3. Es la sede de intercambios vitales
Bajo el suelo, también hay vastas e intrincadas redes de hilos de hongos. Las plantas y los hongos se necesitan mutuamente para prosperar. Los hongos no pueden capturar dióxido de carbono para crecer como lo hacen las plantas, pero son mejores a la hora de extraer nutrientes del suelo, así que hacen un trueque: las plantas les dan a los hongos carbono para crecer y los hongos les dan nutrientes como nitrógeno y fósforo a las plantas.
Es una relación de beneficio mutuo y un ejemplo del ecosistema interconectado del que todos formamos parte. La materia vegetal se descompone y proporciona alimento a los microbios. Estos, a su vez, proporcionan alimento a los gusanos. Los gusanos son alimento para las aves, etc.
La tierra nos proporciona a los humanos casi todo lo que comemos. Pero no se trata sólo de lo que el suelo puede hacer por nosotros.
4. Desde abajo protege lo de arriba
El suelo es además un almacén de carbono realmente valioso: captura el carbono y lo encierra en formas estables en las profundidades del subsuelo. Almacena tres veces más carbono que todas las plantas de la Tierra juntas, incluidos los árboles.
Pero necesitamos proteger lo que tenemos. Y no lo estamos logrando.
Conocemos muchos de los problemas. La agricultura intensiva es uno de ellos. Libera carbono de nuestros suelos.
En Europa, se calcula que entre el 60 y el 70% de los suelos no son saludables, según el Informe Experto Independiente de 2020 de la Comisión Europea.
Las tierras de cultivo de Reino Unido, por ejemplo, perdieron en menos de 30 años –desde finales de la década de 1970– más del 10% del carbono que el suelo había almacenado, según el Reporte de Tierras de 2007.
¿Y desde entonces? Sencillamente no se sabe, porque en muchos países hay pocos datos sobre el suelo. Está mal protegido y regulado. Y es crucial que la valoremos, apreciemos y protejamos.