La mentira de cero emisiones

07 sep 2021

No hay duda que la reducción de las emisiones de carbono se ha instalado como tema central del debate global sobre el futuro de la humanidad. Gobiernos y empresas asumen compromisos y plantean objetivos carbono neto cero (Net Zero), en referencia a alcanzar la neutralidad de carbono.

Esa neutralidad de carbono equivale a una huella de carbono cero o cero neto y se refiere a conseguir emisiones de dióxido de carbono netas iguales a cero, equilibrando la cantidad de CO2 liberado a la atmósfera con una cantidad equivalente retirada de la atmósfera. Ese retiro puede provenir de lo que logren fijar las campañas de forestación, el enterramiento de CO2 o el sistema de compras de créditos de carbono, del que hablaremos más adelante.

“Shell es causante del cambio climático y debe poner fin de forma a inmediata a su comportamiento destructivo": sentencia judicial en Holanda.

La referencia a “neutralidad de carbono” en general está relacionada a procesos vinculados con la emisión de CO2, sean generados por el transporte, la producción de energía, etc. donde se empleen combustibles fósiles (carbón, petróleo o gas natural).

El concepto debe ampliarse para incluir otros gases de efecto invernadero (GEI) que se miden de acuerdo a equivalencia con CO2 o dióxido de carbono equivalente (CO2e). Es decir, el impacto que un GEI tiene en la atmósfera, expresada en la cantidad equivalente de CO2. Por ejemplo, el metano produce un efecto invernadero 21 veces superior al CO2, por lo que si unas emisiones acumulan una tonelada de CO2 y una tonelada de metano, sumarán 22 toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO2e).

Ante la presión de una conciencia ambiental cada vez más generalizada y profunda, empresas y gobiernos  corren para volverse ecológicos o “verdes”, pero detrás de sus promesas y compromisos no todo es verdad.

Los incentivos para mostrarse a tono con la dura realidad ambiental son claros. Para las empresas se trata de enfrentar por un lado la presión de los consumidores, la amenaza continua de desinversión (Ver Más Azul n°13, oct 2020, “Algo se está moviendo en el poder mundial”) y el temor de una creciente regulación gubernamental. Para los gobiernos, el problema ambiental y sus claras muestras de irrupción catastrófica (como pudo comprobarse este verano boreal en el centro en Alemania, Holanda, Bélgica, EEUU, Canadá y China) está teniendo un impacto electoral cada vez más relevante.

Todos se muestran ansiosos por figurar como preocupados por el medioambiente. Los inversores institucionales y las grandes gestoras de activos (fondos de gestión pasiva como BlackRock, Vanguard, State Street y también algunas de gestión activa) en los últimos años muestran un marcado interés en el clima y cuestiones sociales y han creado equipos especializados para operar los riesgos. Durante el año pasado, hubo una importante demanda de información de cuestiones medioambientales y sociales por parte de los inversores, para definir las llamadas inversiones ESG (environmental, social and governance).

Pero no todos juegan limpio. Las grandes tecnológicas parecen elegir el camino de promesas de ‘carbono neto cero’ exagerando lo que de verdad están haciendo. Las grandes petroleras están en una clara competencia de disfraces (greenwashing) para parecer “verdes”, en algunos casos pintándose de verde en el logo, como BP, o haciendo promesas insustanciales o francamente mentirosas (Repsol, Royal Dutch Shell) o negando decididamente que haya problemas con el clima como Exxon.

Exxon ha sido excepcionalmente resistente en aceptar la responsabilidad de las emisiones asociadas a su negocio, negándose a revelar las emisiones provocadas por los productos energéticos que vende. Planifica su producción futura sobre la base del crecimiento de la demanda consistente con 3°C de calentamiento para 2100!! y lo más perverso y perjudicial para todos (incluidos los retornos de sus accionistas), es que está invirtiendo en aumentar su producción de hidrocarburos en un 25% para 2025.

Su argumento es que “el Acuerdo de París no contempla ni exige que las empresas individuales disminuyan la producción para alinearse con el objetivo de mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 2°C”. Por ello, desde Más Azul sostenemos la urgente necesidad de una regulación internacional sobre el ecocidio (Ver Más Azul n° 16, enero 2021 “Llamamiento a la ley de ecocidio”).

Una investigación de The Carbon Disclosure Project, el Instituto de Responsabilidad Climática y Reuters confirmó que 12 de las empresas top de carbono, gas y petróleo (entre ellas Exxon, Shell, BP, Glencore, Total, Chevron, etc) emiten 8,4 billones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) y son responsables del 22% de las emisiones globales.

NET ZERO?

Eso no significa que las propuestas net-zero carezcan de valor. Como hemos señalado reiteradamente en Más Azul algo se está moviendo y bienvenido sea. Pero como señala Naciones Unidas se necesita un esfuerzo mucho mayor porque se nos acaba el tiempo.

El vertiginoso avance de las energías renovables, las mejoras en movilidad eléctrica, los adelantos  urbanos en materia de eficiencia energética y la monumental campaña de reforestación y lucha contra los desiertos en Asia y África (ver en este número, “La muralla verde de África: Avances y retrocesos”), son pasos decisivos en la disminución de las emisiones globales de carbono.

Pero lo que queda por hacer implica esfuerzos y compromisos que no admiten más postergaciones y trampas: terminar con los combustibles fósiles, con el plástico, con la basura (terrestre y oceánica), son desafíos titánicos.

Cuando un país habla de convertirse en un emisor de carbono neto cero, no solo debería considerar reducir su producción de carbono a nivel nacional sino incluir la adquisición de bienes vía importación con huella de carbono o aplicar un impuesto al carbono para desalentar que lo que ingresa por sus fronteras, tenga una huella de carbono importante.

Pero el costo económico y político de medidas de tal envergadura hacen que la mayoría de las naciones elija “declamar” un objetivo de cero emisiones netas, para mostrar que están actuando contra el cambio climático postergando sine die las actuaciones de fondo.

El problema del cambio climático y el deterioro ambiental son de naturaleza global y estamos tratando de enfrentarlo con la lógica del “Estado-Nación”, un formato vetusto. La reconfiguración económica a escala global ha generado enormes transformaciones sobre territorios y poblaciones. Como señala Manuel Castells, hay una tensión “global-local”, donde conviven “lo importante” (global) con “lo que nos importa” (local).

De nada sirve que un país reduzca sus emisiones de carbono a cero sin una correlación con lo emitido por el resto del mundo. Esto es especialmente significativo para los países más pobres, que apenas contaminan el Planeta pero que soportan las peores consecuencias del cambio climático como huracanes, inundaciones, destrucción de cosechas, etc. que destruyen infraestructuras y provocan daños económicos que no están en condiciones de afrontar.

Los países más pobres, que apenas contaminan, soportan las peores consecuencias del cambio climático.

Como contracara, los países del G20 representan el 78% de las emisiones del Planeta. Si afrontaran esa responsabilidad, solucionaríamos tres cuartas partes de las emisiones. Y solo los países del G7 (EEUU, Japón, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania e Italia) significan en conjunto dos tercios de las emisiones del Planeta.

Por su parte, los sectores más representativos de la economía mundial y la mayoría de las grandes corporaciones manifiestan su compromiso con los objetivos del Acuerdo de París y los ODS de la ONU y plantean alcanzar la “neutralidad climática” para el 2050.

Esa dilación es su nueva forma de ganar tiempo mientras mantienen sus negocios, a la espera de que los avances tecnológicos y científicos les ahorren el esfuerzo que implicaría contribuir AHORA a la supervivencia global. En junio del 2020, había casi 1.000 grandes empresas en el mundo que prometían emisiones cero para 2050. Pero la suma de todas esas “promesas/compromisos” solo representan el 25% de las emisiones mundiales.

Las consecuencias de su perpetua postergación y alargamiento de los plazos no serán gratis para el mundo. Así lo advertía en 2020 el Grupo de Expertos Técnicos de la UE en Finanzas Sostenibles: “Las estrategias corporativas y de inversores que sólo mantienen los enfoques existentes y los actuales niveles de desempeño ambiental, y que no se alinean claramente con los objetivos ambientales, están incrementando los riesgos financieros y contribuyendo a una futura disrupción social relacionada con el clima”.

Recién en mayo pasado, el G7 se comprometió a dejar de subsidiar en 2022, sus centrales térmicas de carbón que emiten el doble de CO2 que el conjunto de todo África. Pero el calentamiento global que produjeron y producen le costará al África, en daños ambientales y de infraestructura, más de u$s 127.000 millones en lo que resta del siglo.

CAMBIOS PROFUNDOS

Como advirtiera el PNUMA en 2019, “descarbonizar la economía mundial exigirá cambios estructurales profundos que han de fraguarse con el fin de aportar numerosos beneficios secundarios a la humanidad y a los sistemas que sustentan la vida en el Planeta”.

Como destaca el informe “Haciendo Trampas al Clima” (Greenpeace, dic. 2020) no puede ignorarse que el camino de la descarbonización es más difícil y costoso para algunos sectores: “El sector financiero tan solo tiene que liberarse de sus activos tóxicos en el sector de los combustibles fósiles y otras actividades económicas nocivas, mediante una agenda con plazos concretos y medibles. Una parte del sector del transporte dispone ya de tecnologías rentables para reducir a cero las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la electrificación, por ejemplo. Sin embargo, para otros sectores como la aviación y el transporte marítimo, la construcción o el sector agroalimentario, la reducción de las emisiones a cero será técnicamente compleja o imposible, por lo que existirán emisiones residuales que se mantendrán”.

Es en esa situación –señala el Informe– donde debe operar el concepto de compensación y el “net zero”: “Las emisiones brutas producto de la actividad económica que no pueden ser eliminadas, deberán ser compensadas mediante la compra de créditos de carbono, el apoyo a proyectos de restauración o mejora de los sumideros de carbono (bosques, humedales, costas, etc.), captura y almacenamiento de carbono, inversión e investigación en combustibles sintéticos, hidrógeno verde, etc”.

 

La gravedad del problema ambiental no permite maquillajes ni postergaciones. Requiere reducir las emisiones brutas.

Pero la gravedad del problema ambiental –tal como plantea la ciencia– no permite maquillajes ni postergaciones. Requiere cambios profundos dirigidos a reducir al máximo las emisiones brutas, en especial en los sectores de mayor incidencia en la generación de emisiones (energía, transporte terrestre y marítimo, petroquímica y agroalimentación).

La próxima década es decisiva y se requieren transformaciones rápidas y de enorme alcance en esos  sectores y en otros como aviación, construcción, ciudades, etc. Naciones Unidas al hacer un análisis del presupuesto de CO2eq asegura que, para mantener la temperatura global por debajo del aumento de 1,5°C, las emisiones globales deben reducirse un 7,6 % anual en esta década.

Pero por el contrario, las emisiones están aumentando, según el informe 4C Carbon Outlook, que publica la Universidad de Exeter (Reino Unido) junto a la UE. Es cierto que las medidas de confinamiento que los gobiernos aplicaron en 2020 para enfrentar la pandemia provocaron una disminución de las emisiones fósiles, pero las concentraciones globales de CO2 continuaron aumentando y llegaron a 412 ppm (partes por millón).

Así, las emisiones totales de CO2 procedentes de las actividades humanas –en especial por la deforestación intensiva durante la pandemia y cambios del uso de la tierra– alcanzaron los 40.000 millones de toneladas de CO2. En cuanto las concentraciones de CO atmosférico (monóxido de carbono) que se crea mediante la combustión incompleta de carbón, gas natural y petróleo, superaron en un 48% los niveles preindustriales; 16% por encima de los niveles de 1990 y un 3% de los de 2015. El informe de Exeter-UE recuerda que el nivel de CO atmosférico y, en consecuencia, el clima mundial, solo se estabilizará cuando las emisiones de CO2 global sean cercanas a cero. 

Mientras plantean alternativas tecnológicas para alcanzar cero emisiones netas de gases de efecto invernadero, científicos en todo el mundo adelantan cuales son las áreas decisivas de la economía, para lograr el objetivo de cero emisiones netas: 1. Energía eléctrica (Generación de electricidad libre de carbono; Electrificación total del transporte; Eficiencia energética en la industria y la vida urbana); 2. Industria (Descarbonización de la industria y la fabricación); 3. Agroalimentación  (Transformación del manejo de suelos y cultura agrícola-ganadera; Cambios en nuestros hábitos alimentarios).

Queda claro que en la presente década, el Planeta necesita ponerse a dieta del carbono, tanto en cuanto a reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero como en eliminar el CO2 de la atmósfera.