No hay vida sin agua. De ella dependemos todos los seres vivos para sobrevivir. La sociedad que hemos construido, además depende de ella para su producción económica y de energía. Pero el largo proceso de contaminación del Planeta por la acción humana, tanto industrial como por el consumo, ha ido arrojando residuos y contaminantes que drenan hacia ríos, lagos y mares.
Los principales contaminantes que infectan a esas fuentes de agua son fertilizantes, pesticidas, plásticos, fármacos, desechos fecales, sustancias radiactivas, nitratos, fosfatos, etc., lo que ha generado una multiplicación de bacterias, parásitos y virus.
Los estudios que realizan organismos especializados (gubernamentales, científicos y académicos) para verificar la calidad del agua, muestran un enorme deterioro de esas fuentes, sintetizadas en el catastrófico estado de nuestros océanos, donde terminan confluyendo la mayor parte de las aguas del Planeta.
Naciones Unidas señala que más del 80 % de las aguas residuales del mundo (basuras y vertidos de aguas fecales) llegan al mar y a los ríos sin depurar.
Las actividades industriales, agrícolas y ganaderas son una de las principales causas de la eutrofización del agua por los vertidos de productos químicos que arrojan estos sectores.
La tala de bosques por la acción de la actividad agro-ganadera y de la industria de la madera (deforestación) contribuye también a agotar las fuentes hídricas, además de generar residuos orgánicos que incrementan el desarrollo de bacterias contaminantes.
El consumo humano irracional de plásticos, la resistencia de las empresas a hacerse cargo de la recolección y reutilización de los mismos y la falta de acción gubernamental para reciclarlos y evitar que terminen en vertederos, es una de las mayores causas de la ‘inundación’ de plásticos que terminan en los mares del mundo. A ello contribuyen también los barcos pesqueros y petroleros y el transporte marítimo de mercancías (Ver Más Azul n° 21, junio 2021 “La pesca ilegal” y n°18, marzo 2021, “La basura plástica continúa inundando los océanos”).
La sumatoria de todas esas causas genera un aumento de la temperatura terrestre a causa de las emisiones de CO2, lo que calienta el agua y provoca una disminución de oxígeno, completando el ciclo de deterioro del agua superficial.
La OMS considera que el agua contaminada –que no se puede beber ni destinar a actividades esenciales como la agricultura– provoca más de 500.000 muertes anuales a nivel global por diarrea (más de 350.000 de ellas en niños) y transmite enfermedades como cólera, poliomielitis, disentería y fiebre tifoidea. Según el Consejo Mundial del Agua (WWC) la falta de agua potable causa la muerte de 3,5 millones de personas por año.
Ante ese horizonte, el agua subterránea limpia cobra una importancia vital para garantizar el suministro, indispensable en muchas regiones del Planeta cuyas aguas superficiales tienen tales niveles de contaminación que las hacen inservibles.
La agricultura representa un 70% de las extracciones de agua dulce de ríos, lagos y acuíferos, una cifra que en algunos países en desarrollo puede alcanzar un 90%. El cambio climático y sus secuelas de sequías y aumento de las temperaturas globales, plantean nuevos desafíos a la agricultura y una mayor exigencia sobre los recursos naturales. El desafío es complejo: tenemos que producir más alimentos de mejor calidad, con menos agua por unidad de producción.
Pero el problema es que las aguas superficiales y las subterráneas tienen una estrecha vinculación. Del mismo modo que, con frecuencia, el agua de las profundidades emerge en manantiales y surgentes para fluir sobre el terreno, ocurre que el agua superficial se infiltra y traslada bajo tierra o alimenta un acuífero.
En la medida en que los recursos hídricos superficiales se han ido agotando o contaminando, la extracción y explotación del subsuelo se ha intensificado en muchas partes del mundo y está afectando a los reservorios de agua dulce subterráneos, con consecuencias severas tanto para determinadas producciones como para el acceso al agua por parte de la población.
Un ejemplo de sobreexplotación es México. Según datos de Water Footprint Network se necesitan 2.000 litros de agua para producir un kilo de aguacates (4 veces más que las naranjas y 10 veces más que los tomates). La Organización Mundial del Aguacate (WAO) loreconoce pero sostiene que están reduciendo la huella hídrica a la mitad. Aun con esos números, “una hectárea de aguacates necesita la misma cantidad de agua cada día que la que consumiría una población de 1.000 personas”.
Manuel Ochoa Ayala, académico mexicano de Michoacán, investigador en la Universidad de California-Berkeley, describe de manera contundente el impacto de una producción descontrolada en su país: “Diariamente se utilizan en torno a 9.500 millones de litros de agua para producir aguacates, lo que exige una extracción masiva de agua de los acuíferos de Michoacán. La excesiva extracción de agua de estos acuíferos está teniendo consecuencias imprevistas, como que se están produciendo pequeños terremotos. Desde el 5 de enero al 15 de febrero (2020) se registraron 3.247 movimientos sísmicos en el municipio de Uruapan y los alrededores, la zona de producción de aguacate más importante del mundo. Según las autoridades locales, la extracción de agua asociada al aguacate ha abierto grutas subterráneas que podrían ser las causantes de estos movimientos” (Ver “El aguacate: el ‘oro verde’ que provoca estragos ambientales”, 10 marzo 2020, Foro Económico Mundial).
Para el caso de cómo compite esa intensiva sobreexplotación está Chile. El aguacate ha llevado a regiones enteras de este país, como la provincia de Petorca, a que ríos y reservas de agua subterránea se estén secando o hayan desaparecido, provocando una gravísima sequía en la región. (Ver Más Azul n°6, marzo 20, “Chile, una segunda Australia” y n° 9 Junio 2020, “Aguacates “oro verde” o “diamantes de sangre”).
En la región de Petorca –principal zona productora chilena de aguacates– las empresas eliminaron bosque nativo para alojar sus plantaciones y extrajeron agua de las napas subterráneas de los ríos: Petorca y Ligua, al punto de que ambos se han secado y en 2012, la cuenca fue declarada “zona de escasez hídrica”, restando agua para la población en un país donde el 8% (casi 1,5 millones de personas) vive hoy sin agua potable.
Estudios coincidentes de la Fundación Aquae y el World Resources Institute (WRI) sobre los recursos hídricos que le quedan al Planeta, aseguran que casi una quinta parte de los países del mundo padecerá recortes agudos en el suministro de agua en 2040.
Casi la mitad de los 33 países del Oriente Medio (la región más vulnerable), tendrán gravísimas limitaciones de agua y 9 de ellos podrían sufrir escasez aguda (Bahréin, Kuwait, Palestina, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Omán y Líbano).
La sobrexplotación de las aguas subterráneas torna más aguda e irreversible su escasez en los lugares más secos, ya que el ritmo de recarga de sus acuíferos por lluvia es menor y las necesidades de mayor extracción se agudiza en ellos.
OCDE señala que para 2050, el aumento de la demanda de agua será un 55% más que en 2000 y que, por tanto, la mitad de la población sufrirá escasez de agua. Y prevé que en 2025, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con escasez absoluta de agua.
Existen estimaciones técnicas que advierten que por el cambio climático, el déficit del recurso podría alcanzar a países de enorme significación global como EEUU, China e India que es probable que experimenten fuertes restricciones de agua en algunas regiones.
El Ogalalla es uno de esos casos. Se trata de un gigantesco reservorio que se extiende por debajo de unos ocho Estados del oeste de EEUU, que hasta 1940 eran un verdadero desierto. Las bombas extractoras eléctricas, permitieron irrigarlo. Desde entonces, con 25 billones de litros!!! lograron transformarlo en 40 millones de hectáreas de sorgo, maíz, trigo y algodón y una de las regiones agrarias más productivas del mundo.
Esa colosal extracción despertó problemas ya en 2005: los pozos reflejaban descensos de 30 hasta 45 metros en Kansas, Oklahoma y Texas, en el sur del Ogalalla. En 2009, el Instituto Tecnologico de Texas verificó que el acuífero ya descendía entre 30 cms y un metro por año.
Hoy, la dura realidad es que el Ogalalla se recarga al ritmo de 1 a 2 cms. por año, lo que anticipa que muchos condados de una de las zonas agrícolas más importantes del mundo, es probable que deban abandonar la agricultura para 2030-2035.
Pero no es solo el Ogalalla. Ahora sabemos también que a la sobreexplotación, la ausencia de regulación y la carencia de medidas para favorecer la recarga de los acuíferos, se agrega la perturbadora constatación de que las aguas subterráneas se están contaminando rápidamente.
Andreas Hartman, catedrático de Recursos Hídricos en la Universidad Albert-Ludwigs de Friburgo, presentó un estudio, advirtiendo que la contaminación de las reservas de agua dulce subterránea podría ser mucho más acusada de lo que se pensaba.
Junto a Scott Jasechko, Tom Gleeson y un grupo de investigadores, el pasado mes de mayo publicó “Risk of groundwater contamination widely underestimated because of fast flow into aquifers” (PNAS, 18 mayo 2021) donde muestran que hasta el 50% de los contaminantes estudiados (el pesticida glifosato, el patógeno bacteriano escherichia coli y el medicamento para pollos salinomicina), llegaron al agua subterránea sin degradarse a través del proceso llamado ‘de recarga focalizada’.
Es decir, que el agua contaminada se incorpora directamente a un acuífero sin pasar por un proceso de filtrado a través del suelo, como se suponía. Según los autores, el nivel de glifosato en el agua subterránea, por ejemplo, podría ser hasta 19 veces mayor que la concentración máxima permitida en Europa, una región donde está especialmente controlado.
El rápido tránsito de contaminantes al agua subterránea plantea un enorme peligro para el uso global del agua y de la tierra. (Ver National Geographic, “La contaminación del agua subterránea podría ser mayor que se pensaba”, mayo 2021).
Los datos obtenidos por el equipo de Hartman son un llamado de atención sobre la sanidad de las aguas subterráneas del Planeta y plantea la necesidad de revisar la magnitud de la contaminación que están recibiendo los acuíferos.
El panorama planteado es de enorme urgencia. El cambio climático está afectando la cantidad y calidad del agua y las fuentes subterráneas son un recurso vital para la humanidad. Hace ya 20 años, los científicos habían advertido que ante el uso y contaminación del agua superficial, la demanda sobre las fuentes subterráneas iba a aumentar.
Para UNESCO, tener reglas claras para gestionar el uso del agua será cada vez más importante. Pero seguimos sin establecerlas claras y el uso de los acuíferos queda en manos del mercado que explota fuentes que son vitales para la supervivencia de la humanidad.
Estamos hablando de la mayor reserva a nivel mundial de agua potable para el futuro. Y de una herramienta estratégica para enfrentar los desafíos del climático y sus secuelas de sequía. Por tanto, es perentorio establecer mecanismos para evitar su contaminación.
Es cierto que el 70% de la superficie de la Tierra está cubierta por agua y que los océanos contienen un 97% de toda el agua del Planeta. Pero solo el 3% es dulce de la que una cantidad mínima (0,007%) está disponible para consumo humano.
Eso no significa que el agua sea infinita. Es un recurso limitado. Y debemos gestionarla de forma adecuada y eficaz si queremos garantizar un acceso de calidad y cantidad para los casi 10.000 millones de personas que seremos a mediados de este siglo. La OMS establece un mínimo de 50 litros por habitante y día. Países como EEUU y Arabia Saudita consumen entre 4 y 5 veces esa cantidad
Desde tiempos ancestrales, las aguas subterráneas se han utilizado tanto para consumo humano como para agricultura. Aún hoy, para algunas comunidades, es la única fuente de agua. Y no solo se trata de comunidades pobres. En EEUU, casi la mitad del agua para consumo humano proviene de fuentes subterráneas. Y a nivel mundial más del 40% del agua de riego para cultivos proviene de las profundidades.
Las interacciones entre clima y los acuíferos son complejas. Los hay renovables, que se recargan de forma natural con la filtración del agua de lluvia y que son vulnerables –como lo demuestra el estudio de Hartman– a la contaminación. Y los hay no renovables, a profundidades de cientos de metros en la roca, bajo estratos impermeables, cuya disponibilidad es finita. En la actualidad ambos se explotan sin saber el impacto de las actividades industriales y productivas sobre ellos.
El impacto del cambio climático es difícil de prever. En algunas regiones provocará una intensificación de las precipitaciones e inundaciones lo que permitirá la recarga de los acuíferos. En otras, en cambio, el incremento de las sequías limitará rápidamente la disponibilidad de agua.
Como señala UNESCO, “los modelos de predicción y cuantificación de la respuesta de los sistemas hídricos subterráneos ante el impacto del cambio climático enfrentan serias incertidumbres debido a que no existen datos globales consistentes sobre suelos y recursos hídricos subterráneos”.
El peligro reside en que los acuíferos podrían agotarse en la mayor parte del mundo entre 2040 y 2060. En EEUU podría suceder a fines de 2030 en los acuíferos del Valle Central de California, la Cuenca de Tulare y el sur del Valle de San Joaquín. Y en los acuíferos en el sur de las Llanuras Altas, que abastecen de agua subterránea a partes de Texas, Oklahoma y Nuevo México, podrían llegar al límite entre 2050 y 2070.
Según una nueva investigación desarrollada por Inge de Graaf, de la Universidad de Wageningen (Países Bajos) junto a colegas de la Universidad de Utrecht, algunas regiones fuertemente irrigadas en climas más secos, como las llanuras altas de EEUU, las cuencas del Indo y el Ganges, y porciones de Argentina y Australia, enfrentan la mayor amenaza de agotamiento.
La extracción de aguas subterráneas es una bomba de tiempo con efectos ecológicos poco visibles aún. Para el año 2050, hasta 1.800 millones de personas podrían vivir en áreas donde los niveles de agua subterránea estén casi o completamente agotados debido al excesivo bombeo de agua subterránea para beber y para la agricultura.
Para de Graaf, catedrática del Water Systems and Global Change Group, en Wageningen “Saber los límites de los recursos de aguas subterráneas es imprescindible, ya que miles de millones de litros de agua subterránea se utilizan diariamente para la agricultura y el agua potable en todo el mundo”.