¿Advertencia para el resto del mundo?

nov 2019

Se sitúa entre las cinco economías más libres y de ambiente más propicio para los negocios. Es un país que en las últimas décadas, ha conseguido resultados económicos positivos. Ha disfrutado de un crecimiento económico ininterrumpido en los últimos 25 años, a un promedio de 3,3% anual real del PIB. Es decir, que una generación completa de sus ciudadanos ignora lo que es una verdadera crisis.

Pero ahora Australia se está secando. Sufre una de las peores sequías de su historia. Desde principios de 2017, la disminución de las lluvias ha puesto al país en situación de emergencia, en especial en un amplio territorio que incluye gran parte de Nueva Gales del Sur, Queensland y otras zonas al sur del país, en la cuenca Murray-Darling. Cabe preguntarse si el ritmo intensivo de ese crecimiento y desarrollo no han sido partícipes en la responsabilidad de la actual situación climática.

Pese a la presión de los ciudadanos para que se impulsaran medidas para enfrentar el cambio climático, los gobiernos australianos han postergado la decisión durante años, atados al imperio de la minería. El crecimiento económico del país está íntimamente ligado a las exportaciones de carbón, uno de sus principales recursos económicos y la fuente de muchos de sus severos problemas ambientales.

Esa pasividad/complicidad quedó de manifiesto en septiembre pasado, cuando David Littleproud, ministro de Recursos Hídricos desde este año y responsable por tanto del tema de la sequía y los incendios forestales, declaró que “no sabe si el cambio climático es provocado por el hombre”. Littleproud ha sido además ministro de Agricultura del país entre 2017 y 2019.

Pero en su necedad no estuvo solo: su posición fue apoyada por Bridget McKenzie, la actual ministra de Agricultura y vicepresidenta del Partido Nacional, por Matt Canavan, senador por Queensland y ex ministro de Innovación, y por Sussan Ley, ministra de Medio Ambiente, todos los cuales negaron conocer el vínculo entre el cambio climático y la actividad humana o bien minimizaron su importancia, lo que desató la furia de los opositores políticos, en especial de los Verdes.

Pese a que el primer ministro, Scott Morrison, dice estar comprometido a abordar el cambio climático a nivel mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) hizo publica una crítica a las políticas ambientales de Australia y llamó a su gobierno a proteger mejor “la rica biodiversidad del país”. OCDE señaló que Australia estaba en camino de no cumplir las metas de reducción de emisiones acordadas en el Acuerdo de París: “el país no alcanzará su objetivo de emisiones de 2030 sin no hace un mayor esfuerzo por cambiar a un modelo de bajas emisiones de carbono y reducir su alta dependencia de los combustibles fósiles”.

Nueva Gales, en Australia, está 100% seco.

Las repercusiones políticas irán en aumento a medida que las secuelas de los fenómenos meteorológicos extremos –resultado del cambio climático– se hagan más severas. El gobierno conservador se resiste a afrontar acciones medioambientales más intensas porque –afirma– perjudicarían la economía del país. Esa posición lo coloca ante un creciente conflicto con su ciudadanía, que comienza a verificar las dificultades por acceder a un bien tan elemental como el agua y, a la vez, colisiona con los países vecinos del Pacífico Sur, que serán las primeras víctimas globales del aumento de las temperaturas y del nivel del mar.

Durante demasiado tiempo, Australia ha sido afectada por incendios forestales, sequías e inundaciones, lo que revela la persistencia gubernamental por “ignorar” el problema, un hecho lamentablemente frecuente y que marca la creciente distancia que a lo largo del Planeta se verifica entre las urgencias ciudadanas y las élites gobernantes.

Australia bajo fuego

En la actualidad, la situación no puede ser más compleja. Según el Bureau de Meteorología (BOM) australiano, el 97,2% de Nueva Gales del Sur se está secando. Es el territorio que suministra el 25% de la producción agrícola del país. Once embalses del Gran Sidney están en el 48% de su capacidad, con restricciones de nivel 1. En la mayoría de las zonas rurales ya se han implementado restricciones importantes en el uso doméstico del agua, lo que agudiza los temores de la población de que la actual sequía derive en un desastre inminente.

Las autoridades insisten en que esa alarma es infundada ya que no tiene en cuenta los sistemas de respaldo, como desviaciones de agua, infraestructuras de emergencia e incluso perforaciones adicionales. Sin embargo, la propia corporación encargada del suministro de agua (WaterNSW) revela en su web que “el gobierno reconoce que la falta de agua en esta extrema sequía hará imposible que muchos usuarios de agua cumplan con la fecha límite actual para cumplir con las nuevas reglas de medición” por lo que debió postergar un año el cumplimiento que estaba previsto para el 1° de diciembre próximo.

Desde 2016, partes del norte del territorio australiano, del interior de Nueva Gales del Sur y del sur de Queensland, están soportando severas sequías que disminuyen de manera alarmante los niveles de ríos y represas. El cambio climático es evidente: la temperatura atmosférica aumentó durante el último siglo e hizo que se intensificaran tanto las sequías como los incendios forestales, que desde septiembre pasado han sido una pesadilla con más de un centenar de focos. Solo en el este de Australia han arrasado con más de 100.000 hectáreas.

Las temperaturas están 10 grados centígrados por encima del promedio habitual. El BOM señala que la sequía es causada en parte por un aumento de la temperatura de la superficie del mar que impacta sobre el régimen de precipitaciones.

Emúes en busca de agua.

La rigurosidad de la actual sequía se prevé que reduzca su producción agrícola. El Consejo Internacional de Cereales recortó a fines de octubre, sus previsiones para la producción mundial de trigo en la temporada 2019/2020, ante la menor cosecha en Australia, que caería a 17 millones de toneladas. El país que fue alguna vez el cuarto exportador de trigo a nivel mundial, sufre una profunda reducción de su producción agrícola, tras tres años consecutivos de sequía.

El Banco Central australiano advirtió que la sequía afecta el crecimiento económico del país y estima que para el período 2019-2020, la producción agrícola y ganadera caerá en más de u$s 40.000 millones.

Día Cero

Es el escenario más temido. Por la merma del nivel de los ríos y represas del país, en los próximos meses varias ciudades del este podrían haber agotado sus recursos y enfrentar un racionamiento del agua.

Alrededor de doce ciudades australianas, que van desde el norte, en el estado de Queensland hasta el estado de New South Wales, podrían verse afectadas, incluida Sidney, la más poblada del país y dejar de tener agua en los próximos seis meses.

Australia se podría quedar sin agua.

Lo llaman el Día Ceroy los científicos señalan que es una advertencia para el resto del mundo, porque podría ser no solo la realidad de decenas de ciudades en Australia sino un fenómeno creciente en muchos lugares del mundo.

El cambio climático provocará que la escasez de agua sea cada vez más común en diversas ciudades del mundo. Recuerdan que en 2015, São Paulo (la ciudad más poblada de Brasil) y en 2018, Chennai (la sexta ciudad más grande de India), soportaron una situación semejante. Cape Town en Sudáfrica el año pasado estuvo al borde del Día Cero, cuando sus reservas de agua dulce estuvieron solo en el 13,5% de su capacidad.

Investigadores de la Sociedad Estadounidense de Meteorología han evaluado las olas de calor, sequías, inundaciones y otros fenómenos y determinaron, que las olas de calor marinas en la costa de Australia en 2017-2018 habrían sido “casi imposibles” sin la existencia del cambio climático. De los 146 eventos documentados en su investigación, tan solo un 30% no tuvo una relación sólida entre un acontecimiento de clima extremo y el cambio climático.

Para la FAO, amplias áreas de África, América Central, Brasil, el Caribe y Australia experimentaron un gran aumento en la frecuencia de las condiciones de sequía entre 2015 y 2017 en comparación con los últimos 14 años y recomienda que el agua sea tratada como un recurso finito ya que se necesitan tan solo dos o tres temporadas de sequía para desatar una catástrofe.

Betsy Otto, Directora del Programa Mundial del Agua del World Resources Institute (WRI) sostiene que “estamos enfrentando actualmente, una crisis global de agua. Es probable que haya más de estos ‘Días Cero’ en el futuro”.

Algunas estimaciones calculan que ciudades en la región centro-oeste de Nueva Gales del Sur, como Dubbo (40.000 habitantes); en las mesetas del norte, como Armidale (25.000 hab.) o Tamworth (55.000), podrían quedarse sin agua potable mediado del próximo año. De hecho, Warragamba (Nueva Gales del Sur), la mayor represa a poco más de una hora de Sídney, perdió el 50% de sus reservas, cuando hace menos de tres años estaba casi en sus máximos.

El Instituto de Recursos Mundiales (WRI) advierte que hay que estar preparados porque una cuarta parte de los habitantes del mundo se enfrentarán a “una presión extremadamente alta a causa de falta de agua”. El imparable ascenso de las temperaturas significa mayor evaporación y demanda de agua. Las amenazas vinculadas a la seguridad hídrica serán, sin duda, uno de los primeros y más preocupantes aspectos del cambio climático.

Buscando soluciones

La buena noticia es que la amenaza de un Día Cero está empujando a Australia y a otros países a tomar medidas de emergencia como el incremento de su capacidad de almacenamiento y la construcción de más plantas de desalinización.

La ONG GivePower ha desarrollado “granjas de agua solar”, que pueden proporcionar agua limpia cada día para 35.000 personas convirtiendo el agua salada de los océanos en potable. La tecnología se basa en una serie de paneles solares que producen 50 kilovatios de energía, baterías Tesla de alto rendimiento para almacenarla y dos bombas que operan las 24 horas del día. La primera ya está instalada en Kiunga, una localidad pesquera de Kenia, en la frontera con Somalia y están por replicar otras en Colombia y Haití.

Las ventajas de la tecnología de GivePower residen en que produce una calidad de agua mejor que la de un planta desalinizadora tradicional y no tiene ningún impacto ambiental negativo.

En España, científicos del CRAG (Centro de Investigación en Agrigenómica) trabaja en ingeniería genética de plantas para enfrentar los retos de la agricultura en un contexto de sequías. La bióloga Ana Caño Delgado, coordinadora del proyecto, señala que “nos preocupa mucho la sequía y por eso estamos intentando producir cereales que sean resistentes”. Actualmente, ese el principal problema de la agricultura (…) Nuestro laboratorio investiga los procesos por los cuales las hormonas esteroides vegetales (conocidas como brasinoesteroides) controlan el crecimiento y la adaptación al entorno cambiante, en particular a la sequía, actualmente uno de los problemas más importantes de la agricultura. Hemos descubierto recientemente que la modificación de la señalización de brasinoesteroides en los tejidos vasculares confiere resistencia a la sequía sin penalizar el crecimiento”.

Junto a su equipo de investigadores postdoctorales integrado por Aditi Gupta, Fidel Lozano, María del Mar Marqués, Damiano Martignago y un grupo de jóvenes profesionales estudiantes de doctorado, están traduciendo sus hallazgos originales a una variedad de especies agrícolas, que pueden tener aplicaciones importantes en los campos de la agricultura y la seguridad alimentaria del futuro.

El equipo de biología molecular del CRAG.

En EEUU un equipo de investigadores del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y la Universidad de California (Berkeley) ha diseñado un sistema que extrae agua del aire más seco consumiendo solo energía solar, ideal para regiones desérticas. El sistema se basa en un nuevo tipo de materiales porosos llamados MOF (Metal-Organic Frameworks). Embutido entre un panel solar y un condensador de vapor, el MOF puede recolectar 100 mililitros de agua por día por cada kilo de MOF en un ambiente desértico de condiciones rigurosas. Su mayor inconveniente era su precio, ya que el MOF utiliza circonio, un metal caro. Pero los investigadores han probado en laboratorio un MOF basado en aluminio, que es 150 veces más barato que además el doble de agua que el anterior. Para Omar Yaghi, director del proyecto, hay varias startups involucradas en el desarrollo de un dispositivo comercial de recolección de agua y “un tremendo interés en ponerlo en el circuito de comercialización”.