feb 2020

Hace poco más de 30 años, el francés Patrick Blanc, botánico y arquitecto del paisaje, especializado en plantas del sotobosque tropical, miembro del Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS-París), inventó un sistema para crear jardines verticales en forma de muro vegetal (1988), que se expandió por todo el mundo.

En 2014, era el arquitecto italiano Stefano Boeri el que sorprendía al mundo con su ‘Bosque Vertical’,  dos torres en el centro de Milán, recubiertas con más de dos mil especies vegetales distribuidas en sus fachadas. El ‘Bosco’ de Boeri albergaba  480 árboles grandes, 300 árboles pequeños, 11.000 plantas perennes y 5.000 arbustos, equivalente a  20.000 m2 de bosque y vegetación. Se trataba de un ambicioso proyecto de reforestación urbana destinado a potenciar la biodiversidad a través la densificación vertical del verde, mitigando el microclima y reduciendo a la vez, la expansión urbana.

El éxito de su propuesta le llevó a desarrollar la “Torre de los Cedros” en Lausana (Suiza), frente al Lago Leman, un proyecto que puede interpretarse como un ‘símbolo vivo de una nueva relación entre la esfera urbana y la natural’ y un ejemplo esencial de la arquitectura de la biodiversidad.  

Siguiendo el modelo de Milán, en 2019 concluyó en China, las Nanjing Green Towers, el primer bosque vertical construido en Asia, por encargo del gobierno de ese país. Se trata de dos torres  de 200 y 108 mts. de altura más un podio de 20 mts. que incorporan a sus fachadas, 800 árboles (600 grandes y 200 de tamaño medio) de 27 especies locales) más 2.500 plantas y arbustos en cascada cubriendo 4.500 m2

Las Nanjing Green Towers, el primer bosque vertical construido en Asia, obra de S.Boeri.

El nuevo ‘bosque vertical’ contribuye a regenerar la biodiversidad local, permite una absorción de 18 toneladas de CO2 y produce unas 16,5 toneladas de oxígeno por año.

El proyecto de silvicultura urbana y desmineralización del estudio de Stefano Boeri continúa en otras ciudades chinas como Shijiazhuang, Lishui, Liuzhou, Guizhou, Shanghai y Chongqing y parece ser parte de una tendencia irreversible de la arquitectura y el urbanismo más avanzados de reconciliar al hombre con la naturaleza.

Hacia la reconciliación

A lo largo del siglo XX se hizo cada vez más evidente un proceso de creciente ruptura de las ciudades con la naturaleza. Construidas bajo el paradigma del automóvil, fueron sumando problemas de contaminación, congestión, inseguridad en un paulatino y creciente desapego del bienestar de sus habitantes como eje de su desarrollo.

Según Naciones Unidas, en el 2030 –apenas una década– habrá 5.000 millones de personas viviendo en megalópolis. Con un “deadline” tan perentorio, la realidad exige que nuestros espacios urbanos deban reinventarse y ello implica un gigantesco desafío para diseñar las ciudades del futuro.

Una de esas tendencias llamadas a revolucionar el entorno urbano ha sido definida por el arquitecto italiano Carlo Ratti, como la necesidad de alcanzar una convivencia armónica “entre el verde y el gris”. Ratti, uno de los diseñadores urbanos más influyentes –considerado una de “las 50 personas que cambiarán el mundo” por el Wired Magazine (2012)– dirige el Senseable City Lab, en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Desde allí, explora las oportunidades que las nuevas tecnologías pueden brindar para cambiar el diseño y la vida en las ciudades.

Para Ratti, el mayor reto es precisamente esa búsqueda de un vínculo armónico entre el espacio urbano y la naturaleza: “Soy un defensor del verde agrícola en las ciudades. Gracias a las nuevas tecnologías, podemos hacer que el campo regrese a la ciudad a través de los cultivos hidropónicos, las granjas verticales o los huertos urbanos”.

Si a la expansión de la tendencia a incorporar en las ciudades, biodiversidad y desmineralización, a través de ‘bosques verticales’ se sumara  el ‘verde agrícola’ –una tendencia cada vez más fuerte– podríamos estar ante un cambio radical del modelo de ciudad que hoy conocemos.

 Es lo que plantea el matrimonio de dos jóvenes arquitectos Fei y Chris Precht, que han desarrollado un concepto de viviendas prefabricadas modulares, donde los propietarios pueden cultivar sus propias hortalizas en huertos verticales. Durante dos años trabajaron en Beijing, para trasladar su estudio en 2017, a las montañas de Salzburgo (Austria).

Se trata de The Farmhouse, un proyecto de viviendas destinado a reconectar a los  ciudadanos con la agricultura y ayudarles a vivir de una manera más sostenible, ecológica y saludable. Cada módulo en forma de A está realizado en madera laminada CLT y diseñado para poder apilarse y combinarse generando espacios flexibles. Cada unidad familiar puede construir su propia casa utilizando tantos módulos como quieran, o formar bloques de viviendas más altos colocando los módulos prefabricados en dúplex apilados.

The Farmhouse, el proyecto de los arquitectos Fei y Chris Precht.

El sistema modular conceptual permite a las personas cultivar alimentos en bloques residenciales para comer o compartir con su comunidad local generando una cadena alimentaria. El bloque permite asimismo,  filtrar el agua de lluvia, enriqueciéndola con nutrientes y llevándola a invernaderos, y también  la reutilización de los excedentes alimenticios en el sótano para generar fertilizantes.

En los próximos 50 años, el consumo de comida será mayor que en los últimos 10.000 años y el 80% se consumirá en las ciudades. Para los Pretch, “es necesario encontrar una alternativa ecológica a nuestro sistema alimentario actual, preguntándonos dónde cultivamos y qué comemos ya que el transporte de alimentos tiene un efecto cada vez más perjudicial para el medio ambiente: las urbes deben formar parte de un circuito orgánico que absorba al campo”.

“Creo que extrañamos esta conexión física y mental con la naturaleza y este proyecto podría ser un catalizador para volver a conectarnos con el ciclo de vida de nuestro entorno”, sostiene Chris Precht.

El huerto en la ciudad

La recuperación urbana de nuestros espacios, agrícolas y forestales como la priorización del consumo de proximidad son potentes tendencias en la proyección de las ciudades que necesitamos. Ambas están plasmadas en las recomendaciones del Pacto de política alimentaria urbana que signaron 116 ciudades del mundo (Milan Urban Food Policy Pact, 2015) para promover nuevas políticas sobre cómo alimentar las ciudades, garantizando dietas saludables, distribución de alimentos de escala local y reducción de los impactos ambientales.

La tendencia hacia la producción urbana de alimentos se hace presente incluso en grandes ciudades.

En el contexto de expansión demográfica y creciente urbanización, el desafío central consiste en proyectar espacios humanos dignos que a la vez, aseguren la disponibilidad y el acceso alimentario. El siglo XXI muestra una fuerte tendencia hacia la producción urbana de alimentos incluso en grandes ciudades como Vancouver, Berlín, Tokio Nueva York o Londres.

A la aparición de huertos en pequeñas espacios como balcones y terrazas privadas, se suman sitios públicos y, cada vez más, los huertos trepan las paredes de la ciudad en lo que se conoce como vertical farming, ampliando el espacio horizontal.

De Blanc a Boeri, pasando por Ratti o los Pretch, cada vez más la naturaleza avanza sobre las ciudades, buscando recomponer el vínculo perdido. Los nuevos proyectos para reconfigurar el espacio público son innumerables, innovadores y brotan en todos los rincones del Planeta.

La sostenibilidad –como anticipaba Richard Rogers en Cities for a Small Planet– terminará siendo la filosofía dominante de nuestro tiempo y las ciudades entretejiendo su futuro con el ciclo de la naturaleza.