La destrucción de las cuevas prehistóricas es comparable a la destrucción de Palmira por ISIS.

JUL 2020

El gigante minero anglo-australiano Rio Tinto destruyó cuevas prehistóricas habitadas por aborígenes hace 46.000 años en Australia Occidental para ampliar su extracción de hierro en la mina Brockman 4.

El pasado 15 de mayo, la minera hizo detonar con explosivos unas cuevas pertenecientes a los pueblos aborígenes Puutu Kunti Kurrama y Pinikura, quienes se enteraron de la destrucción de ese ‘sitio sagrado’ para su comunidad, 9 días después.

Sucedió cuando la asociación de la comunidad indígena local se contactó con la minera para pedir permiso para celebrar la Naidoc Week, una celebración tradicional  de los Aborígenes e Isleños de Australia que se celebra en julio y que tiene sus raíces en el Día de Luto de 1938. El medio de comunicación indígena Ngaarda Media Pilbara condenó el incidente y destacó la “terrible ironía” que encierra la destrucción.

“Nos destruyeron el alma” fue la declaración aborigen. “Fue un malentendido”, fue la versión oficial de la empresa.

Mohd Shafi, en una interesante nota publicada por India News104 se interroga: “¿Cómo podemos poner esta pérdida en perspectiva? ¿Pueden nuestros cerebros comprender el tiempo profundo? Según los historiadores, el lenguaje escrito se inventó hace unos 5.500 años. La Gran Pirámide de Giza, la más antigua de las siete maravillas del mundo antiguo, fue construida hace unos 4.500 años. Así que retroceda unos 40.000 años más (…) El gigante minero Rio Tinto ha destruido algo tan antiguo en West Australia que es difícil de comprenderlo con un cerebro humano”.

El sitio tenía sedimentos de polen que registra miles de años de cambios ecológicos. La pérdida es incalculable.

Se trata de dos cuevas rocosas, reconocidas como uno de los sitios del patrimonio aborigen más antiguos conocidos de Australia, con evidencia de ocupación humana de hace más de 46.000 años, destruidos para conseguir un poco más de hierro.

No fue un “malentendido”. Rio Tinto recibió permiso para destruir las Gargantas 1 y 2 de Juukan en virtud de la Sección 18 de la Ley del Patrimonio Aborigen, una normativa paternalista que para conceder la administración de sus propias tierras históricas a las comunidades aborígenes las obligó a constituirse como corporaciones.

Desde 2010, las compañías mineras que operan en West Australia han solicitado al gobierno 463 contratos de arrendamiento que conceden permisos para destruir o alterar sitios patrimoniales sin que ninguno fuera rechazado.

La Ley del Patrimonio Aborigen de Australia Occidental no se ha actualizado desde 1970 y es parte de la “historia negra” de Australia en el tratamiento dado a sus aborígenes.

Rio Tinto recibió aprobaciones legales y el consentimiento ministerial en 2013 para llevar a cabo las detonaciones pero debía consultar a las comunidades que detentan la ‘propiedad tradicional’ y permitir excavaciones arqueológicas.

Rio Tinto conocía la importancia arqueológica, antropológica y cultural de un sitio prehistórico de miles de años. El gigante minero fue alertado hace seis años de que al menos una de las cuevas que ahora destruyó en la región de Pilbara (Australia Occidental) era de “la mayor importancia arqueológica en Australia”. Y los propietarios tradicionales se opusieron a la destrucción de las cuevas en un documental de 2015.

De hecho, ya en 2014, había tenido que autorizar las primeras excavaciones dirigidas por el arqueólogo Michael Slack. Esa investigación había permitido comenzar a rescatar piezas prehistóricas de gran valor como piedras de molienda y golpeo, que representaban el uso más temprano de la tecnología de piedra de afilar en Australia Occidental.

Algunos de los hallazgos fueron considerados “asombrosos” por Slack, como una pata de canguro afilada en forma de herramienta puntiaguda, de 28.000 años de antigüedad que apareció en las cuevas, cuando piezas similares no se registran en otros sitios hasta 10.000 años después.

Según el Proyecto de Diversidad Genómica de Simons –un enorme estudio de 152 poblaciones mundiales– se considera que el 3% del genoma de los aborígenes australianos proviene de poblaciones que se separaron 10.000 a 20.000 años antes que los ancestros de las poblaciones europeas y asiáticas, Y que aborígenes papúes y australianos actuales son descendientes principales del homínido de Denísova.

Se estima que entre 40.000 y 50.000 años atrás, en el Pleistoceno, los primeros pobladores llegaron procedentes del sureste de Asia, haciendo pequeños tramos marítimos y viajado de isla en isla, utilizando los puentes terrestres que unían entonces a muchas de ellas.

Llegaron hasta Australia donde han permanecido desde entonces, y constituyen probablemente una de las más antiguas poblaciones continuas que existen fuera de África. Los restos humanos más antiguos encontrados hasta la fecha, el Hombre de Mungo, datan de hace 50.000 años, de allí la importancia de las cuevas que Río Tinto acaba de destruir.

Las investigaciones de los expertos fueron retrasando la destrucción de las cuevas y pareciera que la decisión de la minera fue aprovechar ‘el silencio de la pandemia’ para detonarlas bajo el pretexto de un “malentendido”.

El valor cultural era incalculable. “El sitio contenía una secuencia cultural que abarcaba más de 40.000 años –describe Slack– con una alta frecuencia de artefactos de piedra en escamas, una rara abundancia de restos de fauna, herramientas de piedra únicas, cabello humano preservado y sedimentos que contienen un registro de polen que registra miles de años de cambios ecológicos”.

El Dr. Slack y su equipo obtuvieron 7.000 piezas prehistóricas de las cuevas en 2014 y en el resumen ejecutivo de la excavación señalan que “los resultados de las excavaciones en Brock-21/Juukan-2 son de la mayor importancia arqueológica para Australia”.

Su excavación fue de tal importancia que permitió datar la ocupación humana en la región decenas de miles de años antes de lo que se pensaba: “Este sitio fue algo especial. Era una cueva masiva, tenía un depósito cultural tan rico, una ocupación tan antigua. Era tan importante a ese respecto, que es uno de esos sitios que solo excavas una o dos veces en tu carrera”.

En esta cueva del Pleistoceno se descubrió, por ejemplo, un cinturón de 4.000 años hecho de cabello trenzado, cuyo ADN proporciona una conexión fuerte con las actuales comunidades aborígenes de Puutu Kunti Kurrama y Pinikura.

Para muchos arqueólogos, la destrucción de esas cuevas prehistóricas de 46.000 años en Pilbara son comparables con la demolición de los Bamyan Buddhas de Afganistán por parte de los talibanes, o la devastación del grupo del Estado Islámico de sitios culturales en Medio Oriente como Palmira.

La destrucción de esas cuevas prehistóricas de 46.000 años solo es comparable a la destrucción de Palmira por lSIS.

“La historia negra” (I)

El episodio es solo el último de una “historia negra” sufrida por los aborígenes de Oceanía que conformó un prolongado genocidio ejecutado por la Corona británica. La Australia independiente recibió una diezmada población aborigen a la que sometió de manera inicua, con autoritarismo,  abandono y maltrato.

Cuando los ingleses llegaron a Australia, a finales del siglo XVIII, se estima que había entre 300.000 y 750.000 aborígenes. James Cook (1770) se apoderó de Australia para la corona británica basándose en el principio de Terra nullius (tierra sin dueño) y ocho años después se inició la colonización con casi 1.500 presos deportados, autorizados a fundar una primera colonia.

Expulsar a los aborígenes de sus tierras fue el objetivo de los colonos. Ello les implicó abandonar sus territorios tradicionales, no poder mantener sus prácticas sociales y espirituales, perder sus territorios de caza y de recolección con dos consecuencias fatales: desestructuración de la sociedad aborigen y crecientes hambrunas.

Un notable aporte colonial fue la ‘exportación’ de enfermedades europeas como viruela, gripe, tuberculosis, varicela, sarampión y venéreas, que exterminaron parte de la población aborigen. A ello agregaron el aporte del alcohol, el tabaco y el opio. El abuso de sustancias tóxicas se generalizó en las comunidades indígenas australianas a lo largo del siglo XIX y continúa siendo un problema grave en pleno siglo XXI.

Los efectos combinados de la pérdida de sus tierras, la violencia directa y las enfermedades trajeron como consecuencia la muerte del 90% de la población aborigen a lo largo del siglo XIX. Los supervivientes se vieron relegados a los lugares más inhóspitos del país, a vivir en reservas o refugiarse en ‘misiones’ y en 1920, apenas alcanzaban a unas 70.000 personas.

Al constituirse el Commonwealth se les negó el derecho de voto a los aborígenes y recién en 1915 se les permitió votar con limitaciones solo en algunos Estados. Pero se mantuvieron las prohibiciones para desplazarse así como otros derechos civiles.

En 1949, se otorgó la nacionalidad australiana a unos pocos soldados aborígenes, combatientes en la II Guerra Mundial, pero los nativos de Queensland, Territorios del Norte y Australia Occidental seguían sin poder votar.

Recién en 1967, el gobierno australiano enmendó la Constitución y dejó de hacer distinción entre “ciudadanos” y “aborígenes”. Y en 1992, la Corte Suprema de Australia declaró como no válido el concepto de Terra Nullius que había justificado la ocupación.

Cuando el Primer Ministro australiano, John Howard, propuso una Moción de Reconciliación (2001), considerando que “el maltrato hacia los indígenas australianos era el capítulo más sombrío de la historia de Australia”, el Parlamento tardó 6 años en aprobarlo.

Y un año después tuvieron que pedir disculpas oficiales (algo atrasadas) por las Stolen Generations o Generaciones Robadas, término usado para describir el crimen espantoso del robo de niños aborígenes australianos secuestrados de sus familias por el Gobierno australiano y por varias misiones religiosas cristianas a lo largo de un siglo (1869-1976).

El Gobierno australiano y misiones religiosas cristianas robaron niños aborígenes a lo largo de un siglo (1869-1976).

Hoy los aborígenes australianos –que han recuperado población hasta los 350.000 actuales– tiene los peores indicadores en expectativa de vida (diez años menos que el resto de la población), tasa de encarcelamiento (5 veces más que el resto), pobreza, penetración de la droga, nivel educativo, etc.

La historia negra (II)

Por ello no sorprenden las décadas de conflicto entre los custodios indígenas del arte rupestre antiguo y las industrias extractivas que alimentaron el largo auge económico de Australia.

Desde la década de 1960, la costa occidental de Australia sufrió innumerables daños en la colección de petroglifos más grande del mundo en la península de Burrup (Murujuga), donde se encuentran miles y miles de grabados en roca, entre los más antiguos de la humanidad.

El gobierno australiano demoró décadas en nominar a Murujuga como un sitio tentativo del Patrimonio Mundial de la Unesco, para permitir que la industria petrolera, gasífera y minera pudieran expandirse. Recién lo hizo este año y es solo el segundo sitio aborigen que Australia postula como Patrimonio de la Humanidad a fin de proteger la explotación industrial.

Antonio González Zarandona, investigador de la Universidad de Deakin en Melbourne señala que “la ley del Patrimonio Aborigen se creó con el propósito de evitar el castigo para las compañías mineras que ya estaban destruyendo el patrimonio aborigen (…) Entonces, el sistema no está roto, sino que fue construido de esa manera para favorecer a las compañías mineras a operar legalmente dentro de West Australia y destruir el patrimonio aborigen”.

La complicidad de muchos gobiernos australianos con las empresas contaminantes y su negligencia en avanzar en la lucha contra el cambio climático, quedaron expuestas en la crisis de los incendios forestales de 2019 y en el proceso de agudo deterioro de la situación ambiental del país al borde del estrés hídrico.

Ahora, el ministro de Asuntos Indígenas, Ken Wyatt, ha señalado que sería necesaria una revisión de las leyes estatales y federales de protección del patrimonio. Pero la voladura de las cuevas prehistóricas quedará impune. No hay responsables. Río Tinto estaba autorizado a hacerlo. El gobierno cumplía la ley. Y los mineros que colocaron los explosivos hicieron lo que se les había ordenado.

Rio Tinto es uno de los principales productores industriales de gases de efecto invernadero del mundo. Representa ella sola el 0,75% de las emisiones mundiales de GEI. En 2016, en su propio informe sobre el cambio climático, Rio Tinto estimó haber producido 32 millones de toneladas de CO2.

Para algunos pareciera que solo tiene valor lo que tiene precio. Por ejemplo, el hierro. La naturaleza, el ambiente, la cultura, la humanidad son, para ellos, abstracciones sin precio.