La gran propuesta china

ene 2020

antonio lopez crespo

DIRECTOR

El desarrollo de China en las últimas décadas sorprendió y admiró al mundo. Un país con altas tasas de pobreza y analfabetismo pudo emprender la aventura exitosa de alcanzar no sólo el desarrollo de su país, eliminar la pobreza absoluta y elevar el nivel de vida de sus habitantes, sino de encabezar en pocos años los avances tecnológicos más innovadores y liderar el camino hacia un mundo en paz.

Pero el logro de un “crecimiento a tasas chinas” requirió un gran esfuerzo colectivo y un uso intensivo de los recursos naturales. Ya en 2006, China figuraba al tope de los mayores consumidores de recursos del mundo: 32% del acero del mundo, 25% del aluminio, 23% del cobre, 30 % del zinc y 18 % del níquel y segundo consumidor mundial de petróleo.

El propio subdirector de la Administración de Protección Ambiental de China, Pan Yue alertaba sobre sus consecuencias: “En 20 años China ha logrado resultados económicos que a Occidente le tomaron un siglo. Pero en esos 20 años también ha concentrado el equivalente a un siglo de problemas ambientales”.(‘On Socialist Ecological Civilisation’-2006).

Una estadística oficial mostró en 2013 un dato impactante: la mitad de los diez principales sistemas hídricos de China estaban contaminados y en especial, el Yangtsé, el río madre de China que atraviesa 8 provincias y es el más largo de Asia, fuente del 40 % de agua del territorio chino y del 70 % de la producción de arroz.

El actual presidente chino, Xi Jinping lo visitó varias veces, preocupado por las consecuencias de un desarrollo económico desbocado. Y proyectó la gran propuesta china de cara al futuro: la construcción de una civilización ecológica, como eje fundamental del desarrollo sostenible de su país y del planeta.

China comprendió que la naturaleza y el hombre forman una comunidad compartida de vida y que era necesario cambiar el rumbo. Había que dejar atrás la vieja política de priorizar el crecimiento económico sobre el medioambiente. Una nueva civilización ecológica será, desde entonces, el marco de las acciones de China.

Guerra a la contaminación

En marzo de 2014, ante casi 3.000 delegados en la Asamblea Popular Nacional el primer ministro de China, Li Keqiang, definió el objetivo: “Declararemos la guerra a la contaminación con la misma determinación que lo hemos hecho contra la pobreza”.

Muchos dudaron entonces si eso era posible y si las intenciones del gobierno chino eran sinceras. Cinco  años después de aquella declaración de guerra, los datos muestran la verdad, la fortaleza y la velocidad de implementación del programa de “Civilización ecológica”.

Las ciudades han reducido la concentración de contaminación en el aire en un 32% en promedio. Si mantiene estas reducciones, la población de esas ciudades experimentará mejoras notables en su salud y en la prolongación de la expectativa de vida que se prolongará por meses o años. Los resultados evaluados internacionalmente sugieren que la lucha de China contra la contaminación del aire en las 204 prefecturas, si continúa disminuyendo, podría significar un incremento de hasta 2,4 años en  expectativas de vida (20 millones de residentes de Beijing vivirían 3,3 años más, los de Shijiazhuang añadirían 5,3 años y los de Báoding 4,5 años).

Para lograrlo se implementó un plan nacional de calidad del aire que obligaba a todas las zonas urbanas a reducir las concentraciones de contaminación de partículas finas. La capital Beijing tuvo que destinar u$s 120.000 millones para alcanzar las metas propuestas. Las ciudades más pobladas mostraron las mayores reducciones: Beijing 35%; Shijiazhuang, capital de Hebei 39% y Báoding, la más contaminada de China en 2015, 38%. Muchas de esas restringieron incluso la circulación de automotores.

China prohibió la implementación de nuevas centrales eléctricas que funcionaran con carbón en las regiones más contaminadas del país, entre ellas el área de la capital y las existentes fueron obligadas a  reducir sus emisiones o a reemplazar el carbón por gas natural.

El país cerró muchas minas de carbón y también redujo su producción de hierro y acero. Hasta finales del año pasado, China logró reducir gradualmente más de 800 millones de toneladas de capacidad de carbón y en los últimos años cerró más de 110 gigavatios (GW) de pequeñas generadoras de combustión de carbón con alta contaminación y baja eficiencia. E impuso además la eliminación de calentadores de carbón para calefaccionar hogares y negocios.

Es cierto que pese a esos esfuerzos se siguen construyendo centrales eléctricas en base a carbón. La explicación es que a partir de 2014, el gobierno federal de China permitió que los gobiernos provinciales aprobaran las centrales eléctricas por su cuenta, como parte del proceso de descentralización. Pero éste tuvo un efecto indeseado: algunos gobiernos bajo presión política para aumentar la productividad económica en sus respectivas regiones, autorizaron nuevas plantas de carbón.

En 2016, el gobierno federal chino rectificó. Revirtió las normas de construcción de nuevas plantas y retrasó o canceló docenas de plantas aprobadas. Hoy, la generación de electricidad alimentada por carbón en China se ha aplanado, a pesar de las nuevas plantas y se espera que el uso máximo del carbón de China se alcance en 2020.

Resultados en cinco años

Con la misma velocidad con que sorprendieron al mundo con su crecimiento, los chinos podrían generar la demostración práctica de que es posible una mejoría rápida de las condiciones ambientales, si hay decisión política global para hacerlo.

La Franja Económica del Río Yangtsé que se ha comprometido a establecer la prioridad ecológica y el desarrollo verde, empieza a mostrar resultado. Hasta finales de 2018, China invirtió millones de dólares en la operación de Protección del Río Madre. La calidad de sus aguas, como las de otros ríos importantes como el Amarillo, el Heilongjiang y el Nenjiang, están mejorando de manera gradual y significativa.

Río Yangtsé, el río madre de China.

La clave del desarrollo de la ‘civilización ecológica’ consiste en resolver acertadamente la convivencia armoniosa entre el hombre y la naturaleza. Eso significa ir mucho más allá de la protección del medio ambiente. Implica que toda la sociedad debe funcionar en armonía con la naturaleza, en términos tecnológicos y culturales. El presidente Xi Jinping insiste en que la ecología en armonía con la naturaleza debe impregnar toda la vida social.

“El hombre y la naturaleza forman una comunidad biótica con un futuro compartido –insiste Xi–. El medio ambiente no tiene sustituto, y es posible que no nos demos cuenta de lo verdaderamente valioso que es hasta que se dañe hasta el punto de ser insalvable. Para tomar prestadas las palabras de antiguos maestros, «El cielo, la Tierra y yo fuimos producidos juntos, y todas las cosas y yo somos uno». «El cielo no habla, pero las cuatro estaciones se mueven en orden. La Tierra no habla, pero los innumerables seres cobran vida».

Otro de los frentes en los que China está logrando enormes resultados es en el ‘Programa de la Franja Forestal Protectora de los Tres Nortes’, considerado un exitoso modelo de gobernanza ecológica a nivel global. En solo 20 años de implementación del programa, China ha recuperado 33 millones de hectáreas de bosques, que habían sido utilizadas  como tierras de cultivo.

La propia Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de EEUU admitió este año que el trabajo de China a favor del desarrollo ecológico está resultando beneficioso a nivel global. En un informe durante la pasada primavera de 2019, publicó que la cuarta parte de las nuevas zonas verdes del mundo, entre 2000 y 2017, provino de China, siendo su aporte el más alto del Planeta.

La gran reforestación china ha permitido que el país recuperara desde el 2000, una media de 50.000 kms2 de cubierta forestal por año. Solo durante el ciclo 2013-2017, China gastó más de u$s 70.000 millones en programas de reforestación, pagos a campesinos y a empresas cuyas actividades de explotación forestal fueron limitadas.

Ningún país del mundo logró avances de esa magnitud en la recuperación de sus bosques.

En apenas 30 años, la masa forestal creció del 14% al 22,6% del total. Ningún país del mundo logró avances de esa magnitud en la recuperación de sus bosques, en tan poco tiempo.

Algunos resultados son impactantes: Chen Cungen, profesor de la Universidad del Noroeste de Beijing, inició hace años un proyecto de investigación germano-chino junto con la Universidad Técnica de Munich para reducir la erosión eólica, investigación que derivó en una gigantesca reforestación en el desierto de Gobi, la mayor campaña ecológica del mundo, que implicó un área del tamaño de Alemania.

A finales de 2018, la intensidad de carbono de China había disminuido un 45,8% en comparación con el nivel de 2005, revirtiendo básicamente el rápido crecimiento de las emisiones de gases causantes del efecto invernadero.

La expansión verde también llega a las ciudades chinas. Como parte de la decisión de trabajar hacia una ‘civilización ecológica’, el verde también se está expandiendo rápidamente en los edificios de las grandes urbes del país. A finales de 2018, se habían construido un total de 56.000 kilómetros de vías verdes urbanas en todo el país.

Ciudades-bosque

Pero el avance más audaz proviene del desarrollo de la primera ciudad-bosque del mundo que ya empieza a concretarse en China.  Se trata de una urbe cubierta de vegetación que será el pulmón verde de la región de Liuzhou, situada al sur del país que se espera que esté finalizada para el 2020.

Diseñada por el estudio de arquitectura Stefano Boeri, se espera que sea capaz de de producir cerca de 900 toneladas de oxígeno a partir de sus 40.000 árboles y un millón de plantas de 100 especies diferentes que absorberán al año 10.000 toneladas de dióxido de carbono y 57 toneladas de otros contaminantes. Será la primera urbe de impacto cero, absolutamente autosuficiente, cuya energía provendrá de paneles solares. 

La primera ciudad-bosque del mundo en Liuzhou estará concluida en 2020.

Para tomar dimensión del cambio emprendido por China en su política ambiental china, es necesario  conocer algunas cifras: aumentó sus presupuestos en energías limpias en u$s 32.000 millones por año (el doble que EEUU) y ratificó los objetivos del Acuerdo de París, en la reducción del consumo de combustibles fósiles. China ya es el mayor productor de energía solar fotovoltaica y ocupa el primer lugar en número de turbinas eólicas instaladas en el mundo. Y en ninguna otra parte del planeta los vehículos eléctricos han alcanzado su nivel de producción industrial. Como el mayor productor y consumidor de energías renovables del mundo, China logró en 2018, que la energía limpia cubriera 22,1% del total del consumo del país, 7,6% más que en 2012.

Un largo camino

Pero China sabe que el camino que tiene que recorrer es largo. El presidente Xi lo ha reconocido reiteradamente: “Aunque la calidad del medio ambiente en China continúa mejorando y muestra tendencias de mejora constante, los resultados aún son tenues. La situación es muy parecida a remar un bote contra la corriente; si cedemos aunque sea un poco, corremos el riesgo de deshacer todo el progreso que hemos logrado. Nuestros esfuerzos por construir una civilización ecológica se encuentran ahora en una fase crucial en la que debemos continuar a pesar de la fuerte tensión y la inmensa presión (…) La economía de China ya ha comenzado a pasar de una etapa de rápido crecimiento a una de crecimiento de alta calidad, y, por lo tanto, hay una serie de obstáculos tanto convencionales como no convencionales que deben superarse. Este es un proceso de renacimiento, como un fénix surgiendo de las cenizas. Si no actuamos ahora, estos problemas traerán consecuencias aún más graves a medida que se vuelvan más difíciles y costosos de resolver, por lo que debemos apretar los dientes y conquistar los desafíos que nos esperan”.