Otra corporación que envenena el medioambiente

21 oct 2021

La agricultura industrial defiende el uso de agroquímicos pese a reconocer que perjudican el medioambiente y la salud humana. Pero quizás pocas de esas defensas exponen una síntesis tan clara como la que expresa el grupo mexicano Sacsa, un conglomerado empresarial de la familia Godoy Angulo dedicada a la comercialización de semillas, fertilizantes y agroquímicos de marcas líderes en el mundo.

Muchos agroquímicos son altamente peligrosos para los seres humanos y los animales.

En su página oficial presenta las ‘ventajas y desventajas’ del uso de “agroquímicos”, definiéndolos  como una serie de químicos ideados para controlar pestes y aumentar los cultivos. Su síntesis es ejemplificadora del porqué se usa, pese a su nocividad. Dos ventajas son manifiestas: Aumento de los cultivos (menos malezas y pestes; más nutrientes; frutos más grandes y abundantes) y Efectividad en cuanto a costos (un beneficio que no contempla ni los costos ocultos del deterioro de los suelos ni la competitividad de opciones no químicas ya que se coteja con agroquímicos tradicionales de un solo nutriente y por tanto más baratos).

Las desventajas reconocidas son: Condiciones insostenibles de la tierra (el uso repetido del nitrógeno, por ejemplo, puede causar un desequilibrio en el pH de la tierra, dejándola inutilizable para el cualquier tipo de crecimiento, salvo que se apliquen nutrientes adicionales, que aumentan el costo y la dependencia química); y Toxicidad y regulación (ya que muchos agroquímicos son altamente peligrosos para los seres humanos y los animales en sus formas concentradas. Por ejemplo, altas concentraciones de un fertilizante gaseoso de amoníaco anhidro pueden fluir a grandes distancias y ser fatales).

El reconocimiento no es de una ONG ambiental sino de uno de los mayores grupos de comercialización de agroquímicos en América Latina que reconoce que su uso es peligroso y requiere equipamiento y capacitación especializados.

Si analizamos esa síntesis, se percibe que las ventajas son económicas, de beneficios para unos pocos (empresas agroquímicas, revendedores y productores agrícolas que los utilizan) mientras los perjuicios son sobre bienes de todos: los suelos, el medioambiente y la salud humana. Los costos de esos daños los pagamos todos, pero no participamos en los beneficios.

El argumento de las corporaciones es que nos beneficiamos con “comida más barata”, una vieja y falsa afirmación refutada por la realidad de los sectores más pobres y vulnerables del mundo –que tal como lo señala Naciones Unidas–no alcanzan a acceder a una dieta saludable.

Como muestra la británica Carolyn Steel, autora de ‘Ciudades hambrientas’, la vasta y minuciosa maquinaria global de la industria alimentaria ha logrado dominar al mundo natural y concentrar en sus manos el acceso global a nuestra comida, en lo que ella define como una ‘catástrofe ecológica’: “El sistema agroalimentario moderno constituye la mayor catástrofe ecológica de nuestro tiempo debido a su devastador impacto sobre el equilibrio de los ecosistemas, la conservación de la biodiversidad y la vida humana”.

BAYER Y LAS ABEJAS

La mayoría de los agroquímicos son tóxicos, y todos tienen por tanto, a corto o largo plazo, un impacto negativo sobre el medio ambiente y los cultivos. Algunas sustancias como los neonicotinoides no solo eliminan plagas, sino que matan a las abejas y otros polinizadores, de quienes dependemos para tener alimentos.

Según FAO, casi el 80% de todas las plantas con flores están especializadas para la polinización por animales, en su mayoría insectos (que incluye a las abejas). La polinización es crucial porque muchas de nuestras verduras, frutas y los cultivos que alimentan a nuestro ganado dependen de ella para ser fertilizados, por lo que sin ella las consecuencias serían gravísimas. (Ver Más Azul n° 1, oct 2019, “La batalla de las abejas”).

Los agrotóxicos no solo eliminan plagas, sino que matan a los polinizadores de los que dependen nuestros alimentos Foto: Karim Manjra – Unsplash

Pero algunas de las grandes corporaciones lo siguen negando, para defender sus bolsillos. Pese a que los 28 países miembros de la UE prohibieran el uso de tres insecticidas dañinos para las abejas (dos de Bayer y uno de Syngenta) por estar relacionados con el declive mundial de los polinizadores, Bayer decidió no acatar la prohibición y apelar la decisión.

Los tres insecticidas neonicotinoides son muy utilizados en el mundo en cultivos de maíz, colza, algodón y girasol. En febrero de 2018, los científicos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria habían dictaminado que los tres pesticidas –imidacloprid y clotianidina, fabricados por Bayer, y tiametoxam, de Syngenta– “representan un riesgo para las abejas silvestres y las abejas melíferas”.

Los neonicotinoides, al ser insecticidas sistémicos, son absorbidos por las plantas y permanecen presentes en polen y néctar, por lo que tienen directa influencia sobre la creciente disminución de las poblaciones de abejas, cuya tarea de transportar el polen desde las partes masculinas de una flor hasta las partes femeninas, son esenciales para numerosos cultivos.

El pasado mes de mayo, el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea emitió su fallo definitivo a favor de la prohibición y desestimando el intento de Bayer de lograr revocar la decisión de 2018. Vytenis Andriukaitis, comisario europeo de Salud y Seguridad Alimentaria, señaló que “la salud de las abejas sigue siendo de vital importancia, dado que está relacionada con la biodiversidad, con la producción de alimentos y con el medio ambiente”.

Numerosos estudios habían adelantado la nocividad de los tres insecticidas, que habían sido restringidos en la UE desde 2013 como precaución. Científicos de todo el mundo coinciden en que el uso de neonicotinoides es el origen de la alarmante mortandad de abejas y que este tipo de insecticidas deberían estar prohibidos hace tiempo. Sin embargo, el imidacloprid, fabricado por Bayer, es uno de los insecticidas más empleados en el mundo y solo en 2010 se produjeron unas 20.000 toneladas de sustancia activa.

BAYER: UNA HISTORIA NEGRA

Desde hace más de veinte años, numerosos estudios científicos advierten sobre los efectos nocivos de los neonicotinoides. Pero Bayer con su enorme poder, hizo lobby sobre autoridades y científicos para evitar los cuestionamientos y retrasar las decisiones.

Pese a las innumerables investigaciones que demostraban que los neonicotinoides mataban no solo plagas, sino también abejas y otros animales, el grupo alemán –que compró en 2018 a la estadounidense  Monsanto en u$s 63.000 millones convirtiéndose en el gigante mundial de pesticidas y semillas– concentró todos sus esfuerzos en que los científicos no publicaran sus conclusiones.

Personalidades como el neerlandés Henk Tennekes había concluido que no había insecticida más peligroso que el producido por Bayer y denunció un estudio realizado por la propia compañía en 1991 que reconocía que su neonicotinoide dañaba el sistema nervioso central de una especie de mosca de forma irreversible, por lo que debió retirar el producto del mercado, cosa que no hizo.

El toxicólogo francés Jean-Marc Bonmatin señaló que cuando los científicos de su país comprobaron que la desaparición de abejas estaba causada por un insecticida fabricado por Bayer, la empresa trató por todos los medios de que los resultados no fueran publicados. Lo mismo sucedió en otros países donde Bayer trató de negar sus responsabilidades medioambientales y contra la salud humana.

Tras recibir en EEUU unas 125.000 demandas por efectos cancerígenos del producto herbicida Roundup (elaborado por Monsanto), la empresa químico-farmacéutica alemana Bayer deberá pagar unos u$s 10.900 millones tras alcanzar un acuerdo con una parte de los demandantes.

En un gesto que define la prepotencia y petulancia de Bayer, la empresa niega cualquier delito pero afirma que pagará semejante suma solo para acabar con la ‘incertidumbre’ (sic!), sin recordar que un jurado de EEUU ya había apuntado al Roundup como un ‘factor sustancial’ de cáncer

Pero la historia negra de Bayer (como de otras grandes corporaciones químicas, farmacéuticas y de la industria alimentaria) no termina allí. El imidacloprid, el pesticida de Bayer, no solo provoca el colapso de las abejas. Ahora se descubre que además pueden afectar al sistema hormonal de los mamíferos, causando obesidad.

Es lo que concluye un estudio de Robin Mesnage, Martina Biserni y otros, publicado en junio 2018, por la Revista de Toxicología Aplicada, que ha comprobado que uno de los efectos adversos de los disruptores endocrinos es la obesidad, por lo que son denominados ‘obesógenos’. Hasta ahora, la comunidad científica creía que los insecticidas neonicotinoides no afectaban a los vertebrados (entre ellos, los mamíferos).

El estudio evalúa la interacción de 7 neonicotinoides con los receptores de las hormonas estrógenas y tiroideas en cultivos celulares. También evalúa su capacidad para acumular lípidos. El principal resultado del estudio es que el neonicotinoide de la empresa Bayer llamado imidacloprid tiene efectos de disrupción endocrina en mamíferos, favoreciendo la acumulación de grasas.

Es decir, que la dieta, la carencia de actividad física o la predisposición genética no explican por sí mismas, el incremento de obesidad y sobrepeso, que constituye una ‘plaga’ mundial que se ha expandido peligrosamente en los últimos 30 años. Por el contrario, esa expansión provendría de la exposición a tóxicos que alteran el funcionamiento de nuestro metabolismo, como los neonicotinoides de Bayer y otros.

Según los científicos, la alteración se produce tanto en el aumento del número de células que almacenan grasa (adipocitos), como en la cantidad de grasa que pueden almacenar cada una de esas células y además alteran el control hormonal del apetito y la sensación de saciedad.

En la misma dirección se presentan los resultados de estudios científicos como “Obesógenos ¿Una nueva amenaza para la salud pública?” de la doctora Mariana Fernández, del Centro de Investigación Biomédica de Granada. Allí se sostiene que la exposición a tóxicos disruptores endocrinos promueve el sobrepeso y la obesidad: “La hipótesis clínica de disrupción endocrina sugiere que la exposición humana a contaminantes ambientales-disruptores endocrinos (DE) con actividad como “obesógenos”, interfiere de forma inapropiada sobre el metabolismo lipídico y la adipogénesis, entre otros mecanismos, promoviendo el sobrepeso y la obesidad”.

LA HIPOCRESIA COMO CIENCIA

Volvamos a las abejas y veamos que dice Bayer en su página oficial. Para comenzar señala a “algunos grupos de activistas públicos y medioambientales, así como algunas ONGs consideran que los insecticidas neonicotinoides son los responsables de un aumento de la mortalidad de las abejas o de las pérdidas de colonias de las mismas”. Es decir que para Bayer no son científicos ni importantes centros académicos los que cuestionan sus productos sino “algunos grupos de activistas”. Primera hipocresía.

La segunda hipocresía consiste en bajarle el valor a las abejas. En un apartado sobre ‘Importancia de los polinizadores’ Bayer –aunque reconoce que las abejas y otros insectos polinizadores juegan un papel importante en la agricultura–, ‘recuerda’ que “muchos de los cultivos que proveen la mayor parte de nuestros alimentos básicos (p.ej. cereales, maíz, arroz, papas) no son polinizados por insectos”. Y que todos los polinizadores sólo contribuyen al 8% de la producción agrícola total y que el 40% de los rendimientos se pierden por plagas.

Una tercera hipocresía es negar que haya disminución en el número de colonias de abejas a nivel global: “se puede decir con certeza que no hay un declive global en las poblaciones de las mismas”. Para luego matizar que “si bien, se registraron reducciones de poblaciones de abejas en ciertas regiones (Europa, América del Norte), estas poblaciones han permanecido relativamente estables” o atribuir la disminución (que no existía! sic) a “una reducción en el numero de apicultores y no a factores ambientales” o “a “varios factores, sobre todo a parásitos y enfermedades”.

El 10 de mayo pasado, en el Día Mundial de las Abejas, Naciones Unidas publicó: “Las abejas corren el peligro de extinguirse. Las tasas actuales de extinción de especies son de cien a mil veces más altas de lo normal debido a las repercusiones humanas. Casi el 35% de los polinizadores invertebrados –en particular las abejas y las mariposas–, y alrededor del 17% de los polinizadores vertebrados –como los murciélagos– están en peligro de extinción a nivel mundial. Sin embargo, la población de polinizadores –en especial abejas y mariposas– ha disminuido de manera preocupante, debido principalmente a prácticas agrícolas intensivas, cambios en el uso de la tierra, plaguicidas (incluidos los insecticidas neonicotinoides), especies exóticas invasoras, enfermedades, plagas y el cambio climático”.

Donde la hipocresía de Bayer (cuarta hipocresía) exaspera es cuando hace una defensa de la ‘Importancia de la protección química de cultivos: “La protección química de cultivos es tan crucial para la agricultura moderna como la misma polinización por insectos. Todos los años, hasta el 40% de los rendimientos de los cultivos globales se pierden por plagas y enfermedades. Sin pesticidas, esas pérdidas podrían casi que duplicarseAl mismo tiempo, es posible aumentar mucho el rendimiento por hectárea. Eso es particularmente importante en el contexto de una creciente población mundial y de una cantidad limitada de área apta para la agricultura”.

Bayer pretende convencernos de que nos envenena pero para “salvarnos”… sin dejar de mostrar el “as bajo la manga” de su argumentación: lo que hacen sirve para “aumentar mucho el rendimiento”. Es decir, generar grandes ganancias aunque sea a costa de la salud de animales, seres humanos y del propio Planeta. Por algo congenia su actividad química con la farmaceútica: produce a la vez agrotóxicos y medicamentos. Doble negocio.

Por eso en su informe concluye: “es evidente que para tener una agricultura eficiente, se necesitan ambos, abejas y otros polinizadores saludables, así como pesticidas modernos”.

Finalmente las causas de que las abejas desaparezcan es casi exclusiva de los apicultores (‘¿no es que no desaparecían y estaban estables?’). “El mal tiempo, los parásitos y enfermedades, prácticas apícolas inadecuadas y la exposición a productos químicos aplicados de manera indiscriminada o incorrecta (incluyendo pesticidas y productos veterinarios para abejas melíferas) también han influido en la pobre salud de los polinizadores”. El uso del lenguaje es revelador de la hipocresía más profunda: las abejas no se están muriendo, tiene una pobre salud!!!

En su publicación, Bayer enumera las causas de la desaparición de las abejas, donde sus ‘venenos’ no aparecen.

Quinta hipocresía: según Bayer “las evidencias científicas demuestran que las causas de los bajos niveles de salud de las abejas son multifactoriales”. Lo que le sorprende a la transnacional germana es que “el debate público sobre este tema se enfoca en los productos para la protección de los cultivos como el factor que compromete la salud de las abejas. No hay duda de que, al menos en parte, eso se debe a la actitud generalmente crítica de sectores del público contra los pesticidas, los medios de comunicación informando exclusivamente en este factor y a actividades de ONGs que tienen una postura esencialmente crítica al respecto del uso de productos químicos para la protección de los cultivos”.

Es decir que para Bayer el problema no es que los neonicotinoides son tóxicos y peligrosos sino que “hay una actitud generalmente crítica de sectores del público contra los pesticidas”. Como no pueden negar su toxicidad, la justifican: “La toxicidad de los neonicotinoides en mamíferos y seres humanos es muy baja” y argumentan que “son utilizados en todo el mundo en una amplia gama de cultivos”, como si su uso generalizado les restara toxicidad.

Bayer, junto a Basf, Syngenta y otros, son responsables del desarrollo y comercialización de medio centenar de sustancias nocivas para la salud humana, muchos de los cuales están en nuestra comida. Algunos de estos agrotóxicos son cancerígenos, mutágenos (alteran de forma permanente el ADN de las células), tóxicos para la reproducción (abortivos o malformaciones en el feto) e incluso pueden ser mortales aún con una baja dosificación.

Buena parte de la producción alimentaria de América latina (sobre todo de Brasil y Argentina) que se exporta al resto del mundo, están bajo el imperio de esos agrotóxicos. Lo veremos en la parte II de este artículo que publicaremos en el mes de noviembre próximo. Hasta entonces.