El drama de la deforestación en América del Sur

mar 2020

Enfrentamos un desafío de supervivencia como especie: el cambio climático. Lo hemos generado con un modelo de producción demencial, que implica una desaforada extracción de recursos y un consumo desbocado y cómplice. Constituye una de nuestras mayores amenazas.

Entre las muchas cosas que podemos y debemos hacer para detener sus efectos catastróficos hay dos que son decisivas, porque implican controlar la expansión de dióxido de carbono en el Planeta: ampliar nuestra cubierta forestal y mantener sanos nuestros mares.

Pero estamos haciendo lo contrario. En especial en América Latina.

Reducir la deforestación sería un primer paso para frenar el avance de cambio climático y sus consecuencias. Pero en América latina se siguen arrasando bosques nativos para la producción de cultivos, en especial soja y para la ganadería.

Bosques y selvas comprenden un 46,4% de América Latina y el Caribe, con 935,5 millones de hectáreas. La región posee un 22% del total de bosques del planeta (FAO, ‘El estado de los bosques’, 2018), que hoy están amenazados por la deforestación y la degradación-

Según ese informe, América Latina es una de las tres regiones del mundo (junto al África subsahariana y al Asia sudoriental) donde más avanza la deforestación. Entre 1990 y 2015, la región perdió 96,9 millones de hectáreas de superficie forestal y la principal causa fue la actividad maderera y agropecuaria.

Se calcula que en los últimos 30 años se han talado en América Latina cerca de 2 millones de kms2 de bosques, es decir, una superficie superior al territorio de México, con una tasa anual de 50.000 kms2 de deforestación.

 El problema afecta a toda la región. Pero es particularmente grave en el Cono Sur sudamericano, en países como Brasil y Argentina, pero también Bolivia, Paraguay y Perú.

De las 12 millones de hectáreas que fueron arrasadas en el 2018, casi la tercera parte (3,6 millones) corresponde a bosques primarios. Y de éstos, más de la mitad se han perdido en Sudamérica.

Resulta muy significativo identificar a los peores alumnos dentro de la comunidad internacional de 234 naciones. El top ten lo encabeza Brasil (que deforestó en el último quinquenio un promedio de alrededor de 1 millón de hectáreas anuales) y se completa con países de África y América del Sur, las dos regiones que, a nivel global, muestran mayor deterioro de sus recursos forestales.

Cinco países de la región están entre los que encabezan la destrucción de bosques nativos (2018): Brasil (1°) 1.347.132 hectáreas; Colombia (4°) 176.977 has. perdidas; Bolivia (5°) 154.488 has.; Perú (7°) 140.185 has y Argentina (10°) 103.787 has. Entre los cuatro países amazónicos, terminaron en un solo año con 1.818.782 hectáreas de bosques.

Brasil, el peor de la escuela

Brasil no solo encabeza el funesto ranking sino que está acelerando aún más el proceso de deforestación. Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), la deforestación de la selva amazónica brasileña tuvo en 2018 un aumento de un 29,5% más que el año anterior. Solo entre agosto 2018 y julio 2019 deforestó 9.762 kms2, es decir casi 30 kms2 por día!!!

Es la pérdida de vegetación más alta registrada en una década (en 2008 había arrasado con 12.000 kms2). Y es provocada por cuatro factores: tala ilegal, minería, ocupación de tierras para agro-ganadería y una manifiesta complicidad gubernamental.

La Amazonía, la selva tropical más grande del mundo, es un reservorio de carbono que regula y morigera el ritmo del calentamiento global. Brasil posee el 60% de ese territorio, donde en 2019 los incendios forestales aumentaron más de 80% respecto al año anterior.

La manifiesta posición “negacionista del cambio climático” del presidente brasileño –el ultra derechista Jair Bolsonaro– ha alentado a los madereros a aumentar la tala de bosques y animado a los agricultores a expandir sus áreas de cultivo en la región. Con una retórica desarrollista propone reducir la fiscalización ambiental en la región, construir carreteras e infraestructuras en áreas protegidas y legalizar la minería en las reservas indígenas amazónicas.

Las duras críticas por parte de organizaciones y países extranjeros sobre esa posición le han servido a Bolsonaro para defender en la ONU un nacionalismo decimonónico y sostener que se pretende controlar “la soberanía de Brasil sobre la Amazonía”.

El cultivo y el comercio de soja de Brasil están conectados a la deforestación y las emisiones de carbono. Es lo mismo que sucede en Argentina, Paraguay, Bolivia y otros países de la región. La soja producida forma parte de los piensos que alimentan pollos, vacas y cerdos que integran hoy la dieta global.

Vista aérea del avance de las plantaciones de soja sobre la selva tropical de la Amazonía.

Un ejemplo de ello es el bioma del El Cerrado, en el centro y noreste de Brasil –una conjunción muy rica de bosque, sabana y tierra de pastura– que alberga un 5% de la biodiversidad del mundo. Con más de 10.000 especies de plantas (45% endémicas de la región) es la sabana con mayor biodiversidad del mundo.

Se trata del segundo mayor bioma brasileño, después del Amazonas, y cubre el 25% del territorio nacional. Tenía unos 2 millones de kms2 –un área más grande que Gran Bretaña, Francia y Alemania juntas– pero a manos de la penetración de la agroindustria mundial, en las últimas décadas ha perdido la mitad de su vegetación nativa. La tasa de destrucción de El Cerrado ha sido dos veces mayor que la del Amazonas. Para Fernando Tatagiba, director del Parque Nacional Chapada dos Veadeiros, el ecosistema ya ha sido destruido casi en un 60%. Las áreas con cierta protección apenas superan el 7% y los parques nacionales del Cerrado son menos del 2%, por lo que es una de las sabanas más vulnerables del mundo.

Según estudios del Instituto del Ambiente de Estocolmo (Stockholm Environment Institute, SEI) y la plataforma Trase de Global Canopy, unos 140.000 kms2 del Cerrado brasileño fueron deforestados en la última década. Es decir un área más extensa que Grecia y dos veces la superficie de Irlanda.

Un 10% de ese enorme territorio fue destinado a nuevas plantaciones de soja, en especial en Matopiba, una región considerada como el “último dorado” agrícola de Brasil.

La creciente agroindustria y en especial, producción de la soja utiliza pesticidas de manera intensiva. Brasil usa más pesticidas que cualquier otra nación del planeta (u$s 3.300 millones solo en 2018, en cultivos de soja, maíz y algodón).

Mientras solo el 27% de los plaguicidas vendidos en los países desarrollados son considerados altamente peligrosos (HHP), por el contrario la cifra sube a 65% en Sudáfrica, 59% en India, 49% en Brasil, 47% en Argentina y 42% en México.

Con la llegada de Bolsonaro al poder, las autorizaciones para aplicar agroquímicos prohibidos en otras partes del mundo, se multiplicaron. Como resultado, en solo 3 meses han muerto 500 millones de abejas en Brasil, por el uso de pesticidas que contienen productos prohibidos en Europa, como los neonicotinoides y el fipronil. Situación que se repite también en Sudáfrica, Argentina, México, etc.

A diversas especies que habitan El Cerrado, consideradas vulnerables por la UICN, como el armadillo gigante, esos pesticidas eliminan los insectos de los que se alimentan, destruyen el hábitat y comprometen su supervivencia.

La supervivencia del armadillo gigante en manos de la explotación sojera.

Pero El Cerrado no es solo un gigantesco reservorio de biodiversidad, sino que también es la fuente de los tres principales acuíferos y de ocho de los más grandes ríos del Brasil. Allí nacen el Paraná-Paraguai, Guaraní, Bambuí, Urucuia, y São Francisco, entre otros.

Para Tim Pearson, director de Winrock International y experto en contralor de gases de efecto invernadero en el uso de la tierra y el cambio climático, “una mayor conversión de vegetación nativa en cultivo de agronegocios podría tener efectos derivados graves, como escasez de agua, mayor erosión, mayor flujo de fertilizante, pesticidas y herbicidas… si las tasas recientes de la deforestación del Cerrado continúan, el efecto en los servicios de ecosistemas sería devastador.

Los responsables de esta deforestación tienen nombre y apellido. No son solo los anónimos delincuentes de la tala ilegal sino los dueños de la industria multinacional de la soja y la propia dirigencia política del país. De hecho, la destrucción de El Cerrado, en su gran mayoría, cumple con las leyes brasileñas.

Como señala Andy Robinson en un artículo, “los pioneros de la deforestación en El Cerrado son grandes hacendados como Blairo Maggi, ex gobernador de Mato Grosso conocido como el ‘Motosierra de Oro’, que amasó una fortuna superior a los mil millones de dólares gracias a la soja. Son fondos financieros globales con sede en EEUU, como BlackRock o la empresa que gestiona el endowment –provisión para asegurar becas–de la Universidad de Harvard. Sin olvidar a los gigantescos agentes de bolsa transnacionales de commodities–materias primas y bienes primarios–, como Cargill, Bunge o ADM” (La Vanguardia, Barcelona, dic,19). Ni a grandes especuladores de futuros como el JP Morgan.

Son los mismos nombres que lideran la destrucción de árboles por soja en los otros países de la región que ven desaparecer sus bosques naturales y comprometer su futuro ambiental.