A mediados de 2019, más de 300 expertos científicos que integran la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES) publicó sus desoladores hallazgos sobre la disminución de la biodiversidad en el Planeta. Allí anticipaban que caminamos hacia la extinción de un millón de especies, mucha de ellas en apenas décadas.
El IPBES es un organismo internacional integrado por 132 países y respaldado por Naciones Unidas para el estudio de la flora y la fauna. Equivale al IPCC, cuyos trabajos están centrados en el cambio climático y la atmósfera.
En un informe de más de 1500 páginas, los autores mostraban dos tendencias divergentes y contradictorias: por un lado, los humanos, cuya población en los últimos 50 años se ha duplicado, su economía se ha cuadruplicado y su comercio a través del mundo se ha decuplicado. Y por otro todos los demás seres vivos (fauna y flora) que viven una pendiente descendente, de alarmantes proporciones.
Esas dos tendencias colisionan y nos han llevado a lo que Robert Watson, presidente del IPBES define con claridad: “Lo que aquí está en juego es un mundo habitable”.
Es que, cuando una especie desaparece en el ecosistema, erosiona todo el ecosistema y empuja a otras especies hacia su extinción. La interdependencia de las especies es una lección que hemos olvidado. La ciencia ha demostrado la interrelación entre cambio climático, pérdida de biodiversidad y bienestar humano y advierte que Planeta y salud humana “son cuestiones inseparables”.
De las 8 millones de especies del mundo, un millón de animales y plantas están en peligro de extinción, muchas de las cuales podrían desaparecer en los próximos 20 años. La amenaza es de una dimensión sin precedentes en la historia de la humanidad (IPBES), ya que la tasa global de especies ya extintas es entre diez y cientos de veces mayor que el promedio en los últimos 10 millones de años. Y además se está acelerando.
La extraordinaria expansión humana además no ha solucionado problemas elementales como el hambre, la pobreza y el acceso a bienes básicos para una vida digna, porque los humanos hemos consentido establecer para nuestra convivencia un injusto e irracional sistema de producción y consumo que ha dañado la mayor parte de la superficie de la tierra.
El 75% de la superficie del Planeta está “significativamente alterada”, el 66% de los océanos experimentan deterioros crecientes; más del 85% de los humedales se han perdido y la mitad de la cubierta coralina del mundo ha desaparecido, según el informe del IPBES. Cientos de millones de hectáreas de bosque primario o en recuperación han sido destruidos La deforestación anual mundial se estima en 13,7 millones de hectáreas por año, lo que equivale a la superficie de Grecia. La pérdida neta de bosques en el período 2010-2020 alcanzó los 47 millones de hectáreas, un territorio una vez y media más grande que la enorme India.
Los humanos no hemos sido capaces de proporcionar comida para todos (900 millones padecen hambre) ni siquiera agua potable o retretes (1600 millones no tiene acceso a esos servicios elementales) pero hemos generado una colosal riqueza concentrada en unos pocos (casi la mitad de la riqueza del mundo -45,8%- la tiene 1,1% del total de población global y el 55% de población mundial solo tiene 1,3% del dinero -Credit Suisse, 2021-).
El sistema –que algunos han pergeñado y otros hemos consentido– ha instalado fenómenos como la deforestación (para atender la expansión de la agro-ganadería y el negocio maderero) produciendo una monumental destrucción del hábitat natural y la sobrepesca, dos de las principales causas de la disminución de la biodiversidad, según IPBES. Ello sumado al uso demencial de los combustibles fósiles para atender una desbocada demanda de energía.
La consecuencia: una alteración dramática del clima que emerge como resultado “directo” y que, a la vez exacerba otros efectos que agudizan la crisis climática y la aceleran. El problema es que, como advierte el presidente del IPBES “no podemos resolver las amenazas del cambio climático inducido por el hombre y la pérdida de biodiversidad de forma aislada. O resolvemos ambos o no resolvemos ninguno”.
Para resolver ambos –según IPBES– es necesario realizar “cambios transformadores en la producción y consumo de energía, alimentos, piensos, fibra y agua”. Pero, lamentablemente, todo indica que caminamos en sentido contrario, tal como lo denuncia el Secretario General de Naciones Unidas. Las emisiones de dióxido de carbono del sector energético siguen batiendo récords, la deforestación no cesa y las pérdidas de bosques tropicales continúan aumentando, pese a las declamaciones y ‘compromisos’ de corporaciones y países a favor de la preservación.
Reiterados informes de Naciones Unidas advierten que la biodiversidad de la Tierra está en peligro. Desde que la vida se desarrolló en el Planeta, ha sufrido cinco extinciones masivas. La Tierra podría estar asomándose ahora a una sexta, ésta vez causada por el ser humano. (Ver Más Azul n° 12, sept. 2020, “Alerta ONU: Diez años para evitar una extinción masiva”)
La humanidad ha desarrollado un modelo de producción y consumo que genera una colosal acumulación de riqueza en determinados países y una cierta prosperidad en algunos segmentos de la población global pero que deja afuera a vastos territorios y comunidades del Planeta.
Para lograrlo consume recursos más allá de la capacidad de reposición de la Tierra y genera todo tipo de graves deterioros en la naturaleza, que han alterado la atmósfera, los suelos, el agua y los océanos. Su resultado es una crisis climática que nos enfrenta a la posibilidad de una sexta extinción masiva.
“La humanidad está librando una guerra contra la naturaleza –asegura el Secretario General de la ONU–y necesitamos reconstruir nuestra relación con ella”. António Guterres alerta que las poblaciones de vida silvestre están disminuyendo “en picada” por el consumo excesivo y la agricultura intensiva; que la tasa de extinción se está acelerando; que hay un millón de especies amenazadas o en peligro de desaparecer; y que la deforestación, el cambio climático y la conversión de áreas silvestres para la producción de alimentos están destruyendo la “red de vida de la Tierra”.
“Permítanme ser claro: la degradación de la naturaleza no es un problema puramente ambiental –avisa Guterres– Abarca la economía, la salud, la justicia social y los derechos humanos… La biodiversidad y los ecosistemas son esenciales para el progreso y la prosperidad humanos. Sin embargo, a pesar de los reiterados compromisos, nuestros esfuerzos no han sido suficientes para cumplir con ninguno de los objetivos mundiales de biodiversidad establecidos para 2020”.
Pese a la pandemia y al extraordinario y trágico aviso que significó, advirtiéndonos de las consecuencias zoonóticas de nuestra alteración de la naturaleza, gobiernos y corporaciones han seguido caminando hacia el precipicio. La guerra en Ucrania es el ejemplo más brutal de su incompetencia para conducir la marcha de la humanidad hacia una salida.
Como señala el responsable de la ONU “la salud de los ecosistemas de los que nosotros y todas las demás especies dependemos se está deteriorando a una velocidad nunca antes vista. Estamos erosionando los cimientos de las economías, los medios de vida, la seguridad alimentaria, la salud y la calidad de vida en todo el mundo”.
Pero algunas de las principales potencias mundiales se enfrascan en una guerra que solo responde a los intereses de quienes defienden su bolsillo y el status quo y son incapaces de poner en la mira “un bien público más amplio”, como expresara alguna vez el presidente del IPBES.
La prestigiosa bióloga argentina Sandra Díaz, especializada en el estudio del impacto del cambio ambiental global sobre la biodiversidad vegetal de los ecosistemas, que copresidió el trabajo del IPBES con los profesores Josef Settele y Eduardo Brondízio, entiende que “hemos llevado a este sistema a su límite… La diversidad dentro de las especies, entre las especies y de los ecosistemas, así como muchas contribuciones fundamentales que derivamos de la naturaleza, están disminuyendo rápidamente…”
Algo que comparte el profesor Settele, Jefe del Departamento de Biología de la Conservación del Centro Helmholtz para la Investigación Ambiental, en Alemania: “Los ecosistemas, las especies, las poblaciones silvestres, las variedades locales y las clases de plantas y animales domesticados se están reduciendo, deteriorando o desapareciendo. La red esencial e interconectada de la vida en la Tierra se está haciendo cada vez más pequeña y segmentada. Esta pérdida es un resultado directo de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”.
Los científicos señalan que la degradación de la naturaleza tiene cinco impulsores de mayor impacto directo: 1. cambios en el uso de la tierra y el mar; 2. explotación directa de organismos; 3. cambio climático; 4. contaminación y 5. especies exóticas invasoras.
En 2010, representantes de 170 países reunidos en Japón, firmaron un acuerdo con 20 metas para proteger la biodiversidad y el medioambiente en el Planeta. ¿Qué pasó con esas metas propuestas hace más de dos décadas para proteger la diversidad biológica? Muy poco: solo en 6 de las metas se alcanzaron resultados parciales y ninguna se ha cumplido por completo.
David Cooper, subsecretario de la Convención de Diversidad Biológica de la ONU, afirma que esa falta de resultados está vinculada a los incentivos dañinos que los gobiernos han otorgado a las corporaciones, como son los subsidios a la industria de combustibles fósiles y a la pesca excesiva: “Esto incluye u$s 500.000 millones en combustibles fósiles y otros subsidios que potencialmente causan daños ambientales”.
Naciones Unidas denuncia que la falta de recursos también es un problema, ya que se otorgan entre u$s 78.000 millones y u$s 91.000 millones para financiar la protección de la biodiversidad, cuando se necesitaría como mínimo “cientos de miles de millones de dólares”.
Sin embargo, los recursos financieros que se necesitarían para salvar la humanidad, fluyen sin problema para atender el abastecimiento de armas de destrucción en Ucrania, y los líderes mundiales pujan por demostrar quién tiene la billetera más abundante.
“El mundo natural está sufriendo gravemente y empeorando” –dice Elizabeth Maruma Mrema, secretaria ejecutiva de la Convención de Diversidad Biológica de la ONU– “La tasa de pérdida de biodiversidad no tiene precedentes en la historia de la humanidad y las presiones se están intensificando… Cuanto más explota la humanidad la naturaleza de formas insostenibles y socava sus contribuciones a las personas, más socavamos nuestro propio bienestar, seguridad y prosperidad”.
Repasemos los datos que los científicos presentan como desafíos para la biodiversidad planetaria:
Las tres cuartas partes del medio ambiente terrestre y dos tercios del medio ambiente marino han sido alterados por la explotación de las actividades humanas.
Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi 75% de los recursos de agua dulce están siendo consumidos por la producción agrícola y ganadera.
La producción agrícola ha aumentado un 300% en valor desde 1970; la extracción de madera en bruto ha aumentado un 45% y cada año se extraen en el mundo unos 60.000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables, casi el doble que en 1980.
La sobre explotación ha reducido un 23% la productividad de la superficie terrestre global; casi u$s 600.000 millones anuales en cultivos están en riesgo por la pérdida de polinizadores.
Solo el 15,5% de las regiones costeras de todo el mundo permanecen intactas y hasta 300 millones de personas sufren la pérdida de hábitats costeros por efecto de inundaciones y huracanes.
Un 33% de las poblaciones de peces marinos están sobreexplotadas a niveles insostenibles, un 60% se pesca por encima de los niveles sostenibles y solo 7% se captura de forma sostenible.
La contaminación por plásticos se ha multiplicado por diez desde 1980; entre 300 y 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes, lodos tóxicos y otros desechos de instalaciones industriales se descargan cada año en las aguas del mundo, y ya los fertilizantes que ingresan a los ecosistemas costeros han generado una 500 ‘áreas muertas’ en los océanos, de un tamaño de 245.000 km2 equivalente a todo el Reino Unido. Zonas hipóxicas o sin oxígeno donde la vida marina no puede sobrevivir y un número aún mayor de zonas sufren graves deterioros por la alta contaminación de nutrientes.
Las ciudades y áreas urbanas se han más que duplicado en las últimas tres décadas y se estima que que se construirán al menos unas 200 nuevas ciudades solo en Asia en los próximos 30 años (UN Environment). Hace un siglo la población urbana no alcanzaba el 20%. Hoy es más de la mitad y en 2050 será el 66%. “En los próximos 40 años se construirán más de 230.000 millones de m2 de nuevos desarrollos urbanos en todo el mundo (Dan Ringelstein), lo que equivale a agregar una ciudad del tamaño de París al planeta cada semana!!!. El 90% de la nueva población urbana vivirá en ciudades de Asia y África.
La periodista y profesora del Williams College Elizabeth Kolbert es una experta en el tema. En 2015 fue premiada con el Pulitzer por su libro “La sexta extinción” y el año pasado tuvo especial resonancia su nueva obra “Bajo un cielo blanco” (2021). Para Kolbert “las cualidades que nos hicieron humanos para empezar: nuestra inquietud, nuestra creatividad, nuestra capacidad de cooperar para resolver problemas y completar tareas complicadas nos están llevando a cambiar el mundo tan rápida y profundamente que otras especies no pueden seguir el ritmo”.
Cuando se le pregunta ¿Cuál es la evidencia de que estamos viviendo una extinción masiva comparable a la del final del período Cretácico, cuando un impacto de un asteroide aniquiló a los dinosaurios y las tres cuartas partes de todas las especies en la Tierra? Y si la evolución no permitirá que los organismos se adapten a nosotros y a nuestro impacto en el mundo?, su respuesta es contundente: “Resulta que estamos haciendo varias (acciones) al mismo tiempo. No solo estamos calentando el mundo, estamos talando la selva tropical. No solo estamos talando la selva tropical, estamos trasladando especies invasoras a la selva tropical. Así que simplemente sumas todo esto y dices, eso es mucho, y así es como llegas a concluir: ‘Somos el asteroide ahora’. El asteroide también tuvo muchos efectos diferentes, y no terminó muy bien”.
Como recuerda el informe de IPBES, la naturaleza “es esencial para la existencia humana”. Un ejemplo de ello surge de nuestro vínculo con los polinizadores (aves, murciélagos y sobre todo, insectos), organismos vivos a los que los humanos prestamos muy poca atención pero de los que no podríamos prescindir sin graves consecuencias: 90% de las plantas con flores y 75% de todos los tipos de cultivos alimentarios dependen de la polinización de esos animales, así como el control de plagas de los cultivos o la descomposición y el ciclo de los nutrientes.
En junio de 2019, se conoció un preocupante estudio sobre la flora global (Nature, Ecology & Evolution). Un grupo de investigadores de la Universidad de Estocolmo y el Jardín Botánico Real Kew de Inglaterra, liderados por la Dra. Aelys M Humphreys, bióloga evolucionista y académica de esa Universidad, advirtió que la extinción de plantas está ocurriendo más rápido que la tasa de extinción natural –el ritmo normal de desaparición en la Tierra previo a la intervención humana–.
De acuerdo con los científicos, la Revolución Industrial provocó un duro impacto sobre el entorno que está causando que la tasa de extinciones sea 500 veces mayor que en períodos anteriores, lo que a su vez provoca la extinción de aves, mamíferos y anfibios. Pero la tasa en las plantas es el doble que la de las otras tres especies combinadas. Y señala como factores de destrucción del hábitat, acciones humanas como la deforestación, tala masiva y la introducción de especies ganaderas y avance de la agricultura (Ver Más Azul n°1, oct 2019 “Más verde: más azul (I) Frente a la extinción de las plantas, el esfuerzo humano 1).
Pero convencidos fatuamente que somos los “reyes de la naturaleza”, combatimos las malas cosechas con pesticidas sintéticos, que no distinguen entre insectos útiles y los no deseados. Las consecuencias globales han sido una reducción gravísima en muchas regiones de polinizadores como las abejas. IPBES señala que más de 600.000 millones de dólares de producción agrícola anual “están en riesgo como resultado de la pérdida de polinizadores… y que la pérdida total de polinizadores disminuiría la producción de los cultivos dependientes más importantes en más del 90%”. Lo que incorporamos artificialmente a la naturaleza para lograr mejores cosechas está terminando por causarlas, poniendo en riesgo el suministro de alimentos… Cultivos de la importancia del café o el cacao son testigos de nuestra torpeza.
Como nuestra sociedad es un producto combinado de evolución natural y desarrollo social, los procesos productivos y las demás actividades humanas deberían desplegarse bajo esa doble perspectiva. Pero parece que olvidamos que dependemos de la naturaleza para la obtención de nuestros medios de vida.
Hemos pasado a sentirnos el centro del mundo viviente. No nos consideramos parte de la naturaleza, sino que ésta que está solo para nuestro exclusivo aprovechamiento. La era industrial y tecnológica, con una enorme soberbia y una ceguera atroz, ha situado a la naturaleza como fuente de materias primas destinadas a la producción y el lucro e incluso como paisaje lucrativo.
En esa errónea concepción está la base del mundo inhumano, injusto y violento que constituye “nuestro sistema” actual. Un sistema insensible a la belleza y a la vida, que tiene por objetivo el lucro, para lo que debe apostar a un crecimiento sin límite, a la producción masiva y a la guerra, si es necesario.
Esa concepción de ‘supremacía humana’, de ‘dominación y depredación de la naturaleza’ es la que contamina, compromete el equilibrio de los ecosistemas y pone en riesgo la vida misma en el Planeta. Hemos perdido el sentido del “ubuntu”, un vocablo bantú que rescata el filósofo senegalés Souleymane Bachir Diagne y que era un blasón para Nelson Mandela. Significa “hacer humanidad todos juntos”.