La mayoría de la población mundial vive en ciudades. Éstas generan la mayor parte de las emisiones de carbono del Planeta y son directamente responsables de los efectos del cambio climático. Se estima que la superficie total ocupada por ciudades se habrá duplicado en 2070. Por tanto, la respuesta a la crisis climática está inextricablemente a lo que hagamos con nuestras ciudades.
No hay tiempo que perder. Los datos que surgen de los informes del IPCC son alarmantes. Si queremos evitar los efectos más catastróficos del cambio climático tenemos que actuar ya. Repasemos las últimas semanas del hemisferio norte del Planeta.
1.Olas de calor en Europa: Una severa ola de calor en Europa occidental ha batido récords, superando temperaturas de 40°C en el Reino Unido por primera vez en su historia.
La ola de calor europea recorrió España, Portugal y el suroeste de Francia, antes de atravesar el Canal de la Mancha. La experiencia del continente es otra señal más de que los cambios en el clima de la Tierra ya han alcanzado niveles peligrosos. La misma Met Office británica –autora de las imprevisiones del 2020– ahora se ha apurado a emitir la primera “advertencia roja” de calor, anticipando que las actuales temperaturas pueden provocar “enfermedad y muerte aún entre las personas sanas y no solo en los grupos de alto riesgo”.
Aunque no se conoce el número de muertos por la ola de calor actual, los expertos aseguran que podrían contarse por miles en toda Europa, al fin del verano. Bob Ward, director de Políticas sobre Cambio Climático del Instituto Grantham afirma que “podríamos ver entre 1500 y 2000 muertes solo por este período de calor en el Reino Unido”. Y los científicos del clima anticiparon que durante agosto podría desarrollarse una “cúpula de calor” sobre el Mediterráneo con temperaturas muy altas y que también impactaría en la isla.
Todas las estimaciones prevén que las olas de calor serán cada vez más intensas. Según datos del IPCC, el aumento de las temperaturas en las próximas tres décadas a lo largo de toda Europa, se traducirá además en olas de calor más frecuentes y prolongadas.
Basta recordar que desde 2003, esos fenómenos han mostrado un carácter extremo con cifras de mortalidad muy elevadas (71.310 muertes en 2003 en Europa Occidental y 55.736 en Rusia Occidental en 2010). Es que no solo se incrementa la temperatura durante la ola de calor sino que aumenta su duración y el contexto temporal: en España, por ejemplo, el pasado mes de mayo (primavera) fue el más caluroso de los últimos 60 años. El mayo más cálido del siglo XXI y el segundo de la historia, según datos de la AEMET.
La duración por su parte, también aumenta: en los 80, el promedio era de 6 a 7 días en todo el verano; en los 90, ascendió a 9-10 días; en la década pasada, superó los 15 días y en el verano actual ya registró 19 días extremos.
Aunque algunos consideran estas olas de calor como inusuales, Víctor Resco de Dios, profesor de ingeniería forestal y cambio global de la Universitat de Lleida (España) advierte que “es lo que ocurrirá en unos años. Lo que ahora consideramos anómalo, en breve será la nueva normalidad. Cuando dentro de dos o tres lustros recordemos la campaña actual, seguramente nos parecerá leve por comparación”.
Es urgente, por tanto, implementar medidas de adaptación y mitigación porque las olas de calor tienen impacto no sólo en la salud de la población sino también en la seguridad alimentaria (por sus implicaciones en la agricultura y la ganadería) y en la sustentabilidad de los bosques, por la frecuencia con que son acompañadas de incendios forestales.
Resco, un experto en la materia, hace una aseveración certera y preocupante: “Los incendios actuales ya no se pueden extinguir. Mueren por inanición (han quemado todo lo que había por quemar) o porque llueve. Son incendios que liberan la misma energía que una o más, bombas atómicas y toda la tecnología de extinción se queda corta frente a ellos”.
Europa ha soportado varios de ellos esta temporada (Francia, España, Portugal, Italia, Bulgaria, Rumania, Grecia) y gran parte de su territorio estaba amenazado a finales de julio con pronósticos de incendios.
Ello concilia con un fenómeno creciente de sequías extendidas por todo el Planeta y de las que Europa no es ajena. Olas de calor e incendios multiplican el potencial desecante de la atmósfera y el entono natural se vuelve extraordinariamente seco, con grandes incendios incluso en zonas inusuales de Europa como Reino Unido Escandinavia, Rusia e incluso los Alpes.
Nadie parece quedar a salvo. Las emisiones de gases de efecto invernadero han calentado el mundo, y ello aumenta la probabilidad de temperaturas altas más extremas. El año pasado, una ola de calor severa en el oeste de América del Norte provocó temperaturas cercanas a los 50°C en Canadá y batió récords en áreas del noroeste del Pacífico.
Y en Australia las condiciones de sequía y posibilidades de incendio frecuentes parecen hacerse instalado definitivamente. Los expertos anticipan que el calor extremo representa una grave amenaza para la economía de ese país. En enero pasado, Onslow, una ciudad del oeste australiano alcanzó máximos de 50,7°C, temperaturas que, según los meteorólogos, serán una constante en los próximos años. Ya en el verano 2019-20 se registraron 48,9°C en suburbios de Sidney.
Australia se ha calentado 1,4°C desde 1910, muy por encima del promedio mundial (1,1°C) y las temperaturas por encima de los 50°C serán frecuentes en todo ese continente, aún en el caso de que la temperatura global se mantenga por debajo de los 2°C, algo difícil de conseguir a esta altura de la desidia mundial de gobernantes y empresas.
Aunque no tan aguda como en Australia, la tendencia a una cantidad creciente de días por encima de los 50°C se verificará a medida que se agrave el cambio climático. De hecho, desde la década de los ’80, esos eventos se han duplicado.
Un grupo de investigadores europeos publicó hace un mes, un significativo estudio “Análisis de las tendencias de la humedad del suelo en Europa” (Laura Almendra Martín, José Martínez-Fernández, María Piles y otros, Global and Planetary Change, vol.215, agosto 2022). Tras el análisis de la evolución de la humedad del suelo agrícola en ese continente en los últimos treinta años, concluyen que “en más del 80 % de los casos la tendencia ha sido negativa. El suelo cada vez tiene menos agua… Como consecuencia, la sequía agrícola muestra una clara tendencia positiva, es decir, va aumentando con el paso de los años… En definitiva, está aumentando la frecuencia de la sequía agrícola, es más intensa y dura más.”
Destacan que la situación en Ucrania, el granero de Europa, “ha puesto de manifiesto la fragilidad de los sistemas de producción y abastecimiento europeos y mundiales, y la precariedad de la seguridad alimentaria en regiones, como el continente europeo, donde habitualmente ha sido observada como un problema ajeno. El incremento paulatino del riesgo de sequía agrícola hace que aumente aún más dicha fragilidad”.
La sequía ha dejado de ser un escenario de países pobres y el cambio climático también golpea las puertas de aquellos que creían que la bonanza económica era una condición natural y no el fruto de siglos de colonialismo.
“Con este panorama –aconsejan los autores–, cobra más fuerza, si cabe, la necesidad de adoptar medidas efectivas de adaptación al cambio climático en el ámbito de la agricultura” Y destacan dos medidas: “la profundización en la gestión eficiente del agua en la agricultura… y la biotecnología agrícola”, para enfrontar unas condiciones que serán cada vez más estresantes.
Ese escenario impone cambios profundos en el diseño urbano. Las ciudades no solo deben adaptarse al calor extremo sino contribuir a mitigar los peores efectos del cambio climático sobre ellas, lo que obligará a eliminar los combustibles fósiles, lograr el aprovisionamiento energético con energías limpias, gestionar de manera sostenible recursos y residuos, y hacer un uso eficiente y controlado del agua potable.
Como las temperaturas urbanas pueden ser hasta 9°C más altas que en las zonas rurales, debido a la concentración de edificios de hormigón, aceras que absorben e irradian la luz solar, automóviles y maquinarias, etc., exigen soluciones que permitan atemperar las olas de calor que serán más frecuentes e intensas en un futuro cercano, tal como prevé la OMM.
Ello supone que la mayoría de las ciudades del Planeta deberán acelerar sus adecuaciones para enfrentar las elevadas temperaturas. ONU-Hábitat nombró a Eleni Myrivili como primera directora global de calor para encabezar las medidas de respuesta en todas las ciudades del mundo.
Para Myrivili, si bien hay una prioridad en evitar que el número de víctimas se multiplique en las comunidades vulnerables, el objetivo a largo plazo es enfriar las ciudades de manera sostenible, devolviendo la naturaleza a las áreas urbanas.
Según el PNUMA y Cool Coalition, las temperaturas extremas matan a 5 millones de personas al año. Las consecuencias de las olas de calor están infravaloradas: “Con un calentamiento de 1,5°C, 2.300 millones de personas podrían ser vulnerables a las olas de calor, con impactos negativos en la salud y la productividad”, advierte Mark Radka, del PNUMA. “Si no se toman medidas, en 2030 se podrían perder unos 80 millones de puestos de trabajo a tiempo completo en todo el mundo debido al estrés por calor, lo que generaría pérdidas económicas de 2,3 billones de dólares”.
El famoso arquitecto Carlo Ratti, uno de los diseñadores urbanos más influyentes, director del Senseable City Lab (MIT) ha sostenido largamente que debemos llevar la naturaleza a la ciudad: “es imperiosa la necesidad de alcanzar una convivencia armónica entre el verde y el gris”. (Ver Más Azul n°2, nov. 2019, “El futuro de las ciudades II: La vuelta a la naturaleza”).
“Debemos “reimaginar nuestra noción misma de cómo se ve una ciudad”, coincide Myrivili. “La creación de bosques dentro de las ciudades y los corredores verdes son una forma efectiva de cambiar la masa de aire para enfriar grandes áreas dentro de una ciudad”. (Ver Más Azul n°13, oct 2020, “Bosques urbanos”).
Según Jonathan Duwyn de PNUMA plantar árboles en las ciudades permitiría un alivio de 1°C a millones de personas. “Rediseñar los paisajes urbanos con más vegetación y agua e implementar estrategias de enfriamiento pasivo para mejorar el rendimiento térmico y reducir el consumo de energía en los edificios son claves para hacer que las ciudades sean más resistentes a las olas de calor”. (Ver Más Azul n°5, Feb. 2020, “El futuro de las ciudades II: La vuelta a la naturaleza”).
Ciudades en todo el mundo están experimentando nuevas formas y tecnologías sostenibles para enfrentar la crisis climática, como corredores y techos verdes, bosques urbanos, pavimentos enfriantes, etc. Pero todas esas soluciones requieren voluntad política y un consistente esfuerzo de inversiones. Gobiernos y empresas deberían comprender que los costos de no hacerlo serán demoledores para el sistema económico mundial.
Como señala la Nueva Agenda Urbana de Naciones Unidas, las ciudades deberían transformarse para ser habitables, saludables, sostenibles, seguras, ordenadas, compactas y resilientes a los fenómenos naturales.
Ello requiere cambiar profundamente la forma de planificarlas, desarrollarlas, gobernarlas y administrarlas, apostando a la implementación de zonas verdes, energías renovables, bioarquitectura, reciclaje y políticas de consumo responsable.
En esa dirección, la Nueva Agenda Urbana impulsa una imperiosa transición energética hacia un modelo que disminuya drásticamente las emisiones de CO2, el uso del transporte público y la movilidad sostenible, un aprovechamiento del agua, conservación del suelo y los acuíferos y una protección de la biodiversidad, entre otras iniciativas. Asimismo recomienda regular la altura de los edificios así como la preservación de zonas libres y la ampliación del suelo destinado a espacios públicos (30 a 50%).
La importancia de la transformación urbana es tal, que 7 de cada 10 metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas están relacionados con lo urbano-territorial.
Si tuviéramos que sintetizar qué objetivos debería incluir el rediseño de nuestras ciudades, hay cinco que serían insoslayables:
1.De gris a verde: La nueva ciudad debe preservar un vínculo potente con la naturaleza, con predominio de jardines y bosques urbanos que permitan compensar las emisiones de CO2 y una gestión de residuos y uso de recursos que garanticen la sostenibilidad.
2.De aislada a densa: Predominio de espacios comunes en edificios y calles para favorecer la vida social y comunitaria y el desarrollo educativo y cultural.
3.De alejada a cercana: Las nuevas ciudades deben facilitar la movilidad sostenible con diversas opciones de transporte urbano e individual como sendas peatonales y bicisendas, caminos específicos para movilidad eléctrica y actividades y trabajos que no exijan grandes traslados.
4.De insegura y desordenada a segura: Se requieren ciudades donde el intercambio esté diversificado, sin guetos. La prevención de la delincuencia no requiere solo de vigilancia sino una ciudadanía que se sienta acogida y realizada en su ciudad.
5.De ajena a propia: La calidad y cantidad de los espacios públicos influye en la calidad de vida de sus habitantes. El diseño urbano puede determinar lo acogedora y propia que el ciudadano pueda sentir su ciudad.
El estudio WOHA con sede en Singapur, fundado a mediados de los ’90 por los arquitectos Mun Summ Wong y Richard Hassell, ha proyectado y construido desde 2001 una serie de prototipos que abordan procesos reales de reevaluación urbana, re-imaginando mega ciudades que sean auténticas ciudades jardín del siglo XXI, densas y verticales y a la vez, sociables y sustentables.
WOHA, desde una práctica muy activa, ha repensado las ciudades en la era del calentamiento global. Su propuesta supone un cambio de paradigma urbano y un salto de escala, diseñando estructuras que, más que edificios, son pedazos de ciudad, que se relacionan con su entorno urbano.
El mérito de WOHA es que sus propuestas no responden a visiones ‘futuristas’ sino que son propuestas concretas de reinvención de mega ciudades con temperaturas tropicales, capaces de respirar de nuevo. WOHA nos recuerda que el Planeta se está sobrecalentando y que el 80% del consumo de energía proviene de las ciudades. La estrategia de WOHA no es un revival del ideal romántico sino una propuesta pragmática para integrar la ciudad y la naturaleza.
Hoy tenemos no solo la oportunidad sino la obligación de repensar las ciudades desde una nueva perspectiva, que permita lograr que las ciudades del futuro sean resilientes a los desafíos del cambio climático, neutrales en carbono e integradas a la naturaleza.
El mayor reto que tenemos por delante es que un enorme esfuerzo para cambiar nuestra forma de pensar, producir y consumir, entronizando una nueva relación con el mundo natural, del que no somos ‘reyes’ sino partes.