26 ene 2022

La basura electrónica está “inundando” el mundo. Según advierte el informe Global E-Waste Monitor (2020) elaborado por Naciones Unidas y la Asociación Internacional de Residuos Sólidos (ISWA), la acumulación de basura eléctrica y electrónica crece de forma descontrolada y puede alcanzar los 74,7 millones de toneladas métricas (Mt) en 2030 a nivel global, lo que significaría que se habría duplicado en solo 15 años. Si no se realizan acciones correctivas, ese volumen podría a su vez llegar, según estimaciones de la ONU, hasta 120 Mt en 2050.

La acumulación anual de basura eléctrica y electrónica puede alcanzar los 74,7 Mt en 2030 a nivel global.

El Planeta estableció un récord de residuos electrónicos (‘e-waste’), en 2019, previo a la pandemia, al generar 53,6 millones de toneladas métricas (Mt), 9,2 Mt más que en 2014.

Solo el 17,4% de esos residuos electrónicos se recogieron y reciclaron. El 82,6% restante es desechado, sin tomar en cuenta los residuos de valor, reutilizables, que contiene cualquier aparato electrónico. Desde oro y plata a un sinnúmero de materiales aprovechables. Ello implica que se pierden materiales recuperables por un valor superior a los 60.000 millones de dólares cada año.

De acuerdo con el informe, Asia produce el mayor volumen de residuos electrónicos (24,9t), el continente americano (13,1t), Europa (12t), África (2,9t) y Oceanía (0,7 t). Pero medidos esos residuos per cápita, es Europa la que lidera la generación de basura electrónica, con 16,2 kgs. promedio por persona.

Ni siquiera la mitad de los países que conforman la comunidad internacional (78 sobre 195) han adoptado una regulación nacional sobre desechos electrónicos y en general, esos avances regulatorios son lentos, de baja aplicación y la recolección de los desechos electrónicos y su administración es deficiente. En la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), el compromiso para adoptar una legislación sobre desechos electrónicos es llegar a 97 países para 2023.

Basura colosal

Las comparaciones realizadas en distintos medios ejemplifican la magnitud colosal del problema: para unos, los residuos electrónicos de ese año pesaron el equivalente a 350 cruceros de tamaño del Queen Mary 2 y fueron suficientes para formar una fila de 125 kms. Para otros, su peso equivale a 4.500 torres Eiffel, y podrían ‘tapar’ totalmente la superficie del barrio neoyorkino de Manhattan. Y algunos lo comparan con la Muralla china.

“Los desechos electrónicos son el tipo de desechos que más rápido crecen en el mundo y plantean riesgos sociales y medioambientales”, anticipa Peter Bakker, presidente y director ejecutivo de Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD).

Sustancias como el mercurio, los piro-retardantes bromados y los clorofluorocarbonos –que son residuos presentes en los equipos electrónicos– significan un grave peligro para la salud y el medio ambiente, y pueden ser causa de cáncer, daños en el ADN y problemas neurológicos, cardiovasculares, respiratorios e inmunológicos.

El impacto en el medioambiente es igualmente grave ya que la inadecuada gestión de los residuos electrónicos contribuye el calentamiento global y su quema en vertederos al aire libre aportan emisiones de gases de efecto invernadero y múltiples contaminantes.

Se calcula que 12,9 millones de mujeres trabajan en el sector no regulado de los desechos, lo cual las expone a residuos electrónicos tóxicos que ponen en riesgo su salud y la salud del feto si están embarazadas. Y paralelamente, más de 18 millones de niños y adolescentes, algunos a edades tan tempranas como los 5 años, trabajan en sectores industriales informales, como el tratamiento de los residuos electrónicos.

Además al no ser reciclados, se pierde la oportunidad de sustituir las materias primas necesarias, lo que obliga a nuevas extracciones de minerales que agravan la crisis climática actual.

El despilfarro de la economía global en esta materia es una prueba más del demencial modelo e producción y consumo que hemos adoptado. Se calcula que la basura electrónica mundial supera los 62.500 millones de dólares (última evaluación de Global E-waste Monitor publicada en 2017) con volúmenes importantes de materiales preciosos como oro, cobre y hierro.

Esa cifra supera –según Naciones Unidas– tres veces la producción de minas de plata en el mundo y el PIB de 123 países. Para la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), se arrojaron a la basura unos u$s 21.500 millones de oro y u$s 13.000 millones en cobre.

Cerca de la mitad de toda la basura electrónica está formada por dispositivos personales, como computadoras, pantallas, smartphones, tabletas y televisores. La composición total de la basura electrónica está integrada por aparatos pequeños (38%); aparatos grandes (20%); intercambiadores de calor (17%); pantallas (15%); pequeños dispositivos informáticos (9%) y lámparas (1%).

Por tanto, unos 20 millones de toneladas métricas responden a aparatos pequeños, mayoritariamente celulares. Hay que tener en cuenta que el número de usuarios de móvil, celular o smartphone a nivel mundial se aproxima a los 4.000 millones sobre una población global de 7.800 millones de habitantes. Y que el número de nuevos smartphones vendidos al usuario final a nivel mundial fue de 1.535 millones de unidades en 2021.

Aunque no hay estadísticas actualizadas del volumen de celulares que se desechan cada año, en 2016 se habían generado unas 435.000 toneladas de residuos procedentes de unos 4.500 millones de teléfonos móviles desechados.

Lo que desperdiciamos

Maria Holuszko, profesora y cofundadora del Centro de Innovación de Minería Urbana de la Universidad de Columbia Británica (UBC) señala que “las estadísticas demuestran que en la basura electrónica existe una oportunidad de negocio”.

En determinadas condiciones, el valor de una tonelada de materiales extraídos de la minería urbana puede ser 100 veces mayor que la misma tonelada de la extracción tradicional de minerales, dice Holuszko. Es posible obtener 3 o 4 gramos de oro por cada tonelada de mineral extraído de una mina, pero una tonelada de teléfonos móviles puede proporcionar hasta 350 gramos.

La especialista en minería urbana estima que ésta podría cubrir entre el 25% y 30% de la demanda mundial de oro, además de reducir la extracción de metales de las minas.

Un teléfono inteligente promedio contiene hasta 60 elementos, que principalmente son metales pesados, muy valorados en la industria electrónica por su alta conductividad. Esos elementos pueden recuperarse, reciclarse y usarse como materia prima secundaria para nuevos productos.

En realidad, si tomamos como ejemplo nuestro celular o Smartphone, casi todo puede ser reciclado. Aunque muchos no sean conscientes de ello, el 90% de sus materiales pueden tener una vida nueva, ahorrándole daños a nuestro Planeta.

El porcentaje de las partes de nuestros móviles que se pueden reciclar demuestra la insensatez del despilfarro: Pantallas y Plástico exterior e interior, 100%; Cargadores, 100%; Hierro y cobre, 100%; Cámaras, 90%; Procesadores, 80% y Baterías, 50%.

Además poseen algunos elementos conocidos como “tierras raras” de alto valor y que se utilizan en baterías y lentes de cámaras fotográficas. Son escasos en el Planeta y cada vez más necesarios para la producción tecnológica.

Las baterías son los componentes que presentan mayores problemas y donde la importancia del reciclaje se vuelve aún mayor. Son altamente contaminantes y su corta vida útil baterías es una de las principales razones por las que un usuario cambia de teléfono. Ello provoca que más de 100.000 toneladas de baterías sean tiradas cada año, como parte de una estrategia empresaria conocida como obsolescencia programada.

Obsolescencia programada

Un dato que muestra la magnitud del problema de los residuos electrónico es que el ciclo de vida medio de los celulares y otros productos, tanto en EEUU, China como en las principales economías de la Unión Europea, está entre los 18 meses y 24 meses, según datos globales del sitio de información financiera MarketWatch.

La responsabilidad última de esa gigantesca acumulación de basura proviene de la misma industria que pergeñó en la primera mitad del siglo XX, la estrategia de una obsolescencia programada. Hasta entonces la competencia comercial se concentraba en generar productos resistentes y cada vez más eficientes y durables.

Pero la voracidad por obtener mayores beneficios introdujo el criterio de fabricar productos “programados para morir”. Eso es precisamente la obsolescencia programada, una planificación de la empresa durante en la fase de diseño del mismo, para que el producto se torne obsoleto, no funcional o inservible en un tiempo lo más breve posible, aunque no tan corto que afecte el marketing del mismo.

Se trata de un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante para lograr por distintas vías (falta de repuestos, deterioro de las baterías, etc) que los consumidores se vean compelidos a comprar un nuevo producto, porque cuando estos dispositivos ‘mueren’, resultará más económico adquirir uno nuevo que reparar el que poseemos.

Su verdadera función es la de generar compras más frecuentes, que redunden en beneficios económicos continuos por períodos de tiempo más largos para empresas o fabricantes y por tanto, mayores ingresos. Algunos estúpidos aseguran que la obsolescencia programada consolida una gran demanda, por lo tanto las empresas con sus mayores beneficios, posibilitan una continua oferta, lo que favorece el desarrollo económico y el progreso continuo.

Son los mismos que con su modelo irracional de producción y consumo nos han traído hasta el borde del precipicio climático. Jamás evalúan su responsabilidad en la generación de mayores residuos ni tampoco que sus beneficios se sustentan en una extracción continua de recursos y la utilización de sustancias contaminantes, absolutamente insostenible para la vida humana. Pero a ellos solo les preocupa su bolsillo.

La obsolescencia programada ha sido además, la herramienta creadora de una cultura del consumo de comprar, usar, tirar y volver a comprar incluso productos que no necesitamos, con consecuencias económicas y psicológicas sobre los consumidores.

El ingeniero español Benito Muros, dueño de Light&Life Technology, creador de una bombilla sin obsolescencia programada y presidente de la Fundación FENISS (Energía e Innovación Sostenible sin Obsolescencia Programada), lleva dos décadas investigando la cuestión de un celular sin obsolescencia programada. Para Muros “debería durar de 10 a 12 años en lo que respecta a la parte mecánica y electrónica” y respecto al software, su vida útil debería ser de entre 6 y 8 años, si se diseñara para que incorporara ciertos avances en materia de tecnológica que no lo dejen desactualizado”.

Basura a extramuros

Con una mentalidad propia de la Edad Media, para algunos países más desarrollados hay territorios que cumplen las funciones que en el mundo feudal componía el llamado “extramuro”: aquello que quedaba fuera del recinto de una ciudad o población. Muchas empresas y gobiernos parecen ignorar que el mantenimiento ecológico de sus residuos y su disposición final son parte de sus obligaciones. Y consideran los territorios de los países menos desarrollados pueden servir de grandes basureros para alojar sus residuos, aunque éstos puedan afectar de manera grave a sus habitantes.

Desde luego que existen ejemplos icónicos de países que, como algunos nórdicos, procesan y hasta importan basura para generar electricidad y calefacción, pero son más los que remiten sus desechos electrónicos –incluso ilegalmente– a los países más pobres y con menores controles.

Es conocido el caso de la importación de coches a África desde la UE. En los países europeos se genera en torno al 77% de todos esos equipos eléctricos y electrónicos, gran parte de los cuales fueron ocultados en autos usados para su exportación (vehículos que en muchos casos también formaban parte de esa basura). Un estudio en Nigeria encontró que 60.000 toneladas de basura electrónica habían sido enviadas ilegalmente al país solo entre 2015 y 2016.

Si bien la mayoría de la basura electrónica procede de China y EEUU, como puede observarse en el siguiente gráfico, la cantidad creada por habitante de Reino Unido, EEUU, Japón, Francia y Alemania triplica el volumen generado por los ciudadanos chinos y multiplica por 10 lo generado por India, el segundo país más poblado del Planeta.

Ranking de países que generan más basura electrónica en miles de toneladas métricas (2019)

Fuente: The Global E-waste Monitor 2020 y Statista.

El reciclaje de los elementos de valor presentes en la basura electrónica, como el cobre o el oro, se ha convertido en una fuente de ingresos espúreos, sobre todo en algunos países en vías de desarrollo. Sin embargo, su falta de regulación y control puede ser muy peligrosa. Una experiencia en esa dirección es la de Ghana (Más Azul n° 2, nov 2019, “Basura electrónica en Ghana: un negocio tóxico”) donde se ha desarrollado Agbogbloshie, uno de los basureros electrónicos más grandes del mundo.

Quema de materiales electrónicos en Agbogbloshie © Muntaka Chasan-muntaka@msn.com.

Situado en Accra, a menos de 40 kms. del puerto de Tema, que recibe más de 600 contenedores al mes repletos de equipos electrónicos obsoletos, la mayoría provenientes de la UE o EEUU (también de Corea y Japón), miles de hombres, mujeres y niños, queman cada día, los restos de antiguos ordenadores, móviles o televisores para extraer los preciados metales, que luego venden a precio irrisorio, a revendedores que los devuelven al circuito productivo mundial.

Se llevan lo valiosos y dejan la ‘basura occidental’, que sigue convirtiendo a barrios como Old Fadama y Agbogbloshie, en territorios contaminados y tóxicos. Mágicamente, las ‘donaciones para el desarrollo’ se convierten en plomo, mercurio, cadmio y metales pesados diversos, plásticos u otros materiales muy contaminantes, altamente tóxicos y escasamente rentables para recolectores precarios.

Los productos electrónicos que llegan a Ghana desde Europa son ilegales, ya que está prohibido exportar desechos electrónicos. La Agencia de Protección Ambiental de EEUU en cambio, lo clasifica como ‘reciclaje legítimo’. Pero los exportadores occidentales sortean las prohibiciones, clasificando los envíos como “productos de segunda mano” con el pretexto que en los países pobres podrían repararse. Y en algunos casos como donación para el desarrollo de esos países contribuyendo a “reducir la brecha digital” (con aparatos absolutamente inservibles!!). El farisaico argumento encubre otra realidad más cruel: es más barato exportar basura electrónica a África que desecharla o reciclarla de manera segura en Europa o EEUU. Y además la contaminación queda fuera de sus territorios.

Romper y quemar componentes electrónicos para extraer metales conlleva una serie de problemas: suelos y acuíferos contaminados, químicos tóxicos en el aire e importantes secuelas para la salud pública y el medioambiente.

El suelo del depósito/basural de Agbogbloshie contiene metales tóxicos como plomo, cadmio y bromo hasta 100 veces superiores a otras áreas de Accra, así como restos de ftalatos y dioxinas cloradas, que son cancerígenas y afectan la reproducción sexual. Un estudio de la ONU en 2014, certificó que en Agbogbloshie, la concentración de plomo en el suelo superaba 1000 veces el nivel máximo de tolerancia. Y que la contaminación del agua y la tierra habían exterminado en menos de una década toda la biodiversidad de la zona.

Por tanto es urgente terminar con la basura electrónica impulsando medidas de economía circular que permitan un aprovechamiento integral en origen de los recursos, que permitan concluir con el despilfarro de esos más de 60.000 millones de dólares anuales, que permitirían recursos imprescindibles para que, quienes hoy viven en los miles de barrios como Old Fadama y Agbogbloshie a lo largo del mundo, puedan acceder a una vida mejor.