“El ingá es una especie de árbol milagroso o de superárbol, porque algunas especies de esta familia pueden hacer cosas increíbles”, dice Pennington. “Estos árboles pueden crecer muy rápido en suelos muy, muy pobres, incluso en suelos degradados debido a la deforestación”.
Los cultivos plantados bajo estos árboles requieren poco fertilizante, no solo por la capacidad de las especies de inga de fijar nitrógeno, sino porque su abundante producción de hojas caen al suelo ofreciendo cobertura y materia orgánica. “Si esta mañana bebiste una taza de café de América Latina es probable que esa planta de café haya crecido bajo un inga”, explica risueño Pennington.
Estos árboles también producen vástagos o brotes, que pueden ser usados como combustible, y las hojas son una fuente de alimento para el ganado.
El género inga incluye más de 300 especies de árboles que fijan nitrógeno y mejoran la productividad del suelo. Entre ellos, la guama de la Amazonia o inga edulis, un árbol de 8 a 15 m de altura, que es una de las especies usadas en el proyecto de Pennington en el Matto Grosso.
Forma parte de la familia de las leguminosas. El científico de Exeter señala que “incluso dentro de las leguminosas, estos árboles tienen un ritmo de crecimiento fantástico. Y además de eso, tienen frutas comestibles que se comercializan en mercados en varios países de América Latina”.
Por otra parte, el desarrollo de cultivos de inga permitiría contribuir a recuperar la fertilidad de suelos aún degradados por incendios, logrando que sean más resilientes a sequías severas y enfermedades.
Una apuesta al “milagro” de disminuir o detener la desforestación en la Amazonia y frenar el cambio climático, de la mano de un árbol “milagroso”.