El fracking es responsable del 60% de toda la producción de gas nuevo a nivel mundial en la última década. Reducir el metano que produce, podría frenar rápidamente el calentamiento global.
Son algunas de las conclusiones de un estudio realizado por el científico Robert Howarth, reconocido académico estadounidense, biogeoquímico y científico del ecosistema, que dirige la cátedra David R. Atkinson de Ecología y Biología Ambiental en la Universidad Cornell.
La investigación, publicada el pasado mes de agosto en Biogeosciences, la revista de Geociencias de la Unión Europea, demuestra que la producción de petróleo y gas de esquisto bituminoso, provoca un aumento global en el metano atmosférico y por tanto, acelera el calentamiento global.
Mientras en el mundo, aumenta la preocupación sobre el cambio climático y se plantean acciones para reducir drásticamente su peligrosa evolución, la industria del fracking, camina en sentido contrario. Desde 2010, no ha dejado de crecer vertiginosamente, en especial en EEUU, a fin de devolver al país al liderazgo energético que había perdido. Y lo hace a costa de generar graves problemas ambientales.
La paradoja de esa industria es que no sólo produce esos enormes perjuicios climáticos sino que, a la vez, genera combustibles no rentables por debajo de los 50 dólares el barril. Para lo cual EEUU ha debido mantener artificialmente los precios por encima de esos valores, reduciendo la oferta global con limitaciones de producción a Irán, Libia y Venezuela, tres importantes productores de crudo.
Los gases que provocan el efecto invernadero son todos aquellos que en la atmósfera, dificultan, filtran o disminuyen la radiación solar. Absorben los rayos infrarrojos del sol y en principio, su efecto es un proceso natural para mantener una temperatura constante en la Tierra en torno a los 15° C. Tras dos siglos de Revolución Industrial, la acumulación de esos gases ha generado el actual problema del cambio climático. La concentración de CO2 ha aumentado un 30% en un siglo, provocando un recalentamiento de la superficie del Planeta.
Tanto los bosques y los océanos son ecosistemas que tienen capacidad de absorber parte de los gases de efecto invernadero y convertirlos en oxígeno. Pero esa capacidad es limitada y se ve agravada por la deforestación y el deterioro del entorno marino por la gigantesca acumulación de residuos en los océanos (ver tres notas de Más Azul sobre la selva amazónica, el bosque tropical africano y la contaminación marina).
De los principales gases de efecto invernadero hay seis que deben destacarse:
1. El vapor de agua (H2O), el de mayor presencia en la atmósfera. Con el aumento de las temperaturas, el contenido de vapor de agua en la atmósfera aumenta y como consecuencia empeoran los efectos de otros gases de efecto invernadero;
2. El temido dióxido de carbono (CO2), la causa de la mayor parte del efecto invernadero causado por la actividad industrial. Es un gas que proviene de la quema de combustibles fósiles como el carbón o el petróleo y que el incendio masivo de bosques tropicales lo agrava aún más, como ocurrió en agosto pasado en el Amazonas, África central y el sudeste de Asia;
3. El dióxido de nitrógeno (N2O) que se produce y libera principalmente en la agricultura y en algunos procesos de la industria química;
4. Los gases fluorados, que se utilizan en especial como refrigerantes y propelentes, que han contribuido a la destrucción de la capa de ozono, pero que tras varias campañas mundiales en la década del ‘90, se ha logrado reducir notablemente;
5. El ozono (O3), un gas oxidante de color azulado que resulta un contaminante muy agresivo del aire, a nivel terrestre. Sin embargo, en su conformación en la ozonosfera, protege la Tierra de la acción de los rayos ultravioleta del Sol; y
6. El metano (CH4), incoloro e inflamable, proviene del material orgánico degradado que produce la ganadería, el cultivo de arroz, los vertederos de basura y las explotaciones petrolíferas y gasíferas.
La investigación de la Universidad Cornell se centra precisamente en éste. Revela que a medida que aumentan las concentraciones de metano en la atmósfera de la Tierra, las huellas dactilares químicas apuntan a una fuente probable: el petróleo y el gas de esquisto bituminoso.
La investigación del profesor Robert Howarth demuestra que, desde el uso de fracturas hidráulicas de alto volumen, conocidas como fracking, el gas de esquisto ha aumentado en su participación en la producción mundial de gas natural y ha liberado más metano a la atmósfera. Alrededor de dos tercios de toda la producción de gas nuevo en la última década ha sido producida con gas de esquisto en EEUU y Canadá.
Un dato interesante –señala Howarth– es que estudios anteriores habían concluido erróneamente que las fuentes biológicas eran la causa del aumento del metano. Si bien las concentraciones atmosféricas de metano han aumentado desde 2008, la composición de carbono del metano también ha cambiado. El metano de fuentes biológicas como las vacas y los humedales tiene un bajo contenido de carbono 13, en comparación con el metano de la mayoría de los combustibles fósiles.
Los niveles de metano atmosférico que habían aumentado durante las últimas dos décadas del siglo XX, se habían comenzado a equilibrar en los primeros años de este siglo, pero entre 2008 y 2014 los niveles atmosféricos de metano volvieron a aumentar dramáticamente. El fracking, en otros, es el causante de que las emisiones globales de metano pasaran en los últimos 11 años, de unos 570 teragramos (570.000 millones de toneladas) anuales a unos 595 teragramos (595.000 millones de toneladas).
Esa nueva técnica de extracción de petróleo y gas implica perforar un pozo de forma vertical para luego hacerlo de manera horizontal en una formación de una roca conocida como esquisto bituminoso. Allí se inyecta una mezcla de agua altamente presurizada con productos químicos y arena para crear y asegurar las fisuras abiertas para que fluya el gas. El shale oil o petróleo de esquisto es un petróleo no convencional producido a partir de procesos que convierten a la materia orgánica contenida dentro de la roca (querógeno) en petróleo sintético y gas.
El grueso de las operaciones de fracking del mundo se encuentra en Estados Unidos y Canadá y un 60% de toda la producción de gas nuevo a nivel mundial en la última década, ha sido producida mediante este procedimiento. Según el estudio de Howarth, la cantidad de metano agregado a la atmósfera en los últimos diez años está vinculado a esta forma de explotación y sus análisis demuestran que las operaciones de fracking filtran o “fugan” entre el 2 y 6% por ciento del gas producido.
Ya un estudio realizado en 2015 había estimado que una región del norte de Texas (Barnett Shale) había filtrado 544.000 toneladas de metano/año, haciendo un cálculo muy conservador del 1,5% de fuga. Eso equivale a 46 millones de toneladas de CO2, es decir más metano que un estado extenso y ganadero como Nevada o que uno financiero y comercial como Connecticut, el segundo mayor centro del mundo en el sector seguros.
El estudio de Cornell destaca que el dióxido de carbono y el metano son gases de efecto invernadero críticos, pero se comportan de manera bastante diferente en la atmósfera. El dióxido de carbono emitido en la actualidad seguirá influyendo en el clima durante los siglos venideros, ya que el clima responde lentamente a la disminución de las cantidades de ese gas.
En cambio, a diferencia de su lenta respuesta al dióxido de carbono, la atmósfera responde rápidamente a los cambios en las emisiones de metano. Por eso, Robert Howarth advierte que “reducir el metano ahora puede proporcionar una forma instantánea de frenar el calentamiento global y cumplir con el objetivo de las Naciones Unidas de mantener el planeta muy por debajo de un aumento promedio de 2°C”.
Para el prestigioso científico “este reciente aumento de metano en forma masiva, es globalmente significativo. Ha contribuido a algunos de los aumentos en el calentamiento global que hemos visto y el gas de esquisto es un actor importante”.
Por eso insiste en una recomendación: “Si podemos dejar de verter metano a la atmósfera, éste se disipará. Desaparece bastante rápido, en comparación con el dióxido de carbono. Es lo que tenemos más mano para frenar ya el calentamiento global”.