El pánico se instala en el mundo financiero ante la crisis climática

mar 2020

Antonio Lopez Crespo

director

Porqué en los grandes bancos y las empresas más grandes del mundo se habla de un “cisne verde”. En el último Foro de Davos fue tema recurrente de conversación. Todos temen que  aparezca un “cisne verde”.

Fue un documento del Banco de Pagos Internacionales (BIS), con sede en Suiza –una especie de ‘banco de los bancos centrales’– donde se habló por primera vez, del efecto “cisne verde”. En enero pasado, advertía sobre los riesgos que el cambio climático termine provocando catástrofes que puedan empujar a una crisis financiera global.

La investigación titulada  “El Cisne Verde”, realizada por Patrick Bolton, Morgan Despres, Luiz Pereira da Silva, Frédéric Samama Romain Svartzma, considera urgente integrar en el análisis de riesgos, los daños que tienen que ver “con el monitoreo del clima, por la incertidumbre radical asociada a este fenómeno físico, social y económico que cambia e involucra dinámicas complejas y reacciones en cadena”.

Es que los eventos y catástrofes, según el BIS, pueden ser extremadamente perjudiciales desde el punto de vista financiero, y generar la próxima crisis financiera sistémica. Y a eso lo llaman los riesgos de “cisne verde”.

La expresión de “cisne verde” es una adaptación del término “cisne negro” que se popularizó en la crisis económica y financiera mundial del 2008. La metáfora proviene de Nassim Taleb quien en su libro el “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable”, explicó cómo acontecimientos que los expertos en los mercados, consideran muy improbables pueden llegar a ocurrir y tener efectos muy negativos para las bolsas, ya que los inversores no están preparados para ellos, lo que amplifica su poder destructivo.

¿La banca se despierta?

Es sorprendente que los señores que manejan el dinero del mundo vayan tan detrás de los acontecimientos. Pero no despiertan del todo. Descubren ahora un “cisne verde” que hace referencia a un evento inesperado y sorprendente con un efecto potencialmente peligroso.

Hace muchos años que los científicos de todo el mundo lo anticipan, por lo que no debería ser ni inesperado ni sorprendente. Sí altamente peligroso, al punto que está en juego nuestra supervivencia como especie. Pero “ellos” lo descubren en 2020. Bienvenido sea!!!

Preguntémosnos porqué lo descubren ahora? Escribimos sobre esto hace dos años (Ver “Cuánto nos cuesta el clima”, Marco Trade Revista n° 7, 2018) donde advertíamos que la falta de acciones “duplicaría” los u$s 520.000 millones que los efectos de huracanes, inundaciones, sequías, terremotos y otros peligros naturales cuestan cada año. Y que esa estimación era extremadamente conservadora si advertíamos que sólo la industria del vino pierde u$s 10.000 millones anuales por desastres naturales y que lo mismo sucede con diversas industrias fuertemente vulnerables a modificaciones climáticas, como la agroindustria, la minería, las hidroeléctricas, el turismo, la actividad portuaria, el transporte marítimo, etc.

En ese artículo recordábamos que para el australiano Robert Glasser, representante especial de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres, éstos podrían acarrear un costo anual de un billón de dólares a la economía mundial en dos décadas –el doble de lo que costaban en 2018– si los países no mejoraban sus políticas de prevención de riesgos y combatían seriamente el cambio climático.

La propia OCDE estimaba ese año, que cerca del 40% de las inversiones destinadas al desarrollo estaban en peligro pero que, sin embargo, los riesgos climáticos apenas eran tenidos en cuenta de forma explícita en los proyectos y programas de desarrollo.

Y el propio Secretario General de Naciones Unidas en 2009 (sic!!) advertía que el cambio climático tenía implicaciones económicas: “Nos encaminamos hacia un desastre económico mundial… Y pagaremos un precio muy alto si no actuamos rápido… Nuestro pie está puesto en el acelerador y nos dirigimos al abismo”.

Una década después los banqueros mundiales descubren esos riesgos. François Villeroy de Galhau, gobernador del Banco de Francia, en el informe del BIS, ‘inventa la pólvora’: “El cambio climático plantea desafíos sin precedentes para las sociedades y nuestra comunidad de supervisores y bancos centrales no puede considerarse inmune a los riesgos que tenemos por delante”.

El descubrimiento no es inocente. Es la consecuencia del desastre ambiental de Australia, donde los costos financieros de la catástrofe provocados por el cambio climático, muestran riesgos inminentes para la economía y las finanzas mundiales en el actual contexto.

Luiz Pereira da Silva, director general adjunto del BIS y coautor del estudio, explica que los fenómenos meteorológicos extremos, como los incendios en Australia o los huracanes en el Caribe han aumentado su frecuencia y magnitud, provocando grandes costos financieros.

La banca mundial descubre tarde las consecuencias del cambio climático que ayudaron a provocar.

Esos costos incluyen destrucción de infraestructuras, recortes en la producción, alzas repentinas de precios, destrucción física de centros productivos, que ponen en jaque a las aseguradoras que podrían enfrentar reclamos de una magnitud insostenible.

Lo que les preocupa a los banqueros no es la salud del Planeta: “Si hay un efecto cascada en la economía, otros (sectores) también sufrirán pérdidas. Todo esto podría terminar en una crisis financiera”, dice Pereira da Silva.

La fuente de las preocupaciones

La verdadera fuente de sus preocupaciones no proviene en el fondo del cambio climático sino de la enorme fragilidad del sistema financiero global que han construido irresponsablemente.

Un evento climático catastrófico podría provocar un ‘efecto cascada’ en el sistema financiero y los funcionarios del BIS advierten que si se produce una crisis financiera, como ocurrió en 2008, los bancos centrales ya no estarían en condiciones de “salvar al mundo” (sic!!!).

En 2008, los bancos centrales insuflaron miles de millones para contener una catástrofe económica del sistema, bajando las tasas de interés a niveles mínimos, como nunca antes. Es lo que se conoce como ‘política monetaria estimulante’, ‘flexibilización cuantitativa’ o coloquialmente “imprimir dinero”, ya que la compra de activos a los mercados financieros por parte del banco central se hace con dinero nuevo creado por éste. 

Una década después, las tasas siguen bajas o incluso negativas, lo que les deja poco margen de maniobra para estimular a las economías, si éstas entraran en crisis.

Los bancos lograron que las exigencias gubernamentales de contar con niveles de capital acumulado para enfrentar crisis se redujeran, por lo que ahora no estarían en condiciones de frenar los efectos de un cisne verde en el sistema financiero.

Y temen que cualquier catástrofe ambiental provoque cambios regulatorios –una brusca prohibición de la producción y uso de combustibles fósiles, por ejemplo–  que desate temores en el mercado y empuje a los dueños de ciertos activos financieros a deshacerse repentinamente de ellos. Lo que podría generar pánico y contagiarse a otros inversores. El temido “efecto cascada”… y la aparición del “cisne verde”.

Lo patético es que los círculos financieros mundiales no tienen una respuesta. Descubren tardíamente que sus modelos predictivos son añejos y no están diseñados para responder a la amenaza climática. Y buscan fórmulas matemáticas(¿?) que les permitan enfrentar los riesgos de eventos extremos.

Pero otros presienten que no podrán esquivar los vientos de cambio. Larry Fink, director ejecutivo de Black Rock, el mayor fondo de administración de activos del mundo, lo anticipa: “Estamos al borde de un cambio fundamental del sistema financiero (…) el cambio climático se ha convertido en un factor determinante en las perspectivas a largo plazo de las empresas y tendrá lugar una importante reasignación de capital antes de lo previsto”. Y propuso en Davos castigar a empresas que no luchen contra el cambio climático.

Aún sin ser una autoridad política ni monetaria, su empresa maneja activos por valor de casi u$s 7 billones, es decir el PBI de Francia y Alemania juntos. Tiene inversiones en 440 de las 500 empresas más importantes de EEUU; en 29 de las 30 de Alemania y en 36 de las 50 de Francia. Por eso, cuando habla, es escuchado con atención. “El cambio climático es casi siempre el tema principal que los clientes de todo el mundo le plantean a BlackRock. Desde Europa a Australia, de América del Sur a China, de Florida a Oregón, los inversores preguntan ahora cómo deberían modificar sus carteras de inversión”, adelanta Fink.

Larry Fink plantea en Davos castigar a las empresas que no combatan el cambio climático.

La voz disonante

El tema de los efectos financieros y económicos del cambio climático ocupó un lugar destacado en el Foro Económico Mundial de Davos de este año. Pero pese a las advertencias de científicos, economistas y al pánico que asalta al sistema financiero mundial ante el “cisne verde”, Trump se mostró ajeno a esas preocupaciones y calificó a los activistas climáticos como “profetas de la fatalidad”.

En una defensa del individualismo más cerril, opuesto a cualquier regulación, señaló que esos “alarmistas siempre exigen lo mismo: poder absoluto para dominar, transformar y controlar cada aspecto de nuestras vidas”.

Entre las muchas cosas que ignora Trump, parece desconocer también el consejo de McKinsey  –una de las mayores consultoras de negocios del mundo que asesora a grandes corporaciones– que recomienda a empresas, bancos y aseguradoras incorporar el factor del calentamiento global en la toma de decisiones.

El informe de McKinsey enumera algunos de los peligros económicos que entraña el cambio climático provocado por la acción de la ‘revolución industrial’: daños sobre la propiedad y las infraestructuras;  disrupciones en los sistemas alimentarios que provocarán incrementos de sus precios; alteraciones en las cadenas de suministro; pérdida de productividad por disminución de horas trabajadas al aire libre; menor disponibilidad de seguros, con primas más caras, etc.

El estudio analiza potenciales impactos sobre habitabilidad, trabajo, sistema alimentario, activos físicos,  infraestructuras y capital natural en 105 países y en todos se muestran áreas de alto riesgo.

Uno de los datos más contundentes está referido al costo de la adaptación, algo sobre lo que habíamos puesto el acento en 2018. Ese costo crece según tomemos medidas antes o después. Para Naciones Unidas, con medidas antes del 2030, los países en vías de desarrollo tendrían costes de u$s 140.000 a 300.000 millones. Dos décadas después, deberían enfrentar hasta u$s 500.000 millones,

Las consecuencias del cambio climático en sus eventos más extremos, “podrían poner en riesgo cientos de millones de vidas, miles de millones de dólares de actividad económica y el capital físico y natural del mundo”, afirma el informe de McKinsey.

Los costos del cambio climático son crecientes y ponen en jaque las infraestructuras.

Jim Yong Kim, ex presidente del Grupo Banco Mundial denunció que “en los últimos 30 años, los desastres naturales ocasionaron la muerte de más de 2,5 millones de personas y pérdidas por casi u$s 4 billones en todo el mundo; pérdidas económicas que van en aumento en el último decenio”.

Dickon Pinner, uno de los responsables del estudio de McKinsey señala: “nos sorprendió la magnitud y los tiempos de estos riesgos físicos y su impacto potencial en la vida humana, la naturaleza, la economía y el sistema financiero”.

Para Pinner, “el riesgo es aún mayor en las naciones más pobres, donde la dependencia del capital natural es más alta, y el golpe sobre cultivos como el arroz, el trigo, el maíz y la soja es especialmente elevado. Al reducirse las cosechas, estos alimentos corren riesgo de encarecerse. La experiencia histórica sugiere que los precios crecen al menos un 100% a corto plazo si la producción cae un 15%, lo que golpearía en especial a las comunidades más pobres (las que mayor porcentaje de renta dedican a alimentación)”.

Cabe destacar que  diversos estudios demuestran que cada dólar invertido en prevención y mitigación de desastres, genera un ahorro posterior que cuadruplica ese valor. Ese pareciera ser el camino.

Una conclusión interesante que plantea la gente de McKinsey se vincula a los seguros. El modelo actual del sector, para la consultora, es “insuficiente para comprender el riesgo que deriva del cambio climático… algunos activos en determinadas regiones serán cada vez más difíciles de asegurar”. Ello implicará primas elevadas para los asegurados con consecuencias económicas y sociales impredecibles.

Las violentas alteraciones del clima y el peligro del abismo advertido por Ban Ki-moon, pareciera no haber tenido efecto en el mundo económico para acelerar soluciones. Como señalara Amanda Ruggeri, periodista de BBC, “pareciera que es parte de la naturaleza humana posponer la preparación para algo si creemos que es relativamente poco probable que suceda”. Aunque en realidad, ya esté sucediendo…

La buena noticia es que parece que el pánico al “cisne verde” ha comenzado a despertar conciencias en el corazón mismo del sistema financiero mundial.