Con una lucidez magistral y adelantándose más de un siglo a los problemas ambientales que nos acosan, François-René de Chateaubriand sentenciaba, en pleno siglo XIX, que “los bosques se adelantan a las civilizaciones. Los desiertos las siguen”.
Las relaciones entre bosques y hombres han sido intensas y cambiantes a lo largo del tiempo. Mientras los humanos mantuvimos un vínculo más pleno con la naturaleza, los bosques eran refugio, hogar y fuente de alimento y vestido. El sentimiento que provocaban era un sobrecogimiento casi religioso que explica su deificación de los bosques en los cultos primitivos.
Con la llegada de la agricultura y la cría de ganado, la actitud de los humanos hacia los bosques sufrió un cambio radical. La relación armoniosa fue dejando paso a un aprovechamiento cada vez más intenso de la naturaleza, como un recurso del que extraer todos los beneficios posibles. Los bosques fueron entonces, lentamente convertidos, primero en tierras agrícolas y de pastoreo, y más tarde, depredados en busca de su madera para abastecer a una industria cada vez más codiciosa.
Las consecuencias de esa codicia nos han ido enseñando que esos recursos increíbles que el Planeta puso en nuestras manos, no son inagotables y pueden desaparecer. Y nosotros con ellos. Eso está despertando una conciencia cada vez más lúcida, de la necesidad de recuperar una relación armónica con nuestro entorno.
Los bosques se erigen nuevamente como verdaderos “santuarios” de la naturaleza. Por eso, Más Azul les propone en una serie de tres notas, la aventura de conocer algunos de estos fascinantes lugares, capaces de sobrecogernos y permitirnos retornar a la contemplación de una naturaleza que es “nuestra maravillosa casa común”.
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