10 jun 2022

Identificado por primera vez como un problema en la década de 1960, hoy la desertificación es reconocida como uno de los desafíos ambientales más preocupantes que enfrenta el mundo. “La degradación de la tierra y la desertificación está afectando negativamente a 3.200 millones de personas en la actualidad”, alerta Johan Robinson, Jefe de la Unidad de Biodiversidad y Degradación de la Tierra (GEF-PNUMA).

En Madagascar, la población lucha para asegurar las dunas, una amenaza para sus cultivos. Foto PNUD.

Con el propósito de abordar la lucha contra las variaciones climáticas provocadas por la actividad humana, que contribuyen a la desertificación y la degradación de las tierras en todo el mundo, se reunió en mayo pasado, la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (COP 15) en Abidjan, la sexta ciudad más poblada de África y la más importante de Costa de Marfil.

La desertificación constituye un gravísimo problema medioambiental. En contra de la suposición habitual, la desertificación no es necesariamente la expansión natural de los desiertos existentes, sino el resultado de la degradación del suelo, la sobreexplotación y el uso inadecuado de la tierra, provocado por dos factores prevalentes: salinización de la tierra y deforestación.

La desertificación que, en última instancia es provocada por el hombre, se ve exacerbada por las condiciones meteorológicas extremas, como el aumento del nivel del mar, la reducción de las precipitaciones y el incremento de las temperaturas, fenómenos que se han agudizado con el cambio climático. Estamos ante el desarrollo de un círculo vicioso en el que la degradación de la tierra acarrea la pérdida de vegetación y bosques que, a su vez, reducen la capacidad de la Tierra para secuestrar dióxido de carbono en la atmósfera, lo que acelera la crisis climática.

La salinización es un proceso de acumulación tóxica de sales en los suelos, que es uno de los principales factores de desertificación, ya que erosiona y degrada el suelo, dificulta la agricultura y perjudica a la mayoría de plantas y animales.

Como ha señalado Alassane Dramane Ouattara, presidente de Costa de Marfil al inaugurar la Convención “la desertificación y la sequía constituyen una amenaza para nuestra seguridad energética y sanitaria y en el largo plazo, para la paz”.

El difícil desafío global de la desertificación se agrava porque “perjudica de forma desproporcionada a quienes menos pueden hacer algo al respecto como las comunidades rurales, los pequeños agricultores y las personas extremadamente pobres” (J.Robinson, PNUMA).

Las regiones más afectadas en la actualidad por la desertificación son el Sahel (África Occidental), China, Australia y algunas regiones áridas de EEUU y México y segmentos de los Andes en Sudamérica (Chile, Perú).

Pero es en el Sahel, donde el impacto tiene consecuencias dramáticas sobre 44 millones de habitantes, ya que se trata de una región cuyo sistema de producción de alimentos se basa principalmente en una agricultura de baja escala, donde la desertificación está agudizando la reducción de los rindes, la disponibilidad de agua, la pérdida de ganado y hambrunas crónicas.

El mundo en una encrucijada

Durante la Convención se dio a conocer un nuevo informe que destaca que la humanidad se encuentra “en una encrucijada”, en lo que respecta a la gestión de la sequía y en la necesidad de reducir “urgentemente su impacto, utilizando todas las herramientas disponibles”.

El informe recopila una serie de informaciones y datos relacionados con la sequía que muestran la gravedad del desafío que enfrenta la vida en el Planeta:

  • Desde el 2000, el número y la duración de las sequías han aumentado un 29%.
  • En los últimos 50 años, el 50% de los desastres y el 45% de las muertes relacionadas con ellos, provienen de imprevistos meteorológicos, climáticos e hídricos, con peores consecuencias en los países en desarrollo
  • En esos 50 años (1970-2020) las sequías representan el 15% de las catástrofes naturales y causaron unas 650.000 muertes (más que toda la guerra en Siria);
  • Entre 1998 y 2017, las sequías provocaron pérdidas económicas mundiales por u$s 124.000 millones, 10 veces el presupuesto necesario para terminar con el hambre;
  • En 2022, más de 2300 millones de personas se enfrentarán a estrés hídrico (falta de agua suficiente) y unos 160 millones de niños estarán expuestos a sequías graves y prolongadas.
  • Para el año próximo, unos 700 millones de personas estarán en riesgo de tener que desplazarse o migrar por causas relacionadas a las sequías.
  • Para 2040, 25% de los niños del mundo vivirán en áreas con escasez extrema de agua
Las sequías han aumentado desde 2000 un 29% en número y duración. En 2050 podrían afectar al 75% de la población.
  • Para 2050, las sequías pueden afectar a más del 75% de la población mundial y entre 4800 y 5700 millones de personas vivirán en áreas con escasez de agua durante al menos un mes cada año, frente a los 3600 millones actuales.
  • Más de 10 millones de personas murieron debido a grandes sequías durante el siglo XX provocando pérdidas económicas de varios cientos de miles de millones de dólares en todo el mundo, con cifras que van en aumento.
  • África es el continente más afectado con más de 300 sequías graves registradas en los últimos cien años (44% del total mundial).
  • Europa tuvo 45 sequías importantes durante el siglo XX que afectaron a millones de personas y provocaron pérdidas económicas por valor de más de u$s 27.800 millones.
  • Las sequías en Estados Unidos han causado pérdidas por cientos de miles de millones de dólares en el último siglo (u$s 249.000 millones sólo desde 1980)
  • En la actualidad la sequía afecta a una media anual del 15% de la superficie terrestre y al 17% de la población de la UE. El mayor número de personas afectadas por sequías en el último siglo se produjo en Asia

En juego nuestra propia supervivencia

“Todos los hechos y las cifras del Informe –afirma Ibrahim Thiaw, secretario ejecutivo de la Convención– apuntan en la misma dirección: una trayectoria ascendente en la duración de las sequías y la gravedad de sus impactos, que no sólo afectan a las sociedades sino también a los sistemas ecológicos de los que depende la supervivencia de toda la vida, incluida la de nuestra propia especie”.

Por ese motivo, la Convención pidió alcanzar un compromiso de ámbito mundial en materia de preparación y resiliencia ante la sequía en todas las regiones del mundo. La realidad es que casi una cuarta parte de la superficie terrestre se ha degradado, con consecuencias de gran alcance para todos los habitantes del Planeta.

Sequía sin precedentes en Francia muestra que cambio climático está "fuera de control”(mayo 2022-France 24)

El diagnóstico es alarmante y debemos advertirlo. Según el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), si no se controla, la desertificación puede provocar “escasez de alimentos, volatilidad y aumento de los precios de los alimentos causados por la disminución de la productividad de las tierras de cultivo; aumento de los impactos del cambio climático a nivel mundial causado por la liberación de carbono y óxido nitroso de las tierras degradadas; y la amenaza de inestabilidad social por la migración forzada que se producirá”.

El estudio se dio a conocer casi en simultáneo con la publicación del informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre el “Estado del clima global en 2021”, el pasado 18 de mayo donde se destacan los devastadores efectos de la sequía en algunas partes del mundo, como el Cuerno de África.

Fenómenos meteorológicos extremos

El informe de la OIM se acompaña de un mapa interactivo donde se registran los fenómenos meteorológicos extremos que la humanidad debió enfrentar durante gran parte del año: olas de calor excepcionales en el oeste de América del Norte que superaron 4 a 6°C los valores máximos estacionales, con cientos de muertes a causa del calor (Lytton, Canadá registró una temperatura de 49,6°C que provocó devastadores incendios. En el Valle de la Muerte, California-EEUU, se alcanzó los 54,4°C, la más alta registrada en el mundo, con varios incendios forestales de gran magnitud en ese Estado, como el Dixie que calcinó 390.000 hectáreas)

El área del Mediterráneo también sufrió calor extremo. Sicilia (Italia) registró 48,8°C (récord en Europa), mientras que Kairouan (Túnez) alcanzó 50,3°C, Cizre (Turquía) 49,1°C y Montoro (España) 47,4°C (récords nacionales). En muchas partes de la región se desataron incendios forestales importantes; con graves consecuencias en Argelia, el sur de Turquía y Grecia.

En la última década, la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos han socavado las mejoras logradas en seguridad alimentaria.

En octubre de 2021, las cifras de muchos países de hambre y subalimentación ya eran más elevadas que las de los años anteriores, con un pronunciado aumento (19%) en los grupos que ya padecían crisis alimentarias, que pasaron de 135 millones de personas (2020) a 161 millones (2021) y lo más grave aún: el número de personas en situación de hambruna y colapso total de los medios de vida se incrementó hasta superar las 584.000 personas, principalmente en Etiopía, Sudán del Sur, Yemen y Madagascar.

Hay un camino

A las sequías consecutivas en grandes zonas de África, Asia y América Latina, los fenómenos meteorológicos extremos han sumado tormentas fuertes, ciclones, huracanes, inundaciones, lo que ha afectado los medios de vida, la capacidad de recuperarse de esas crisis recurrentes y las campañas agrícolas en todo el mundo.

Exacerbados por el cambio climático, esos fenómenos han impactado en el desplazamiento de población y en la vulnerabilidad de aquellos ya estaban desplazados. El cambio climático no solo afecta a los ecosistemas y a los servicios que prestan, sino que su degradación avanza a un ritmo sin precedentes que, según prevé la OMM, se acelerará en las próximas décadas, dificultando la capacidad de adaptación y dañando las condiciones de vida.

El camino para evitarlo era posible. Lo estaba señalando Europa hasta su reciente defección siguiendo la vocación bélica y prepotente de los EEUU (Ucrania dixit). Entre 1990 y 2006 las economías de la UE habían crecido 53% y logrado reducir sus emisiones un 23% y se planteaban alcanzar el 40% para 2030.

Ahora contribuyen con armas a alimentar la irracionalidad, mientras el Planeta camina hacia el precipicio.