Nuestro análisis muestra que la adopción de cualquiera de los cuatro hábitos alimenticios saludables alternativos con consideraciones de sostenibilidad podría contribuir a lograr reducciones significativas del costo social de las emisiones de GEI, comprendidas entre 0,7 y 1,3 billones de USD en las cuatro dietas (entre el 41% y el 74%) en 2030.

Gestión de las compensaciones recíprocas y explotación de sinergias en la transición a dietas saludables con consideraciones de sostenibilidad

Para lograr los hábitos alimenticios que permitan llevar dietas saludables con consideraciones de sostenibilidad, será necesario realizar grandes cambios transformadores en los sistemas alimentarios en todos los niveles. Dada la abundante diversidad de sistemas alimentarios actuales y las grandes discrepancias en el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición entre países y dentro de ellos, cabe señalar que no existe una solución universal para que los países pasen de la situación actual a lograr dietas saludables y creen sinergias para reducir su huella ecológica.

Resulta esencial evaluar los obstáculos específicos de cada contexto, gestionar (y en ocasiones sufrir) compensaciones recíprocas a corto y largo plazo y explotar sinergias. Aunque el costo de la dieta saludable es menor que el correspondiente a los hábitos actuales de consumo de alimentos, al considerar las externalidades relacionadas con la salud y el clima, en algunos contextos, existen otros costos indirectos y compensaciones recíprocas importantes.

En el caso de los países donde el sistema alimentario no solo proporciona alimentos, sino que también impulsa la economía rural, resultará importante tener en cuenta la repercusión del paso a hábitos alimenticios saludables en los medios de vida de los pequeños agricultores y también de la población rural pobre. En estos casos, se debe actuar con cuidado para mitigar las repercusiones negativas en los ingresos y los medios de vida a medida que se vayan transformando los sistemas alimentarios a fin de proporcionar dietas asequibles y saludables.

Es posible que, en numerosos países de ingresos bajos, donde la población ya sufre carencias de nutrientes, sea necesario incrementar su huella de carbono a fin de satisfacer primero las necesidades alimenticias recomendadas y alcanzar las metas en materia de nutrición, en particular las relativas a la desnutrición. En cambio, en otros países, especialmente los países de ingresos medianos altos y altos, donde los hábitos alimenticios superan las necesidades energéticas óptimas y donde las personas consumen más alimentos de origen animal de los necesarios, será preciso realizar cambios importantes en sus prácticas dietéticas y entornos alimentarios, así como modificaciones relacionadas con la producción y el comercio de alimentos que abarquen todo el sistema.

¿Qué elementos determinan el costo de los alimentos nutritivos?

Para incrementar la asequibilidad de las dietas saludables, el costo de los alimentos nutritivos debe reducirse. Numerosos factores determinan el precio al consumidor de los alimentos nutritivos, empezando por el lugar de producción y a lo largo de la cadena de suministro de alimentos, así como los entornos alimentarios donde los consumidores interactúan con el sistema alimentario para adoptar decisiones sobre la adquisición, la preparación y el consumo de alimentos. Abordar la baja productividad en la producción de alimentos puede ser una forma eficaz de aumentar el suministro total de alimentos, en particular de alimentos nutritivos, mediante la reducción de los precios de los alimentos y el incremento de los ingresos, especialmente para los agricultores familiares y los pequeños productores más pobres de países de ingresos bajos y países de ingresos medianos bajos, como los agricultores, los pastores y los pescadores.

Además de la baja productividad, la diversificación insuficiente en la producción de productos hortícolas y legumbres, así como en la pesca en pequeña escala, la acuicultura, la ganadería y la producción de otros alimentos nutritivos, también limita el suministro de alimentos variados y nutritivos en los mercados, lo cual da lugar a un aumento de los precios de los alimentos.

La reducción de las pérdidas anteriores y posteriores a la cosecha en términos de cantidad y calidad en la fase de la producción en los sectores agrícola, pesquero y forestal constituye un punto de partida importante para reducir el costo de los alimentos nutritivos a lo largo de la cadena de suministro de alimentos, pues estas pérdidas reducen la disponibilidad total de estos alimentos, al tiempo que puede contribuir también a la sostenibilidad del medio ambiente.

Otro componente importante de la infraestructura de mercado es la calidad y eficiencia generales de la red nacional de carreteras y transporte, que resulta esencial para trasladar la producción de la explotación a los mercados a un costo razonable. La distancia a la que se encuentran los mercados y el tiempo necesario para preparar una comida saludable en tiempos de una rápida urbanización y una participación cada vez mayor de las mujeres en las actividades económicas también pueden considerarse factores que determinan los costos debido a que las personas que intenten superar estos obstáculos tendrían que aceptar un costo adicional, además del costo de los propios alimentos.

Las políticas alimentarias y agrícolas también tienen el poder, ya sea directa o indirectamente, de afectar al costo de los alimentos. En particular, las prioridades del marco normativo de la alimentación y la agricultura ilustran la difícil tarea de equilibrio necesaria a la hora de elegir entre aplicar medidas en la agricultura o en otros sectores, entre diferentes objetivos gubernamentales (por ejemplo, diferentes políticas fiscales), entre beneficios para los productores, los consumidores y los intermediarios, e incluso entre diferentes subsectores agrícolas.

Las políticas comerciales afectan al costo y la asequibilidad de las dietas saludables alterando los precios relativos de los alimentos importados y los que compiten con las importaciones. Las medidas comerciales proteccionistas como los aranceles de importación, las prohibiciones y las cuotas, junto con los programas de subvención de insumos, se han integrado a menudo en estrategias de autosuficiencia y sustitución de las importaciones. En los países de ingresos bajos, esta política ha protegido e incentivado la producción nacional de alimentos hipercalóricos como el arroz y el maíz, pero a menudo en detrimento de productos ricos en vitaminas y micronutrientes (es decir, frutas y hortalizas). Esto puede tener un efecto adverso en la asequibilidad de un mayor número de alimentos nutritivos.

Las medidas no arancelarias, como las medidas sanitarias y fitosanitarias y los obstáculos técnicos al comercio, también pueden repercutir negativamente en la asequibilidad de las dietas, pues, por ejemplo, los exportadores e importadores pueden afrontar costos adicionales para cumplir los requisitos reglamentarios, lo cual aumentaría el costo del comercio.

Por último, pero no por ello menos importante, la globalización ha ido acompañada de un crecimiento masivo de las inversiones de empresas transnacionales de alimentos y un rápido aumento de la venta de alimentos a través de supermercados, lo que se denomina “revolución de los supermercados”. Estos cambios representan un aspecto fundamental de la economía política, impulsan la transformación de los sistemas alimentarios e influyen en el costo y la asequibilidad de los alimentos.

Políticas para reducir el costo de los alimentos nutritivos y garantizar la asequibilidad de las dietas saludables

Faltan 10 años para lograr las ambiciosas metas de los ODS en el entorno económico, social y político actual, un entorno cada vez más vulnerable a las perturbaciones climáticas y de otra índole, por no mencionar las repercusiones sanitarias, sociales y económicas sin precedentes de la pandemia de la COVID-19.

Con este corto plazo, los países deben determinar y aplicar cambios esenciales en materia de políticas e inversión que transformen sus sistemas alimentarios actuales para garantizar que todas las personas se puedan permitir las dietas saludables con consideraciones de sostenibilidad.

Es preciso actuar con urgencia, especialmente en favor de los más pobres de la sociedad, que afrontan los mayores desafíos. La reducción del costo de los alimentos nutritivos y el incremento de la asequibilidad de las dietas saludables deben comenzar con una reorientación de las prioridades agrícolas a fin de lograr una producción alimentaria y agrícola más sensible a la nutrición.

Los gastos públicos tendrán que incrementarse a fin de permitir muchas de las decisiones de políticas e inversiones necesarias para aumentar la productividad, alentar la diversificación en la producción de alimentos y garantizar una amplia disponibilidad de alimentos nutritivos. Las políticas que penalizan la producción alimentaria y agrícola (mediante impuestos directos o indirectos) deberían evitarse, pues estas tienden a provocar efectos adversos en la producción de alimentos nutritivos.

También se deberían revisar las cuantías de las subvenciones en los sectores alimentario y agrícola, especialmente en los países de ingresos bajos, a fin de evitar gravámenes a los alimentos nutritivos. Las políticas deberían promover la inversión en infraestructura de riego centrándose específicamente en el fortalecimiento de la capacidad de producción de hortalizas que se cultiven todo el año y otros productos de alto valor con el fin de incrementar la disponibilidad de alimentos nutritivos.

Del mismo modo, las estrategias y programas alimentarios y agrícolas nacionales deberían impulsar la inversión en investigación y desarrollo (I+D) para elevar la productividad de los alimentos nutritivos y ayudar a reducir su costo, fomentando al mismo tiempo el acceso a tecnologías mejoradas, especialmente para los agricultores familiares y los pequeños productores, a fin de mantener niveles adecuados de rentabilidad. Es necesario aplicar políticas más sólidas para lograr cadenas de valor más sensibles a la nutrición. Las medidas normativas esenciales incluyen inversiones en la mejora del almacenamiento, la elaboración y la conservación a fin de mantener el valor nutricional de los productos alimenticios, en lugar de invertir en alimentos altamente procesados.

La mejora de la red nacional de carreteras, así como la infraestructura de transporte y de mercado, puede contribuir considerablemente a garantizar una mayor asequibilidad de las dietas saludables. Además del almacenamiento de alimentos, disponer de instalaciones adecuadas de manipulación y elaboración de alimentos resulta esencial para incrementar las eficiencias a lo largo de la cadena de valor de los alimentos nutritivos.

Las políticas e inversiones deberían centrarse también en reducir las pérdidas de alimentos, pues esto puede incrementar la asequibilidad de los alimentos nutritivos de dos formas. En primer lugar, centrándose en las etapas iniciales (producción) de la cadena de suministro de alimentos, pues esto tiende a impulsar la oferta y, por tanto, reduce los precios en origen de los alimentos. Esto es particularmente importante para la reducción de las pérdidas de productos básicos perecederos, como frutas y hortalizas, productos lácteos, pescado y carne. En segundo lugar, centrándose en las partes de la cadena de suministro de alimentos donde se produce la mayoría de las pérdidas de alimentos, pues es más probable que esto tenga una repercusión mayor en la reducción del costo del producto alimenticio de que se trate. La repercusión general en los precios será distinta en función del producto y también del país.

El equilibrio entre aplicar políticas comerciales y de comercialización destinadas a reducir el costo de los alimentos para los consumidores y evitar al mismo tiempo desincentivar la producción local de alimentos nutritivos suele ser difícil de lograr. No obstante, la eficiencia de los mecanismos internos de comercio y comercialización es posiblemente igual de importante, o incluso más, que las medidas para apoyar el comercio internacional a la hora de determinar el costo de las dietas saludables tanto para los consumidores urbanos como para los rurales, garantizando al mismo tiempo el cumplimiento de las normas de inocuidad de los alimentos.

Las políticas destinadas a reducir la pobreza y la desigualdad de ingresos, fomentando al mismo tiempo el empleo y las actividades generadoras de ingresos, resultan esenciales para incrementar los ingresos de la población y, por tanto, la asequibilidad de las dietas saludables. Aunque existen sinergias importantes entre las políticas que impulsan el empleo y las que reducen la desigualdad de ingresos para incrementar la seguridad alimentaria y mejorar la nutrición, en particular la protección social, estas se abordaron en profundidad en la edición de 2019 de este informe.

En esta edición del informe, se destaca especialmente la importancia de las políticas de protección social que tienen en cuenta la nutrición. Este tipo de políticas son más adecuadas para proporcionar un mejor acceso a alimentos nutritivos a los consumidores con ingresos más bajos y aumentar así la asequibilidad de las dietas saludables para esta población. Resulta importante fortalecer los mecanismos de protección social que tienen en cuenta la nutrición, garantizando que puedan apoyar la suplementación de micronutrientes cuando sea necesario, así como crear entornos alimentarios saludables alentando a los consumidores a diversificar sus dietas con miras a reducir la dependencia de los alimentos amiláceos, disminuir el consumo de alimentos con un elevado contenido de grasas, azúcares o sal, e incluir alimentos más variados y nutritivos.

Estos mecanismos pueden incluir una serie de instrumentos normativos, generalmente programas de transferencia de efectivo, pero también transferencias en especie, programas de alimentación escolar y subvenciones a los alimentos nutritivos. Estas políticas pueden revestir una importancia especial en situaciones adversas, como se está observando actualmente durante la pandemia de la COVID-19.

Dados los distintos puntos de partida y desafíos de cada país, así como las posibles compensaciones recíprocas, una combinación de intervenciones normativas complementarias destinadas a reducir el costo de los alimentos nutritivos, al tiempo que se incrementa la asequibilidad de las dietas saludables, es probable que resulte más eficaz que cualquier medida de política aislada.

Para lograr hábitos alimenticios saludables, será necesario realizar grandes cambios transformadores en los sistemas alimentarios en todos los niveles y resulta importante subrayar que, aunque se produzcan algunos solapamientos, estos cambios van más allá de las opciones normativas y las inversiones que se diseñan y aplican explícitamente para reducir el costo de las dietas saludables e incrementar la asequibilidad de las mismas.

En otras palabras, también se deben cumplir otras condiciones que requieren toda una gama de políticas adicionales más específicamente adaptadas a sensibilizar e influir en el comportamiento del consumidor en favor de las dietas saludables, posiblemente con sinergias importantes para la sostenibilidad ambiental.

Esta publicación forma parte de la serie editada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura sobre EL ESTADO DEL MUNDO.

Cita requerida: FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF. 2020.

El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020.

Transformación de los sistemas alimentarios para que promuevan dietas asequibles y saludables.

Roma, FAO. https://doi.org/10.4060/ca9692es