Impulsa la “inversión verde” en la Nueva Ruta de la Seda

07 ene 2020

Antonio Lopez Crespo

Director de Mas Azul

Un año antes de asumir como presidente de la República Popular China, Xi Jinping había anunciado la urgente necesidad de establecer “una civilización ecológica”. Según el actual líder chino, ello significaba ir más allá de las clásicas medidas de protección del medio ambiente y lograr un desarrollo en armonía con la naturaleza, lo que debía implicar cambios profundos cambios culturales y también tecnológicos.

Desde entonces China ha dado gigantescos pasos en esa dirección.

  • Se ha convertido en la primera potencia mundial en energía eólica y solar. Es además el mayor productor de turbinas de aire y paneles solares y el país con mayores niveles de inversión en energías renovables.
  • Encabeza la lucha mundial contra los desiertos. Mientras durante los últimos 40 años, el Planeta ha perdido un tercio de su tierra de cultivo debido a la erosión y la degradación. Los esfuerzos de China para revertir el avance de los desiertos –uno de los problemas ambientales más graves– ha dado resultados extraordinarios (Ver Más Azul, “La historia de Niu Yuquin”, agosto 2020; “Dramática desaparición de bosques”, julio 2020; “La lucha mundial contra la desertización”, febrero 2020)

Dos grandes proyectos ecológicos han sido el ejemplo de su elocuente voluntad de liderar una “nueva civilización ecológica” (Ver Más Azul, “China propone la construcción de una civilización ecológica”, n° 4, enero 2020): se trata de la transformación de Kubuqi y Gobi, dos de los grandes desiertos de China.

Los desiertos de China cubren unos 2.632 millones de kms2, o el 27% del territorio total del país. Desde hace años, el gobierno chino y sus ciudadanos vienen realizando titánicos intentos de convertir esos desiertos en bosques.

Kubuqi, al norte de la capital del país, avanzaba sobre Beijing, con tormentas de arena y altísimos niveles de contaminación aérea. Es uno de los siete desiertos más grandes de China, con 18.000 kms2. Bajo el empuje del cambio climático, se desplazaba hacia el sur, desertificando nuevos territorios, con severas consecuencias de deforestación y deterioro de la calidad de vida de los pobladores. Se decidió reforestar creando una barrera verde que contuviera al desierto y dificultara su avance.

En Kubuqi se logró ganarle 6.250 kms2 al desierto y cuadruplicar las lluvias.

Los resultados han sido impresionantes. Según una estimación de PNUMA –el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente– se logró ganarle 6.250 kms2 al desierto, y la frecuencia de lluvias de Kubuqi que eran menores a los 100 mm. al año, hoy superan los 456 mm.

El otro enorme desafío que enfrentó China fue frenar el avance del desierto de Gobi, a sólo 180 kilómetros de Beijing, un durísimo lugar donde la amplitud térmica puede ser de 78°C (-40°C en invierno y +38°C en verano). Para ello desarrollaron la “Gran Muralla Verde”, un proyecto masivo de forestación, que busca cubrir una extensión de 4.480 kms que continuará hasta 2074. Gobi –uno de los más grandes del mundo– se estaba expandiendo a una velocidad de 3 kms al año.

Por su magnitud, la “muralla verde” es considerada “la mayor obra de ingeniería ecológica del mundo”. Según informes de FAO abarcará un 42% del territorio chino. Los resultados ya son visibles: los terrenos recuperados llegan a 1.283 kms2 cada año, en los últimos cinco años.

El esfuerzo –que aún continúa– dio sus frutos: la superficie forestal en el norte del país pasó del 5% al 12,4%. A principios de los 90, China casi se había quedado sin bosques. Hoy las imágenes satelitales confirman que China ha recuperado desde fines de esa década, una media anual de 50.000 kms2 de cubierta forestal, una superficie superior a Suiza o Países Bajos cada año. En apenas treinta años su masa forestal creció hasta el 21,6% del total del territorio. Ningún otro país del mundo ha visto una recuperación de la pérdida y degradación de los bosques de esta magnitud en tan poco tiempo, mientras la deforestación avanza en otras partes del Planeta.

En las últimas décadas, China ha plantado más de 66.000 millones de árboles!!, que están absorbiendo carbono. Sin ellos, es muy probable que el cambio climático hubiera avanzado aún más rápidamente.

Pese a ello, los medios occidentales insisten en destacar a China como el mayor contaminador del Planeta sin tener en cuenta el tamaño de su población (la más grande del mundo). Medidas las emisiones de dióxido de carbono per cápita, su contaminación alcanza las 6,51 toneladas métricas por persona (puesto 12) frente a las 14,65 toneladas métricas por persona de EEUU o las 16,08 de Arabia Saudita y 15,64 de Australia (datos de la Agencia Internacional de Energía, publicados en enero del 2020).

Mayores contaminadores de COper cápita, por países

1

Arabia Saudita 

532.20

16.08

2

Australia

384.60

15.64

3

Estados Unidos

4761.30

14.65

4

Canadá

547.80

14.61

5

Corea del Sur 

600.00

11.74

6

Rusia

1536.90

10.56

7

Japón

1132.40

8.88

8

Alemania

718.80

8.70

9

Polonia

305.80

8.06

10

Sudáfrica

421.70

7.40

11

Irán

567.10

7.03

12

China

9257.90

6.51

13

Reino Unido

358.70

5.38

14

Italia

321.50

5.30

15

Francia

306.10

4.72

16

Turquía

378.60

4.67

17

México

446.00

3.57

18

Brasil

427.60

2.06

19

Indonesia

496.40

1.88

20

India

2161.60

1.61

Una parte importante de esa contaminación por parte de China se debió al gigantesco consumo de materiales de construcción y metales ferrosos utilizados para el desarrollo de su infraestructura. La producción de cemento representa alrededor del 4% de las emisiones globales de carbono. China consumió más cemento entre 2011 y 2013 que EEUU durante todo el siglo XX (International Cement Review). El motivo: en 1978 menos de un 20% de la población china vivía en ciudades y en 2020 es el 60% del país. Era necesario construir viviendas, carreteras y puentes para 830 millones de personas y acompañar la extraordinaria expansión internacional del país en materia de comercio.

  • Lidera la producción mundial de autos eléctricos. China gastó entre 2009 y 2017 unos u$s 60.000 millones para desarrollar la industria nacional de autos eléctricos en un intento por reducir el consumo de petróleo importado y mejorar la situación del medioambiente (en especial del aire de sus ciudades) según informes del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington (EEUU).

La propuesta de avanzar hacia una movilidad propulsada por baterías eléctricas está en línea con la estrategia de una consistente reducción del petróleo en el mundo como parte de la propuesta de “civilización ecológica”.

  • Nuevo enfoque de la gobernanza climática. Otro paso de China en esa dirección fue la ratificación expresada por el presidente Xi a mediados de diciembre pasado de la implementación del Acuerdo de París y la necesidad de un nuevo enfoque de la gobernanza climática para la recuperación ecológica. Xi aseguró nuevos compromisos de China para 2030 para abordar el desafío climático global, advirtiendo que la pandemia de Covid-19 refleja las alteraciones de la relación entre el hombre y la naturaleza.

China reducirá sus emisiones de dióxido de carbono por unidad de PIB en más del 65% desde el nivel de 2005, aumentará la participación de combustibles no fósiles en el consumo de energía primaria a alrededor del 25%, incrementará el volumen de existencias forestales en 6.000 millones de metros cúbicos del nivel de 2005, y llevará su capacidad instalada total de energía eólica y solar a más de 1,2 mil millones de kilovatios.

Y quizás lo más importante: China asegura estar guiada por la nueva filosofía de desarrollo que promueva un desarrollo económico y social más ecológico en todos los aspectos y de alta calidad.

  • Impulso a la “inversión verde” en la Nueva Ruta de la Seda. El último paso ha sido en los primeros días del 2021 cuando China anunció junto a sus socios internacionales la decisión de facilitar la inversión verde en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Para ello estableció un Instituto de Desarrollo Verde BRI en Beijing desde donde un grupo internacional de expertos promoverá la conservación ambiental y la construcción ecológica en aquellas regiones donde opera la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) también conocida como la Nueva Ruta de la Seda.

En el Instituto de Desarrollo Verde BRI o Coalición Verde de la Iniciativa Belt and Road (BRIGC) del Ministerio de Ecología y Medio Ambiente de China participan sus  socios internacionales representando los departamentos ambientales de los gobiernos de 26 países (Rusia, Irán, Italia, Emiratos Árabes Unidos, etc) más el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y diversas ONGs y empresas, con el fin de establecer un nuevo sistema para regular las inversiones de China en el extranjero.

Las empresas e instituciones financieras chinas que trabajan en el extranjero se han adherido, durante años, al “principio del país anfitrión”, dando cumplimiento a los reglamentos ambientales y sociales de los países receptores. Como la mayoría de éstos pertenecen a áreas de menor desarrollo las inversiones de empresas chinas en el extranjero tenían una fuerte contradicción entre las exigencias de transición ecológica interna de China y su actividad fuera de su territorio.

Un ejemplo de ello –que generaba profundos cuestionamientos– era que mientras la energía limpia se desarrollaba de forma espectacular en China, los que sus empresas construían en el extranjero se basaba en el carbón, altamente contaminante y que China está empeñada en eliminar.

 

Lo mismo sucedía con muchos proyectos BRI que significaban amenazas a la biodiversidad como ferrocarriles y carreteras en áreas de protección, lo que chocaba con sistema interno chino de línea roja ecológica, aplaudido como modelo de desarrollo en armonía con la naturaleza.

Ferrocarril Etiopía-Yibuti realizado por China en la Nueva Ruta de la Seda (BRI) en África.

Hasta ahora ninguna de las principales instituciones financieras chinas que participan en los préstamos al extranjero exigía la aplicación de normas internacionales de protección, especialmente importantes para países con salvaguardias subdesarrolladas. Y los Principios de Inversión Ecológica firmados en 2019

por algunos bancos chinos apenas superaban lo declarativo.

El Centro de Iniciativas Green Belt and Road creado tiene como  objetivo considerar tres dimensiones de la posible huella ambiental de cada proyecto: la contaminación, el cambio climático y la biodiversidad. Se considera que los proyectos contrarios a los objetivos del Acuerdo de París, porque incrementa las emisiones, causan un daño significativo en la lucha contra el cambio climático o atentan contra áreas claves de biodiversidad deben recibir una ‘calificación roja’.

Christoph Nedopil Wang, Director Fundador del nuevo Centro e Investigador Principal en el Instituto Internacional de Finanzas Verdes (IIGF) de la Universidad Central de Finanzas y Economía (CUFE) en Beijing, China es uno de los principales autores de la nueva metodología de clasificación, que según él “combina múltiples enfoques internacionales de las finanzas verdes”.

El sistema busca cierta flexibilidad incorporada para tener en cuenta algunos contextos que permitan la concreción de un proyecto de alto impacto para el receptor los promotores puedan demostrar de manera sólida la adopción de medidas de mitigación para prevenir o reducir los daños ambientales.

La idea es hacer que el sistema sea adaptable”, dice Nedopil Wang, quien considera que es necesario evitar los planteos demasiado rígidos en algunos contextos.

Como ha señalado Zhao Yingmin, viceministro del MEE chino, ahora el BRI no es solo un camino hacia la prosperidad económica, sino un camino hacia el desarrollo verde.