El mundo termina con una grave amenaza a la salud y el medioambiental

01 mar 2023

Antonio López Crespo

Director

Una de las grandes jugadas de billar es la carambola a tres bandas. La guerra de Ucrania hay que entenderla desde esa perspectiva. En el gran juego internacional, EEUU tenía varios objetivos estratégicos simultáneos, que deberían ser alcanzados antes de estar en condiciones de golpear a la bola “enemiga”: China, el país que le disputa la primacía mundial. 

Primer objetivo 

Era necesario recuperar primero, su liderazgo en Occidente, que empezaba a mostrar un marcado debilitamiento, en especial frente a la ‘entente’ europea que representaba la alianza política entre Merkel y Macron y que se expresaba con crecientes manifestaciones de cierta autonomía en las decisiones, como quedó claro en el fortalecimiento de los vínculos económicos con Rusia y China. 

Con Moscú, el desarrollo del gasoducto Nord Stream 2 incrementaba el acceso alemán (y desde allí al resto de Europa) a una energía barata y sin los peajes que soportaba el paso del gas por Ucrania y Polonia. Y con China, con el logro del Acuerdo de Inversiones (CAI, por sus siglas en inglés) a fines de diciembre 2020. Las propias notas explicativas difundidas entonces por la Comisión Europea, afirmaban rotundamente que era el acuerdo más ambicioso, en cuanto a la apertura de su economía, que había firmado China con un tercer Estado o grupo de Estados. 

El proceso había sido difícil. Después de más de siete años y 35 rondas de negociaciones, la profundización de los vínculos entre Europa y China alcanzaba un desarrollo “bajo marcos normativos de respeto a los valores e intereses europeos”. Por primera vez, según la Comisión Europea, China aceptaba normas en materia laboral y de derechos humanos y el CAI concretaba la estrategia europea hacia China, que identifica a Beijing como un socio, competidor y rival, pero no como un enemigo.  

Para EEUU ambas decisiones constituían un peligroso error estratégico de “una UE miope, secuestrada, sobre todo, por los intereses económicos alemanes, pero también franceses”. Hay que recordar que EEUU había mandado espiar a la propia Merkel, siendo presuntamente una aliada fiel.

Ese primer objetivo se basa en la narcisista visión estadounidense de su “superioridad moral” y de un mesiánico mandato “bíblico” de imposición del bien. EEUU consideró que ambos ‘avances’ europeos imposibilitaban “una mayor cooperación transatlántica” y otorgaban a China un blanqueo internacional de sus ‘violaciones masivas de derechos humanos’.

Esa doctrina, que “ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio” ha sido la base férrea de la política exterior de Washington, que puede sintetizarse como “todo le está permitido a EEUU” y justifica su intervención en los asuntos mundiales o internos de cualquier país que pretenda defender su autodeterminación o perjudique los intereses norteamericanos según la ocasional interpretación de la Casa Blanca.

La explicación es que los EEUU ocupan un lugar especial en el mundo y tienen derecho a imponer su orden y sus reglas. Es la teoría de la “excepcionalidad” defendida por todos los presidentes de EEUU. Tanto por Barack Obama ante la ONU (“Algunos pueden estar en desacuerdo, pero creo que Estados Unidos es único y excepcional… y está listo para usar todos los elementos de nuestro poder, incluido el poder militar, para asegurar nuestros intereses”), como por Bush, que había recurrido a la vieja creencia de la gerontocracia estadounidense de considerar al “mal” como algo ajeno, fuera de sus fronteras. Donald Trump retomó ambas ideas y sostuvo que sus tropas estarían presentes en cualquier lugar donde hubiera recursos estratégicos para su país. Y para el delirante senador Marco Rubio “América es la mayor fuerza del bien que el mundo jamás haya conocido Cuando América abandona el liderazgo, el caos global le sucede inevitablemente”.

Por tanto, había que terminar con ambas decisiones europeas. Tras 4 meses de optimismo por la firma de un tratado de libre comercio con la segunda economía más grande del mundo, el Acuerdo fue ‘dinamitado’ por el Parlamento europeo en abril 2021 siguiendo instrucciones de EEUU (los mismos que votaron las sanciones, la prolongación de la guerra ruso-ucraniana y el permanente envío de armas en nombre de la paz). 

¿Era ésta la lucha contra el cambio climático, éstas eran las armas? Triunfa la estupidez.

Y el pasado mes de septiembre, el gasoducto Nord Stream fue volado en una operación conjunta entre EEUU y Noruega (país que al no ser de la OTAN permitía evitar el “casus bellis” de una implicación directa de Washington).

Poco importa que Seymour Hersh, un prestigioso periodista de New York Times, United Press International, Associated Press y New Yorker, galardonado con el premio Pulitzer, consiguiera que una “garganta profunda” del Pentágono revelara que un grupo de buzos de la Marina de EEUU aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico en junio, para colocar explosivos en los oleoductos que la Armada noruega hizo detonar tres meses después, lanzando una boya sonar.

Tampoco importan los notables antecedentes de Hersh, con históricas revelaciones sobre las matanzas de Mỹ Lai en la guerra de Vietnam, las  actividades secretas e ilícitas de la CIA en la década de 1970, las torturas contra iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib o las vinculaciones de políticos relevantes como Donald Rumsfeld o Richard Perle con esas actividades.

Lo relevante de verdad es el atentado había sido anticipado por el propio presidente Joe Biden, quien en una conferencia conjunta con el vergonzoso canciller alemán Olaf Scholz, aseguró poco antes del inicio de las hostilidades en Ucrania que: “No habrá Nordstream 2. Nos encargaremos de acabar con este proyecto”. Cuando fue repreguntado por los periodistas cómo pensaba hacerlo si el gasoducto era alemán y no estadounidense, fue rotundo: “Le aseguro que acabaremos con él, no le quede duda”, en el mejor estilo hollywoodense de vaquero del Far West  o mafioso de Chicago.

El canciller alemán no amagó siquiera una defensa de su infraestructura de gas barato. La Casa Blanca le había asegurado la provisión de gas americano… Claro que un 40% más caro.

Segundo objetivo

El segundo objetivo estratégico era terminar con la competencia industrial europea y en especial de Alemania, por entonces el tercer exportador de bienes del mundo. En 2021, la exportación alemana rondó los 1.500 millones de dólares, creciendo un 40% en 2022. Los bienes de exportación más importantes fueron automóviles y sus partes, maquinaria, productos químicos y productos de procesamiento de datos/ópticos. Esos bienes representaron casi la mitad de las exportaciones alemanas y su principal destino fueron EEUU, China y Francia. Si tomamos a la UE en su conjunto las exportaciones superan los 2.100 millones de dólares. La apertura de sus acuerdos comerciales ha convertido a la UE en un actor principal del escenario del comercio internacional, por detrás de China. 

Para conseguir desindustrializar Europa, EEUU se propuso dos acciones convergentes: crear una crisis energética al conjunto europeo con el encarecimiento del petróleo y el gas, y facilitar el acceso de las industrias europeas para radicarse en EEUU.

La primera se logró provocando la guerra en Ucrania con un avance de la OTAN y el genocidio sobre la población rusa en el Donbas, lo que significaba el fin del abastecimiento de energía rusa barata, que había posibilitado la bonanza y el crecimiento de Europa en las últimas décadas. La segunda con la Ley de Reducción de la Inflación de EEUU donde se facilita la deslocalización de fábricas europeas. La UE teme que la ley promovida por Biden provoque un éxodo industrial transatlántico, con el consiguiente impacto en el empleo. Algo de eso ya está sucediendo.

La nueva ley destina u$s 369.000 millones en créditos fiscales, reembolsos directos y subvenciones para ayudar a empresas a invertir y producir tecnología verde, como turbinas eólicas, paneles solares, bombas de calor y vehículos eléctricos. Pero esas cuantiosas ayudas sólo se concederán a productos que se procesen y ensamblen en Norteamérica (EEUU, México y Canadá), una condición que la UE ha denunciado como discriminatoria y que ha encendido las alarmas en Bruselas. 

Según una encuesta de DIHK entre 2.400 empresas de todos los sectores, el 10% de las empresas alemanas tienen previsto trasladar su producción a otros países, preferentemente a EEUU o a sus socios Canadá y México. Cifra que se eleva al 23% de los fabricantes y proveedores de vehículos que prevén  deslocalizar la producción. Según el plan de Washington, los nuevos créditos fiscales por ejemplo, para vehículos eléctricos se aplican a aquellos cuyo montaje final, así como los insumos clave, se fabriquen en Norteamérica.

Las barreras comerciales que comenzaron a agudizarse con Trump y continúan con Biden, crean  problemas a las empresas germanas, más de la mitad de las cuales se quejan de sus efectos en el comercio bilateral.

El actual deterioro económico europeo acosado por los costes energéticos y los gastos de guerra parecen haber encaminado el logro de este segundo objetivo.

Tercer objetivo

En su cumbre de Madrid en junio, la OTAN, calificó a Rusia como su “amenaza más significativa y directa”. Parecía que el reloj de la historia había empezado a retroceder. EEUU y sus aliados dejaban de considerar a Rusia como un socio comercial y un interlocutor necesario y cooperante en asuntos de seguridad y el mundo retrocedía a la penosa Guerra Fría.

Un tsunami de sanciones de todo tipo fue el arma para buscar el deterioro económico de Rusia y su desangre militar, como tercer objetivo. Su finalidad no es tanto como competidor en el gigantesco mercado de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) sino su acelerado crecimiento hacia niveles europeos de prosperidad, lo que consolidaba una posible alianza euro-asiática y sobre todo, su creciente relación con China, el verdadero enemigo. 

Rusia ya no representa una amenaza existencial para EEUU pero su economía está más integrada en el sistema internacional y su arsenal nuclear suma en la cuenta de China. Ya Henry Kissinger había anticipado que la guerra de Ucrania respondía a la nefasta y equivocada pretensión de Washington de aislar a Rusia y fracturar esa posible ‘alianza’ ruso-europea.

La guerra de Ucrania responde a la voluntad de Washington de fracturar cualquier posible ‘alianza’ ruso-europea.

Cuarto objetivo

Como parte del debilitamiento de sus “competidores” (Europa y Rusia), EEUU impuso a sus torpes aliados/vasallos europeos el relato de la necesidad global de ‘armar a Ucrania hasta la victoria: “Esta guerra solo puede terminar con la derrota de Rusia”, claman sus voceros, llámense Borrell, La Maire y otros.

El objetivo en este caso era doble: endeudar a los miembros de la UE enviando millones de euros en ayuda financiera, humanitaria y militar a Ucrania y demostrar la necesidad de un ‘ejército europeo’, por fuera de las ensoñaciones pacifistas y verdes de buena parte de los europeos. Salvo algún país, ningún miembro de la UE había cumplido jamás con el 2% de su PIB en gasto militar. Trump se los había enrrostrado en julio 2018, con un berriche infantil, acusando a Alemania de ser “cautiva de Rusia”.

Según Statista, la ayuda EEUU-UE durante la guerra ruso-ucraniana alcanzó a enero de 2023, los €73.000 millones, más otros €15.000 millones enviados por Reino Unido, Canadá Noruega, Japón y otros aliados de EEUU. A ello deberá agregarse un nuevo paquete de gasto de u$s 45.000 millones votado por la Cámara de Representantes a fines de diciembre pasado.

Hace algunas semanas se hizo público un informe de Rand Corporation, un think tank nacido para ofrecer servicios de investigación y análisis a las Fuerzas Armadas de EEUU donde instaba a la Casa Blanca a dejar de azuzar el conflicto de Ucrania, por los riesgos económicos que acarreaba. 

Rand se enfrentaba de esa manera a los intereses del complejo militar-industrial de EEUU representado por General Dynamics (el quinto mayor contratista de defensa del mundo) y otras corporaciones, interesadas en hacerse del colosal negocio de proveer a ese futuro “ejército europeo” hoy inexistente.

Renovar todo el plantel armamentístico europeo es el objetivo aún por cumplir. Se había impedido a Europa acceder a energía barata, se había deteriorado su economía por aumento de los costes de energía y gastos de guerra, se había logrado endeudarla y quitarle competitividad. Solo resta beneficiar a la industria armamentística de EEUU a la que Europa deberá comprar esas armas. A cambio los europeos –como explica el economista Alberto Iturralde, uno de los analistas bursátiles más prestigiosos de España– “recibirá créditos de reconstrucción de guerra. Esos créditos de reconstrucción de guerra en realidad no los va a pagar nadie que no sea Rusia. Para eso se le ha incautado el dinero. Ese dinero que está absolutamente incautado, no está ni congelado ni nada por el estilo. Se lo han robado literalmente e irá destinado a asignárselo a los países cuyas empresas vayan a reconstruir a Ucrania y obviamente esos contratos de reconstrucción se asignarán en función de las armas que ha enviado cada uno de los países armas que tendrá que responder”.

El total de activos estatales rusos congelados en el bloque OTAN supera los u$s 600.000 millones (300.000 millones son fondos de reservas de bancos centrales rusos que han quedado ‘paralizados’ en todos los países de la UE y del G7). 

Suiza, que tiene 8.000 millones de esos fondos, ya hizo saber que la apropiación de esos activos rusos que retiene, es una confiscación de bienes privados incompatible con la constitución federal suiza, el ordenamiento jurídico vigente y viola los compromisos internacionales.

El planteo de una guerra de desgaste que impone un abastecimiento permanente de armas hacia Ucrania solo pretende vaciar los arsenales europeos para preparar el terreno para –como señala Iturralde– “los europeos gastemos nuestro dinero en comprárselo a Estados Unidos”.

Guerra contra el Planeta

Porque hacemos esta afirmación? Mientras la ciudadanía global es cada vez más consciente del peligroso rumbo de la crisis climática y científicos de todo el mundo junto a la militancia ambiental y buena parte de Naciones Unidas, buscan torcer ese rumbo, los artífices de esta guerra tienen otros planes.

Ya no pueden apostar al negacionismo y la postergación que logra el “greenwashing” es temporal. Tiene patas cortas. Es necesario un ‘volantazo’ que permita terminar con cualquier intento de transformación y consolidar un modelo de crecimiento económico basado en el extractivismo; la emisión monetaria sin ningún control ni respaldo (el derrumbe de Credit Suisse no es más que la punta del iceberg); la laminación de las clases medias con poder de autonomía y capacidad de cambio; la condena reconfirmada del tercer mundo a la perpetuidad de su subdesarrollo 

En la COP de Glasgow en 2021 se acordó un plan. la denominada Alianza financiera de Glasgow para las cero emisiones, que une a 450 entidades e instituciones del sistema financiero global, desde gigantes financieros, instituciones como el Banco Mundial y el FMI, y a todos los bancos, con el objetivo de blindar su poder de privilegio en un nuevo mundo.

Para ello dispusieron un fondo de más de 100 billones de dólares (trillones para EEUU) en las próximas tres décadas, con el pretexto de ‘descarbonizar la economía planetaria’, creando en realidad nuevo sistema de gobernanza financiera y un nuevo tipo de activos que van a estar destinados a corporaciones que serán quienes tengan los derechos sobre los ecosistemas a “preservar y restaurar”. Es decir, quedarse con los activos naturales y con la totalidad de los negocios.

En cierta medida ya lo habían hecho de Johannesburgo y en Tokio con el agua y los alimentos. Ahora van por más: el Planeta entero. No es una exageración. La guerra de Ucrania es parte de la ejecución de esa estrategia. La crisis energética que provocó derrumba las clases medias occidentales, pone en riesgo la seguridad alimentaria de las poblaciones más vulnerables y genera mayor empobrecimiento global.

Van a ‘proteger la naturaleza’, lo van a hacer por nuestro bien y nos lo cobrarán. En última instancia se cumplirá la promesa del FMI (2016) reiterada en Davos (2021): “En 2030 no tendrás nada y serás feliz”.

No piensan en proteger la naturaleza sino en concretar una operación de manipulación masiva de ingeniería social, dirigida a modificar nuestros patrones de vida, nuestros parámetros de libertad, en un movimiento que tiene un tufo totalitario evidente.

 

¿Qué futuro vas a financiar? Era el reclamo ante el fondo financiero creado en la COP26, en Glasgow.

Lo hacen con un caradurismo notable que alcanza la tomadura de pelo: la COP 28 del Cambio Climático se llevará a cabo a fines de este año en Dubái, Emiratos Árabes Unidos (uno de los países petroleros más contaminantes) y será presidida por el Sultan Ahmed al-Jaber, ministro de Industria de ese país y presidente del gigante petrolero ADNOC.

Bajo la pantalla “verde” esconden la voluntad de conformar un polo de poder que permita enfrentar a China, Rusia y un grupo de países del Sur Global que van en otra dirección: un modelo económico de consolidación de las clases medias, de eliminación de la pobreza, de multilateralidad en las decisiones mundiales, de liberalización del comercio y globalización de los intercambios. Y que para China debería terminar en la “Revolución ecológica”.

No hay mayor muestra de hipocresía por parte de la Alianza de Glasgow y sus gobiernos. Su ‘política climática’ no va dirigida a proteger el planeta sino a expandir definitivamente el modelo que nos ha traído hasta aquí.