nov  2019

La ignorancia consciente, la falta de control y la ausencia mental son los pilares de una inteligencia escasa y son más comunes de lo que se cree. Un estudio de la Universidad Eotvos Loránd (Hungría) determinó a esos tres como los tipos de comportamiento que podrían definir lo que comúnmente llamamos “estupidez”.

Donald Trump parece encarnar los tres en su persona. Un 22 de noviembre de 2018, en pleno otoño en EEUU hacía un intenso frío. El magnate y presidente n°45 de ese país, escribió en uno de sus célebres tuits: “Un frío brutal y prolongado puede romper todos los récords. ¿Qué ha pasado con el calentamiento global?”. No era la primera vez que Trump ponía en duda el cambio climático por una ola de frío. A fin del año anterior, había ‘ironizado’ acerca de lo bien que le iría a su país un “poco de calentamiento global” para combatir las bajas temperaturas que marcaban los -40° en algunos lugares del nordeste y del medio oeste estadounidense: “En el este, podría ser la noche de Fin de Año más fría de las registradas. Quizás podríamos utilizar un poco de ese viejo calentamiento global que nuestro país, pero no otros, iba a pagar billones de dólares para combatir. ¡Así que a abrigarse!”.Es decir que el presidente del país más poderoso del Planeta no sabe la diferencia entre el clima y el tiempo.

Los resultados del estudio de Eotvos Loránd define como estupidez grave, la de aquellos individuos que entienden los riesgos de sus actos y se involucran, a pesar de no tener las habilidades o conocimientos suficientes. La estupidez moderada es la de aquellos que carecen de autocontrol por un comportamiento obsesivo-compulsivo. Y la estupidez leve es la que termina desencadenando situaciones incoherentes, por torpeza mental, distracción o ausencia de sentido práctico.

En un momento en el que los científicos reconocen de forma casi unánime que la actividad humana es la causante del ascenso de la temperatura del planeta; en que China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo durante años, rectifica su política y plantea la necesidad de “una civilización ecológica” y se dispone a alcanzar sus metas de emisión cero antes de lo previsto; y cuando nada menos que 195 países firman el Acuerdo de París sobre el Clima, Trump se alinea con quienes lo niegan.

La banda de los necios

Alrededor del negacionismo del calentamiento global se ha reunido una heterogénea y singular caterva de necios apóstoles: a los habituales conspiracionistas que pueblan internet, se suman algunos científicos solitarios, grandes empresas interesadas en “comprar” informes contrarios al consenso científico, y un variopinto grupo de extremistas religiosos y políticos.

Jim Inhofe

Los ejemplos de necedad y estupidez son múltiples. Inhofe es uno de ellos. Ultraderechista republicano de 85 años, senador por Oklahoma, fue presidente de Comisión de Medio Ambiente y Obras Públicas del Senado desde 2003 hasta 2007 (y después, de 2015 a 2017). Ha sido quien le escribió a Trump en 2017 para que abandonara el Acuerdo de París. En 2012 publicó un libro The Greatest Hoax: How the Global Warming Conspiracy Threatens Your Future (“La más grande de las mentiras: Cómo la conspiración del calentamiento global amenaza su futuro”) en donde la teoría ‘científica’ que sostiene es, según él, de “inspiración bíblica” porque se basa en Génesis 8:22: «Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche». Para Inhofe: “Dios está todavía allí arriba (sic!!). La arrogancia de la gente que piensa que nosotros, los seres humanos, podríamos cambiar el clima me resulta indignante”.

Cuando el desatino de sus fundamentos fue cuestionado desde el propio campo religioso por el líder evangélico Rich Cizik, quien sostuvo que: “La crisis del cambio climático que creemos que está ocurriendo no es algo por lo que podemos esperar diez años, cinco años, incluso un año, para hacerle frente. El cambio climático es real e inducido por los humanos. Hago un llamado a la acción pronto. Y estamos diciendo que la acción es basada en una visión bíblica del mundo. Agotamos nuestros recursos, dañamos nuestro mundo por la degradación del medio ambiente, es una ofensa contra Dios. Eso es lo que dicen las Escrituras”, el senador republicano no dudó en llevar su estupidez al nivel de excelencia, acusando a su colega de ser un liberal encubierto que metió “una verdad de Dios por una mentira”

Y lo perfeccionó en febrero de 2015, cuando compareció en el Senado de EEUU con una bola de nieve que había recogido en la calle y que antes de lanzarla en el recinto, afirmó: “En caso de que lo hayamos olvidado: seguimos escuchando que 2014 ha sido el año más cálido jamás registrado. Le pregunto a la sala: ¿Saben qué es esto? Es una bola de nieve, y eso significa que ahí fuera hace mucho, mucho frío”.

El trabajo de Inhofe parece no haber sido gratis: según la ONG Center for Responsive Politics, Inhofe recibió desde 2012 más de u$s 529.000 de grupos de interés de la industria del petróleo, del gas y del carbón.

Scott Pruitt

También de Oklahoma proviene este negacionista del cambio climático y acérrimo defensor del petróleo y el carbón, que fue elegido en 2017, por Donald Trump, para dirigir la Agencia de protección del medio ambiente (EPA), una agencia que él había denunciado 14 veces como fiscal general. Pruitt realizó  allí una purga de expertos, fue clave para que EEUU se retirara del Acuerdo de París y para desmantelar  casi todas las protecciones medioambientales implantadas por la Administración Obama.

Según The New York Times, Pruitt trabajó con varias empresas petroleras y de gas para intentar revertir las normas creadas por el gobierno de Obama sobre contaminación del aire y del agua y protección de ciertas  especies animales en peligro. Y en su biografía oficial se manifiesta como uno de los principales opositores a la agenda activista de la EPA”.

Pese al consenso existente en la comunidad científica, la necedad y los intereses económicos de Pruitt han puesto en duda el efecto del consumo de combustibles fósiles sobre el calentamiento del planeta: Los científicos siguen en desacuerdo sobre el grado y el alcance del calentamiento global y su conexión con las actividades humanas”, escribió en un artículo en National Review.

Pero tampoco era gratuita la militancia de Pruitt. Un año y medio después de su designación tuvo que renunciar cuando más de 6.000 páginas de emails demostraron en la justicia, su alianza como fiscal general de Oklahoma con las empresas más beligerantes contra las regulaciones ambientales, como petroleras, gasíferas o eléctricas, como Devon Energy, en lo que el diario El País de España definió como “una enciclopedia del amiguismo y la incorrección política”.

Los argumentos del negacionismo climático son de una estupidez supina pero funcionan. Los excesos de cierto ecologismo catastrofista que, en principio, parecían tener como objetivo provocar conciencia y acción, han dado resultados contradictorios. Generaron un miedo que paraliza o que remite a los ciudadanos a un “mundo mágico”: “las cosas terminarán por solucionarse, vaya a saber uno cómo y por quién”. Los hace proclives al negacionismo: “quizás el problema no existe o tal vez, el causante no es la humanidad” y explica la actitud de aquellos a los que Bruno Latour ha llamado “quietistas climáticos”.

Cuando la casi totalidad de la comunidad científica concuerda en que enfrentamos un calentamiento global peligroso y producto de la actividad humana, la banda de los necios, contrarios a la tesis del cambio climático, se dedican a sembrar dudas, bajo tres argumentos básicos y falaces: 1. “La ciencia no es una democracia”; 2. “Siempre ha habido cambios climáticos y el aumento de la temperatura no es antropogénica”; y 3. “Se trata de una inmensa conspiración y del mayor fraude de la historia”.

Mercaderes de la duda

No importa que Dan Coats, director de Inteligencia Nacional bajo la Administración Trump (feb. 2018), en su Informe anual de la evaluación mundial de las amenazas (Worldwide Threat Assessment) planteara que los efectos de las tendencias a largo plazo hacia un clima más cálido, más contaminación atmosférica, pérdida de biodiversidad y escasez de agua probablemente alimentarán el descontento económico y social, y posiblemente los disturbios. Y que advirtiera en su comparecencia ante la Comisión de Inteligencia del Senado de EEUU que “los últimos 115 años han sido el período más cálido en la historia de la civilización moderna, y los años más recientes han sido los más cálidos registrados (…) Los fenómenos climáticos extremos en un mundo más cálido tienen el potencial de un mayor impacto y pueden combinarse con otros factores para acrecentar el riesgo de desastres humanitarios, conflictos, escasez de agua y alimentos, migraciones, escasez de mano de obra, crisis de precios y cortes de energía”, ratificando informes anteriores (2014 y 2016).

Ni que desde el propio gobierno surjan informes de diferentes agencias, incluido el Pentágono, acerca de que el calentamiento global es un peligro real e incluso inminente. Para Trump y determinados grupos de presión el calentamiento global es un “engaño”. Seguirán cuestionando el consenso científico y promoviendo la incertidumbre acerca del cambio climático. Son los mercaderes de la duda.

Merchants of Doubt no es solo un excelente libro (2010) y un exitoso film dirigido por Robert Kenner (2014) sino una brutal denuncia de dos historiadores: Naomi Oreskes (Harvard) y Erik M. Conway (Caltech, Pasadena), sobre los mercaderes de dudas o protagonistas de la “ciencia a sueldo”. Es la historia de cómo un puñado de científicos se dedica a oscurecer la verdad sobre los problemas del calentamiento global de la mano de los think tanks conservadores de EEUU y de organizaciones como el George Marshall Institute.

La banda de los necios en amplia y merece más capítulos. Más Azul se los irá contando.