La situación compromete la seguridad alimentaria mundial

15 dic 2022

Con motivo de la celebración del Día Mundial de los Suelos, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó su primer informe sobre el ‘Estado global de los suelos negros’, que ocupan unas 725 millones de hectáreas de la superficie terrestre.

En este informe mundial sobre ‘tierras negras’, FAO advierte sobre el deterioro que la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y los cambios en los usos agrícolo-ganaderos, está provocando sobre los llamados ‘suelos negros’.

Se trata de suelos muy productivos, con buenas propiedades físicas, inmejorables condiciones de fertilidad e indispensables para mantener el abastecimiento alimentario mundial. La calificación de “negros” proviene del color oscuro que se origina en su abundante contenido de materia orgánica.

Son excepcionales y no cubren más que el 7% de la superficie terrestre (725 millones de hectáreas), localizados en algunos pocos países. En total, casi la mitad de su superficie se concentra en Rusia, seguida de Kazajistán, China, Argentina, Ucrania y Mongolia y áreas más reducidas en EEUU, Canadá, Colombia, etc. FAO señala que esas tierras, decisivas para la alimentación global, están seriamente amenazadas.

Los Suelos Negros en el Mundo (FAO).

Debido al cambio introducido por la agricultura y ganadería industrial en los usos de la tierra (casi un tercio de los suelos negros del mundo están bajo cultivo), con prácticas de gestión insostenibles, un consumo abusivo de agua y la utilización intensiva de productos agroquímicos, los suelos negros ya han perdido al menos la mitad de sus reservas de carbono orgánico y sufren procesos de erosión y desequilibrios de nutrientes, acidificación y pérdida de biodiversidad.

Su papel en la lucha contra el cambio climático es fundamental ya que almacenan el 8,2% de las reservas mundiales de carbono orgánico del suelo y pueden llegar a capturar hasta el 10% de esa sustancia vital.

Los suelos negros constituyen un factor importante en la producción mundial de alimentos por ser altamente productivos y fértiles, lo que permite su uso para la producción de cereales, pasturas y forraje, con un rendimiento muy alto.

En la actualidad, el conflicto bélico ruso-ucraniano agrava los riesgos que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad están provocando sobre estos suelos.

A ello se suma que el mundo pierde, cada año, 24.000 millones de toneladas de suelo fértil. Esa degradación paulatina genera una reducción del 8% anual del PIB de los países en desarrollo, productores de alimentos.

Si consideramos que, a la vez, las previsiones estiman que para 2025, dos tercios de la humanidad vivirá en condiciones de “estrés hídrico”, con períodos frecuentes en que la demanda de agua superará la oferta y que 1.800 millones de personas sufrirán una escasez absoluta de agua, ese escenario deriva en una creciente migración climática, que Naciones Unidas considera que causará para 2045 el desplazamiento de unos 135 millones de personas, huyendo –como definió su Secretario General– de “un mundo inhabitable”.

Desde FAO llaman a proteger los suelos, propiciar su restauración e implementar medidas para una  utilización más sabia y sostenible. “La desertificación, la degradación de las tierras y la sequía son grandes amenazas que afectan a millones de personas en todo el mundo, en particular a mujeres y niños”, asegura Antonio Guterres y reclama la urgente necesidad de cambiar esa realidad: “Proteger y restaurar la tierra y utilizarla mejor puede reducir la migración forzada, aumentar la seguridad alimentaria y estimular el crecimiento económico.”

Afrontar la emergencia climática

Es perentorio conciliar las necesidades de seguridad alimentaria global y lucha climática. La agricultura industrial ha provocado verdaderos desastres en materia de degradación ambiental, agotando por sobre explotación, gran parte de su riqueza orgánica. La industria alimentaria conexa ha empujado por su parte –como explica la británica Carolyn Steell en su libro “Ciudades hambrientas’– a un devastador desequilibrio de los ecosistemas, la conservación de la biodiversidad y la salud humana, constituyendo una de las actividades humanas que más daños ocasiona al Planeta: “El sistema agroalimentario moderno constituye la mayor catástrofe ecológica de nuestro tiempo”.

Con vistas a maximizar el rendimiento de los suelos y las ganancias, la agricultura industrial busca mantener las propiedades perdidas, “anabolizando” la tierra con todo tipo de estimulantes químicos (muchos de ellos tóxicos).

Mientras tanto, la humanidad verifica que aproximadamente un tercio de todos los suelos del mundo ya están degradados; que aquellos suelos que secuestraban carbono de la atmósfera, se convierten ahora por su degradación en peligrosos emisores; y que su pérdida de fertilidad comporta no solo una tierra menos productiva sino que muchos de los cereales, verduras y frutas hayan reducido su aporte de vitaminas y nutrientes en los últimos 50 años.

Para recuperar la salud de los suelos es necesario reconstruir todo lo que la agricultura industrial destruyó. Restaurar el suelo degradado con una gestión sostenible de la tierra significa además un aporte imprescindible a la lucha climática, en tanto la industria agrícola-ganadera representa casi la cuarta parte de las emisiones globales y la restauración de las tierras degradadas podría almacenar  hasta 30 millones de toneladas de carbono en una década.

Como consecuencia del cambio climático se han agudizado las sequías, en intensidad y frecuencia. Entre 2021 y 2022 la mayor parte del Planeta enfrentó una aguda escasez hídrica, con “efectos en cascada sobre las economías, los ecosistemas y nuestra vida cotidiana”, tal como señaló la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

El caudaloso río Paraná en la Cuenca del Plata bajo una persistente sequía desde 2019.

En su informe sobre ‘El estado de los recursos hídricos mundiales’ destacó que las sequías alcanzaron áreas que raramente soportan esos fenómenos como sucedió con la cuenca del Paraná-Río de la Plata en Sudamérica, impactada por una persistente sequía desde 2019 o el sur y el sureste de la Amazonia, en Sudamérica. También afectaron a grandes ríos en África (Níger, Volta, Nilo y Congo); en Europa en la peor sequía en 500 años según el Observatorio Europeo de la Sequía (Rin, Danubio y Po); en América del Norte (ríos Colorado, Missouri y Mississippi); en Asia (histórica sequía del río Yangtsé en China y varios ríos de Rusia, oeste de Siberia y Asia Central).

El fenómeno global afectó la vida cotidiana de unos 3.600 millones de personas, cifra que la OMM estima que se elevará a más de 5.000 millones en 2050.

El problema es doble. No solo se requiere restaurar las tierras negras más fértiles, degradadas por la agricultura industrial sino también aquellas más pobres y frágiles. Como advierte Ibrahim Thiaw, Secretario Ejecutivo de la Convención de las Naciones Unidas para Combatir la Desertificación, es necesario “restaurar y proteger la frágil capa de tierra que solo cubre un tercio del planeta, pero que puede aliviar o acelerar la crisis de doble filo que enfrenta nuestra biodiversidad y nuestro clima”.

Si bien la comunidad internacional ha reconocido el papel central que el suelo juega en nuestras vidas y medios de vida, es prioritario acrecentar las acciones: “la gestión deficiente de la tierra ha degradado un área dos veces más grande que China y ha dado forma a un sector agrícola que contribuye con casi una cuarta parte de todos los gases de efecto invernadero”, recuerda Thiaw.

 

“La gestión deficiente de la tierra ha degradado un área dos veces más grande que China”- Ibrahim Thiaw Foto: Jean Damascene Hakuzim-PNUD.

FAO recuerda que el 95% de los alimentos que consumimos proceden directa o indirectamente de nuestros suelos y que de los 18 nutrientes esenciales para las plantas, 15 los aportan los suelos, si están sanos. De su sanidad y recuperación depende que mantengan su extraordinaria capacidad de almacenar, transformar y reciclar los nutrientes que necesitamos para sobrevivir.

También pone el acento en la actual crisis alimentaria y de fertilizantes, que padecen en especial los pequeños agricultores de países vulnerables de África, América Latina y Asia, que además de verse impedidos de acceder a fertilizantes orgánicos e inorgánicos, enfrentan a un aumento de hasta el 300% en sus precios, en tanto Rusia y Ucrania son dos de los principales productores mundiales.

Como asegura el Director general de FAO, Qu Dongyu, estas crisis ponen de relieve el papel crucial de la gestión sostenible y la restauración de recursos preciados como la salud de los suelos y su fertilidad: “Hoy en día, la menor disponibilidad y el aumento vertiginoso de los precios de los fertilizantes están impulsando el incremento de los precios de los alimentos y la inseguridad alimentaria”. Por ello reclama la necesidad de “producir alimentos inocuos, nutritivos y ricos en micronutrientes de una forma sostenible que evite la degradación del suelo, reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero y disminuya la contaminación de los sistemas agroalimentarios”.

Como escribe la geóloga Kathelijne Bonne en GondwanaTalks: “El mundo está en un punto de inflexión, y la guerra en Ucrania mostrará si el mundo entero será arrastrado al caos o no. La cuestión del suelo y la crisis planetaria se sumarán a ello. Porque pueden volver a producirse fenómenos como el Dust Bowl, y sería una pena que volviera a sucederle a los mejores suelos del mundo. Por lo tanto, debemos recordar cuál es la base de una sociedad estable y próspera, y ésta es la alimentación sana, el agua potable y limpia, el aire limpio y las materias primas renovables y sostenibles a las que todo el mundo tenga acceso. Si esto se lleva a cabo, la transición energética puede llevarse a cabo en un modo pacífico. Por lo tanto, la gestión sostenible de los bosques, los océanos y los suelos debería ser una de las prioridades de la agenda política”.

Kathelijne nos llama la atención sobre cosas básicas que pareciera que hubiéramos olvidado: “Las tierras negras… son el oro negro del futuro (y de hecho siempre lo han sido, sólo que los suelos nunca reciben la atención que merecen y estamos tan alejados de la naturaleza que ya no somos conscientes de a qué debemos nuestra prosperidad). El petróleo y el oro no se pueden comer. El dinero tampoco, como señalaron los nativos americanos hace mucho tiempo”.