oct 2019

Albert Einstein dijo alguna vez que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro…” La frase explica de manera precisa el falso debate establecido acerca de la deforestación del Amazonas.

El gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro de Brasil niega la medición oficial de deforestación de la Amazonía, que es un dato científico por el que el mundo mide el curso de la salud del Planeta, en tanto alberga el mayor bosque tropical del planeta.

El sistema de alarma advirtió que bajo su gobierno, la destrucción de selva amazónica brasileña aumentó un 40% en el último año, y que, en lo que va de 2019, otros 2.000 kms2 han sido arrasados. Ambos datos fueron negados recientemente por el presidente Bolsonaro, con algunas frases que revelan la infinitud de la estupidez humana.

Lo que desató la ira de Bolsonaro son las alertas mensuales del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) que indican que, solo en los 12 últimos meses (julio 2018-julio 2019), la Amazonia ha perdido 5.879 kms2, una superficie equivalente al territorio de Brunei. Esas alertas mes a mes, le dificultan su pretensión de avanzar en la tala indiscriminada para facilitar la expansión agro-ganadera y la explotación minera. La comunidad científica brasileña y la comunidad internacional han respaldado los datos técnicos del INPE.

En primer lugar, llamó “mentirosos” a los datos oficiales sobre el aumento de la deforestación en la selva amazónica y “malos brasileños” a funcionarios como Ricardo Magnus Osorio, Director del INPE, a quien despidió por informar que la deforestación amazónica aumentó 88% en junio, comparado con el año anterior. “La Amazonia tiene un potencial incalculable, por eso malos brasileños tienen la osadía de hacer campaña, con números mentirosos contra nuestra Amazonia”, afirmó.

Para coronar su dislate hizo una afirmación que Einstein celebraría: “Brasil es nuestra”, como si los brasileños que no comparten su concepción de incentivar el cese de las áreas protegidas para permitir el ingreso de la industria agro-ganadera y la minería en la selva, no fueran tan Brasil como él. Un derrape típico de los autoritarismos más rancios.

Con gran lucidez, Eliane Brum, una periodista brasileña, colaboradora de El País de España, pone el acento en la conexión entre los fenómenos de rechazo a la ciencia y la ascensión de los nacionalismos autoritarios: “No estamos enfrentando solo una crisis climática. También una profunda negación de todo lo externo. Desde que la verdad se desconectó de los hechos y se convirtió en una elección personal, el mundo de fuera ha dejado de existir para cada vez más gente” y destaca un dato alarmante, proveniente de un estudio del Instituto de investigación Datafolha que muestra que el 7% de los brasileños rechaza la idea de que el planeta es redondo, algo parecido a lo que sucede en otras partes del mundo.

Inventar “relatos” para negar la realidad y gobernar contra ella está en el ADN de los nacional-populismos. Siguiendo los lineamientos de Trump, Ernesto Araújo, canciller de Brasil, asegura que “el calentamiento global es un complot marxista” y Bolsonaro apunta contra las ONG extranjeras que conspiran contra Brasil. Y los brasileños preocupados por la deforestación de su Amazonas son “malos brasileños”. La realidad, afuera.

Apostando a la realidad

La Amazonia es la selva tropical más extensa del mundo, abarca más de 6 millones de km2 que implica ocho países y un territorio de ultramar: Brasil y Perú (que poseen la mayor extensión de la Amazonia) más Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Suriname y la Guayana Francesa.

Es la región de mayor biodiversidad del Planeta ya que concentra casi un tercio de ella. Mientras que la taiga o bosque boreal (Eurasia y Norteamérica), poblado de coníferas no poseen más de 650 especies, en la Amazonía existen alrededor de 10 mil especies de árboles.

Pero la situación de los bosques tropicales en América Latina es preocupante. No sólo contribuyen a regular el clima y almacenar carbono sino que son una valiosa reserva de biodiversidad y el sustento vital de cientos de poblaciones vulnerables.

El último informe de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), presentado en París en mayo pasado, advirtió sobre el ritmo acelerado del deterioro, como consecuencia de actividades humanas no reguladas y señaló que se devastaron 100 millones de hectáreas de bosques tropicales en todo el mundo, entre 1980 y 2000, de las cuales casi la mitad se destruyó en América latina (42 millones).

En la actualidad, ya un 17% del total de la inmensa selva amazónica muestra actividades extractivas generadas por el hombre. Y en el área que corresponde al Caribe la pérdida es del 66% y la que comprende los territorios de Guatemala, El Salvador, Belice, parte de México, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, la pérdida de bosque seco tropical es del 72%.

El dato es corroborado por el informe El Estado de los Bosques del Mundo 2018, publicado por FAO (Naciones Unidas) que revela que América Latina es una de las regiones del mundo que más bosque ha perdido: pasó de un 51,3% de cobertura (1990) a 46,4% (2015), en 25 años.

Para el investigador argentino Matías Mastrangelo, PhD en Biología de la Conservación en Victoria University of Wellington y autor de uno de los capítulos del informe IPBES, las causas son claras: “un gran proceso de deforestación impulsado por la producción de alimentos a gran escala, con sistemas modernos y mecanizados de alta dependencia de insumos químicos y tecnológicos. En la Amazonía, el Gran Chaco, la Chiquitania y El Cerrado se repite el mismo proceso”.

No todo es Carnaval

Pese a las afirmaciones de Bolsonaro, lo cierto es que la deforestación del Amazonas brasileño continúa a un ritmo feroz. Como muestra la infografía de Statista, casi 700.000 kms2 de su territorio fue deforestado entre 1970 y 2018, es decir, más de un 20% de la superficie total que ocupaba la selva tropical en 1970 (INPE Brasil). En el último año, fueron destruidos 7.900 kms2 más, dejando un área total restante, de unos 3,3 millones de kms2.

Brasil mide la deforestación con satélites al menos desde 1988. La legislación brasileña de transparencia, impone que todos los datos gubernamentales sean públicos. Para controlar la evolución de la deforestación en la Amazonia y en otras áreas de valor ecológico de Brasil, posee dos sistemas de medición. El Deter, de alertas mensuales y que tarda cinco días en fotografiar un lugar y permite enviar  inspecciones o la actuación policial en el terreno y el Prodes, que es anual con imágenes de mayor resolución –tarda 16 días en procesar cada imagen satelital– y que es utilizado para hacer un seguimiento del calentamiento global por varias instituciones internacionales.

El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, un organismo que Bolsonaro pretende desmantelar, había detectado más de 70.000 incendios en la Amazonía en la primera mitad del 2019, antes de que se produjera la catástrofe ambiental de agosto pasado, donde superaron los 80.000. Ello significa un 88% más de incendios forestales que en los mismos meses del año pasado y un récord en los últimos seis años.

Importancia de la Amazonía:
la respuesta de la ciencia

Varios líderes mundiales han expresado en agosto pasado, su enorme preocupación por el drama de los incendios en el Amazonas al que definieron como el “pulmón del Planeta”. “Nuestra casa se está quemando. Literalmente. La Amazonía los pulmones que producen 20% del oxígeno de nuestro planeta está prendida fuego. Es una crisis internacional”, tuiteó el presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Pero esa difundida idea es sólo una buena metáfora. La Amazonía produce menos del 10% del oxígeno y el repetido error de que aporta el 20% de la producción de oxígeno, tampoco lo convertiría en “el pulmón de Planeta”.

En realidad, sí lo fue durante millones de años, mientras se iba desarrollando. Las plantas respiran y por tanto, una parte del oxígeno que liberan a la atmósfera cuando realizan la fotosíntesis lo absorben a su vez mientras respiran: fabrican combustible que luego queman. Es cierto que la selva amazónica genera  enormes toneladas de oxígeno al año, pero una parte de ese oxígeno lo absorbe de nuevo ‘respirando’. Lo mismo sucede con el CO2: no desaparece de la atmósfera de forma permanente sino que es liberado otra vez a ella, al “respirar”. Y también es cierto que las plantas fijan parte del dióxido de carbono de la atmósfera, en la creación de estructuras (otra función de la fotosíntesis).

A medida que se fue extendiendo la enorme masa forestal del Amazonas a través de millones de años,  estaba almacenando carbono y fijándolo, al mismo tiempo que liberaba de forma neta una gran cantidad de oxígeno. La respiración y la putrefacción de una selva tropical madura son los que hacen que, no produzca una emisión neta de oxígeno ni una absorción neta de CO2 apreciables.

En la actualidad, la Amazonía tiene un equilibrio entre consumo y producción de oxígeno y dióxido de carbono. El Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovaciones y Comunicaciones (MCTIC) de Brasil informó que si “hace 20 años la selva amazónica era consideraba un sumidero de carbono, reteniendo media tonelada de carbono por hectárea cada año, hoy, según los científicos, la absorción es cercana a cero”.

Si quisiéramos insistir con lo del “pulmón” en todo caso eso correspondería a los mares y océanos, en especial a algunos organismos microscópicos que lo habitan. Según un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU (NASEM, 2018) “los fitoplancton a nivel de superficie (…) contribuyen con el 50 a 80% del oxígeno en la atmósfera de la Tierra” (..) “Estos plancton también absorben grandes cantidades de dióxido de carbono del aire que, según algunas estimaciones, sería de un tercio de todo el dióxido de carbono producido por los humanos”.

Que no sea el “pulmón del mundo” no significa que pueda ser deforestado, como pretende la necedad de Bolsonaro. El impacto de deforestar el Amazonas tiene implicaciones gravísimas por otras razones:

  • Es un “regulador del clima”. Como señala el MCTIC “la Amazonía es un ecosistema muy crítico en el clima global”, que implica con sus 6,7 millones de kms2 un importante grupo de países (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Guayana Francesa, Perú, Surinam y Venezuela), sobre los que determina su ciclo hidrológico, la lluvia sobre la propia Amazonía y el sur de Brasil y el almacenamiento de una enorme cantidad de carbono.

De hecho, la humedad concentrada en el Amazonas determina en parte el ciclo de lluvias invernales en la cuenca del Plata (sur de Paraguay y Brasil, todo Uruguay y centro este de Argentina) y el Río de la Plata depende de la selva amazónica para el 70% de sus recursos hídricos (Delft University, Holanda).

Pese a que sus implicancias (beneficios, o perjuicios si se deteriora) son transnacionales, por ser el mayor regulador del clima de toda Sudamérica, Bolsonaro pretende “leerlas en clave nacional” con un atraso doctrinario de 100 años.

Por lo tanto, el Amazonas es un ecosistema de enorme trascendencia para la salud del Planeta, aunque no sea su “pulmón”.

La estupidez infinita

Para la NASA, si bien los incendios en sabanas, praderas y bosques boreales, no agregan carbono a la atmósfera a largo plazo, ya que la regeneración de la vegetación o la creación de carbón recupera normalmente todo el carbono en meses o año, cuando los incendios eliminan de forma permanente los árboles o queman la turba (un combustible rico en carbono que puede tardar siglos en formarse), se recupera poco carbono y la atmósfera ve un aumento neto de CO2.

La necesidad de mantener “sana y plena” la selva amazónica se debe a que si destruimos su entorno, estaríamos liberando todo el carbono que lleva ahí almacenado millones de años. Cuando talamos y quemamos la madera estamos generando un gravísimo problema: absorbemos grandes cantidades de oxígeno y liberamos gigantescas cantidades de CO2. Como se estima que la selva amazónica contiene unas 1,1·10 toneladas métricas de carbono absorbido de la atmósfera, liberar ese carbono supondría una tragedia climática de enorme magnitud.

Pero Bolsonaro pretende que el papel de Brasil como potencia agrícola exportadora  no tenga límites. Por eso ha acelerado la aprobación de nuevos pesticidas, incluidos algunos con sustancias prohibidas en la Unión Europea. Y le ha recomendado a su ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles: “Mete la hoz en toda esa gente del Ibama (Instituto de Medio Ambiente y Recursos naturales). No quiero chiíes”.

Como la estupidez tampoco tiene límites, no ha dudado en aportar una reflexión digna de los tuits de su admirado Donald Trump: “Cuando se acaben las materias primas, ¿de qué vamos a vivir? ¿Nos vamos a hacer veganos? ¿Vamos a vivir del medio ambiente?”. Sí, señor Bolsonaro. Es de lo que vivimos desde hace miles de años…