La ONU pide cambios urgentes y que se cumplan los tratados internacionales

mar 2020

Naciones Unidas hizo en 2019 una radiografía de la salud de la Tierra y advirtió que los Estados no estaban cumpliendo con sus compromisos internacionales, pese a que eso conduciría a una catástrofe ambiental sin precedentes.

El modelo de desarrollo industrial de los últimos 200 años ha entrado en crisis. Su insostenibilidad ha llevado al Planeta a una situación dramática. Los desafíos se multiplican: pérdida de biodiversidad, limitación del agua dulce disponible, reducción de las pesquerías marinas por sobrepesca, calentamiento y contaminación de los océanos, derretimiento de los casquetes polares, etc. en un entorno transversal de cambio climático que comienza a mostrar sus uñas en Groenlandia, Australia, Amazonas, etc.

En todo el Planeta, grandes sectores de la población mundial han tomado conciencia de la necesidad imperiosa de encarar acciones para contrarrestar el cambio climático y exigen a sus gobiernos que actúen. Los científicos de todo el mundo están aportando esfuerzo, creatividad y conocimiento para buscar las soluciones innovadoras para esos desafíos. Y las encuentran.

Pero los gobiernos –con contadas excepciones– están incumpliendo los compromisos que han tomado ante sus ciudadanos para remediar la dramática situación y ni siquiera alcanzan las tibias metas que se han fijado en los tratados internacionales. Y el tiempo se acaba…

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en su extenso Informe sobre las Perspectivas del medio ambiente mundial (GEO) puso de manifiesto que las metas fijadas para 2030 y 2050 en los tratados internacionales sobre cambio climático, desarrollo sostenible y protección medioambiental, no se están cumpliendo o avanzan muy lentamente.

Naciones Unidas sostiene que “se requieren medidas urgentes ahora y confirma que “el estado general del medio ambiente ha seguido deteriorándose en todo el mundo”. Según el informe, incluso los esfuerzos que realizan algunos países y regiones se ven dificultados por sectores de la producción y el consumo que se resisten a cambiar de modelo.

Según los diversos estudios científicos analizados en el Informe, los países y sus gobiernos no están avanzando ni en la dirección ni a la velocidad correcta: “los avances son demasiado lentos para alcanzar las metas, o incluso progresan en sentido equivocado”.

Los gobiernos parecen no advertir que si no se producen cambios drásticos y se incumplen los objetivos de la lucha contra el cambio climático, las consecuencias pueden ser nefastas. ONU señala que “la incapacidad constante para adoptar medidas urgentes está teniendo repercusiones negativas sostenidas y potencialmente irreversibles sobre los recursos ambientales esenciales y la salud humana”.

Veamos hasta dónde se han cumplido a nivel global, las metas fijadas para los objetivos ambientales 2030, estableciendo uno de tres resultados posibles (tendencia a peor-PEOR; avance a ritmo insuficiente – LENTO; previsión de alcanzar la meta – SUFICIENTE):

La pobreza de los resultados alcanzados, según Naciones Unidas, exige “adoptar medidas urgentes a una escala sin precedentes para detener y revertir esta situación y proteger así la salud humana y ambiental”.

Los expertos de ONU alertan que “el cambio climático altera los patrones meteorológicos, lo que a su vez produce un efecto amplio y profundo sobre el medio ambiente, la economía y la sociedad, que pone en peligro los medios de subsistencia, la salud, el agua, la seguridad alimentaria y energética de las poblaciones”.

Y su evolución se acelera peligrosamente. El número de acontecimientos meteorológicos (tormentas tropicales, extra tropicales, convectivas o locales) pasaron de un promedio de 150 anuales en la década de los ’80 a rondar los 300 en los últimos cinco años. Lo mismo sucede con los fenómenos  hidrológicos extremos (inundaciones, riadas, etc.) que en esa década, promediaban los 240 eventos y que, en el último lustro superan los 650. Acontecimientos geofísicos o geológicos como terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas se han duplicado en el mismo período, pero donde se manifiesta un alza sorprendente es el número de acontecimientos meteorológicos (temperaturas extremas, sequías e incendios forestales) que se han casi triplicado, pasando de unos 270 a 750 anuales entre los ’80 y nuestros días.

Acontecimientos meteorológicos como temperaturas extremas, sequías e incendios forestales se han triplicado.

Las pruebas de la aceleración del cambio climático actual son inequívocas: la temperatura media de la superficie mundial ha aumentado entre 0,8 y 1,2°C y el último decenio acumula ocho de los diez años más cálidos desde que hay registros (1880).

Los expertos tanto de PNUMA como del IPCC advierten que la continuidad de las actuales emisiones de gases de efecto invernadero se superará la meta de 1,5°C de aumento medio fijada por el Acuerdo de París como objetivo aceptable para 2030-2050.

Para alcanzarlo se requiere que las emisiones de GEI se reduzcan entre 40% y 70% antes del 2050 y llegar a cero en 2070. Eso objetivo no sólo está lejos. Los gobiernos siguen subsidiando los combustibles fósiles de manera creciente y las grandes corporaciones petroleras y de energía prevén inversiones para aumentar su producción de plásticos contaminantes para los próximos 10 años.

Pero no todo está perdido. Algunas empresas importantes y algunos –pocos– actores relevantes del mundo financiero empiezan a comprender la necesidad del cambio drástico que plantea Naciones Unidas. La última reunión de líderes globales en Davos dio cuenta de ello.

Es que es visible y mensurable técnicamente, que será más rentable para la economía mundial adaptarse y generar un nuevo modelo, que no hacerlo. La publicación por el BIS (el banco de bancos centrales) de “El cisne verde” muestra la tardía comprensión de los centros del poder económico global de los peligros de un cambio climático fuera de control (Ver Más Azul, ‘El cisne verde’, feb. 20).

Es cierto que alcanzar la meta de los 2°C tendrá un coste de 2 billones de dólares, pero solo el ahorro en gastos mundiales en salud por la reducción de la contaminación de combustibles fósiles asciende a 5,4 billones de dólares.

Un factor de altísimas pérdidas humanas y económicas proviene de la contaminación del aire. Para la ONU, el 95% de la población urbana del planeta reside en zonas con niveles de exposición a partículas finas que son las más peligrosas (de menos de 2,5 micras de diámetro) según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Las partículas que proceden del desgaste de frenos, embragues, neumáticos y el polvo del asfalto se han convertido en el 50% de los contaminantes del aire y su importancia sigue aumentando. El uso del freno en la conducción produce partículas tóxicas, tan minúsculas, que pueden ser inhaladas por las personas y filtrarse en los sistemas de desagües afectando el consumo directo.

Partículas de neumáticos, frenos y polvo de asfalto se han convertido en el 50% de los contaminantes del aire.

El Banco Mundial estima que de 6 a 7 millones de muertes prematuras provienen de la contaminación del aire con pérdidas económicas estimadas en 5,1 billones de dólares (equivalente al PBI d Japón).

Si para evitar el calentamiento global y no superar el 1,5°C de incremento de temperatura es necesario terminar con las emisiones prevenientes de los combustibles fósiles, para lograr mejorar directamente la contaminación del aire se requiere lo mismo. China lo ha demostrado en Beijing controlando las fuentes contaminantes de energía provenientes del carbón con notables mejoras.

En materia de biodiversidad los avances son claramente insuficientes. Existe sobreexplotación de suelos y recursos y una pronunciada pérdida y degradación de hábitats. Se pierden bosques y selvas a manos de la obtención de nuevos suelos para cultivos agrícolas, ganadería o simplemente, por la tala industrial para la obtención de madera.

El deterioro ha desencadenado una importante disminución de las poblaciones de especies. Se considera que en la actualidad, el 42% de los invertebrados terrestres, el 34% de los de agua dulce y el 25% de los marinos se encuentran en riesgo de extinción. Y la población de vertebrados terrestres se redujo en los últimos 50 años en un promedio del 60%.

De acuerdo con los científicos, la extinción de plantas está ocurriendo más rápido que la tasa de extinción natural. Un estudio de la Dra. Aelys M Humphreys, bióloga evolucionista de la Universidad de Estocolmo, revela que, por el duro impacto sobre el entorno provocado por la Revolución Industrial, la tasa de extinciones es 500 veces mayor que en períodos anteriores, lo que significa más del doble que la de aves, mamíferos y anfibios combinados. Y señala como factores de destrucción del hábitat, acciones humanas como la deforestación, tala masiva, introducción de especies ganaderas y avance de la agricultura. (Ver Más Azul, “Más verde, más azul”, oct.19)

Para la Unión Mundial para la Naturaleza el 13% de las plantas del mundo están amenazadas, pero para muchos importantes botánicos al menos el 22% se extinguirá y que el 47% está en peligro.

La situación de océanos y costas es otra deuda pendiente de los gobiernos que se comprometieron a luchar contra el cambio climático y que la población mundial está esperando que cumplan.

El calentamiento global, la acidificación del agua (por la captación de CO2), la contaminación marina con residuos plásticos, la explotación petrolera offshore, el transporte marítimo, la sobrepesca  y la pesca de arrastre son algunos de los principales enemigos de los océanos. Las costas padecen además de urbanización descontrolada, turismo masivo, los asentamientos y la extracción de recursos costeros.

Cada año llegan al océano 8.000 millones de kilos de plástico y ya acumulan unos 150 millones de toneladas de esos desechos. El 75% de la basura marina es plásticos y microplásticos. Según el estudio La nueva economía del plástico realizado por el Foro Económico Mundial, sólo el peso de residuos plásticos abandonados en el mar podría superar en 2050, el peso total de toda la fauna marina, si no se produce un cambio drástico en los hábitos en materia de desechos y gestión integral de residuos. (Ver Más Azul, “Hacia un mundo sin plástico”, oct.19)

Para 2025, los océanos estarán tres veces más contaminados que hoy.

La situación es tan grave que Naciones Unidas sostiene que esos plásticos desprenden sustancias tóxicas que se acumulan en la fauna marina y que pueden llegar al hombre “afectando a la fertilidad masculina y femenina, así como al desarrollo neurológico infantil”. Los gobiernos deben prepararse –advierte la ONU–para “una drástica disminución cuando no un colapso de las industrias y los servicios basados en estos ecosistemas”.

La disponibilidad de agua dulce es otro de los grandes desafíos pendientes. Uno de cada tres habitantes del Planeta no tiene aún acceso a servicios de saneamiento adecuados. La reducción de la disponibilidad de agua y el empeoramiento de su calidad agravan la creciente competencia por el recurso. Naciones Unidas observa que “la calidad del agua ha empeorado significativamente desde 1990, debido a la contaminación orgánica y química ocasionada por, entre otros, agentes patógenos, fertilizantes, plaguicidas, sedimentos, metales pesados, desechos plásticos y microplásticos”.

Por otra parte, la cantidad disponible está condicionada por una explotación excesiva de los recursos hídricos. Muchos acuíferos se están agotando por el abuso en la extracción de agua para riego, el consumo de agua potable y los usos excesivos de la industria y la minería. La agricultura consume el 70% de los recursos de agua dulce del mundo, aunque en algunos países esa cifra es aún mayor.

La degradación de los suelos y los procesos de desertificación constituyen otra de las grandes amenazas globales. La agricultura y la ganadería generan los principales impactos negativos. La generación de alimentos implica el 50% de la tierra habitable y un 77% de ellas se destinan a la producción de piensos, los pastizales y el pastoreo para la producción de carne. Alimentar a los 10.000 millones de personas que se prevé poblarán el mundo en 2050 supone enfrentar un incremento del 50% en la producción de alimentos y un aumento intolerable de la presión sobre los suelos.

Naciones Unidas estima que unos 4.000 millones de personas vivirán para el 2050, en tierras desertificadas, sobre todo en regiones deprimidas de África o sur de Asia, a lo que habrá que incorporar gran parte de Oceanía.

En la actualidad, un tercio de la comida se pierde o se desperdicia, sobre todo en los países desarrollados. Reducir esos desechos, limitar el consumo de carne, modificar la gestión de la tierra, controlar la erosión, reforestar para almacenar carbono, reducir drásticamente la tala de bosques son imperativos de la hora.

Detrás de cada una de esas acciones, señala el Informe ONU, hay oportunidades que “podrían generar beneficios para el ecosistema de miles de millones de dólares” y contribuir a evitar las migraciones provocadas por el deterioro de las cosechas y el empobrecimiento de los suelos.

Es hora de que los gobiernos empiecen a cumplir y a acelerar los pasos. Y dejen de responder a los intereses de los “necios” que no ven más allá de la lógica de sus beneficios.