Hay casi que quintuplicar los volúmenes actuales

1 sep 2020

En el pasado mes de julio publicamos el estudio “Plastic & Climate: The Hidden Costs of a Plastic Planet (CIEL 2019) del Centro de Derecho Ambiental Internacional (Ver Más Azul n° 10, julio 20), atendiendo la alarma creada por la noticia de los planes de expansión de las industrias plástica y petroquímica.

Esa decisión acarrea el consiguiente crecimiento de las emisiones, el agravamiento de la crisis climática y hará imposible limitar el aumento de la temperatura global a 1,5°C, tal como estaba previsto en el Acuerdo de París.

En 2019, la producción e incineración de plástico sumó a la atmósfera más de 860 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero. El Informe del CIEL advierte que si la producción, eliminación e incineración de plástico continúan en su actual trayectoria de expansión, para el 2030 sus emisiones globales podrían alcanzar 1,34 gigatoneladas anuales, lo que equivale a la contaminación que producirían más de 295 centrales eléctricas de carbón de 500 megavatios y, para el 2050, significaría emitir 2,8 gigatoneladas de CO2 por año, el equivalente a las emisiones contaminantes de 615 plantas de carbón de 500 MW.

Estamos por tanto, frente a una monstruosidad de las industrias petroquímicas, petroleras y del plástico que no dudan en llevar al Planeta hacia el precipicio.

En 2019, la producción y incineración de plástico produjo 860 millones de Tm de GEI, igual a las emisiones de 189 centrales eléctricas de carbón de 500 megavatios.

Para entender la gravedad de lo que enfrentamos, recordemos que para evitar sobrepasar el objetivo de 1,5°C, las emisiones globales de efecto invernadero (GEI) agregadas deben situarse dentro de un rango de carbono restante (que además debe reducirse) de unas 420 a 570 gigatoneladas de carbono.

Por lo tanto, solo la expansión de la producción de plástico podría significar entre el 10 y el 15% del total de carbono restante para 2050 y para fin de siglo, una acumulación de carbono de casi 260 gigatoneladas, o sea, más la mitad del presupuesto total de carbono, en los escenarios más conservadores.

Es necesaria, por tanto, una acción urgente y ambiciosa para detener la expansión de la producción de plásticos e incluso, reducir a mínimos sus actuales niveles, si queremos mitigar los impactos climáticos que provoca, a lo que deben sumarse sus efectos negativos sobre la salud y el medio ambiente.

Ello implica, en primer lugar, detener el desarrollo de nuevos productos petroleros, petroquímicos y gasíferos e impedir la construcción de nuevas infraestructuras en el sector.

1. Algunos de los pasos prioritarios a seguir deben implicar:

2. Eliminar el uso de plásticos vírgenes, multiplicar el ciclo de vida del plástico con sucesivas reutilizaciones y finalmente, su reducción sostenible como desecho final;

3. La rotunda prohibición de la producción y consumo de productos desechables de un solo uso;

4. Implementar la responsabilidad ampliada del productor como contaminador;

Favorecer y fomentar el reciclado del plástico a partir de la concepción de economía circular, invirtiendo en infraestructura que ayude a reciclar una mayor cantidad posible.

En ese proceso de acciones drásticas debe tenerse presente que solo las reducciones de emisiones no alcanzan para cumplir los objetivos climáticos. Reducir la producción debe complementarse con otras medidas. Algunas grandes corporaciones del sector pretenden ‘vendernos’ el uso de fuentes de energía renovables para reducir las emisiones de energía asociadas con el plástico.

Pero omiten que el problema ambiental es la propia producción de plástico, por lo que usar una energía renovable no detendrá las emisiones de los desechos plásticos ni la contaminación consiguiente.

Para reducir los impactos climáticos del plástico hay que detener la expansión de la producción y mantener los combustibles fósiles en el suelo.

Tampoco deben llamarnos a engaño las soluciones ‘biodegradables’ y ‘de base biológica’ en tanto no signifiquen abordar los impactos climáticos del ciclo de vida del plástico. Cualquier solución, en definitiva, debe estar enfocada a la reducción de la producción de plástico, a la reutilización del plástico existente y a la eliminación sostenible de los desechos plásticos, llevados a su mínima expresión.

En síntesis, la más segura y efectiva de las políticas para reducir los impactos climáticos del plástico es detener la expansión de la producción petroquímica y plástica y mantener los combustibles fósiles en el suelo.

Nos dirán que no es posible. Que es un planteo demasiado radical. La verdad es que hemos subestimado los impactos climáticos del plástico. Y hemos alcanzado un punto casi sin retorno. Continuar con el rumbo que plantean los sectores petroleros, petroquímicos y del plástico es lo verdaderamente radical porque conduce al suicidio planetario.

ALGUNAS RESPUESTAS

Según una estimación que realiza el Informe del CIEL, la capacidad de reciclaje debe incrementarse 4,6 veces para que no aumenten las emisiones previstas para 2050.

Desde 1950 solo se ha reciclado 9% de todo el plástico producido a escala mundial y solo otro 12% fue  incinerado. La cadena de la industria plástica ha preferido soslayar varios costosos pasos del reciclaje: recolección, transporte, procesamiento y refabricación. De allí que haya que responsabilizar al productor como contaminador e imponerle su recuperación.

Hay que tener en cuenta que los productos de plástico comienzan como combustibles fósiles y generan gases de efecto invernadero en cada una de las etapas de su ciclo de vida: 1) combustible fósil, extracción y transporte; 2) refinado y fabricación de plásticos; 3) proceso de distribución y comercialización; 4) gestión de residuos plásticos y 5) impacto permanente en  océanos, ríos, vertederos al aire libre y paisaje.

Algunos países han conseguido aumentar en pocos años su tasa de reciclaje. Lo han hecho, en general, gracias a inversión en tecnología, a la introducción de políticas de incentivo para que ciudadanos y empresas reciclen y a campañas de concientización.

Repasar algunos ejemplos puede ser alentador:

Dinamarca: La basura como recurso

Líder en cuidado ambiental, Dinamarca fue el primer país del mundo que introdujo un impuesto sobre las bolsas de plástico (1993). Hoy es un ejemplo de reciclaje: en 2019 batió su propio récord con 1.400 millones de botellas y latas, lo que significa el 92% de esos envases generados en el país y un ahorro de más de 150.000 toneladas de CO2 de contaminación climática.

La devolución es uno de los secretos del sistema de reciclaje danés. Se basa en el Dansk Retursystem, uno de los mejores del mundo, basado en un apoyo ferviente de los ciudadanos. Su funcionamiento es sencillo: unos establecimientos (panstation), que se encuentran distribuidos por todo el país, muy similares a las máquinas expendedoras y capaces de recibir cada uno hasta 25.000 botellas y latas.

El coche es una herramienta del pasado. Los datos muestran la irracionalidad del sistema.

Los daneses pagan un depósito (‘pant’ en danés) cada vez que compran un envase o lata y cuando lo devuelven la máquina pantsater les reembolsa ese dinero. El valor del pant dependerá del tipo de envase y de su posible reciclaje.

El sistema de devolución para reciclaje que, en la actualidad es para botellas de agua y latas, se extenderá a otros envases plásticos, de vidrio y metal a partir de noviembre próximo, lo que permitirá reciclar otros 50 millones de botellas.

Dinamarca devuelve por día un total de 3,8 millones de botellas y latas. La expansión del sistema permitirá disminuir aún más los desechos, reducir las emisiones de CO2 e incrementar el empaque reciclado.

También tienen un costo las bolsas del supermercado lo que ha permitido reducir su uso en más de un 40% en los últimos años.

Suiza: reducción de residuos

Es uno de los países con mayor tasa reciclaje (más del 50%), lo que lo coloca entre los países más avanzados en materia de recuperación de desechos y con una fuerte preocupación por la conservación del medio ambiente.

Su política se ha centrado en la conciencia ciudadana y la reducción de los residuos, siguiendo los lineamientos de la economía circular. Su sistema podría sintetizarse: “el que menos tira, menos paga”. Para tirar basura hay que pagar. Suiza implantó medidas como la ‘bolsa única’ para facilitar la reducción de los desechos de elementos no reciclables. Para que los ciudadanos se deshagan de sus residuos, deben adquirir “bolsas de basura oficiales”.

Cada bolsa de basura tiene que tener una etiqueta, y el precio de cada etiqueta es como mínimo de un euro. Existen diferentes tipos de contenedores de diferentes colores para vidrio, aluminio, baterías, plásticos, etc. La recolección de basura es semanal y la del cartón, mensual, a horarios predeterminados.

Los esfuerzos suizos se han centrado en la reducción de los residuos y el sistema implementado –sumado a las campañas de concientización ciudadana– han logrado que la generación de residuos no reciclables disminuya unos 90 kilos por persona al año en solo 20 años, ser precursores en el reciclaje de basura orgánica para elaborar compost, además de reciclar el 93% del vidrio y el 91% de las latas de aluminio.

Suecia: la basura como energía

Como el resto de sus vecinos nórdicos, Suecia presta una especial atención a los problemas ambientales y en especial al tratamiento sostenible de los residuos urbanos e industriales. Debido a un fuerte compromiso ciudadano con el medio ambiente, Suecia es pionera en separación y reutilización de desechos que los suecos inician en sus propios hogares.

Ello le permitió lograr que un 99 % de su basura sea reciclada o reutilizada. El país utiliza un sistema de clasificación jerárquica de los residuos, centrado en la prevención, la reutilización, el reciclaje, otras alternativas al reciclado, y solo como último recurso, la eliminación en vertedero. Lo extraordinario es que la propia población reclama terminar con ese 1 % restante de residuos en tanto significa la incineración de unos dos millones de toneladas año.

Planta de calor y energía Värtahamnen KVV8, en base a residuos vegetales (Estocolmo-Suecia).

El proceso de aprovechamiento integral es sencillo: un lector óptico separa las bolsas de basura recolectadas, por color. Las azules (plásticos) van a plantas de reciclaje para su reutilización. Las verdes (orgánicos) se usan para elaborar fertilizantes, compost y biogás que es el combustible de los autobuses públicos. Las blancas van a incineración (32 estaciones WTE Waste to Energy), a un horno de 850°C para producir electricidad con la que abastecen parte de la población (3 Tns de basura quemada contienen tanta energía como 1 Tn de fuel oil).

De hecho, este sistema le permite a Suecia cobrarle al Reino Unido, Italia, Noruega e Irlanda por importar basura ya clasificada, para sus plantas incineradoras productoras de electricidad.