En el último medio siglo, la deforestación del Planeta alcanzó niveles nunca vistos en la historia de la humanidad. La voracidad de la industria agrícola-ganadera, la minería y la industria maderera han arrasado un 15% de la superficie mundial de bosques.
Se estima que la deforestación a nivel mundial alcanza unos 13,7 millones de hectáreas por año, es decir que anualmente desaparecen bosques equivalentes a la superficie de un país como Grecia. El desastre ambiental está concentrado en tres regiones: América del Sur, África y Oceanía.
Pero las alarmas acaban de saltar –una vez más– ante la brutal deforestación que está sufriendo la Amazonía brasileña. Bajo el gobierno del negacionista climático Jair Bolsonaro, entre agosto de 2019 y julio de 2020 la pérdida de bosques y selvas aumentó 9,5% en comparación con el año anterior.
La destrucción de la mayor selva tropical del mundo totalizó 11.088 km2, lo que constituye el segundo récord consecutivo en 12 años, según datos oficiales del sistema de vigilancia de deforestación Prodes, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil. El organismo de control alertó sobre el avance constante de la deforestación. Ya en el período agosto de 2018-julio de 2019 se habían arrasado 10.188 km2, lo que había significado un 43% más frente a los doce meses precedentes.
Los datos obtenidos por el INPE a partir de imágenes satelitales, confirman la tendencia al incremento constante de la deforestación en el ecosistema amazónico. Como consecuencia, la deforestación en Brasil resulta una de las principales causas de emisión de CO2 del país. De hecho, la selva amazónica absorbe en la actualidad la mitad de los 2.000 millones de toneladas de CO2 que absorbía en la década de los ’90.
Cuestionado por defender una explotación irracional de la Amazonía a favor de los intereses de las industrias agropecuaria, energética y minera, el gobierno del militar Jair Bolsonaro, anunció en mayo 2020 la Operación Verde Brasil II, presuntamente para controlar las actividades ilícitas durante los períodos más intensos de deforestación e incendios en la selva.
El envío de unos 3.400 soldados del Ejército para el Operativo no se ha traducido en un descenso drástico de los índices de destrucción. El propio vicepresidente brasileño, Hamilton Mourao, en su condición de jefe del Consejo Nacional de la Amazonía, reconoció ante los periodistas, que los trabajos de combate a la criminalidad en la Amazonía, “se iniciaron tarde”.
La deforestación y los incendios de la selva relacionados con ella, han vuelto a aumentar este año contabilizándose unos 100.000 focos, un 10% más que en todo 2019, cuando el mundo se conmovía con las imágenes del fuego avanzando destruyendo selva amazónica.
Pese a una menor resonancia mediática, la situación de este año se ha agravado. La Operación no es más que un intento de mostrar cierta preocupación ambiental por el Amazonas para aliviar las presiones internas e internacionales que reclaman para que cese su destrucción.
La política ambiental de Bolsonaro ha sido objeto de críticas no solo de grupos ecologistas, sino de importantes fondos de inversión, grandes empresas y algunos gobiernos europeos como Francia.
De hecho, su presidente Emmanuel Macron, no dudó en alertar: “Nuestra casa está en llamas. Literalmente. Amazonas, los pulmones de nuestro planeta que producen el 20% de nuestro oxígeno, está ardiendo. Esta es una crisis internacional”. Por esa razón advirtió que su país no firmará el Tratado de Libre Comercio con el Mercosur mientras Brasil no muestre una verdadera preocupación por el medioambiente.
La concepción “nacional-populista” de Bolsonaro se centra en que se trata de un problema interno del Brasil porque “el Amazonas no forma parte del Patrimonio de la Humanidad”(sic!). Su pensamiento atrasa un siglo y corresponde a una visión del mundo que solo mira a través de la lente de ‘estados nacionales’ sin percibir que existen además problemáticas planetarias que debemos resolver entre todos.
La realidad es que la devastación en la Amazonía brasileña se agrava con Jair Bolsonaro en el poder. El Observatorio del Clima –que reúne más de 50 organizaciones ambientalistas– ha denunciado que el área desforestada en el último año (11.088 km2) es un 70% mayor que el promedio anual registrado en la década anterior a la llegada de Bolsonaro al poder (6.500 km2 por año).
Las alarmantes cifras de deforestación son el resultado de la decisión del gobierno brasileño de destruir selva amazónica para habilitar nuevas tierras para la agricultura, la minería y la producción de energía, negando las más elementales recomendaciones medioambientales.
La causa principal de la creciente destrucción de los bosques radica en el aumento exponencial del consumo global de carne y la consecuente expansión de la ganadería extensiva, que provoca la necesidad nuevas áreas de pasturas para la ganadería y de cultivo de soja.
El líder ultraderechista defiende la explotación de los recursos naturales de la Amazonía, incluso en reservas indígenas, a las que pretende reducir o eliminar. Como sostiene Cristiane Mazzetti, de Greenpeace, “es una visión retrógrada que no condice con los esfuerzos necesarios para lidiar con las crisis de clima y biodiversidad”.
La estadística del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), muestra que en 2020, Brasil produjo más de 10 millones de toneladas métricas de vacuno y es el segundo mayor productor de vacunos del mundo, detrás de EEUU y se consolida como el mayor exportador mundial de carne bovina.
Su rebaño actual alcanza los 214 millones de cabezas y ha transferido más de 60 millones de animales a la selva amazónica. La ocupación de nuevas tierras supone la destrucción de ecosistemas que eran hábitats de innumerables especies y la consiguiente propagación de enfermedades infecciosas.
Para los expertos, si la deforestación superará el 20% del global, estaríamos enfrentando un punto de no retorno para el medio ambiente, con efectos incalculables sobre el cambio climático y la extinción masiva de especies.
Los científicos insisten en señalar que el incremento de la tala de bosques en todo el mundo, es causa de la aparición de enfermedades zoonóticas. En el mismo sentido ha alertado la Directora General de PNUMA sobre el riesgo de que la ruptura del vínculo entre los seres humanos y la naturaleza, acreciente la aparición de nuevas enfermedades zoonóticas y el riesgo de multiplicar pandemias como la actual.
Un 60% de las nuevas enfermedades infecciosas en humanos (VIH, ébola, nipah, dengue, Covid-19) están originadas en animales que habitan en los bosques –fauna salvaje en su mayoría– y transmitidas por otros animales.
“Es una relación histórica –indica el ecólogo brasileño David Lapola– Todos virus que se diseminaron de forma muy grande fueron a partir de desequilibrios ecológicos… Aunque la mayoría de esos brotes se han concentrado hasta ahora en el sur de Asia y África –a menudo vinculados a ciertas especies de murciélagos– la gran diversidad amazónica podría hacer de la región ‘el mayor repositorio de coronavirus del mundo’. Es otra más de las razones para que no hagamos ese uso irracional, que ahora está aumentando aún más, de nuestra Amazonía”.
En un excelente trabajo sobre el tema, Katarina Zimmer (Nat Geo, 26.11.19) recupera una contundente declaración de Andy MacDonald, ecóloga de enfermedades en el Earth Research Institute de la Universidad de California, Santa Bárbara: “Es bien sabido que la deforestación puede ser un motor importante de la transmisión de enfermedades infecciosas. Es cuestión de cifras: cuanto más degrademos y talemos los hábitats forestales, más probable será acabar con situaciones en las que se produzcan epidemias de enfermedades infecciosas”.
Zimmer recuerda que la malaria –causa de muerte de más de un millón de personas cada año– proviene de la infección de parásitos Plasmodium transmitidos por mosquitos. La deforestación crea condiciones ideales para la reproducción del mosquito Anopheles darlingi, que es el transmisor más importante de la malaria en la Amazonía.
La actual expansión de la producción y consumo de alimentos de origen animal no solo es insostenible en términos ambientales sino una de las principales causas de la generación de enfermedades zoonóticas de alto riesgo para la salud humana.
Es cierto, como señala Natalia Hernández, experta de la Fundación Gaia Amazonas y de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) que “no podemos demonizar las actividades económicas. Si tenemos claro qué queremos hacer con esta región, podemos buscar empresas que generen cadenas productivas que involucren a la población y ayuden a la conservación”.
No es lo que pretende Bolsonaro. Como ha denunciado el Observatorio del Clima “invasores de tierras, mineros, madereros ilegales y asesinos de indios, practicando sus crímenes, supieron interpretar las señales que vienen de la Presidencia (de Brasil) y, de forma inédita, del Ministerio de Medioambiente”.
Si la deforestación da lugar a nuevas y más enfermedades infecciosas que ponen en riesgo la salud en todo el Planeta, será necesario – con una “cabeza nueva” –abrir el debate internacional acerca de los límites de los crímenes ambientales que atentan contra la supervivencia de la humanidad.