En los últimos años, la tecnología de captura y almacenamiento de carbono (CAC o CCS, por sus siglas en inglés) ha tenido una llamativa relevancia mediática, impulsada por la acción de muchas empresas energéticas y gobiernos que la promocionaron como la solución ‘milagrosa’ para sortear la crisis climática.
Mientras el mundo se veía ante la necesidad de apurar los pasos hacia la descarbonización en un proceso de transición complejo para pasar de los combustibles fósiles a las alternativas ‘verdes’, la tecnología CAC fue presentada como una forma de salvar la brecha y poder mantener las operaciones de petróleo y gas, mientras las energías renovables se expandían y consolidaban.
Es decir que las tecnologías CAC respondían a rajatabla con el “catecismo” o la doctrina sostenida por la industria de los combustibles fósiles: que algo cambie para que todo siga igual, el efecto Lampedusa, de un gatopardismo rampante.
Por ello, algunas iniciativas CAC se han ido incorporando a explotaciones de petróleo y gas para ayudar a reducir la cantidad de carbono liberado a la atmósfera, permitiendo a las empresas energéticas disfrazarse de ‘verde’ y seguir alimentando la demanda mundial de combustibles fósiles con el consiguiente incremento de las emisiones de CO2, tal como denunciara Naciones Unidas.
La perversidad de la campaña llevó a cuestionar las compensaciones basadas en la naturaleza, como la reforestación, con el pretexto del riesgo de incendios forestales que podrían liberar CO₂ almacenado, frente a la tecnología CAC de “efecto permanente”.
La promoción mediática fue intensa. La afirmación de que la tecnología de captura directa ofrecía mayores expectativas que cualquier otra compensación de carbono, incluida la reforestación, era ‘corroborada’ por el hecho de que Bill Gates a través de Breakthrough Energy Ventures, se sumaba al gran avance tecnológico invirtiendo en Verdox Inc, una startup con sede en Massachusetts que captura dióxido de carbono directamente del aire.
A medida que el mundo se ve compelido a alcanzar emisiones cero netas en 2050, se multiplica el interés por los avances científico-tecnológicos que permitan reducir las emisiones y capturar el CO₂ de la atmósfera. Es indudable que la reducción de las emisiones de carbono ocupa un lugar central en el debate global sobre el futuro de la humanidad.
A la verificación por parte de gobiernos y empresas de la acumulación de daños y pérdidas por secuelas del cambio climático (desastres naturales, sequías e inundaciones, deterioro de infraestructuras, etc) se suma la presión de una conciencia ambiental cada vez más generalizada y profunda.
Ante ese contexto, en lugar de actuar sobre la causa principal de la crisis –el uso irracional de combustibles fósiles– y buscar soluciones graduales y efectivas hacia la descarbonización completa permitiendo acelerar las inversiones en energía limpias, empresas y gobiernos intentan disfrazarse de “verdes”, sin dejar de favorecer el aumento de la producción y la permanencia de los subsidios.
Pero el problema ambiental y sus claras muestras de irrupción catastrófica (como pudo comprobarse en 2022) tendrán un impacto electoral cada vez más relevante y presionará a una creciente regulación gubernamental.
Según evalúa el IPCC, la producción y uso de combustibles fósiles constituye el 89% de las emisiones de carbono. Por tanto, para limitar esas emisiones es necesario reducir drásticamente su utilización para encaminarse hacia el definitivo abandono de los mismos, responsables principales de la actual situación del clima en el Planeta.
Los defensores de la tecnología CAC sostienen que la misma tiene como objetivo la eliminación del 90% de las emisiones de carbono, lo que permitiría reducir la huella ambiental del sector energético y del transporte, dos de sus mayores ‘adictos’ y encaminarse hacia el objetivo del cero neto.
La realidad es que esta tecnología está promocionada y respaldada por la industria del petróleo y el gas. Fue utilizada desde la década de 1970, cuando se la denominaba recuperación mejorada del petróleo y rebautizada ahora como ‘captura, utilización y almacenamiento de carbono’.
Se estima que en la actualidad existen a nivel global, unos 60 proyectos de captura de carbono a gran escala, algunos funcionando y otros en diversas etapas de desarrollo. Las instalaciones que operan en la actualidad tienen la capacidad de capturar alrededor de 40 millones de toneladas de CO2 al año, una milésima parte de las emisiones globales de CO2, procedentes de los combustibles fósiles (38.600 millones de toneladas).
Una de las objeciones de sus detractores reside precisamente en esa limitación, en el demasiado lento proceso del desarrollo de sus instalaciones para la captura de carbono y en el altísimo costo de sus resultados. Desde nuestro medio, celebramos en su momento (Ver Más Azul, N° 21, junio 2021, “Capturar CO₂”) la esperanzadora iniciativa de un grupo de investigadores en Islandia para desarrollar una infraestructura capaz de capturar CO2, enterrarlo y convertirlo en roca. El proyecto fue puesto en funcionamiento hace casi dos años y la conclusión es que harían falta 8,5 millones de instalaciones similares para retirar las emisiones que se expulsan cada año a la atmósfera.
Business Insider ha recogido estimaciones del estadounidense Peter Kalmus, científico de datos en la NASA quien sostiene que “si funciona, en un año habrá capturado el volumen de 3 segundos de las emisiones de CO2 de la humanidad”. Para el experto climático “es sorprendente de que sea considerado como una parte de los planes (para reducir las emisiones)… Probablemente sea la solución más costosa”.
Pero además de ser insuficiente y costosa, el análisis del proceso de la tecnología CAC revela otros inconvenientes. Para la captura de carbono, se separa el CO₂ del aire, o los gases de escape de las chimeneas de las fábricas, con diversos métodos. La mayoría utiliza disolventes líquidos que atraen el CO₂ como un imán. Una vez que el líquido captura el gas, se calienta a una temperatura que permite que se libere el CO₂, que luego se comprime o se puede inyectar bajo tierra para su almacenamiento permanente.
El problema es que todos esos pasos son altamente demandantes de energía, lo que contribuye a encarecer el proceso y agregar una mayor presión sobre la demanda energética, que constituye uno de los cuellos de botella de las soluciones climáticas. Tras décadas de investigaciones la CAC aparece como una tecnología demasiado costosa si se pretende escalarla para afrontar la captura de miles de millones de toneladas anuales de CO₂ que se necesitarían eliminar para alcanzar el Net Zero.
Ese concepto de neutralidad de carbono equivale a una huella de carbono cero (Net Zero o cero neto) que implica conseguir emisiones de dióxido de carbono iguales a cero, equilibrando la cantidad de CO2 liberado a la atmósfera con una cantidad equivalente retirada de la atmósfera, sea con reforestación o enterramiento de CO2.
El mercado ha inventado otro fraude que es el sistema de compras de créditos de carbono, que constituye una especie de ‘permiso para contaminar’ en general en países de menor desarrollo donde las regulaciones son más laxas y los controles inexistentes. Se supone que una empresa de un país desarrollado tiene menos costos si “compra” una reducción de emisiones en un país en desarrollo que si tiene que aplicar un proceso “verde” en su propio país.
De todos modos, la noción de cero neto debe ampliarse para incluir otros gases de efecto invernadero que se miden de acuerdo a su equivalencia con CO2. Es lo que se denomina CO2e, es decir, el impacto que tiene un GEI tiene en la atmósfera, expresada en la cantidad equivalente de CO2. Por ejemplo, el metano genera un efecto invernadero 21 veces superior al CO2, por lo que si unas emisiones acumulan una tonelada de CO2 y una tonelada de metano, sumarán 22 toneladas de CO2.equivalente (CO2e).
Para Bruce Robertson, autor de un informe del Instituto para la Economía Energética y el Análisis Financiero (IEEFA- 2022) aunque las CAC “podrían tener un papel que desempeñar en sectores difíciles de reducir como el cemento, los fertilizantes y el acero, los resultados generales indican un marco financiero, técnico y de reducción de emisiones que sigue exagerando y obteniendo resultados insuficientes”.
La mayoría de los desarrollos CAC en curso no alcanzan sus tasas máximas de captura previstas y sus rendimientos son insuficientes, pero el motivo por el que muchas petroleras han invertido en tecnología CAC ha sido solo para asegurarse de seguir explotando sus operaciones con combustibles fósiles. De hecho, en 2022, un 70% de los proyectos de CAC utilizaban el CO2 capturado para potenciar la producción de más petróleo y gas.
El engaño es ostensible. Las compañías petroleras utilizan el CO2 para obtener petróleo de reservorios previamente inalcanzables, con lo que, en realidad, empeoran la crisis climática, al permitir acceder a más petróleo y aumentar las emisiones, pese a reducir el carbono que se liberó durante la extracción.
Obligado a no desechar ninguna tecnología que pueda reducir las emisiones de CO2, en el último informe del IPCC se plantea que la CAC puede tener un papel fundamental en el mejor de los posibles escenarios climáticos, pero aún en ese contexto la afirmación está lejos de la realidad, en tanto las instalaciones en operación solo anulan una diminuta parte de las emisiones mundiales.
Para las organizaciones ambientales se hace evidente que la captura de carbono se utiliza como un método para que los grandes productores de combustibles fósiles continúen extrayéndolos y vendiéndolos, frenando los intentos globales de reducir las emisiones, tal como reclama el Secretario General de Naciones Unidas cuando pide “terminar con el petróleo”.
Pese a las recomendaciones y los reclamos reiterados de Naciones Unidas para “terminar con el petróleo”, las petroleras y gran parte del sistema económico global se resiste a la única solución de la crisis planetaria: dejar en el suelo los combustibles fósiles.
Se trata desde luego, de un proceso gradual, pero la dilación en enfrentar esa realidad nos ha hecho perder 30 años decisivos que hubieran permitido una transición menos disruptiva que la que ahora debemos enfrentar y que ya no admite nuevas dilaciones si se quiere evitar un escenario de catástrofe climática.
Un estudio científico publicado en Nature, en septiembre 2021 (“Unextractable fossil fuels in a 1.5 °C world) elaborado por Dan Welsby, James Price, Steve Pye y Paul Ekins, ya insistía entonces en que la mayor parte de los combustibles fósiles deben permanecer en el suelo para 2050, si se quiere mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C.
La conclusión es sabia y obvia: hay que dejar de utilizar petróleo, carbón y gas que son los principales responsables del calentamiento global por sus emisiones de CO2 a la atmósfera. Según el estudio “la producción mundial de petróleo y gas debe disminuir en un 3% cada año hasta 2050 para alcanzar el objetivo del Acuerdo de París. Muchos proyectos de extracción de combustibles fósiles, tanto planificados como operativos, no son propicios para cumplir con los límites y los objetivos internacionales acordados sobre el calentamiento global”.
Pero en lugar de retroceder un 3% anual, los gobiernos del mundo –según Naciones Unidas– tienen previsto producir en 2030 alrededor de 110% más de combustibles fósiles de lo que sería coherente con el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5°C, y 45% más de lo que sería coherente con la trayectoria de 2°C.
Ploy Achakulwisut, científico del Instituto del Ambiente de Estocolmo (SEI) y autor principal del Informe sobre la Brecha de Producción de 2021 (PNUMA), advierte que “sin embargo, los gobiernos siguen planificando y apoyando niveles de producción de combustibles fósiles que superan ampliamente lo que podemos utilizar de forma segura”,
La AEI ha señalado que además la guerra en Ucrania está acelerando el consumo mundial de combustibles fósiles y se espera que la demanda de gas se una a la de petróleo y carbón para alcanzar su punto máximo cerca del final de esta década. Los planes de extracción comportarán aumentos de temperatura de 2,7 a 3°C para el 2100, lo que precipita al colapso del clima planetario.
Según el estudio publicado en Nature, a mediados de siglo casi el 60% del petróleo y del gas metano fósil y casi el 90% del carbón deben permanecer bajo tierra para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C. Es necesario un descenso muy drástico de la producción y dejar más combustibles fósiles en el suelo. Para sus autores, “los combustibles fósiles no se deben tocar”.
Ello implica que los mayores poseedores de reservas (Medio Oriente, Rusia y algunas otras naciones que junto con EEUU tienen la mitad de las reservas mundiales de carbón y petróleo), deberían mantener el 97% de las mismas en el suelo para 2050. En el caso del carbón Australia, el 95% y China e India (que poseen una cuarta parte de las reservas mundiales), deberán mantener el 76% bajo tierra.
Para los científicos, los países de Medio Oriente tienen más de la mitad de las reservas mundiales de petróleo, dos tercios de los cuales sería necesario mantener en el suelo y Canadá, lo mismo con el 83% de su petróleo de arenas bituminosas.
El trabajo publicado por Nature muestra en enorme desacople existente entre lo que necesita la humanidad para mitigar la crisis climática y los planes y la codicia de las empresas de combustibles fósiles: “Nuestro trabajo añade más peso a las investigaciones recientes –afirma Dan Welsby, autor principal de la investigación– indicando que la producción mundial de petróleo y gas metano fósil ya ha alcanzado su punto máximo”.
Ante ese horizonte queda claro que la tecnología CAC se utiliza para apoyar la continuidad de la explotación y uso de los combustibles fósiles y que debe entenderse como una solución temporal costosa e ineficiente que sirve para encubrir la decisión de continuar con las operaciones de petróleo y gas a riesgo de la humanidad.
Las CAC no son más que otra forma de greenwashing, para seguir retrasando el difícil, complejo y desafiante proceso de una transición hacia energías limpias, que nos salven de una catástrofe ambiental.