Es necesario transformar nuestra relación con la naturaleza

21 ene 2021

El Planeta ha entrado, desde mediados del siglo XX, en una nueva era: el Antropoceno, determinada por la frenética actividad humana, cargada de peligros, causados básicamente por una ruptura de la humanidad con la naturaleza.

Delfina Godfrid y Ana Julia Aneise, describían ese proceso, en un lúcido artículo de publicación reciente[i]: “Copérnico descubrió que no somos el centro del universo, la tierra orbita alrededor del sol. Darwin que no fuimos creados de manera “especial”, somos descendientes del mundo animal. Estos descubrimientos pusieron en jaque a nuestro sentido colectivo de superioridad humana. Con el cambio climático sucede algo parecido, nos recuerda que no somos superiores a la naturaleza, sino parte de ella. Al no internalizar sus límites, al no superar la ficción de que somos un sistema separado, nos condenamos a nosotros mismos. Tenemos una responsabilidad enorme: somos la última generación que puede evitar daños irreparables”.

Casi en simultáneo, durante la 75ª sesión de la Asamblea General de la ONU, el Secretario General António Guterres alertaba sobre esos daños y la celeridad con que debemos afrontar los cambios: “La humanidad está librando una guerra contra la naturaleza, y necesitamos reconstruir nuestra relación con ella”

Para sobrevivir, necesitamos reconstruir nuestra relación con la naturaleza.

Esa guerra ha tenido innumerables bajas: más de un millón de especies animales y vegetales están amenazadas en el mundo, muchas han desaparecido definitivamente y la pandemia de COVID-19 ha retratado de manera brutal la “relación disfuncional” de los humanos con la naturaleza. 

En los últimos 50 años, el Planeta fue brutalmente transformado por una explosión de comercio global, consumo y crecimiento de la población humana, sumado a una acelerada expansión urbanística. Ello ha provocado una sobreexplotación de los recursos naturales por encima de la huella ecológica y una degradación y destrucción acelerada de la naturaleza.

El Índice Planeta Vivo (IPV) lo muestra de manera dramática. Se trata de un indicador que refleja la situación de 21.000 poblaciones animales representativas de la biodiversidad en todo el mundo. Estas poblaciones han sufrido una caída promedio del 68 % en las poblaciones analizadas de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces entre 1970 y 2016. El descenso más grave se ha producido en Centro y Sudamérica (94 %), pero también ha descendido en África (65%), Asia Pacífico (45%), América del Norte (33%) y Eurasia (24 %).

Como ha señalado la Directora General de PNUMA, la disminución de la biodiversidad es una advertencia y anticipa una crisis grave. Algunos expertos como Elizabeth Kolbert, señalan que estamos frente a una nueva “extinción masiva” y que la ventana de actuación no excede de una década.

António Guterres recordó que más del 60% de los arrecifes del mundo está en peligro por exceso de pesca y prácticas humanas destructivas; que las poblaciones de vida silvestre están disminuyendo “en picada” por el consumo excesivo y la agricultura intensiva; que la tasa de extinción se está acelerando con un millón de especies amenazadas o en peligro de desaparecer; y que la deforestación, el cambio climático y la conversión de áreas silvestres para la producción de alimentos están destruyendo la “red de vida de la Tierra”.

El 60% de las enfermedades conocidas y el 75% de las nuevas enfermedades infecciosas son zoonóticas, es decir que pasan de animales a humanos. La ruptura de los ecosistemas (deforestación, degradación de los suelos, agricultura industrial tóxica, etc.) han provocado una creciente “aparición de enfermedades, como el VIH-SIDA, el Ébola y ahora el COVID-19, contra las cuales –como señala Guterres– tenemos poca o ninguna defensa”. La OMS anticipa que, o recuperamos nuestra relación con la naturaleza, como parte de ella o nuevos fenómenos pandémicos podrían repetirse con mayor frecuencia.

La conexión entre la salud del Planeta y la nuestra es íntima y sustancial. “Somos parte de esa frágil red y necesitamos que sea saludable para que nosotros y las generaciones futuras podamos prosperar. Una consecuencia de nuestro desequilibrio con la naturaleza es la aparición de enfermedades mortales”, señala el Secretario General de ONU.

NO ES UNA OPCION

La necesidad de una acción urgente frente a la crisis climática y ecológica ha dejado de ser una opción ética o un costo “a pagar”, como todavía plantean algunas grandes corporaciones. Se trata de supervivencia. El modelo crematístico actual de producción y consumo, basado en dos principios falsos (progreso y recursos ilimitados y reinado sobre la naturaleza) debe transformarse como también el sistema financiero, que ha dejado de ser funcional, como bien lo expresa Larry Fink, CEO de BlackRock y uno de los mayores inversores globales.

Se trata de reconstruir en tiempo récord una relación con la naturaleza que no debimos haber destruido. La carrera de innovaciones científicas y tecnológicas (Más Azul ha hecho de su difusión uno de los ejes de su trabajo a favor del Planeta) que protagonizan universidades, laboratorios y emprendedores de todo el mundo avanza frente a un escenario de desafíos descomunales.

Aquellos países, comunidades y empresas que alcancen logros notables tendrán también beneficios extraordinarios, pero esta carrera –recordemos– es una lucha de todos. No habrá salvaciones “individuales”. La supervivencia es la meta. Quienes no se adapten, no sobrevivirán.

 La biodiversidad que sustenta nuestros sistemas alimentarios está desapareciendo. Hay una dramática “reducción en el número de especies, en los ecosistemas, y también una reducción genética” asegura René Castro Salazar, subdirector general de la FAO.

El empobrecimiento de la biodiversidad es dramático.

Los datos de empobrecimiento de la biodiversidad son impactantes:

  1. De las 6.000 especies de plantas alimentarias, menos de 200 son utilizadas efectivamente para la producción alimentaria mundial; sólo 9 representan el 66% de la producción agrícola total y sólo 15 proveen el 90% de la energía diaria que requerimos. Hace algunas generaciones, usábamos 7.000 especies de plantas. El motivo: la industrialización y mercantilización de la agricultura, que implican empobrecimiento de la dieta humana, obesidad y otras enfermedades.
  2. El 26% de las 7.745 razas de ganado registradas en el mundo, está en peligro de extinción. La producción ganadera mundial solo se basa en unas 40 especies animales, para carne, leche y huevos. De las 1.000 razas bovinas se han extinguido más de 150 sólo en los últimos 20 años.
  3. El 33% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas y en declinación; 60% explotadas al límite de su sostenibilidad y sólo el 7 % están infra explotadas.
  4. El empobrecimiento de la biodiversidad se refleja también a las especies silvestres y otras, vitales para la alimentación humana. Una cuarta parte de las 4.000 especies silvestres alimentarias –plantas, peces y mamíferos– están disminuyendo gravemente.
  5. La biodiversidad del suelo está en peligro en todas las regiones del mundo. Están desapareciendo rápidamente, polinizadores, organismos del suelo y enemigos naturales de las plagas. En 1 m2 de suelo boscoso hay más de 1.000 especies de invertebrados. Los suelos contienen una cuarta parte de la biodiversidad de nuestro Planeta, pero un 25% están degradados. Más del 85% de los humedales que existían en 1700 se han perdido.
  6. Un 75% de los cultivos en el mundo que producen frutas o semillas para uso humano, dependen, en parte, de polinizadores. La pérdida de colonias de abejas está aumentando de manera dramática: más del 40% de los polinizadores invertebrados, en particular abejas y mariposas, están amenazados de extinción. (Ver Más Azul, n° 1, oct 19, “La batalla por las abejas”).

LO ARTIFICIAL YA SUMA MAS QUE LA NATURALEZA

Mientras la naturaleza sigue retrocediendo ante el empuje de una acción humana que no cesa de crecer de manera incontrolada, un nuevo estudio del Instituto Weizman (Israel) advierte que lo construido por el hombre suma igual masa de material artificial que lo que genera la naturaleza, es decir todos los organismos vivos del planeta.

Lo que caracteriza nuestra era –Antropoceno– es la frenética explotación de unos 60.000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables. Eso es lo que demanda anualmente nuestro consumo creciente de combustibles fósiles, plantas, animales, minerales, materiales de construcción, etc.

Cada año ese consumo va más allá de la capacidad biológica del Planeta de reponerse y ello se ha traducido en que la acción humana ha provocado fenómenos tan alarmantes como el cambio climático o la extinción de especies.

El estudio de los investigadores israelíes, publicado en Nature ha rastreado estadísticas de producción industrial y de flujos de masa de todo tipo para establecer datos sorprendentes sobre el crecimiento de la “masa antropogénica” desde comienzos del siglo XX.

De qué se trata? De todo lo que los humanos elaboramos y ponemos en el Planeta (edificios, diques, puentes, carreteras, coches, trenes, aviones y la gigantesca parafernalia de objetos que cada día sumamos al limitado espacio de “nuestra casa común”

En la actualidad, las estimaciones de los investigadores es que la biosfera del Planeta pesa algo menos de 1,2 billones de toneladas (masa seca, excluida el agua) conformada por unos 9 millones de especies biológicas existentes. Un dato a tener en cuenta que surge del estudio: en esa masa lo de mayor peso son los árboles, pero con el avance de la deforestación del planeta, el peso de los árboles se redujo a la mitad!!!.

Parece que estamos en guerra con la naturaleza.

Según la investigación del Instituto Weizman, en 1900 la masa total antropogénica alcanzaba unos 35.000 millones de toneladas. En 1950 esa masa se había duplicado y con la prosperidad de la segunda mitad del siglo (globalización y avances de países emergentes) la multiplicación de “masa antropogénica” se aceleró hasta llegar a los 500.000 millones de toneladas a finales de la década de los’90.

En el trascurso de los 20 años del siglo XXI, esa masa se ha vuelto a duplicar, hasta llegar a alcanzar a todos los seres vivos generados por la naturaleza. Para ser claros: los materiales fabricados por el hombre ya pesan tanto como el conjunto de la biomasa y se prevé que para 2040 se triplicará, si permanecen las actuales condiciones de producción y consumo.

El hormigón y los conglomerados encabezan el ranking de los materiales de mayor peso, luego metales, ladrillos y asfalto. Los plásticos en su masa total superan la suma de todos los animales del planeta.

La humanidad parece padecer el síndrome de acumulación compulsiva, ese grave trastorno psicológico, caracterizado por la tendencia a la acumulación de objetos en forma excesiva, aún cuando ello sea peligroso o insalubre. Prolongadamente hemos usado 30 billones de toneladas de diversos recursos del planeta que luego se transformaron en desechos.

Los investigadores israelíes en su revelador estudio han excluido las masas de tierra que se generan en las actividades de cultivo o de sedimentación en las represas, así como tampoco las rocas y las masas de tierra que se mueven en la construcción de edificios o en la actividad minera, porque si bien provienen de actividades humanas (artificia) no alteran el peso de la biomasa (natural). El estudio estima que estas actividades mueven unos a 33.000 millones de toneladas.

Lo que se pone de manifiesto es que esta nueva Era marcada por la actividad humana, pone en riesgo el equilibrio del hombre con la naturaleza. Biodiversidad y ecosistemas esenciales para su prosperidad y supervivencia están siendo comprometidos.

“Permítanme ser claro –ha advertido António Guterres: la degradación de la naturaleza no es un problema puramente ambiental. Abarca la economía, la salud, la justicia social y los derechos humanos. Descuidar nuestros preciosos recursos puede exacerbar las tensiones y los conflictos geopolíticos… Es nuestra oportunidad de mostrarle al mundo que hay otro camino. Tenemos que cambiar de rumbo…”