Cientos de migrantes climáticos acosados por los destrozos de Iota y Eta

01 dic 2020

Centenares de hondureños partieron el pasado 9 de diciembre, desde la ciudad de San Pedro Sula, en una nueva caravana de desesperación, rumbo a EEUU, ante los estragos causados por el paso de los huracanes Iota y Eta.

Muchas familias con niños pequeños, integran la caravana de migrantes hacia EEUU.

Los migrantes, entre los cuales hay muchas familias con niños pequeños, salieron de San Pedro Sula para avanzar hacia la frontera con Guatemala. Se reunieron en la Gran Central de Autobuses de San Pedro Sula en dos grupos que partieron en las últimas horas del 9 y a lo largo del día 10, buscando huir de las pésimas condiciones de vida que los aquejan en su país, agravadas por el devastador paso de los recientes huracanes que afectó a más de 3,5 millones de personas, de los que unos 100.000 permanecen en albergues temporales porque lo han perdido todo.

Se estima que los daños provocados por los huracanes a su paso por Honduras han provocado pérdidas por unos 10.000 millones de dólares, lo que equivale al monto actual del presupuesto nacional. Según los expertos, las consecuencias económicas son semejantes a las de una guerra.

Las proyecciones del Banco Central de Honduras señalan que el PIB del país caerá entre un 7 y 8% raíz de la pandemia, lo que sumado a los huracanes, podría significar un decrecimiento del 10%, un verdadero desastre.

Las regiones más golpeadas por las inundaciones provocadas por los huracanes y las crecidas de los ríos Ulúa y Chamelecón han sido el valle de Sula y los departamentos de la zona del noroeste del país, que concentran gran parte de la producción agrícola, ganadera e industrial, con miles de hectáreas de cultivos destruidos y fuertes daños estructurales.

Según las autoridades se prevé que 860.000 personas perderán sus actuales empleos y que debido a sus consecuencias, unos nuevos 7 millones caerán bajo el umbral de la pobreza en un país ya fuertemente castigado por ese flagelo.

De hecho, el 48,3% de los más de 9,2 millones de hondureños viven bajo el umbral de la pobreza y el 22,9% en pobreza extrema.

Honduras, el país con más pobreza de América latina, devastado por las catástrofes climáticas.

Para las organizaciones de la sociedad civil como para las  instituciones y empresas encargadas de las tareas de  reconstrucción, advierten que la labor que deberá enfrentar el país “monumental” y requerirá un esfuerzo conjunto y sostenido en el tiempo. El Foro Social para la Deuda Externa de Honduras, considera los huracanes han provocado un retroceso de 22 años al país, debido al brutal impacto humano y económico sufrido.

Los huracanes se han sumado a una serie de flagelos que están en el origen de la voluntad migratoria de gran parte de su población. Pérdida de cosechas debido al cambio climático, una violencia criminal que ha echado raíces y hace muy difícil la convivencia, sumado a la falta de empleo, la pandemia y una pobreza que crece año a año, empujan a los hondureños a abandonar su país.

“Nos quedamos sin trabajo y aquí no hay opciones”, repiten los migrantes, de esta cuarta caravana organizada en lo que va del año. No importa si lo que les espera en el camino es difícil y peligroso. No tienen otra alternativa. Buscan llegar a los EEUU y les alimenta su sueño, la posibilidad de tener a Joe Biden como presidente electo.

Debido a los huracanes, el gobierno hondureño ha solicitado a Trump que extienda su estatus de protección temporal o TPS para miles de sus ciudadanos en EEUU, a fin de no agravar aún más la situación económica y morigerar los estragos humanitarios y los daños de infraestructura causados por los huracanes.

El canciller de Honduras, Lisandro Rosales, señaló que confiaba en la generosidad del gobierno estadounidense para “ayudar a enfrentar el enorme reto de reconstrucción social y económica sostenible, post pandemia y destrucción que nos dejó Eta e Iota” y recordó que sus ciudadanos envían un promedio de 5.000 millones de dólares anuales a sus familiares en Honduras, lo que representa un fuerte aporte para la economía de su país.

Se trata de unos 80.000 hondureños que en EEUU están protegidos de la deportación por el TPS. Su renovación supone un  trámite que debe recorrer un engorroso proceso, con el antecedente que en septiembre pasado, la administración Trump planteó terminar con el beneficio migratorio del TPS para Nicaragua, El Salvador, Haití y Sudán, a los que había calificado como “países de mierda”, medida que debió ser bloqueada por una resolución del Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito de EEUU.

El programa de beneficio migratorio es otorgado a los ciudadanos de ciertos países con conflictos armados y desastres naturales. Para los centroamericanos, el plan entró en vigor el 5 de enero de 1999 y debería caducar el 5 de enero de 2021. El permiso del TPS les permite trabajar de forma legal en el país y los protege de la deportación.

Trump decretó la extinción del programa para el próximo 4 de enero, pero Biden anticipó que flexibilizaría las políticas de inmigración, lo que supone una esperanza para los hondureños.

Centroamérica: POBREZA, CORRUPCIÓN Y MIGRACIones

En los últimos años, los medios de todo el mundo han reflejado el drama del llamado Triángulo Norte de Centroamérica integrado por tres países Guatemala, Honduras y El Salvador, cuyos habitantes han conformado largas caravanas de migrantes desde 2018, caminando con destino a México y, posteriormente, a EEUU, a través de más de 3.000 kilómetros

En realidad emigran desde otro dramático “Triángulo” que comparten: pobreza, corrupción política y violencia criminal. La desesperada migración no es más que la consecuencia de una historia de expoliación, de gobiernos ruinosos que han sido cómplices de esa depredación y una influencia demoledora de los intereses económicos y geopolíticos de EEUU en la región.

La región históricamente ha estado vinculada a los Estados Unidos, que sigue siendo el principal receptor de los productos agrícolas, textiles y manufacturados procedentes de Centroamérica (un tercio de sus exportaciones) y también su mayor inversor y la influencia política más relevante.

Esa dependencia ha generado una dirigencia que, con contadas excepciones, no ha avanzado en estrategias comerciales de más amplia inserción internacional de la región, no ha trazado vínculos más intensos con China y Asia Pacífico y ni ha promovido el comercio intrarregional, como reiteradamente le recomendara CEPAL. De hecho, buena parte de sus economías dependen de las ‘remesas’ que sus ciudadanos residentes en EEUU envían a sus familiares en la región.

A ese contexto dramático se ha sumado en los últimos años las visibles secuelas sobre sus cosechas más importantes (café, cacao, frutas, etc) de un cambio climático que castiga especialmente a los cultivos tropicales. Tampoco hubo desde sus gobiernos el desarrollo de políticas para morigerar ese impacto. El resultado a partir de 2018 ha sido la aceleración de las caravanas de migrantes en busca de un destino mejor.

La pandemia de Covid-19 terminó por potenciar esa corriente pero a la vez, puso en riesgo a miles de centroamericanos que fueron detenidos, deportados o quedaron ‘varados’ en distintas fronteras sin destino mientras persista la crisis sanitaria.

Migrantes menores: una generación en riesgo

Otro de los fenómenos dolorosos que compaña la actual situación centroamericana es el éxodo de sus menores hacia EEUU en buena medida como mano de obra en semi-esclavitud o en situación de abuso o prostitución. (Ver Más Azul n°13, oct 20, “Matrimonio infantil en EEUU y otras aberraciones”).

Un informe de octubre pasado de la organización Polaris Project registró  6.000 casos de esclavitud infantil en EEUU sobre menores procedentes de El Salvador, Honduras, Guatemala y México, pero estima que el número puede ser mucho mayor.

Desprotección absoluta: indocumentados, obligados a trabajar, víctimas de servidumbre o de trata sexual.

Hay que tener en cuenta en los últimos 10 años, EEUU recibió a casi medio millón (460.000) niños que viajaron solos desde esos países, fruto de la crisis migratoria que está asolando Centroamérica y México. En 2019, el éxodo de niños que viajan solos, en manos de “coyotes” alcanzó su máximo histórico: 76.038 casos que pasaron la frontera, con la connivencia de las autoridades estadounidenses.

A ello se suma un fenómeno demográfico que se ha estado desarrollando a lo largo de una generación: dos tercios de la población de Centroamérica de entre 15 y 24 años de edad –jóvenes en edad laboral de Honduras, Guatemala y El Salvador– emigran de sus países.

La situación genera graves consecuencias sociales de desarraigo y separaciones familiares y provoca pérdidas a sus países por 80.000 millones de dólares, tanto por fuga de cerebros como por costos de repatriación, según estimaciones de los organismos internacionales.

El proceso se ha acentuado en los últimos años. Inicialmente los migrantes eran hombres adultos, luego se hizo presente la migración de mujeres, incluso solas y más reciente, una mayor migración de jóvenes y niños. Muchos de éstos son miembros de familias que ya emigraron e intentan la oportunidad de reencontrarse con la familia que perdieron.

Por otra parte, para esos hijos de las primeras generaciones de migrantes, “las remesas” de las que han vivido, llegan desde EEUU, lo que provoca que niños y jóvenes perciban a ese país como el lugar de donde viene el dinero, donde sus familiares tienen una vida mejor e intentan imitarles, en un contexto local carente de oportunidades y donde las condiciones de inseguridad, pobreza y violencia en que viven, los “expulsa” de sus comunidades, aunque ningún estatus internacional así lo reconozca.