Cultivar sólo el 2% del océano podría alimentar a 12.000 millones de personas

07 may 2021

Las algas marinas podrían convertirse en la solución definitiva para acabar con el hambre y reducir el  impacto del cambio climático. No solo pueden utilizarse como insumo para alimentar a los animales sino que servirían para terminar con el grave problema del deterioro de los océanos a causa del cambio climático, la contaminación y la sobreexplotación de sus recursos.

Los efectos de esos aportes permitirían reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y a la vez, acabar con el hambre en el mundo, mediante la producción de alimentos marinos sostenibles.

Es el esperanzador mensaje que plantea la plataforma Global Compact de Naciones Unidas que propone desarrollar una estrategia que potencie la producción de productos acuáticos basados en algas marinas.

El documento SeaWeed Revolution: A Manifiesto for a sustainable future” fue desarrollado por la Fundación Lloyd’s Register en colaboración con la Sustainable Ocean Business Action Platform del Pacto Mundial de Naciones Unidas.

Se trata de un documento visionario que plantea cómo las algas marinas pueden contribuir a alimentar al mundo, mitigar el cambio climático y resolver algunos de los más graves problemas con que nos enfrenta el calentamiento global.

“La producción actual de algas ya es parte de la solución – señalan los autores del documento–. De cara al futuro, podemos ampliar esta industria para ofrecer alimentos más seguros y saludables, biocombustible renovable, piensos con bajo contenido de carbono, así como capturar y almacenar dióxido de carbono para limitar el cambio climático, al tiempo que creamos nuevas fuentes de ingresos para aliviar la pobreza en las comunidades costeras”.

Las algas marinas pueden jugar un rol decisivo en alcanzar los Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), tanto el que busca acabar con el hambre en el mundo (ODS2), el que plantea el uso sostenible de mares, océanos y recursos marinos (ODS 14) como el del combate al cambio climático y sus efectos, tomando en cuenta la capacidad de las algas para retener el carbono de forma natural y reducir las emisiones de gas metano de la agro-ganadería industrial (ODS 13).

Como señala Naciones Unidas, “si cultiváramos sólo el 2% del océano, podríamos aportar las proteínas suficientes para alimentar a una población de 12.000 millones de personas. Las algas marinas son extremadamente ricas en proteínas, vitaminas, zinc y hierro, y bajas en grasas y carbohidratos”, dicen sus expertos.

Con tan solo el 2% de los océanos se podría alimentar fácilmente a todo el mundo. Pero cabría recordar que la humanidad no ha sido capaz siquiera de ponerse de acuerdo en el control de la pesca ilegal ni en una regulación global de las aguas internacionales, que son un verdadero Far West marino. El problema del hambre, de la pobreza e incluso del deterioro ambiental proviene de un modelo crematístico, que hace de las ganancias y la acumulación de dinero, su objetivo primordial y que, sin su desaparición, el acceso a esa gigantesca riqueza alimentaria es solo un sueño.

UNA INDUSTRIA PARA LA ESPERANZA

Si finalmente lográramos ese salto cultural que constituye una “revolución a favor de la naturaleza”, la producción de algas marinas y la agricultura oceánica en general, aparecen como una extraordinaria oportunidad.

Aunque desconocido por la mayoría, el enorme potencial transformador que las algas marinas poseen, podría dar de comer a miles de millones de personas y además atrapar los gases de efectos invernadero presentes en la atmósfera (Ver Mas Azul n° 9, junio 2020Revolucionario cultivo de algas permite producir combustible, piensos y alimentos”).

Sus beneficios ambientales son múltiples. Pueden servir de pienso para los animales, de fertilizante natural para la agricultura terrestre y como insumo para producir combustible. Existen importantes avances científicos para que sean utilizadas como sustituto de los plásticos (Ver Mas Azul n° 17, feb. 2021, “Terminar con la polución plástica es posible”); es un poderoso restaurador de la contaminación marina, eliminando nitratos y fosfatos, y un componente importante en la industria farmacéutica y cosmética.

Pero quizás lo menos conocido es su extraordinario aporte nutritivo. Y no es extraño. Como sostenía la bióloga marina y pionera de la lucha medioambiental Rachel Carsen, el mar es “esa gran madre de vida”. Nuestra supervivencia depende de los océanos. Desempeñan un papel catalizador en el surgimiento de la vida y sin ellos, la vida en la tierra no existiría.

El origen de la vida está en el mar. La erosión a lo largo de millones de años lo ha enriquecido con todos los minerales necesarios. Las algas poseen por ello, una gran cantidad de nutrientes: entre 10 y 20 veces más minerales que las verduras terrestres. Algunas poseen un tercio de su peso en sales minerales.

Especialmente ricas en yodo, mineral escaso en el suelo y menos aún en tierras agotadas por el cultivo intensivo, constituyen un alimento valiosísimo y necesario para compensar el empobrecimiento de los alimentos sometidos a los procesos de refinación industrial.

Son además fuente de calcio, potasio, hierro, magnesio, zinc, selenio, manganeso, vanadio, boro, cobalto, y cobre. Y aportan betacarotenos, vitaminas B, C, E y K.

Las más frecuentes algas marinas (wakame, nori, arame, kombu, hijiki, kelp, dilsk o roja, agar-agar, cochayuyo, etc.) tienen una presencia importante en la dieta oriental, en especial en la cocina de China, Japón y el Pacífico sur, pero también están presentes en las culturas primitivas de África y América).

Investigadores de la Universidad de Okinawa y otros expertos en nutrición, atribuyen la alta tasa de expectativa de vida de Japón –una de las más altas del mundo– a la dieta tradicional del país. El consumo habitual de pescado, algas, té verde, soja, frutas y verduras, bajos en azúcar, grasa y proteína animal, protegen de enfermedades del corazón y afecciones como la diabetes tipo 2.

Un estudio publicado en el World Journal of Gastroenterology, mostró que las algas, la soja y las frutas y verduras –muy ricas en fibra– contribuían a una mejor digestión y absorción de nutrientes. Otro trabajo del British Medical Journal estableció que quienes seguían la dieta tradicional japonesa tenían hasta un15% menos de riesgo de muerte prematura en relación a los que consumían la dieta occidental, ya que sus comida, elaboradas a base de verduras y algas, tienen cantidades mínimas de proteínas animales, azúcares añadidos y grasas.

Vincent Doumeizel, asesor principal para cuestiones relacionadas con el océano del Pacto Mundial de las Naciones Unidas y especialista en algas marinas destaca que “la mayoría de los japoneses comen algas marinas tres veces al día, en Corea se usan en muchos platos y en China las consumen muchas personas. Este puede ser un factor importante en la disminución de los niveles de enfermedades no transmisibles en estos países”.

Si bien las algas gozan de una gran popularidad en Asia, el sorprendente crecimiento económico de ese continente y la presencia mundial de China, han expandido en Occidente su cultura y su gastronomía y, por consiguiente, su consumo. Doumeizel considera que las algas tienen la posibilidad de transformarse en un alimento de consumo cada vez más popular, como ha sucedido con el sushi.

Arroz con langostinos y algas, un plato tradicional en Asia.

BENEFICIOS AMBIENTALES

Pero los usos y beneficios de las algas son múltiples Utilizadas como alimento para los animales, sustituyendo la soja, permitiría reducir las emisiones de metano a la atmósfera en un 90%, además de reforzar el sistema inmunológico de los animales, mejorar su digestión y reducir el uso de antibióticos, como sucede ya en Escocia e Islandia.

Por su parte, significa un enorme ahorro y eficiencia en el modo de producción ya que las algas marinas no necesitan tierra, ni agua dulce ni pesticidas. Solo requieren sol y agua salada. Pueden ser utilizadas como fertilizante natural, minimizando el consumo de los fertilizantes tóxicos que hoy dominan la agricultura industrial.

Ya hemos señalado sus beneficios en la lucha contra el cambio climático por su capacidad de fijar carbono y hacer limpieza de los océanos.

Solo se requiere de emprendimientos innovadores que identifiquen espacios aptos para el cultivo de bosques submarinos cerca de las costas, aunque también podría hacerse en alta mar con un conocimiento más sofisticado de las corrientes marinas y el oleaje.

Es el caso de un experimento científico revolucionario que está desarrollando Marine BioEnergy junto a un equipo de investigación del Instituto Wrigley, en Catalina Island, a unos 35 kms. de la costa sur de California.

Se trata del aprovechamiento de un alga gigante (Macrocystis pyrifera o kelp) conocida por su tamaño como ‘la secoya del mar’, que es uno de los productores de biomasa de más rápido crecimiento: hasta 60 cms. por día!!!. Los investigadores buscan desafiar a la industria petrolera, cultivando toneladas de algas gigantes, para usarlas como fuente de combustible renovable.

El problema era que los dos elementos principales que requieren las algas para su desarrollo (luz solar y nutrientes) están separados espacialmente en el océano abierto. Los nutrientes están a una profundidad donde la luz solar es insuficiente y en la superficie hay luz solar pero el lecho donde nutrirse está en las profundidades.

La propuesta innovadora de Marine BioEnergy, fundada por el matrimonio de Brian y Cindy Wilcox, permite utilizar el océano abierto, un espacio inmenso y disponible para recolectar energía solar, estableciendo granjas de macroalgas sobre la base de un mecanismo que lleva a las algas marinas hacia la superficie durante el día y luego las retorna a 80 metros de profundidad por la noche para sumergirlas en aguas más ricas en nutrientes.(Ver Mas Azul n° 9, junio 2020,Revolucionario cultivo de algas”.

Las macro algas en el océano abierto se asientan en una serie de parrillas remolcadas por drones submarinos.

La empresa Kelp Blue también apuesta a esas mismas macroalgas (kelp) porque es uno de los organismos de más rápido crecimiento en el Planeta. Crea hábitats para muchas especies marinas: se estima que posibilita un incremento de hasta un 20% de las poblaciones de peces en aguas circundantes, con alrededor de 200 especies viviendo en ese entorno.

Es un sumidero de carbono increíblemente eficiente. Se puede cosechar de forma sostenible y repetida durante al menos 7 años. Y proporciona extractos valiosos que incluyen proteínas, celulosa, hidrocoloides, polifenoles, florotaninos, manitol, fucoidanos y compuestos bioactivos.

La empresa prevé cultivar enormes bosques de algas frente a la costa de Namibia abarcando unas 70.000 hectáreas en la costa de Luderitz, donde se beneficiará del constante afloramiento de la corriente de Benguela. Estos bosques, según Kelp Blue, ayudarán a resolver la crisis alimentaria mundial y conseguirán retener un millón de toneladas de dióxido de carbono, además de lograr una reducción de las emisiones de metano, al usar las algas como alimento para animales y biocombustible.

El Manifiesto sobre las algas del Pacto Mundial de Naciones Unidas precisamente pretende apoyar los esfuerzos inversores y una mayor colaboración entre los gobiernos, comunidad científica e empresas, a fin de impulsar esta innovadora industria, que abre una puerta de esperanza en la lucha contra la crisis climática y el hambre global.