Hay dos objetivos básicos del Acuerdo de París para evitar la catástrofe climática y ambos están profundamente vinculados: limitar el calentamiento global a 1,5°C y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% de aquí a 2030 respecto a los niveles de 2010.
Para ello es necesario realizar al menos dos acciones decisivas: la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles y el cierre de las centrales de carbón en 2025.
Con ese objetivo se reunieron del 23 al 25 de julio en Palacio Real de Nápoles (Italia), los ministros de Medio Ambiente de los 20 países más industrializados del Planeta. ¿Qué consiguieron? En lo fundamental NADA!!! Una verdadera vergüenza que solo puede merecer el repudio de la ciudadanía internacional.
Mientras las olas de calor y los incendios forestales hacían en estragos en Norteamérica y las inundaciones arrasaban Alemania, Bélgica, Países Bajos y China, los países del G20, que representan más del 85% del PIB mundial, casi dos tercios de la población global y provocan el 80 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, no han sido capaces de encontrar soluciones viables para luchar contra el cambio climático.
La reunión de Nápoles era considerada decisiva ya que debía dejar encaminados los debates para la COP 26, la conferencia considerada por los expertos como la última oportunidad para tomar el control sobre el cambio climático y poner en marcha políticas y acciones concretas para mitigar sus efectos.
Se esperaba que el resultado de esta Cumbre del G20 contribuyera a impulsar los ambiciosos objetivos que se buscarán adoptar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP26, a realizarse en Glasgow entre el 1° y el 12 de noviembre.
A menos de 100 días de ese evento, el G20 no logró acuerdos básicos y en una muestra de hipocresía y falta de solvencia, se propone una nueva reunión aprovechando la cumbre de Roma, que se celebrará justo un día antes de que comience la COP 26.
El Secretario General de la ONU, António Guterres, exigió a los países del G20 más ambición en la lucha contra el cambio climático: “El mundo necesita urgentemente un compromiso claro e inequívoco con el objetivo de 1,5° del Acuerdo de París por parte de todas las naciones del G20… No hay camino hacia este objetivo sin el liderazgo del G20”.
Guterres, en un comunicado, instó a todos los líderes del G20 y también de otros países a presentar planes climáticos nacionales más ambiciosos. Entre ellos, dejar de utilizar carbón a partir del 2022, eliminar progresivamente y cuanto ante las subvenciones a los combustibles fósiles y acordar un precio mínimo internacional del carbono, tal como propone el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El responsable de la ONU recordó que para lograr esos “objetivos ambiciosos, pero alcanzables“, el mundo debe lograr la neutralidad del carbono antes de 2050 y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% de aquí a 2030 respecto a los niveles de 2010. “Pero estamos muy desviados de ese camino”, advirtió.
Ante el fracaso de Nápoles (Italia), el Secretario General señaló que tiene la intención de aprovechar la próxima sesión de alto nivel de la Asamblea General de la ONU para reunir a los líderes y tratar de alcanzar un entendimiento sobre estos elementos críticos del ‘paquete necesario’ para Glasgow.
“El G7 y otros países desarrollados –destacó Guterres– también deben cumplir con un paquete de solidaridad creíble de apoyo a los países en desarrollo, incluyendo el cumplimiento del objetivo de 100.000 millones de dólares, el aumento de la adaptación y el apoyo a la resiliencia a por lo menos el 50% de la financiación total del clima y conseguir que los bancos de desarrollo públicos y multilaterales alineen significativamente sus carteras climáticas para satisfacer las necesidades de los países en desarrollo”.
Los ministros del G20, que se reunieron en Nápoles no pudieron llegar a un acuerdo sobre la eliminación del carbón y el objetivo de 1,5°C, parecen no advertir que no hay tiempo para nuevas dilaciones ni para ocultar una vez más lo que los científicos anticipan como aceleración de los efectos catastróficos del clima. (Ver en este mismo número de Más Azul “El dramático último Informe del IPCC”).
Lo que no olvidaron los líderes mundiales es aprovechar la reunión de Nápoles para continuar sus pujas políticas, en medio de una humanidad que reclama solidaridad y cooperación para salvar la “casa común”.
Mientras en las calles de Nápoles el activismo ambiental denunciaba “la hipocresía de las principales potencias económicas del mundo, responsables del 80% de la contaminación climática” y un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) advertía de un nuevo crecimiento récord de las emisiones mundiales de CO2 en 2023, las principales potencias trataban de enrostrase en fracaso de la cumbre.
El ministro italiano de Transición Ecológica, Roberto Cingolani, en rueda de prensa hacía ejercicios de diplomacia mientras “filtraba” las pujas: “Todo el mundo está comprometido con la descarbonización del planeta. Pero la cuestión es el calendario. Algunos países corren el riesgo económico de no poder cumplir… Ha habido una negociación larga con China, India, Rusia… Hemos tenido que suspender las reuniones en varias ocasiones y hablar con cada uno de ellos. Dos de los 60 artículos previstos se sacaron de la declaración final porque no se pudo llegar a un acuerdo”.
Los puntos de discordia que no contaron con la venia de los dos países más poblados del Planeta fueron mantener el calentamiento global en 1,5°C para 2050, la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles y el cierre de las centrales del carbono en 2025.
Estaban señalados los “culpables”. Cingolani agregó que la presidencia italiana elaborará un informe detallado de los debates, con los nombres y los motivos de los países que pusieron más impedimentos, que será publicado en las próximas semanas
Algunos medios occidentales siguiendo con la campaña estadounidense de “demonización de China” lo puntualizaban aún más: “El G20 no convence a China de limitar el calentamiento global a 1,5 grados”, excluyendo a India, un aliado de Washington al que no se quiere molestar.
Pero no hubo ni una palabra acerca los cuatro años de lucha perdidos por el retiro de EEUU del Acuerdo de París (que aún no ha sido ratificado por ese país), ni del intenso lobby petrolero que gastó y gasta millones de dólares en la UE para mantener hasta hoy los subsidios al petróleo aún en pandemia, ni que los principales países desarrollados de Occidente se han enriquecido a través de la explotación ambiental y hoy pretenden que todos paguemos el costo de la externalidades que ellos provocaron.
Hay que recordar que solo las cinco mayores empresas de petróleo y gas que cotizan en bolsa (ExxonMobil, Royal Dutch Shell, Chevron, BP y Total) han multiplicado sus inversiones en 2019 en asociaciones de lobby negacionistas del cambio climático. Según una investigación de InfluenceMap 2019, en los tres años posteriores al Acuerdo de París, esas empresas de petróleo y gas pusieron más de 1.000 millones de dólares en lobby para frenar las iniciativas de la UE.
En una singular y reiterada forma de interpretar el “libremercado” (desregulación y libertad en época de grandes ganancias y salvataje del Estado, cuando hay dificultades) ante la presión ambiental y las iniciativas para frenar el calentamiento global, una larga fila de ‘pedigüeños’ se sumó a las petroleras. En EEUU, más de 150 empresas –incluidas empresas intensivas en carbón como American Electric Power y Duke Energía– fueron beneficiadas. El desembolso ejecutado por Trump significó cientos de miles de millones de dólares.
En Europa el Banco Central Europeo (BCE) ha subsidiado –contradiciendo el “Pacto Verde” – con 7.600 millones de euros a empresas de combustibles fósiles. Lo hace comprando bonos corporativos de empresas de combustibles fósiles. Entre mediados de marzo y mediados de mayo 2020, en plena pandemia, la industria petrolífera y gasística (Shell, Total, Eni, OMV, Repsol, etc) ha recibido aportes monetarios por 2.400 millones de euros, mientras en el mismo período generaban casi ocho millones de toneladas de CO2.
Asimismo, en ese mismo período, empresas productoras de electricidad (EON, Engie y otras) recibieron 4.400 millones de euros del BCE, mientras provocaban 3,2 millones de toneladas de CO2. La ‘mano abierta’ del BCE con los contaminadores no terminó allí: la industria aeroespacial, automovilística y del cemento, recibieron otros 5.600 millones pese a su rol decisivo en la contaminación planetaria.
Si se agregan los aportes que el BCE hizo a otros sectores, en solo 60 días compró bonos de corporaciones por 30.000 millones de euros. Pero lo más penoso es si se cuentan solo los aportes a las siete corporaciones más contaminantes, el dinero público de los europeos sirvió para sostener la actividad de empresas que en ese mismo cortísimo período emitieron 11,2 millones de toneladas de CO2. (Ver Más Azul, n°10 , julio 2020, “Trump y el Banco Central Europeo al rescate de las petroleras”)
No hay dudas de que las acciones para morigerar el cambio climático son responsabilidad de todo el Planeta y que China, India y Rusia deben hacer el máximo esfuerzo por acoplarse a los objetivos del Acuerdo de París, como reclama Naciones Unidas, pero la ciudadanía global debe poder mirar todo el contexto y no comprar “espejitos de colores” una vez más.
De lo que no se olvidó el G20 es de encontraron puntos en común en áreas como el fomento de las finanzas “verdes”, el avance en una recuperación económica más inclusiva y sostenible o en apostar cada vez más a las energías renovables. Es decir, en todo lo que no los pone en riesgo de colisionar con los “jefes” petroleros.