Mentiras y verdades sobre la desaparición del cacao por el cambio climático

07 sep 2021

Antonio López Crespo

Director

El 13 de septiembre se celebra el Día Internacional del Chocolate. No solo es un manjar apetecido por todo el mundo sino que es uno de los alimentos de mayor consumo mundial: unos 8,5 millones de toneladas/año. Se trata de una industria que mueve más de 100.000 millones de dólares.

La prensa global acompañó la celebración con un verdadero alud de artículos anticipando el final del chocolate debido a la escasez de cacao, cuya producción –afectada por el cambio climático– podría reducirse drásticamente en apenas 20 años.

La alarma generalizada se atribuyó a una investigación de Virginie Raisson-Victor, brillante geopolitóloga francesa, directora del LEPAC, el laboratorio de investigación aplicada en geopolítica y prospectiva.

La síntesis de la información podría resumirse así: “El chocolate se extinguirá en 40 años porque la franja de tierra apta para su cultivo en todo el Planeta es estrecha y la estamos perdiendo por el cambio climático”. Casi todas las publicaciones repiten lo mismo y ha sido replicada con fervor en Internet. Básicamente la información es cierta, pero merece matices y precisiones.

A fines de 2017 un informe del Instituto de Genómica Innovadora (Universidad de California -EEUU) ya anticipaba que “el cambio climático reducirá significativamente la cantidad de tierra apta para cultivar cacao en las próximas décadas” y podría estar en camino de extinguirse en 40 años

Desde el Instituto señalaban que las plantas de cacao estaban amenazadas de devastación por las temperaturas más cálidas y condiciones climáticas más secas y que experimentaban manipulación genética para hacer que las semillas de cacao fueran más resistentes.

Años antes, los informes del IPCC habían advertido que Costa de Marfil y Ghana –dos de los mayores productores– perderían cantidades significativas de áreas de cultivo adecuadas para el cacao.

Pero una década atrás (2008), el Centro de Investigación de Conservación de la Naturaleza de Ghana había dado la voz de alarma sobre el destino del cacao.

Ajustando la mira

Fundamos Más Azul bajo dos premisas: los desafíos humanos son mayúsculos y construir el futuro requiere escapar de los facilismos y del catastrofismo paralizante. Exige ciencia, creatividad e información de calidad. Ese fue el compromiso que asumimos quienes integramos Más Azul: contribuir a mostrar con el máximo rigor los graves desafíos que enfrentamos, pero también los avances que, en todo el Planeta, se están realizado para encontrar soluciones.

Por eso, en los primeros meses de nuestro peregrinaje mediático (n°4, enero 2020) publicamos “El cambio climático pone en riesgo alimentos básicos” entre los que alertábamos sobre el cacao y también sobre el café, el trigo y otros. Y en agosto del mismo año, dábamos cuenta del hallazgo en el Amazonas peruano de ejemplares del árbol puro nacional –una especie de más de 5.000 años de antigüedad que es la variedad de cacao más exótica y exquisita del mundo– redescubiertos por Dan W. Pearson en el marco de una expedición en los alrededores del cañón del Marañón.

El “puro nacional” recuperado tras lo que se consideró su extinción.

Este árbol ancestral, originario de la jungla amazónica, posee el fruto más antiguo e inusual del mundo. Entre los siglos XVII y XVIII, el puro nacional se cultivó ampliamente en Ecuador, donde sus apreciados granos ayudaron a impulsar el que fue el mayor suministro global de cacao. Posteriormente, devino una plaga que acabó destruyendo la especie por completo en 1916.

La importancia del hallazgo es que la nueva cuna de los granos blancos del cacao más exquisito –que permiten la elaboración de un delicioso chocolate con notas florales y frutales– está a unos 1.280 metros sobre el nivel del mar, mientras que la mayoría de los granos de cacao crecen bien hasta los 900 metros de altura.

El ‘puro nacional’ se regeneró de forma natural, en un microclima protegido por una imponente altitud a la sombra de las selvas tropicales de las cuencas del Amazonas y del Orinoco, en el cañón del Marañón, donde también crecen otras dos variedades: criollo y trinitario.

Más allá del chocolate

La seguidilla de artículos sobre el ‘fin del chocolate’ puso el acento en el último libro de Virginie Raisson-Victor (“2038. Atlas sobre el futuro del mundo”, Ed. Laffont). Reducir el excepcional libro de la geopolitóloga francesa al chocolate significa una mala lectura y un desperdicio. Raisson se ocupa nada menos que de explorar nuestro futuro. Como ella misma dice: “Los saltos tecnológicos de los últimos 20 años han sido prodigiosos y presagian una verdadera revolución por venir, si es que aún no está en marcha. El futuro se convierte, por tanto, en un campo de investigación y de abundante previsión”.

La Directora del LEPAC advierte sobre cambios que reconfiguran nuestro futuro: “estamos entrando en una era de resiliencia donde la adaptación es necesaria; el futuro no resultará como lo imaginamos: nadie imaginaba que las energías renovables serían competitivas hace 5 años…” y reflexiona sobre la era del conocimiento, la importancia crucial de la pedagogía y acerca de cómo los desafíos que se plantean hoy preparan los problemas futuros.

El extraordinario trabajo de Raisson explora sobre las señales que nos llegan desde el futuro entre las que destaca tres: el tsunami del envejecimiento de la población que nos enfrentará a problemas en 2050 (la solidaridad intergeneracional; el grupo etario más dinámico actual tendrá entonces más de 80 años; etc); el crecimiento de la población mundial (10.000 millones de habitantes; un cambio en la distribución de las poblaciones en el Planeta –norte a sur y de oeste a este–; escasez y participación en los recursos en un mundo finito) y la pobreza en el mundo (descenso de pobres desde 1990 y aumento global de las clases medias; mayor consumo, globalización de las dietas, estandarización de las necesidades y la consiguiente presión sobre los recursos).

La Directora del LEPAC plantea lucidamente una paradoja de nuestro tiempo: “La prosperidad se convierte paradójicamente en un fenómeno de escasez (recursos en particular) pero también de privilegio (hacerse más rico que el vecino, disfrutar del estado VIP, etc.)… Más que la prosperidad prometida, es una era de desigualdad que se está asentando, como nunca antes”.

Virginie Raisson explora la paradoja de nuestro tiempo: prosperidad, escasez de recursos y desigualdad.

Es en ese contexto donde la investigadora avanza sobre la escasez y recuerda que “el nivel de extracción de recursos se duplicó entre 1990 y 2010. Sin embargo, solo 1/5 de estas extracciones son renovables. 3/4 de los minerales no se renovarán (el oro debería desaparecer alrededor de 2033, el níquel alrededor de 2050). Lo mismo ocurre con la arena: se estima que del 60 al 70% de las playas podrían desaparecer a finales de siglo. Otro agotamiento: los recursos pesqueros: el 90% de las poblaciones de peces comunes ya han desaparecido.”

Como parte de ese análisis es que señala las amenazas que están poniendo en riesgo diversos productos que forman parte de nuestros hábitos alimentarios, como el café o el chocolate, tal como publicáramos en enero del año pasado.

Qué pasa con el chocolate?

El futuro de la industria global del chocolate que depende del cacao está bajo diversas amenazas. Numerosas investigaciones científicas han advertido sobre los riesgos de su extinción en las próximas cuatro décadas, por la combinación de una serie de factores.

Desde hace años los propios países productores han reclamado la atención internacional sobre los problemas que afrontan. La gran mayoría de la producción mundial proviene de países pobres, en general, africanos.

Dos de ellos, Costa de Marfil y Ghana, producen más de la mitad del cacao del mundo, pero reciben apenas un 6,6% del valor de cada tonelada de cacao que producen. Para Costa de Marfil, el cacao representa el 15% de su PBI (Banco Mundial)

El riesgo no es solo que el cacao se extinga o se reduzca drásticamente su producción, sino que el auténtico chocolate, elaborado con granos de cacao sea un alimento exclusivo solo al alcance de los consumidores ricos y que el resto de la población mundial solo pueda consumir un “chocolate industrial” producido a partir de pasas, arroz, frutos secos, azúcar, leche, harina, aceite de palma, combinados con sabores químicos. Algo que ya sucede en buena parte de lo que consideramos hoy “chocolate”.

Tres factores ponen en riesgo al cacao:

1. El cambio climático: El cacao o theobroma cacao, es un árbol procedente de América que produce un fruto que se utiliza para elaborar el chocolate y otros alimentos. Su uso era popular entre mayas, aztecas e incas, tanto con fines nutricionales como medicinales.

Para su pleno desarrollo requiere zonas tropicales, climas húmedos, lluvia regular y una estación seca corta. Por ello su área de cultivo se centra especialmente en un territorio estrecho, básicamente un cinturón dee 10 grados a cada lado de la línea del ecuador.

Pequeñas fluctuaciones en el clima pueden dañar la producción. Por ese motivo es que se estima que el cambio climático va a tener un alto impacto en el futuro del cacao y por tanto, del chocolate.

Su hábitat natural es la cuenca del Amazonas en Sudamérica desde donde se trasladó en tiempos precolombinos a Mesoamérica. Existe evidencia de su cultivo y consumo en esa parte del mundo desde hace 4.500 años. En el siglo XIX los colonizadores europeos lo expandieron al África.

Si observamos el área cultivable de Ghana y Costa de Marfil puede comprobarse que si la evolución del cambio climático sigue al ritmo actual, la temperatura media anual aumentará allí 2,1°C, lo que implicará pérdida de humedad y ampliación de las épocas secas, exponiendo al cacao a desarrollarse a mayor altura (como el “puro nacional” en Perú) o extinguirse.

Un informe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) elaborado por Michon Scott (Climate & Chocolate, feb 2016) describía la ‘geografía del chocolate’: “el cacao solo puede crecer dentro de unos 20° al norte y al sur del ecuador; solo prospera en condiciones específicas, que incluyen temperaturas bastante uniformes, alta humedad, lluvia abundante, suelo rico en nitrógeno y protección contra el viento. En resumen, los árboles de cacao prosperan en las selvas tropicales”.

En la actualidad, los principales productores del mundo (Costa de Marfil, Ghana e Indonesia) lo cultivan dentro de los 10° al norte y al sur del ecuador. Aunque las previsiones hablan de una marcada reducción en el área de cultivo adecuada (IPCC) un dato interesante es que en Malasia las áreas de cultivo de cacao ya soportan un clima más cálido que en África Occidental sin ningún efecto negativo.

Peter Läderach considera que “estos cambios en la idoneidad climática se produzcan durante un período de tiempo de casi 40 años, por lo que afectarán principalmente a la próxima generación de árboles de cacao y agricultores”, por lo que habría tiempo para la adaptación.

 

Territorio cultivable en Ghana y Costa de Marfil (2013-2050) muestra el deterioro pero no su ‘extinción’.

Es posible revertir la tendencia y evitar que el cacao colapse. Como recuerda Virginie Raisson efectivamente “para crecer los granos de cacao necesitan mucha lluvia, pero las áreas tropicales lluviosas están disminuyendo… (Por eso) “lo primero que hay que hacer es centrarse en la investigación, para desarrollar granos de cacao resistentes al cambio climático. En África y Europa ya hay varios centros públicos y privados que se ocupan de esto: en Francia, por ejemplo, el tema ya está en la agenda del Inra, el Institut National de la Recherche Agronomique. El único problema es que por ahora el chocolate que se produce con estas semillas no tiene un sabor excelente”.

Pero esa opción extrema solo se producirá si las actuales investigaciones genómicas no alcanzan los resultados esperados. Un equipo del Instituto Innovative Genomics está experimentando la manipulación genética para hacer que las semillas de cacao sean más resistentes, usando una tecnología capaz de realizar modificaciones en el ADN y el genoma.

Esto es posible gracias a CRISPR, una tecnología que permite pequeños y precisos ajustes al ADN por el que las bioquímicas Emmanuelle Charpentier (Francia) y Jennifer Doudna (EEUU) fueron galardonadas con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2015, entre diversas distinciones internacionales.

La invención del CRISPR, supone una revolución biotecnológica, al tratarse de una tecnología de edición genómica que permite reescribir el genoma y corregir genes defectuosos con un nivel de precisión sin precedentes y muy económica.

En esa dirección, Myeong-Je Cho y su equipo de genómica vegetal en Berkeley, está trabajando en la transformación de pequeñas plantas de cacao, que tras un cambio en el ADN, podrán sobrevivir y prosperar en un clima más cálido.

La realidad es que aún hay esperanza. La ciencia está intentando encontrar la forma de modificar la planta genéticamente para que sea capaz de resistir las nuevas condiciones climáticas. Y como en tantos otros aspectos de la crisis ambiental, estamos encontrando los caminos de salida…

2. Un cultivo difícil y propenso a las plagas: Cultivar y cosechar el cacao supone un trabajo continuo de supervisión ya que sus vainas no maduran al mismo tiempo y aunque da frutos todo el año para lograr un kilo de cacao se necesita toda la cosecha de dos árboles. La producción exige tal cuidado que por eso el 90% de su cultivo está en manos de pequeños productores y emprendimientos familiares.

Por otra parte, es una planta muy vulnerable a insectos y plagas. Judy Brown, directora del Laboratorio de Diagnóstico de Virus Vegetales de la Universidad de Arizona en colaboración con Mars, el gigante de la industria chocolatera, desarrollan un kit para que los productores puedan detectar rápidamente señales de infección.

El cacao es básicamente una planta silvestre y –como señala Brown– a ser trasladada al África, a un ambiente al que no estaba adaptada y a que nunca se cultivó sistemáticamente, “tiene una diversidad genética muy estrecha y los virus pueden vencer su resistencia”.

Es también muy propensa al daño de insectos y las infecciones fúngicas. En Costa Rica, que tenía una próspera industria del cacao, en 1979, la aparición de la monilia del cacao, provocó un colapso en los cultivos (más del 90%). Recién pudo recuperarse una década después con el trabajo del Centro Agronómico Tropical (CATIE), que fortaleció las especies y privilegió cultivos orgánicos y la calidad gourmet.

En el noreste de Brasil a fines de los ‘80, una infección de monilia (moniliophthora roreri) redujo a un tercio la producción en la última década del siglo XX. Se trata de un patógeno que daña las vainas y las semillas. Estuvo confinado al noroeste de América del Sur pero se expandió rápidamente y hoy se encuentra en 11 países de América tropical. Actualmente se encuentra en fase de dispersión activa, es muy destructivo y difícil de controlar por lo que representa una amenaza sustancial para el cultivo de cacao en todo el mundo.

3. El creciente consumo de chocolate y la manipulación de su precio: Un tercer factor es el creciente consumo en los países emergentes, impulsado principalmente por China e India, los dos países más poblados del mundo, donde la demanda ha crecido de forma impresionante. En China, por ejemplo, el consumo medio anual pasó de unos 40 grs en 2010, a duplicarse cinco años después y llegar a 250 grs. en la actualidad. Todavía muy lejos de los 2,15 kilos de los japoneses o de los 11,32 kilos de los alemanes y suizos, pero que ante el tamaño de su población significa una revolución en el consumo.

La demanda mundial de chocolate que alcanzó las 7.450 toneladas en 2016-17, 10% más que el 2010, hoy supera las 8.500 toneladas. EEUU es mayor comprador mundial con el 20% del consumo mundial.

Dos de los problemas más agudos del chocolate provienen de su suministro y comercialización. Los precios del cacao experimentaron una disminución desde 1980 pese al incremento del consumo, contra lo que impone la teoría económica, ya que el descenso no se refleja en los precios que afronta el consumidor y los productores (40 millones de personas involucradas) reciben la mitad (unos u$s 2.100) de lo que percibían a fines de la década de 1970 (u$s 4.000 la tonelada).

Más de 2 millones de niños son obligados a trabajar en el cultivo de cacao.

Ello se debe a la manipulación y concentración del mercado en manos de 10 grandes corporaciones: Mars (EEUU), Mondelēz (EEUU), Nestlé (Suiza), Ferrero (Luxemburgo-Italia),Meiji (Japón), Hershey (EEUU), Lindt (Suiza), Arcor (Argentina), Ezaki (Japón), Yildiz (Turquía), Cargill (EEUU), Archer Daniels (EEUU) y Barry Callebaut (Suiza)

Esas diez empresas concentran el 82% de las ventas y los cinco fabricantes principales se quedan con 6 de cada 10 dólares que se generan en el sector. Pero un productor de Costa de Marfil cobra u$s 0.97 centavos por día, cuando requiere u$s 1,90 por día para no caer bajo la línea de pobreza extrema (B. Mundial). Una situación similar se vive en Ghana donde 800.000 trabajadores dependen del cacao. Nigeria y Camerún, los otros dos países africanos que integran el Top Five de los mayores productores (junto a Indonesia) padecen precios similares.

La mayoría de los países productores utiliza mano de obra infantil en la cosecha del grano. Más de 2 millones de niños son obligados a trabajar en el cultivo de cacao ante la situación de pobreza extrema de sus comunidades.

Como advierte Raisson no se trata tan solo del cambio climático. Si queremos seguir gozando del chocolate es imprescindible “pagar mejor a los productores de cacao”, que en un 90% son pequeños propietarios de plantaciones y con lo que ganan no pueden invertir en herramientas para hacer más eficiente y sostenible la cosecha, y apostar por la ciencia.

“Debemos ir más rápido y más lejos y, para ello, acordar repensar ciertos patrones que aún estructuran el funcionamiento de nuestra economía. Estoy pensando en la movilidad o en nuestro modelo energético, cuya huella podría reducirse significativamente, a condición, sin embargo, de que tengamos un enfoque sistémico realizado con todos los jugadores”.