1.000 millones de niños viven en países de riesgo climático extremo

01 nov 2021

Antonio López Crespo

Director de Más Azul

¿Alguien piensa en ellos? Foto ONU-Laura Quiñones.

Concluyó una nueva COP en Glasgow. Era esperada como “la última oportunidad” para empezar a actuar. El futuro de miles de millones de niños y jóvenes dependía de que los líderes mundiales no desperdiciaran una vez más esa oportunidad. Pero lo volvieron a hacer. La COP26 terminó sin resultados y acciones que muevan a la esperanza.

Escribo esta nota desde la más absoluta desolación. Soy padre y abuelo de una entrañable ‘banda’ de jóvenes hijos y nietos, algunos de los cuales estarán recorriendo la mitad de su vida en el 2050. Y maestro de varios miles de ex alumnos y discípulos, con quienes en muchos casos me une un entrañable vínculo construido alrededor del amor al conocimiento. Y me preocupa profundamente el mundo que les estamos legando.

Cuando junto a un grupo de colaboradores pusimos en marcha la aventura de Más Azul, nos proponíamos desarrollar un medio que aporte información consistente y chequeada sobre la verdadera situación ambiental del Planeta, así como de los avances que, a nivel global, se están haciendo para encontrar soluciones.

Conformamos un equipo periodístico con fuerte soporte académico y científico, que pretendía y pretende mostrar que hay un futuro posible y que, en diversos rincones del mundo, hay millones de voluntades trabajando afanosamente para lograrlo.

Queríamos levantar una voz tan lejos de los catastrofismos paralizantes como de la ciega omisión de los deterioros alcanzados, contribuir al conocimiento y a la confluencia de intereses contrapuestos, que permitieran a establecer caminos de diálogo fructífero entre la ciudadanía, las empresas y los decisores políticos de influencia global.

Pero está claro que gobiernos y corporaciones han elegido seguir el camino del precipicio. Hacen todo lo posible para minimizar la gravedad del deterioro ambiental hasta el punto de financiar primero un irracional y absurdo “negacionismo” y luego, enmascarar su accionar detrás de un ‘greenwashing’ hipócrita, para seguir contaminando.

Tuvo que ser Greta Thunberg (entonces menor de edad) la que reclamara que era hora de “oír a los científicos”. Ahora en la Cumbre del G2 y en la COP26 es ella, otra vez, la que expresa de manera rotunda el fracaso de ambas reuniones al definirlas como “conferencias del bla, bla, bla” y eventos de “lavado verde”

Es desesperante que tengan que ser los niños y jóvenes quienes se ocupen de encontrar los caminos de su propia supervivencia en medio de angustiosos diagnósticos y aterrorizadoras faltas de acción y coraje por parte de los líderes mundiales.

Con precisión, Greta denuncia que “los líderes no se quedan de brazos cruzados, sino que crean activamente lagunas y moldean marcos para beneficiarse a sí mismos y seguir sacando provecho de este sistema destructivo. Se trata de una elección activa por parte de los líderes para que continúe la explotación de la naturaleza y de las personas y la destrucción de las condiciones de vida actuales y futuras”.

El propio António Guterres, Secretario General de la ONU coincide con ese planteo cuando aseguró enfáticamente en la COP26 que estamos cavando nuestra propia tumba Es hora de dejar de tratar a la naturaleza como un retrete.

El problema es que no estamos cavando nuestras fosas sino las fosas de nuestros hijos y nietos.

El problema es que no estamos cavando nuestras fosas sino las fosas de nuestros hijos y nietos. Y lo estamos haciendo con nuestra incapacidad ciudadana para imponer a los gobiernos que cumplan con el rol para el que han sido elegidos: generar las regulaciones necesarias para el bienestar general y disponer del uso de la fuerza pública para que esas regulaciones se cumplan. Eso es el Estado de Derecho en una democracia. Y no la ‘eterna comprensión’ de los intereses corporativos en juego para que sigan haciendo sus negocios tóxicos.

Una prueba de ello es que, tras “26 COPS y décadas de bla, bla, bla” (como diría Greta) los ‘compromisos” sobre emisiones globales de CO2 en lugar de caer el 45% necesario para limitar el calentamiento a 1,5°C –como fija el Acuerdo de París– o una reducción del 25% para limitar el calentamiento a 2°C, van camino de crecer un 13,7% para 2030. Es decir que el desplazamiento entre lo “comprometido” y lo logrado, es casi de un 60%.

Ello coloca las expectativas en un aumento de la temperatura global de 2,7°C, lo que abre la puerta a un futuro catastrófico para quienes vivan en 2050. Pero los líderes mundiales siguen postergando las acciones perentorias que exige ese futuro mientras siguen “lavando” su imagen en base a compromisos vacíos.

Es que terminar con los combustibles fósiles pone en conflicto su relación con los poderes económicos que representan y compromete su vínculo con un electorado que vería trastornado su actual modelo de consumo. Pienso cuántas ‘conciencias presuntamente verdes’ aceptarían que sus flamantes vehículos pasen a ser chatarras obsoletas o que se dispare el precio de su consumo eléctrico o su ropa aunque sea durante un tiempo limitado de transición.

Cierta parte de esa responsabilidad también corresponde a los medios y al propio activismo “verde”. Los primeros por encapsular el tema ambiental en las alteraciones climáticas, alimentando sus propios intereses comerciales con titulares catastróficos, ignorando, en general, las causas y los culpables. Y los segundos, apasionados y llenos de buenas intenciones, poniendo el foco en “la acción callejera”, necesaria para reclamar a los gobiernos, pero inocua muchas veces para lograr alterar la ‘salud’ de las grandes corporaciones.

Algunas acciones legales contra petroleras han sido más eficaces, contundentes y menos desgastantes, que el ruido en las calles. Es necesario denunciar puntualmente a las empresas por sus maniobras de “lavado verde” y presionar con acciones directas para que asuman las responsabilidades económicas y criminales que ciertas actividades industriales han tenido y tienen sobre el deterioro de las condiciones medioambientales.

¿Alguien piensa en ellos?

Pero esas dilaciones y perpetuas postergaciones tienen un fundamento: sostener el statu quo, significa que los “negocios” seguirán fluyendo, sus poltronas seguirán acogiendo por ahora sus traseros y en un “futuro 2050” no estarán pisando el Planeta.

No les interesa que alrededor de 1.000 millones de niños –cerca de la mitad de todos los menores del mundo– viven en 33 países clasificados de riesgo climático extremadamente alto. Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF planteó en el discurso de apertura que la COP26 debería ser ‘la COP de los niños’ porque el cambio climático representa una amenaza generacional para niños y jóvenes que corren un riesgo extremadamente alto de soportar las consecuencias catastróficas de este fenómeno.

Como el resto de las voces que surgieron desde Naciones Unidas, las advertencias fueron múltiples: “Aunque las perspectivas son nefastas –decía Fore–, los líderes mundiales en la COP26 tienen una oportunidad importante y urgente de reconducir el terrible camino en el que nos encontramos. Pueden hacerlo comprometiéndose a aumentar la capacidad de los servicios de los que dependen los niños, y reduciendo las emisiones de forma más rápida y significativa. El futuro de miles de millones de niños depende de ello”.

La crisis climática y ecológica es básicamente un asunto de los derechos de niños y adolescentes, ya que ellos serán los más afectados por sus consecuencias. Los líderes mundiales han demostrado ser incapaces de ir más allá de “compromisos” que después no cumplen. Parecen ignorar o desentenderse de manera inmoral de las consecuencias de su inacción, que castigará de manera dramática a quienes estén desarrollando su vida a mediados de siglos, cuando ellos –como yo– ya no estemos…

Cuando al Secretario General de Naciones Unidas lo consultaron sobre el anunciado compromiso de plena cooperación entre EEUU y China (los dos mayores contaminadores en volumen) su respuesta fue contundente: “Es un paso importante en la dirección correcta. Pero las promesas suenan vacías cuando la industria de los combustibles fósiles sigue recibiendo billones en subvenciones. O cuando los países siguen construyendo centrales de carbón o cuando el carbono sigue sin tener precio”.

Y subrayó que deben reducir “de forma radical, creíble y verificable sus emisiones” y descarbonizar sus carteras, a partir de ahora mismo: “Necesitamos que las promesas se pongan en práctica. Necesitamos que los compromisos se conviertan en algo concreto. Necesitamos que las acciones se verifiquen. Necesitamos salvar la profunda y real brecha de credibilidad”.

Es vergonzoso que miles de niños y jóvenes hayan tenido que tomar las calles de Glasgow en una multitudinaria manifestación para tratar de que alguien con poder de decisión global, los oiga. Que pedían? Justicia climática. ¿Para cuándo? ¡Para ahora!

Vergonzoso para los que tienen ese poder y para los adultos de todo el mundo que continúan con su vida y su modelo de consumo, sin ejercer el poder de su ciudadanía, para construir a los más pequeños un mundo vivible. Y conmovedor el esfuerzo y la decisión de miles de niños y jóvenes portando carteles improvisados para expresar su reclamo de un futuro para todos.

Sus carteles son un catálogo de sus más urgentes reclamos: “less talking, more acting”;act now”; “save our beautiful world”; “we can’t eat Money”; “se nos acaba el tiempo”; “SOS emergencia climática”; “no future without nature”; “no more excuses”; “el clima está cambiando. Porqué ustedes no?”; “Respeta la existencia o espera resistencia”;No more blah, blah, blah, Your greed our death”; “Change the system, not the climate”. Su voluntad a lo largo del Planeta es clara: “Nosotros estamos aquí y no nos van a ignorar. Nos haremos un hueco hasta que nos oigan”.

Un futuro posible

Aunque los líderes globales finjan escuchar pero se nieguen a actuar, si todos trabajamos con la tozudez con que el agua termina modelando las piedras, lo lograremos. Los adultos debemos terminar con la complicidad que implica no involucrarnos, creyendo que solo pueden actuar los decisores globales.

La de ellos es una responsabilidad criminal. Pero los ciudadanos de a pie tenemos la potestad –con nuestra exigencia– la posibilidad de horadar su resistencia. Esa es nuestra responsabilidad. Y la mayor prueba de amor por nuestras crías. De lo contrario, estaremos participando en el cavado de las tumbas de los que serán las víctimas de un sistema que no construyeron y que muestra signos de irracionalidad y demencia.

Como una señal esperanzadora, que muestra que lentamente (mucho más lentamente de lo necesario) las piedras ceden, un grupo de naciones y regiones, por encima de las “negociaciones” de Glasgow han decidido dar pasos efectivos para avanzar en la lucha crisis climática. Se trata de dos pactos internacionales para acabar con los combustibles fósiles y con la fabricación de vehículos contaminantes.

Es una iniciativa de dos países que han dado muestras de su efectiva preocupación ambiental: Costa Rica y Dinamarca. Han propuesto la Alianza BOGA (Beyond Oil and Gas Alliance) a la que sumaron a un grupo de países y estados que decidieron poner fecha concreta al fin de los combustibles fósiles, como el petróleo y el gas, estableciendo no otorgar nuevas licencias y establecer una agenda pata finalizar con la exploración y extracción de esos combustibles.

A la propuesta de Dinamarca y Costa Rica se han sumado países como Francia, Irlanda, Nueva Zelanda, Suecia y Gales y la participación de Estados o gobiernos regionales como California, Groenlandia y Quebec. Italia se ha manifestado como interesada.

La importancia de Dinamarca, liderando la iniciativa junto a Costa Rica, es que se trata del principal productor de petróleo de la Unión Europea. BOGA es la primera alianza diplomática a nivel mundial dirigida a mantener petróleo y gas bajo tierra, desarrollar transición energética equilibrada y justa entre 2021 y 2050, así como acabar con la producción de coches contaminantes de diesel y gasolina a partir de 2035.

A este pacto ya han adherido 31 países, 38 gobiernos regionales y municipales, 11 fabricantes de automóviles y 27 empresas dueñas de grandes flotas de vehículos. Se han sumado Reino Unido, Austria, Holanda, Polonia e India, que representan el 15% del mercado automovilístico internacional y afecta a 11,5 millones de coches de combustión interna (diesel y gasolina) para 2035.

La trascendencia de la decisión danesa hay que verla en perspectiva. En diciembre 2020 canceló la convocatoria de licencias para explorar hidrocarburos, ‘congelando’ una actividad que extraía más de 100.000 barriles diarios a través de 55 plataformas de perforación. La medida implica para el país un coste inicial de 1.000 millones de dólares y muestra la decisión y el coraje de sus dirigentes.

Ese paso significa, como señaló el ministro de clima de Dinamarca, Dan Jorgensen, “poner un final definitivo a la era de los combustibles fósiles” y posiciona al país como pionero en la lucha contra el cambio climático La decisión fue calificada por Greenpeace como un “momento histórico”.

Ahora a través de la Alianza Boga presiona a otros países para avanzar en la misma dirección, a lo que también contribuye establecer para 2035 la desaparición de nuevas unidades de vehículos contaminantes.

 

Pero debemos recordar que las acciones del gobierno danés fueron la respuesta a una fuerte presión por parte de la sociedad que exigía medidas más fuertes contra la crisis climática, que llevaron al poder a la primera ministra Mette Frederiksen, quien calificó su triunfo electoral como “la primera elección climática”.

Al trabajo de los jóvenes y niños que tomaron Glasgow para exigir acciones contra el cambio climático, debe sumarse la presión de los adultos, en todo el Planeta, para hacer qe los cambios ocurran. Es posible. Más Azul pretende ser parte de ese “despertar”.