La estupidez humana en medio de la crisis climática

14 mar 2022

Antonio López Crespo

Director

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, Naciones Unidas comenzó su labor en 1945, con una prioridad: mantener la paz y la seguridad en el Planeta, en un mundo fracturado en “naciones” que, pese a la tragedia de dos guerras mundiales y millones de muertes, siguen privilegiando sus estúpidos “intereses particulares”. Nunca mejor expresados que en la frase acuñada por Trump: “America First”.

Ciegos ante la tragedia de la primera mitad del siglo XX, arribamos al siglo XXI con una dramática emergencia: el Planeta en el que vivimos –“nuestra casa común”– tiene severísimos problemas y afronta una crisis climática que pone en juego nuestra supervivencia en él.

Con una enorme arrogancia, la OTAN y la UE han omitido los compromisos asumidos en el Acta Fundacional de la OTAN-Rusia (1997), donde se soñaba con arrinconar la Guerra fría, inaugurando una nueva era para la seguridad europea y mundial basada en la cooperación.

Desde entonces e ignorando todas las advertencias de los expertos, EEUU/OTAN tensionaron de manera continua e innecesaria la frontera con Rusia, sumando países hacia el este y aprovechando la debilidad de Rusia tras la disolución de la URSS.

En un Planeta amenazado por una crisis climática terminal, una serie de países parecen no comprender otra lógica que la hegemonía, las decisiones unilaterales y el proteccionismo. En definitiva, la lógica de un poder predominante, donde no hay lugar para la cooperación global o el “ganar-ganar” sino para un obsoleto y trágico nacionalismo cerril al que engloban bajo el manto de la “seguridad nacional”.

Durante las décadas de la posguerra, los líderes mundiales se han llenado la boca con una presunta promoción de los valores de la paz, el desarrollo, la justicia, la democracia y la libertad –“los valores comunes de toda la humanidad”– pero solo han promovido los conflictos regionales, el terrorismo y sus propios intereses comerciales y de seguridad, en Irak, Kuwait, Siria, Líbano, Argelia, Afganistán y un largo etcétera.

Con defectos y altibajos y un enorme esfuerzo, parte de la humanidad logró avanzar como nunca en mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados, reducir la pobreza, mejorar la expectativa de vida y reducir las guerras. Y comenzar a enfrentar el desafío del cambio climático, que requiere la acción concurrente de toda la comunidad internacional.

Pero ese escenario de voluntad globalizadora y una cierta prosperidad con el notorio avance de algunos  países hasta entonces postergados, dejó en claro que EEUU como hegemon mundial perdía predominio y debía aceptar un mundo nuevo multilateral, donde la UE, China, India, Rusia, Japón, ASEAN, tenían que estar sentados a la mesa de las decisiones.

De representar el 36% del PIB mundial, EEUU se convirtió en el 18%, es decir la mitad. De ser la potencia manufacturera del siglo XX, su rol en esa materia se volvió menor. En pocos años su economía se centró en las finanzas especulativas y se convirtió en el país más endeudado del mundo con el agravante de que su principal acreedor extranjero es China. Y en los últimos años su poderío militar dejó de ser incuestionable ante algunos avances tecnológico-militares de China y Rusia.

Sin comprender ese contexto es imposible entender la supina estupidez a la que la humanidad se encuentra abocada con una guerra cuya causa principal es el incumplimiento de lo acordado entre los vencedores de la Segunda Guerra acerca de no alterar la “tierra de nadie” que terminaba siendo el Este europeo (las ex naciones prosoviéticas) entre Europa occidental y Rusia.

Tras la caída del Muro de Berlín, EEUU a través de la OTAN avanzó año a año, aprovechando la debilidad de Rusia hasta alcanzar la frontera misma de ese país.

Trump y ahora Biden, han representado la “resurrección” del espíritu belicista de EEUU y su concepción de “America First”. Ese belicismo no es una opinión. Los datos son contundentes: el gasto militar per cápita en EEUU equivalió a u$s 2.351,1, mientras que en el resto de los países, el gasto militar per cápita fue de u$ 254 (2020).

Ambos presidentes volvieron al predominio de los intereses estadounidenses por encima de todo. Primero fue el conflicto comercial con China, extremado hasta el punto de considerar a ese país como un “enemigo estratégico”. Y más tarde ha sido con Rusia, por su intento acordado con Alemania de asegurar las provisiones de gas a Europa a través del “Nord Stream 2”, que significaba una fuente mucho más barata que el gas proveniente del fracking de EEUU.

Es lamentable el rol de las élites europeas en este escenario. Del alegato en 2018 del ministro de Economía de Francia, Bruno Le Maire planteando que Europa debía terminar con su vasallaje hacia EEUU (“Es hora que Europa pase de las palabras a los hechos en temas de soberanía económica. ¿Queremos ser vasallos de Estados Unidos?”) a la actual aceptación de involucrarse en una guerra de sanciones y armamentos contra Rusia respondiendo a los intereses estadounidenses y olvidando los compromisos ambientales de los que la UE había hecho bandera.

Ni que decir del socialista Josep Borrell o de los “verdes” germanos, incapaces de “leer” las verdaderas raíces del actual conflicto.

Lo expuesto no exime a Putin de responsabilidad. Su sueño de recuperación nacional de la Gran Madre Rusia no deja de ser un planteo finisecular que poco tiene que ver con el contexto global de un Planeta en llamas. Solo lo exculpa en parte, que su acción responde a 30 años de avances de la OTAN

Hacia una crisis alimentaria

Naciones Unidas advierte que el conflicto entre Rusia y Ucrania podría desencadenar una crisis alimentaria a nivel mundial El director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Qu Dongyu, ha alertado que esa guerra podría desencadenar una crisis alimentaria a nivel global ya que “ambos países juegan un papel importante en la producción y el suministro de alimentos”.

Rusia encabeza la exportación mundial de trigo y Ucrania es el quinto mayor abastecedor. Juntos proporcionan el 19% de la cebada mundial, el 14% del trigo y el 4% del maíz”, es decir más de un tercio de la exportación global de cereales. Además aportan al mercado mundial más de la mitad (52%) de la exportación de aceite de girasol y son dos de los máximos proveedores de colza.

Para FAO “las interrupciones logísticas (de la guerra) y de la cadena de suministro en la producción de granos y semillas oleaginosas de Ucrania y Rusia y las restricciones a las exportaciones de Rusia” por las sanciones impuestas por EEUU y la UE tendrán impacto a nivel mundial y pondrán en riesgo la seguridad alimentaria.

En el mes de febrero pasado, los costos de la energía aumentaron un 32% en Europa y se prevé que la inflación mayor podría supera el 5%. Los precios de los alimentos no procesados también aumentaron considerablemente (6,1%), lo que impacta sobre las familias europeas de bajos ingresos.

Alrededor de 50 países que dependen del suministro de trigo de Rusia y Ucrania en más de un 30% “son países menos adelantados o países de bajos ingresos y con déficit de alimentos del Norte de África, Asia y el Próximo Oriente”, advirtió Qu, quien recordó que “muchos países de Europa y Asia Central dependen de Rusia para obtener más del 50% de su suministro de fertilizantes”, lo que afectará la producción global. Rusia es uno de los principales exportadores de fertilizantes y las sanciones económicas pueden generar disrupciones en ese mercado que es un sector crítico para la agricultura industrial.

En un vergonzoso aprovechamiento del conflicto, la ministra de Agricultura de Brasil, Tereza Corrêa da Costa, una defensora de los agrotóxicos que multiplicó bajo su gestión el uso de casi 1.000 productos (muchos de los cuales están prohibidos en EEUU y Europa), consiguió el apoyo de sus colegas sudamericanos para pedir los fertilizantes queden fuera de las sanciones económicas por guerra y cuestiones geopolíticas. (Ver en este mismo número de Más Azul “La contaminación mata nueve millones de personas al año II)

Como presidenta de la Junta Interamericana de Agricultura, presentó esa propuesta el 16 de marzo ante la FAO durante una Mesa Redonda, que irónicamente trataba sobre Insumos para Sistemas Agroalimentarios Sostenibles, con el respaldo de Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Chile.

Las consecuencias del conflicto ruso-ucraniano se traducirán en un aumento de los precios de los alimentos, que ya se vieron afectados por la pandemia. Desde la segunda mitad de 2020 y sobre todo a lo largo del 2021, los precios mundiales del trigo y la cebada subieron 31%, los del aceite de colza y el aceite de girasol más del 60% y el precio de la urea –un fertilizante nitrogenado clave– se triplicó.

Ante la incertidumbre de la duración e intensidad de la guerra, para FAO “las posibles interrupciones de las actividades agrícolas de estos dos principales exportadores de productos básicos podrían aumentar gravemente la inseguridad alimentaria a nivel mundial (en un contexto donde los) precios internacionales de los alimentos y los insumos ya son altos y volátiles”.

Fondos ¿para combatir el clima o para armas?

Desde la 16° Conferencia de las Partes (COPs), celebrada en Cancún (México) en 2010, los países desarrollados acordaron movilizar u$s 100.000 millones por año desde 2020 para combatir la crisis climática. Un compromiso que ya suma entre u$s 200.000 y 300.000 millones, que no cumplieron porque todavía discuten quiénes deben aportarlos, en qué condiciones y en qué plazos.

Aunque el IPCC y prestigiosos científicos de todo el mundo e incluso el Secretario General de Naciones Unidas adviertan que ya no queda tiempo y que es necesario urgir las soluciones, los fondos no aparecen.

Los países en vías de desarrollo con reducida capacidad para afrontar los costes de la prevención, mitigación y adaptación por parte de sus gobiernos nacionales y que padecen las peores consecuencias climáticas, no pueden acceder a las “finanzas del clima” porque los fondos no están y cuando aparecen algunos recursos, existen trabas para acceder al financiamiento internacional por los mecanismos muy complejos para el otorgamiento de recursos, con una exigencia muy alta en cuanto al diseño de los proyectos.

El esfuerzo a nivel global para financiar el cambio climático es ciclópeo y requiere de la colaboración y aporte de todos. Para reducir las emisiones netas de carbono a cero en 2050, el mundo tendría que erradicar unos 53.500 millones de Tn3 de CO2 cada año.

Para innovar en diversas tecnologías como movilidad eléctrica, energía renovable, hidrógeno, captura y almacenamiento de carbono y biocombustibles, Morgan Stanley estima que el mundo necesita gastar u$s 50.000 millones para el 2050. Los expertos de ONU estiman que la recuperación de tierras degradadas que compensaría las emisiones mientras se logran implementar tecnologías sin carbono, requerirá u$s 300.000 millones. La UE por su parte, considera necesarios unos u$s 200.000 millones anuales hasta 2030 solo para descarbonizar la energía.

A ello hay que agregar los costes crecientes de los desastres asociados al clima (huracanes, inundaciones, incendios forestales, sequías, etc) que en los últimos tres años le han costado al mundo u$ 650.000 millones y se prevé que puedan ascender hasta los u$s 50 billones entre 2040 my 2050.

Los resultados de una investigación de la Universidad de Stanford, demuestra que reducir los daños del cambio climático, podría traer beneficios económicos sustanciales para la mayoría de los países (cerca del 90% de la población mundial), mientras que no hacerlo acarrearía una menor producción agrícola, una reducción del crecimiento general y grandes gastos derivados de desastres ambientales y deterioros de la salud.

Han pasado innumerables y costosas reuniones internacionales, miles de debates y promesas incumplidas y sin embargo, el dinero no aparece.

Alimentando la estupidez

Pero basta una guerra para que los líderes mundiales encuentren la “vasija de oro al final del arco iris” y descubran fondos ilimitados para armas. Vale recordar que Joe Biden arribó a la Casa Blanca con la “promesa” de una Agenda verde y que la UE pretendió liderar un Pacto Verde o Green Deal. Y no parece entendible que esas “agendas o pactos” incluyeran miles de millones para armas.

Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el gasto militar mundial en 2020 batió todos los récords, rozando los 2 billones de dólares, con una “pacificista” UE que desbocó su gasto militar en 2020 alcanzando el máximo histórico de u$s 220.000 millones.

Cuando se plantea que el aumento es “mundial” en realidad se encubre una realidad distinta: el 38% del gasto mundial en armas proviene solo de EEUU. Los otros cinco países que le siguen (China, India Rusia, Reino Unido y Arabia Saudita) significan entre todos un 25% y los restantes de los 15 principales (Alemania, Francia, Japón, Corea del Sur, Italia, Australia, Canadá, Israel y Brasil) suman un 6,3%).

Como cada año, el gasto militar de EEUU sigue siendo el mayor del mundo. En 2020 fue de u$s 780.000 millones, mientras el resto de los otros 200 países invirtieron en conjunto u$s 1.202.000 millones de dólares. Además sigue siendo el país que muestra un despliegue de bases propias en distintas naciones por todo el mundo (750 bases reconocidas en unos 80 países), tres veces más que el número de países. Reino Unido tiene unas 140 y China solo cuatro.

No deja de ser sorprendente la “borrachera” armamentística que los gobiernos involucrados en el conflicto (EEUU, Europa occidental, Rusia y Ucrania) a los que se han sumado de manera irracional Suecia o Finlandia, habitualmente ajenas al festín bélico. Casi a diario, el ministro ucraniano de Defensa, postea fotos de nuevos envíos de toneladas de armas llegando en grandes aviones de transporte, provenientes de los países de la OTAN, en especial de EEUU y Gran Bretaña.

Según el gobierno de Ucrania, los socios occidentales ya han puesto a disposición de Kiev u$s 1.500 millones en ayuda militar, a los que finalmente se terminó sumando Alemania, tras años de rechazar el envío de armas, como había hecho en Yugoslavia para financiar su reunificación.

Estadounidenses y británicos han estado proporcionando desde 2019 a Ucrania, misiles antitanque Javelin y NLAW. Se estima en 2.000 solo de éstos últimos. Un funcionario de Defensa de EE.UU, calculó que los primeros envíos de EEUU y sus aliados de la OTAN sumaban 17.000 armas antitanque y 2.000 Stingers. También Canadá y Francia han suministrado armas a Ucrania.

La primera ministra lituana, Ingrida Simonyte, anunció también la entrega de otros misiles Stinger de fabricación estadounidense; República Checa, municiones y Polonia sus misiles Grom guiados por calor. Por su parte, Turquía (miembro de la OTAN) le vendió a Ucrania 20 drones Bayraktar, similares a los utilizados en la guerra entre Azerbaiyán-Armenia (2020).

En medio de la ‘fiesta’ no faltaron voceros de la estupidez como el Presidente del gobierno de España Pedro Sánchez y su ministra de Defensa, Margarita Robles, quienes tras enviar tropas y equipos a Letonia y Bulgaria como parte de la movilización de la OTAN y enviar armamento “letal” al ejército ucraniano, no dudaron en defender su posición con el obsceno argumento de que “invertir en armamento es invertir en paz”. Quizás no muchos sepan que España es el séptimo vendedor de armas del mundo (SIPRI).

Vale recordar, por otra parte, que todos esos “aportes solidarios” a la guerra van acompañados de ‘facturas’ que el pueblo ucraniano deberá pagar más temprano que tarde. Según el SIPRI, los países de la OTAN están proveyendo armas a Ucrania desde 2014, lo que explica –como señala Nan Tian, investigador de ese organismo– que “el gasto militar haya alcanzado su mayor nivel desde el final de la Guerra Fría”, en los últimos tres años.

La ‘pacífica y verde’ UE duplicó los fondos para enviar armas a Ucrania y elevó a u$s 1.200 millones la cantidad destinada a recursos militares para Kiev. Hacer la lista completa de aportes militares y financieros sería interminable y vomitiva. Cada uno de los países de la OTAN no ha escatimado esfuerzos para empujar a Rusia y Ucrania a un conflicto que hace que la humanidad se interne (otra vez) en el territorio incierto de una guerra global.

¿Dónde quedó la “guerra contra el clima”?

El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ha advertido sobre las repercusiones globales del conflicto en un mundo al borde de una catástrofe climática y ha pedido que cesen las hostilidades “inmediatamente”: “La perspectiva de un conflicto nuclear era impensable, y ahora entra dentro de las posibilidades… La guerra muestra que la acción climática y toda la economía del mundo están a merced de la geopolítica. Que se escale la guerra por accidente o a propósito amenaza a toda la humanidad”.

Doug Weir, director de investigación y política del Conflict and Environment Observatory, hace una cruda observación de los ‘motivos’ de todos los involucrados: “Adoptan un enfoque bastante fatalista respecto a los daños medioambientales en los conflictos, como el costo de hacer negocios”.

Cabe una reflexión final:

. El gasto en armamento y equipos destruidos en los primeros 15 días de la guerra OTAN-Rusia-Ucrania, sumado a las infraestructuras dañadas –unos u$s 70.000 millones– es el monto necesario para reforestar 500.000 kms2. Es lo que China utilizó entre 2013 y 2017 incluyendo los pagos a agricultores y a empresas.

. Un día sin gastar dinero en ejércitos ni armamentos podría salvar del hambre a 34 millones de seres humanos.

. Destinar solo el 7% del gasto militar mundial 2020 (u$s 140.000 millones) permitiría haber cubierto la vacunación global contra la pandemia.

. Si medimos la huella de carbono de las 23 principales potencias militares, estamos frente al mayor contaminador mundial: 67% de las emisiones de CO2 del Planeta.