PNUMA reclama una transformación rápida de las sociedades para una acción climática eficaz

08 abril 2023

Los débiles compromisos climáticos de gobiernos y empresas están arrastrando al mundo hacia un catastrófico horizonte de incremento de las temperaturas entre 2,4 y 2,6°C a finales de este siglo.

La insuficiencia de esos compromisos queda demostrada por la contundencia de estos números: las promesas por parte de los países desde la Cumbre de Glasgow (COP 26-2021) tienden a una reducción de menos del 1% las emisiones de gases de efecto invernadero previstas para 2030. Pero se necesita para esa fecha una reducción del 45% para limitar el calentamiento global a 1,5°C.

Los gobiernos planean seguir produciendo combustibles fósiles en grandes cantidades, según Naciones Unidas.

La transformación de los sectores del suministro eléctrico, la industria, el transporte y la construcción, así como de los sistemas alimentarios y financieros, contribuiría a situar al mundo en el camino del éxito.

A medida que las consecuencias del cambio climático se intensifican en todo el mundo se hace más imperiosa la reducción rápida de las emisiones de gases de efecto invernadero. Eso solo puede lograrse con una drástica limitación en el uso de combustibles fósiles que son la principal causa de la crisis climática. Pero nadie parece dispuesto a hacerlo.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) denuncia en un informe que las acciones de la comunidad internacional se mantienen muy lejos de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y tampoco muestran una ruta creíble que permita cumplir con el objetivo de un calentamiento global de 1,5 C.

Las plantas solares de China, las más grandes del mundo, aportan energía limpia mientras transforman sus desiertos.

En su Informe sobre la Brecha de Emisiones 2022: La ventana se está cerrando, concluye que la crisis climática requiere de una transformación profunda y rápida de las sociedades humanas, de los sistemas y sectores que más contaminan. Cambios integrales en el suministro de electricidad, en la producción industrial, el transporte y la construcción, y en los sistemas alimentarios y financieros, serían decisivos para evitar la catástrofe climática.

“Este informe nos dice en términos científicos fríos –afirma Inger Andersen, Directora Ejecutiva del PNUMA– lo que la naturaleza nos ha estado diciendo a lo largo del año a través de inundaciones devastadoras, tormentas e incendios sin precedentes: todos debemos dejar de llenar nuestra atmósfera con gases de efecto invernadero y debemos actuar lo más pronto posible… Ya todos tuvimos la oportunidad de implementar cambios graduales, pero el tiempo para ello ya se acabó. Únicamente la transformación de pies a cabeza de nuestras economías y sociedades puede salvarnos de la aceleración de la catástrofe climática”.

Promesas incumplidas

El informe demuestra que las promesas realizadas por los países participantes en Glasgow 2021, a fin de intensificar sus actualizaciones y contribuciones (CDN) no solo han sido insuficientes sino que ni siquiera se han cumplido. Las CDN presentadas en 2022 apenas representan una reducción de 0,5 gigatoneladas de CO2 equivalente, menos del 1% de las emisiones globales proyectadas para 2030, cuando los requerimientos serían del 45%.

Esas promesas una y otra vez postergadas o mentirosas nos precipitan en un mundo muy por encima del objetivo de París 2015. Se estima que las contribuciones incondicionales determinadas a nivel nacional actuales nos llevan a calentamiento global a unos 2,6 C a lo largo del siglo (66% de probabilidades) y que si se cumplieran las contribuciones condicionales que dependen del apoyo internacional, esa previsión podría apenas reducirse al 2,4°C. Y si no hubiera cambios, las políticas actuales nos empujan al dramático escenario de un aumento de 2,8°C.

El cuadro pone de manifiesto las implicaciones catastróficas de las irresponsables promesas de gobiernos y empresas, en términos de temperatura y la carencia de una acción climática concreta.

“Nunca hemos estado mejor equipados para resolver el desafío climático, pero debemos pasar ya mismo a la acción climática a toda velocidad”, recordó Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas el pasado 20 de marzo.

Pero para lograrlo se necesitan acciones concretas para lograr reducciones sin precedentes. No son tolerables para la humanidad, ni las emisiones actuales ni los objetivos que los gobiernos y empresas se proponen, sobre todo aquellos que generan el mayor volumen de contaminación.

Para cumplir los objetivos del Acuerdo de París, el mundo entero necesita reducir de manera drástica los gases de efecto invernadero (GEI) en los próximos siete u ocho años: 45% para lograr en 2030 el 1,5°C objetivo de París (algo que los expertos ya consideran utópico e irrealizable) y una disminución del 30% para alcanzar el objetivo de los 2°C.

Como sostiene Inger Andersen, recortes de esa envergadura implican una transformación a gran escala, rápida y sistémica: “Reformar la economía mundial y reducir casi a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030 constituye un desafío enorme, incluso imposible según algunos, pero debemos intentarlo. Cada décima de temperatura cuenta: para las comunidades vulnerables, para las especies y los ecosistemas, y para toda persona en el mundo. Incluso si no cumplimos con nuestros objetivos para 2030, debemos esforzarnos por acercarnos lo más posible a limitar el calentamiento global a 1,5°C”. 

Reconocimiento insuficiente de los riesgos climáticos 

Pero quizás la mayor dificultad para lograrlo sea la conjunción de dos problemas: 1) la colosal resistencia de la industria petrolera y sus derivados para un cambio sustantivo del modelo que les ha otorgado en enorme poder geopolítico y económico actual y 2) el reconocimiento insuficiente de los riesgos climáticos que el resto de los sectores (electricidad, industria, transporte, construcción, etc) realiza en su planificación de mediano y largo plazo.

Al “negacionismo” intencional que inventó la industria petrolera para frenar cualquier cambio y mantener sus negocios a sabiendas de los daños ambientales que producía su actividad (Ver Más Azul n°40, enero 2023, “Las petroleras sabían desde los ’70 las consecuencias criminales de su producción”; n° 23, agosto 2021, “Las petroleras apuestan a la destrucción del Planeta” y n°34, julio 2022, “Estos son los culpables del desastre climático”) se agrega cierta negativa por parte de otros sectores a reconocer los manifiestos riesgos que para sus actividades plantea el cambio climático, en parte por ignorancia y en parte para no afrontar los cambios e inversiones que requeriría la adaptación.

 

Las recientes inundaciones en California (EEUU) muestran de los riesgos económicos de la crisis climática.

Las estimaciones son demoledoras. Huracanes, inundaciones, sequías, terremotos y otras alteraciones climáticas y sus consecuencias en diversos sectores especialmente vulnerables (agroindustria, minería, turismo, actividad portuaria, transporte marítimo, etc), podrían significar un costo anual de un billón de dólares a la economía mundial, tal como afirma Robert Glasser, representante especial de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres. Según estudios de Morgan Stanley, los desastres climáticos asociados con el calentamiento global podrían significar pérdidas para el 2040 del orden de los 54 billones de dólares

En lugar de haber atacado el problema gradualmente en las tres últimas décadas, ahora el esfuerzo para evitarlo tendría que ser colosal. Para reducir las emisiones netas de carbono a cero, el mundo debería lograr erradicar cada año unos 53.500 millones de Tm de CO2. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) para ello se requiere una inversión de u$s 13,5 billones en los próximos 15 años y ejecutar cinco medidas concurrentes: 1. eliminar las centrales de carbón que son las más contaminantes; 2. acabar con los subsidios a las energías fósiles; 3. reducir las emisiones de metano en la producción de petróleo y gas; 4. ampliar las inversiones en energías renovables; 5. aumentar la eficiencia energética en la industria, el transporte y la edificación. 

Pero la AIE advierte que ni siquiera esas medidas e inversiones aseguran ya que puedan mantenerse las temperaturas por debajo de los 2°C considerado por los científicos como el último límite seguro. Tal el punto al que hemos llegado.

Hasta hace poco tiempo, la falta de estudios serios sobre los costos que la crisis climática provocará sobre la economía global propició que grandes corporaciones y líderes gubernamentales se resistieran a enfrentar la reducción de emisiones. Algunos por no terminar de convencerse de la gravedad de la situación, otros por considerar demasiado costosa la adaptación y los más eligiendo el camino de las dilaciones esperando que los avances científicos y tecnológicos solucionaran “mágicamente” los problemas. Esas posturas que nos ha ido acercando peligrosamente al borde del ‘precipicio climático’.

La torpeza y la ignorancia han sido mayúsculas. Nadie pareció atender una investigación de la Universidad de Stanford (EEUU) que cuantificó los beneficios económicos que traería hacer la adaptación, concluyendo que cerca del 90% de la población mundial –incluidas las grandes economías como EEUU, China o Japón– se beneficiaría económicamente logrando limitar el calentamiento global a 1,5°C ó 2° y evitando el impacto en la producción de cada región con el aumento de las temperaturas.

Las acciones dirigidas a enfrentar el cambio climático en materia energética, de reducción de emisiones, de resiliencia de las ciudades, etc. significarían millones de nuevos puestos de trabajo y el desarrollo de programas de mitigación y transformaciones en la producción agro-ganadera y el manejo de tierras, que podrían aumentar de forma significativa el PIB per cápita mundial, en especial de los países más desfavorecidos. Por el contrario, superar los 2°C, provocaría a la producción económica mundial un deterioro inicial del orden del 15% ante la mayor virulencia de los fenómenos climáticos a escala global.

Los gobiernos tienen en sus manos la posibilidad de esa transformación, suprimiendo los subsidios a los combustibles fósiles, reformando los regímenes fiscales, estableciendo metas obligatorias para la adaptación de las corporaciones implicadas, etc. El centro del problema son esos combustibles y las industrias vinculadas de manera directa a su consumo (producción eléctrica, plásticos, transporte, etc). 

Pero lamentablemente muchos gobiernos operan como representantes de esos intereses en lugar de atender los intereses de los pueblos que deberían representar. Basta con cotejar los subsidios al petróleo y el gas frente a los estímulos a las energías renovables para comprender –sin subterfugios ni falsas esperanzas– hacia dónde pretenden conducirnos.

Dependerá de la ciudadanía global, de su capacidad de resistencia y lucidez acerca del legado que dejamos a las futuras generaciones, si seguimos consintiendo el rumbo actual. Oigamos las alarmas que encienden con enorme coraje, voces como las del Secretario General de Naciones Unidas o de la Directora del PNUMA para advertir que se nos está terminando el tiempo…