01 ene 2022

Naciones Unidas en una nota destaca la enorme y constante afluencia de informes que produjo o respaldó dando un contundente mensaje: el cambio climático provocado por el ser humano es una amenaza urgente y de carácter existencial para la vida en la Tierra. Y se pregunta si esos esfuerzos de la comunidad internacional para hacer frente a la crisis se traducirán en una acción significativa.

Niños protestando en las calles de Glasgow durante la COP 26 – Foto: Noticias ONU/Laura Quiñones.

La primera respuesta es que la comunidad internacional y la ciudadanía global deberíamos empezar por dejar de hacer foco en la frase “el cambio climático provocado por el ser humano” que nos culpabiliza a todos sin diferenciaciones, lo que constituye un craso error. Es cierto que “todos” hemos consumido y por tanto tenemos responsabilidad y que “todos” hemos generado basura” y contribuido a degradar la naturaleza.

Pero no “todos” lo hemos hecho en la misma medida. Como señala la propia nota de Naciones Unidas (ONU News, 30.12.2021), “paradójicamente, los países que más sufren esta crisis climática son precisamente los que han contribuido a ella en menor medida”. Y los niños más pequeños, que no han elegido ni contribuido a sostener el demencial sistema de producción y consumo que nos ha llevado al borde del precipicio, tampoco pueden ser incluidos en el “todos”. Y serán quienes deberán afrontar las peores consecuencias del cambio climático.

Es necesario dejar claro que la humanidad con sus acciones es partícipe del deterioro climático, pero que los causantes y responsables principales son pocos y están identificados. Son los dueños de las grandes petroleras y productoras de plásticos, refinerías y centrales eléctricas a carbón. Si como señala el PNUD, el principal contribuyente a la emergencia climática es el sector energético, que, representa el 73% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. No recordarlo claramente nos haría (ahora sí) cómplices a “todos”.

En Glasgow y en todo el mundo se registraron grandes manifestaciones, con gente de todas las edades exigiendo en la calle mayores medidas por parte de los gobiernos. Algunos creyeron percibir una atmósfera diferente a las anteriores, más positiva, y con la sensación de que se podía lograr algo tangible.

En los primeros días del evento se consiguió una importante promesa de restaurar los bosques del mundo, junto con una lista de compromisos de los agentes de los sectores público y privado para abordar el cambio climático, frenar la destrucción de la biodiversidad y el hambre, y proteger los derechos de los pueblos indígenas.

Sin embargo, las conclusiones en Glasgow han sido decepcionantes, con nuevas promesas de los líderes mundiales y poco más. Un representante de Bután, en nombre del grupo de Países Menos Adelantados, definió lo sucedido y lamentó que las declaraciones públicas de los países difieran a menudo de lo que se escucha en los mesas de negociación: “Llegamos a Glasgow con grandes expectativas. Necesitamos compromisos firmes para garantizar la supervivencia de los 1.000 millones de personas que viven en los Países Menos Adelantados en el futuro”.

Hacia lo desconocido

Los reiterados informes de Naciones Unidas indican que para evitar un cambio climático catastrófico, el aumento de la temperatura global debe mantenerse en un máximo de 1,5°C por encima de los niveles preindustriales, pero que las probabilidades de un mayor calentamiento global en los próximos cinco años van en aumento.

El emblemático informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre el estado del clima mundial (Ver en la sección Informes en este mismo número de Más Azul) advirtió que la temperatura media global ya había subido unos 1,2°C, y un estudio del PNUMA reveló que si no se mejoran los compromisos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, el mundo va camino de alcanzar los 2,7°C este siglo.

Otros informes de organismos de las Naciones Unidas mostraron que las concentraciones de gases de efecto invernadero alcanzaron niveles récord, y que el Planeta va camino de un peligroso sobrecalentamiento, con repercusiones alarmantes para las generaciones actuales y futuras.

Uno de los efectos del cambio climático es una mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, y este año volvimos a ser testigos de muchos, como las catastróficas inundaciones en varios países de Europa occidental, que provocaron varias muertes en julio y actualmente arrasan Brasil, y los devastadores incendios forestales en países mediterráneos, Rusia, en agosto y Colorado (EEUU) en diciembre.

Los datos de la OMM muestran que, en las últimas décadas, el aumento de las catástrofes naturales ha repercutido de manera desproporcionada sobre los países más pobres y, que el año pasado, impulsó el crecimiento de la inseguridad alimentaria, la pobreza y los desplazamientos en África.

Asimismo, esta investigación señala que América Latina y el Caribe es una de las regiones del mundo más afectadas por el cambio climático y que los fenómenos meteorológicos extremos están causando graves daños a la salud, la vida, la comida, el agua, la energía y el desarrollo socioeconómico de la región.

Catastróficas inundaciones en el noreste de Brasil.

Un informe clave del PNUMA señaló en noviembre pasado que incluso, si los países terminaran con las emisiones ya mismo, los efectos climáticos persistirían durante décadas: “Necesitamos un cambio radical en la ambición de adaptación para la financiación y la aplicación, con el fin de reducir significativamente los daños y las pérdidas derivadas del cambio climático –afirmó la directora del PNUMA, Inger Andersen– Y lo necesitamos ahora”.

El mundo necesita un recorte sustancial en los combustibles fósiles para evitar lo peor del calentamiento global. Pero sin embargo, la producción de minas de carbón se prevé que aumentará un 2% y los expertos y analistas adelantan que OPEP+ incrementará su producción en 400.000 barriles diarios (bd) a partir de febrero próximo, de igual manera que lo vienen haciendo en los últimos meses.

Los combustibles fósiles siguen siendo un problema

Si de verdad queremos frenar el aumento de la temperatura, se requiere también acelerar la transición mundial hacia formas de energía más limpias y acabar con el uso del carbón.

Como advierte Naciones Unidas, los avances en este frente siguen siendo escasos. Según los planes actuales, los gobiernos seguirán produciendo energía a partir de fuentes de combustibles fósiles en cantidades que provocarán un incremento de la temperatura global.

En los próximos veinte años, los gobiernos prevén un aumento de la producción mundial de petróleo y gas, y sólo una modesta disminución de la producción de carbón. En conjunto, estos planes significan que la producción de combustibles fósiles crecerá en general, al menos hasta 2040.

Estas conclusiones se recogen en el último informe de la ONU sobre la brecha de producción, que incorpora los perfiles de quince de los principales países fabricantes de combustibles fósiles y muestra que la mayoría seguirá invirtiendo en ese tipo de industria.

La supervivencia humana y del planeta precisa de un modelo de fuentes energéticas renovables y asequibles para todos, pero empresas y gobiernos caminan en sentido contrario.

En un intento por dar un vuelco a la forma de generar y consumir la energía, la ONU celebró un Diálogo de Alto Nivel sobre Energía (el primero en 40 años) donde que los gobiernos nacionales se comprometieron a proporcionar electricidad a 166 millones de personas en el mundo, y las empresas privadas a algo más de 200 millones. Pero de terminar con el petróleo y el carbón, nada.

Hacer las paces con la naturaleza

El aumento de los incidentes meteorológicos extremos es una clara señal de que el mundo natural está reaccionando al cambio climático provocado por el hombre, pero trabajar con la naturaleza se consolida como una de las mejores maneras de restablecer el equilibrio.

Esta interacción con el medio natural precisará de una gran inversión y una revisión de la forma en la que nos relacionamos con él. La ONU calculó que será necesario devolver a su estado natural una superficie de tierra del tamaño de China para proteger la biodiversidad del planeta y a las comunidades que dependen de ella.

Las inversiones anuales en soluciones basadas en la naturaleza para la crisis tendrán que triplicarse para 2030, y cuadruplicarse para 2050, si el mundo quiere afrontar con éxito la triple amenaza del clima, la biodiversidad y la degradación del suelo.

Con el panorama de más de un millón de especies en peligro de extinción, António Guterres, hizo durante la inauguración en octubre de la primera parte de la Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad (la segunda parte está prevista para abril-mayo 2022, en Kunming (China) un llamamiento a los países para que trabajen juntos con el fin de garantizar un futuro sostenible para las personas y el planeta

La conferencia elaborará la hoja de ruta mundial para la conservación, protección, restauración y gestión sostenible de la biodiversidad y los ecosistemas durante el próximo decenio.

En algunos países se intenta restaurar hábitats naturales para ralentizar el cambio climático – PNUD.

¿Dónde está el dinero?

La segunda pregunta que se formula Naciones Unidas es precisamente esa. Las energías renovables, el transporte eléctrico, la reforestación y los cambios en el estilo de vida proponen innumerables soluciones para combatir los efectos del cambio climático, que muchos consideran la amenaza existencial de nuestro tiempo. Sin embargo, afirma ONU News, “todavía no está del todo claro cómo se costearán todas estas iniciativas”.

Hace más de diez años, los países desarrollados se comprometieron a recaudar conjuntamente 100.000 millones de dólares al año para 2020 destinados a la acción climática en los países en desarrollo. Sin embargo, la cifra nunca se alcanzó.

Para Naciones Unidas, el mundo empresarial parece empezar a darse cuenta de que las inversiones climáticas pueden reportar beneficios económicos. En la mayoría de los países, por ejemplo, la energía solar resulta ahora más económica que la construcción de nuevas centrales eléctricas de carbón, y las inversiones en energía verde podrían crear 18 millones de puestos de trabajo para 2030.

Ese optimismo de ONU se basa en una reunión de la Alianza de Inversores Globales para el Desarrollo Sostenible, que convocó a 30 consejeros delegados y altos directivos de las principales empresas, con un valor colectivo de unos 16 billones de dólares, con el fin de desarrollar directrices y productos que alineen el ecosistema financiero y de inversión existente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Desde su creación, esta alianza ha puesto en marcha normas y herramientas destinadas a movilizar billones de dólares para costear un mundo más sostenible. En 2019 ha publicado su última herramienta para medir con precisión el impacto de las empresas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y proporcionar a los inversores información clave.

Cabe preguntarse –y esta sería una tercera pregunta no está presente en la nota de ONU–, si esas mediciones y herramientas responden a las expectativas de una ciudadanía global que espera acciones ya y no nuevas dilaciones mientras se discute cómo hacer “nuevos negocios” con el cambio climático.

No hay la menor duda que Naciones Unidas es la única y real posibilidad de salvar a la humanidad de una catástrofe. Los ciudadanos de todo el Planeta lo saben. Esperar que los artífices y beneficiarios del “modelo de producción y consumo” se ‘conviertan’ es una ingenuidad. Será la presión sostenida en las calles y en los centros de trabajo de todo el Planeta donde la ciudadanía deberá ejercer su derecho a la salvación. Y como ha reiterado la directora del PNUMA, Inger Andersen, ello exigirá un cambio radical en nuestro modo de producir y consumir.

“Se trata de algo que podemos solucionar pero requerirá que todos lo hagamos, con diferentes niveles de responsabilidad, pero con determinación de hacer cambios en nuestras acciones, en nuestro consumo, y pensar por quién votamos, a quién le damos el poder. Miremos a la gente joven. Ellos lo entienden. Ellos heredarán nuestro desastre y nos están pidiendo cuentas en las calles, en los diálogos. Ellos exigen que no les dejemos un mundo destruido”, dice Andersen.

Antes de la COP 26, ya el Secretario General de la ONU había advertido un posible desencanto: “No es una predicción, es una alerta” y recordó que, “si las promesas para mitigar el cambio climático no se cumplen, el planeta se calentará 2,7°C para fin de siglo”.

Para muchos, el acuerdo final de la COP26 fue vergonzoso. Se introdujo una enmienda de última hora para suavizar el lenguaje de un texto que hablaba sobre “la eliminación de la energía de carbono no estabilizado y de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”. Y con cierto caradurismo celebraron haber incluido por primera vez en 26 COPs!!, las palabras “combustibles fósiles”, que las naciones del mundo acordaron reducir progresivamente“.

Para los propensos a seguir creyendo en promesas, la cuestión de la financiación del clima estaría en camino con el ‘anuncio’ de que 500 grandes grupos financieros, que reúnen 130 billones de dólares, (casi un 40% de los activos económicos del mundo), se alinearían con los objetivos establecidos en el Acuerdo de París, limitando el calentamiento global a los 1,5 C.

Quizás lo que haya movido esas “conciencias pétreas” sea el descubrimiento de los costos insostenibles de un cambio climático desbocado, la consecuente imposibilidad de utilizar la herramienta de los seguros para afrontar una permanencia de fenómenos meteorológicos extremos y advertir el mensaje de aquellas niñas bogotanas que en una marcha ambientalista portaban un cartel aleccionador: “Despierten humanos. Ustedes también están en peligro de extinción”.

Niñas en Bogotá antes de la pandemia, exigiendo recibir un mundo donde se pueda vivir.

Aunque prosperó una Declaración mundial sobre la transición a la energía limpia, para poner fin a las inversiones en carbón, acabando con su uso en la década de 2030 en las principales economías, y en la década de 2040 en el resto de ellas, que firmaron 77 países, lo cierto es que los mayores inversores y productores de carbón, no firmaron el acuerdo.

La hoja de ruta es clara. Lo señala Inger Andersen: “Los gobiernos deben hacer de sus planes de neutralidad de emisiones una parte integral de sus compromisos del Acuerdo de París. Deben financiar y apoyar a los países en desarrollo para que se adapten al cambio climático, como se prometió en París. Deben descarbonizarse más rápido. Restaurar los sistemas naturales que mitigan el carbono. Eliminar el metano y otros gases de efecto invernadero más rápidamente. Respaldar la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal para reducir el impacto climático de la industria del enfriamiento. Y cada empresa, cada inversor, cada ciudadano debe hacer su parte”.

Es de celebrar el mensaje del Secretario de la ONU a los ciudadanos del mundo y en especial a los más jóvenes, tras los resultados de la COP:Sé que están decepcionados. Pero el camino del progreso no siempre es una línea recta… A veces hay desvíos. A veces hay zanjas. Pero sé que podemos conseguirlo. Estamos en la lucha de nuestras vidas, y esta lucha debe ganarse. Nunca se rindan. Nunca retrocedan. Sigan empujando hacia adelante”.

Fuente: Sobre un texto de ONU News