La escasez del agua constituye uno de los grandes desafíos para la humanidad. Se trata de un bien básico para la supervivencia. Y el cambio climático, la creciente contaminación, la deficiente gestión del recurso y la carencia de capacidad e infraestructuras, están llevando al problema del agua a un punto sin retorno.
Naciones Unidas sintetiza la actual situación:
En este último punto queremos focalizar nuestro análisis. La relación entre migración y cambio climático es compleja y no se puede simplificar, ya que el contexto ambiental no es el único determinante de una decisión tan dolorosa y dura como abandonar tu tierra, tu hogar, para aventurarte a migrar hacia lo desconocido. En esa decisión se conjugan múltiples factores (económicos, sociales, políticos y ambientales) motorizados por un componente común: la desesperación.
Trabajos de FAO establecen que la pobreza, la inseguridad alimentaria, la falta de empleo, el cambio climático y la degradación del medio ambiente son algunas de las causas subyacentes de la migración.
Deben diferenciarse los ‘migrantes voluntarios’ de los ‘refugiados’ internos o internacionales, forzados a emigrar. Dentro de los migrantes, como puede verse en el gráfico adjunto, existen tres categorías: los que emigran voluntariamente por motivos económicos, familiares o de educación; los migrantes temporarios que emigran por trabajo y aquellos que se desplazan empujados por dificultades económicas, desastres naturales y problemas ambientales.
ACNUR señala que alrededor de 64 millones de personas en el mundo se han visto obligadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) estima que otros 150 millones de refugiados se sumarán debido a los efectos de las inundaciones costeras, la erosión y los trastornos agrícolas (1,5% de la población mundial). Y las previsiones más pesimistas elevan ese número a cientos de millones.
El factor climático empieza a erigirse en un obstáculo cada vez más insalvable para los campesinos que viven de la agricultura. Los desastres naturales (monzones, tifones, lluvias, inundaciones, etc.) provocados directa o indirectamente por el cambio climático impulsaron a casi 30 millones de desplazados en 2019 (IDMC).
La mayoría de esos desplazamientos ocurrieron en diversas regiones de Asia con especial impacto en países como India y Bangladesh. También en África Subsahariana y en Centroamérica hubo migraciones importantes debido a ciclones, huracanes y fuertes inundaciones.
El consumo mundial del agua crece al doble de la tasa del crecimiento demográfico en el Planeta y se multiplicó por seis a lo largo del siglo XX. Y no precisamente porque más seres humanos accedieran a ella sino porque el uso industrial y el derroche en los países desarrollados se ha multiplicado.
El consumo de agua en los EEUU es el más alto en el mundo y sus tarifas del agua las más bajas entre los países desarrollados. El 58% del agua residencial se usa al aire libre (jardinería, piscinas) y el 42% dentro de la casa, con un consumo promedio de 260 litros diarios. El uso del agua per cápita en EUU es dos veces más alto que en Europa.
El uso medio del agua para industria que es de un 20% (en los países de renta baja es aún menor) en lugares como Canadá o EEUU triplican ese consumo.
La desigualdad en materia de consumo de agua es flagrante. Mientras en América del Norte la disponibilidad es de 1.874 m3 habit/año, en Asia y América del Sur ronda los 500 m3 habit/año (529 y 485) y en África apenas alcanza a los 250 m3 habit/año.
Debe recordarse que por debajo de 1.000 m3/hab-año) estamos en el “umbral de penuria o carencia severa”, con problemas de sequías frecuentes y dificultades de abastecimiento para la agricultura y la industria.
Por tanto, es posible que la cantidad de agua disponible en el Planeta pudiera no ser insuficiente para cubrir las necesidades de la humanidad, pero su consumo excesivo y su derroche pueden ser el motor de una carencia aguda de agua en próximos años.
Pongamos un ejemplo: la vestimenta más sencilla en las actuales condiciones de producción requiere unos 10.000 litros de agua (4.400 litros para zapatillas, 3.000 para un jean, 1.200 para una camiseta de algodón y 1.000 para una camisa de fibra sintética). Pero se producen más de 100.000 millones de prendas cada año!!! (Ver en este mismo número de Más Azul “Moda circular”).
Ya en 2018, FAO advertía en un estudio (“Estrés hídrico y migración humana”) cómo la falta de agua y las alteraciones climáticas provocan tensiones migratorias. De hecho, los 30 millones de desplazados climáticos de 2019 (la cifra más alta que se ha registrado) triplica el número de desplazados con motivo de guerras, conflictos y violencia.
Si dos tercios de la población mundial viven condicionados por una grave escasez de agua al menos durante una parte del año, el escenario está servido para que una migración masiva sea la respuesta. Como advierte Olcay Ünver, Vicepresidente de ONU-Agua y un prestigioso experto turco en la materia: “Para el 2050, cuatro mil millones de personas podrían estar experimentando un severo estrés hídrico, poniendo en peligro el suministro mundial de alimentos… Es esencial asegurarse de que la interacción entre la escasez de agua y la migración no se convierta en una de agravamiento mutuo”.
Aunque existen múltiples factores de emigración, para aquellas personas que tienen en la agricultura su medio de subsistencia, la escasez de agua es un punto liminar ya que perjudica las expectativas de producción de sus cultivos, altera las previsiones y se transforma en una dificultad inabordable.
La agricultura desempeña un papel clave en el consumo del agua, en tanto significa el 70% de su uso. Por tanto, es necesaria una gestión adecuada de la misma, ya que su derroche y su contaminación con agro-tóxicos, amenaza la sostenibilidad de los ecosistemas, la provisión de los alimentos y la estabilidad de las poblaciones dedicadas a su producción.
Aunque las inundaciones y las tormentas dañan los cultivos y cosechas, son las sequías prolongadas las que constituyen un factor determinante a la hora de emigrar en busca de nuevos medios de subsistencia. FAO ha estimado que el aumento de los desastres naturales (entre ellos sequías e inundaciones) derivados de alteraciones climáticas, causaron solo en el período 2008- 2018, pérdidas por valor de u$s 280.000 millones en la agricultura mundial.
Las sequías son responsables de tres cuartas partes de esas pérdidas, por lo que representan el más costoso impacto de los desastres naturales para la economía global. (Ver en este número de Más Azul, “Las alteraciones del clima provocan graves pérdidas en el sector agrícola”).
La carencia hídrica y las sequías disparan una aceleración de la pobreza en las comunidades afectadas. La falta de lluvias recurrentes a lo largo de años y la alteración brusca del clima, disminuyen la productividad de los cultivos, reducen la capacidad de subsistencia e incrementan los niveles de pobreza de las comunidades agrícolas, al punto de perder incluso la capacidad de emigrar.
La migración debería ser una elección, no una necesidad compulsiva que provoca altísimos riesgos en los migrantes y graves alteraciones en las poblaciones de acogida. La cooperación internacional tiene la responsabilidad de acometer soluciones inteligentes para que aquellos factores determinantes de los grandes desplazamientos de personas puedan morigerarse y se creen las condiciones que permitan vivir dignamente en sus comunidades de origen.
Una inversión precisa y consistente en el campo del desarrollo rural sostenible, con programas de formación y adaptación al cambio climático y la multiplicación de medios de subsistencia en el ámbito rural, son parte de las respuestas con las que la cooperación internacional debería afrontar el actual reto de la migración.
Las causas de la migración son múltiples (agotamiento de los recursos naturales debido a la degradación del medio ambiente y al cambio climático, pobreza rural, inseguridad alimentaria, desigualdad, desempleo y falta de protección social) y requieren un abordaje del mismo carácter.
La agricultura y desarrollo rural (ADR) resultan fundamentales para hacerlo. Más de la mitad de la población de los países más pobres vivirá en 2050, todavía en zonas rurales. Y el 75% de las personas que viven en el Planeta en situación de pobreza extrema, tienen en la agricultura u otras actividades rurales, su medio de subsistencia.
Paralelamente es necesario alentar y capacitar para producir con menos agua. Resulta imprescindible desarrollar sistemas que aumenten la productividad del agua y promuevan su uso de forma sostenible y eficaz, como por ejemplo, con la expansión del riego por goteo, que permite una utilización óptima del agua o la reutilización de las aguas residuales, como respuesta a la escasez.
El uso de agua regenerada en agricultura debe ser parte del proceso de planificación integral para lograr una utilización del agua más eficiente y sostenible. El enorme crecimiento de los déficits hídricos ante un crecimiento de la demanda de agua, recursos hídricos estables o en disminución y reiteradas sequías por factores climáticos, obligan a un uso innovador del recurso.
La lógica mercantilista agrega además un problema: la derivación que suele hacerse del el agua de los agricultores hacia las ciudades, debido al mayor valor económico del uso industrial y urbano frente al uso agrícola.
El agua regenerada para agricultura ofrece un “triple beneficio”: permite conservar el recurso para un suministro de agua fiable y rico en nutrientes. Permite la asimilación de los nutrientes de las aguas residuales por las plantas, reduciendo la contaminación aguas abajo. Y ayuda a mitigar los efectos negativos de la escasez.
Asimismo es necesario fomentar las inversiones y prospecciones en busca de aguas subterráneas. Recientemente hay dos ejemplos que merecen destacarse. En Kenia, en un territorio singularmente árido, un equipo de la Unesco localizó una de las mayores reservas de agua subterráneas del mundo, que podría abastecer a este país africano en los próximos 70 años.
Se trata de dos enormes acuíferos, alrededor del lago salino de Turkana, que comparte con Eiopía. El mayor tiene una capacidad de unos 200.000 millones de m3, y otro más pequeño de 10.000 millones. En la zona semidesértica de Turkana, en el norte del país, el 37% de la población está malnutrida.
La mitad de los keniatas padece falta de agua potable, por lo que el descubrimiento cambiará la vida de la población y posibilitará el desarrollo local.
Queda para el gobierno de Kenia la tarea de controlar las actividades industriales que pudieran radicarse en la región. La experiencia del sector industrial desarrollado a lo largo de la costa del país, sobre todo de mineras y agrícolas, que requieren agua en abundancia y que recurrieron a la explotación del agua subterránea en desmedro de la población, es un antecedente a tener en cuenta.
El otro ejemplo es en Argentina, donde una empresa privada, Pan American Silver Corp. es titular de la Mina Navidad, un importante yacimiento de plata y cobre con una producción estimada de 15.000 ton diarias promedio y una vida útil de 17 años con una evaluación de 20 millones de onzas anuales de concentrados de plata-cobre y plata-plomo.
La mina está localizada en una zona especialmente árida de la Meseta patagónica, en la provincia de Chubut. Para atender su futura producción, la empresa hizo prospecciones y localizó un importante acuífero, en una región que se caracteriza por su crónica ausencia de agua. El proyecto está paralizado en medio de un conflicto social con sectores que se oponen a la minería metalífera.
Pero ambos acontecimientos muestran que con innovadoras tecnologías de exploración por satélite, utilizadas en la búsqueda de petróleo y minerales, es posible mapear áreas para encontrar depósitos de agua que permitan enfrentar el cambio climático.
Mejorar el acceso al agua permitirá mejorar las condiciones de vida de los pequeños agricultores y ayudará a limitar los efectos del drama de los que se ven obligados a abandonarlo todo y partir…