Girando en la inmensidad del espacio, nuestro planeta es azul. Recibe su nombre de la increíble cantidad de agua de la que dispone y cubre la mayor parte de su superficie. Pero solo el 3% de ella es potable. Y solo el 1% está disponible para su consumo.
El pasado 22 de marzo, Naciones Unidas presentó su Informe sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo, al que podrán acceder en versión completa en nuestra sección de Informes especiales.
La ONU advierte en ese trabajo que el cambio climático va a influir negativamente en la cantidad y calidad del agua disponible a nivel mundial, lo que limitará la posibilidad de tener agua suficiente para cubrir necesidades humanas básicas.
Ello supondrá agravar la actual falta de acceso al agua potable y el saneamiento que afecta a más de 2.100 millones de personas en el Planeta, en detrimento no solo del derecho fundamental al agua sino poniendo en peligro alcanzar el Objetivo 6 de Desarrollo Sostenible (Agenda 2030 ONU), cuya meta es conseguir el acceso al agua limpia y el saneamiento para todos en los diez próximos años.
Los problemas vinculados al deterioro de los recursos hídricos mundiales son agudos y constituyen un desafío extraordinario. A los más de 2.100 millones de personas privadas de acceso al agua potable hay que sumar otros 4.200 millones que carecen de sistemas de saneamiento seguros.
Ahora que estamos inmersos en una pandemia global de la que estamos cotidianamente informados acerca de las víctimas que provoca, es conveniente recordar que cada año, mueren 842.000 personas debido a diarreas relacionadas con el saneamiento deficiente y aguas contaminadas, que se asocian a la transmisión de enfermedades, como el cólera, la disentería, la hepatitis A y la fiebre tifoidea, de los cuales 360.000 son niños menores de 5 años!! Muertes que reciben menos atención mediática porque en su mayoría ocurren lejos de nuestros hogares.
El agua es indispensable para la vida, pero 3 de cada 10 seres humanos viven hoy sin agua potable en sus casas. La mitad de ellos viven en África. El resto se reparte entre América latina y Asia.
La realidad de América latina es particularmente lacerante: la región cuenta con el 33% de los recursos hídricos renovables del mundo. Es el continente con la disponibilidad más alta del mundo: sus 3.100 m3 de agua per cápita por año, duplican el promedio per cápita mundial. La gran mayoría de los países de la región cuentan con disponibilidades altas y muy altas en relación a su superficie y población.
Pero 77 millones de latinoamericanos no tienen servicios de agua potable; más de 100 millones no cuentan con ningún servicio de saneamiento y los 256 millones evacuan sus desechos a través de letrinas y fosas sépticas. El 86% de las aguas residuales son evacuadas en los distintos cuerpos de agua de la región sin tratamiento alguno.
Sin embargo es necesario enfatizar que aunque amplios sectores de la población siguen sin tener acceso a servicios de agua potable y saneamiento, no son los usuarios de a pie los principales consumidores de agua: un 70% de los recursos hídricos de la región los consume la agroindustria y un 20% industria, es decir el 90% de las aguas extraídas son utilizadas en esos sectores productivos (Ver Más Azul n°6, marzo 20 “Chile ¿una segunda Australia?”).
En el último siglo, el consumo mundial de agua se ha sextuplicado y continúa creciendo a un ritmo anual del 1%. Naciones Unidas señala que los cambios climáticos y el consiguiente aumento de los fenómenos meteorológicos extremos (sequías, inundaciones, temporales, etc) van a agravar la situación de los países que ya padecen “estrés hídrico” e incluso afectar a aquellos que hoy permanecen con un buen abastecimiento de agua.
La FAO prevé que la producción de alimentos a partir del riego crecerá más del 50% para 2050, pero la cantidad de agua extraída por el sector agrícola sólo podría aumentar un 10%.
Para el Banco Mundial, en algunas regiones la escasez de agua agravada por el cambio climático podría significar un costo de hasta el 6 % del PIB de un país, y además incentivar migraciones masivas y causar conflictos.
Pero no es la carencia el único problema perentorio de los recursos hídricos. Su deficiente gestión implica pérdidas enormes. Se estima que pueden significar hasta el 50% del agua utilizada. La International Water Association (IWA) ha desarrollado un método –conocido como Agua No Registrada (ANR)– para identificar cuánta agua se está perdiendo en la gestión de las redes.
Investigaciones recientes de las que da cuenta un informe de Miya Water, han demostrado que el volumen global de ANR se estima en 346 millones de m3 diarios o 126.000 millones de metros cúbicos por año. El valor/coste del agua perdida asciende a 39.000 millones de dólares anuales, pérdidas que lamentablemente, en un 80% ocurren en países de bajos y medianos ingresos.
Según Audrey Azoulay, Directora General de UNESCO, “cometeríamos un error si contemplamos las cuestiones relacionadas con los recursos hídricos desde un prisma exclusivamente enfocado en su insuficiencia o en los problemas que ocasionan, sin tener en cuenta que una mejor gestión de esos recursos puede coadyuvar a todos los esfuerzos encaminados a mitigar los efectos del cambio climático”.
El informe de Miya Water revela que países como la India cuyas redes de distribución están pésimas condiciones tiene pérdidas tan severas que la casi totalidad de sus ciudades sufren un suministro intermitente. El desastre de suministro de agua urbana en el país –con 1.200 millones de habitantes– es tal que casi todas las ciudades de la India podrían tener un suministro continuo, sin necesidad de recursos hídricos adicionales, si las pérdidas físicas se redujeran solo a niveles aceptables.
En términos generales, alrededor del 40% del agua potable que se produce en las ciudades no llega a los usuarios debido a una infraestructura deficiente (pérdidas por fugas) o mal manejo y uso del recurso. Es cierto que en algunas ciudades del mundo desarrollado esas cifras son significativamente menores: París, Nueva York, Copenhague o Colonia rondan el 7% y Amsterdam solo pierde el 4%. Pero ciudades de enormes poblaciones como Nueva Delhi (55%) o Ciudad de México (44%) tienen desperdicios escandalosos cuya rectificación permitiría mejorar las condiciones de aprovisionamiento de manera notable.
En Ciudad de México, por ejemplo, donde casi la mitad del agua gestionada se desperdicia, posee un sistema de bombeo obsoleto, que en algunos sectores tiene 70 años de antigüedad y fabricado con materiales catalogados como cancerígenos por la OMS a lo que se agrega una baja calidad del agua y fugas frecuentes más un bajo aprovechamiento del agua de lluvia.
Otras ciudades del mundo desarrollado, según OCDE, también adolecen de un alto porcentaje de desperdicio del agua gestionada: Nápoles (Italia) 37%; Glasgow (Escocia) 37%; Montreal (Canadá) 33%; Roma (Italia) 26%; Edimburgo (Escocia) 24%; Atenas (Grecia) 23 %; etc.
La carencia de agua o estrés hídrico es un escenario que enfrentan un grupo de países donde vive un cuarto de la población mundial y que corre el un riesgo cierto de quedarse sin agua.
Según datos del World Resources Institute hay 17 naciones (desde Qatar, Israel y Líbano, pasando por Irán, Jordania, Kuwait, Arabia Saudí, Eritrea y Emiratos Árabes Unidos, hasta Omán, Bahréin, Pakistán, Turkmenistán, Botsuana e India) que ya sufren una carencia hídrica extremadamente alta.
Otros como Australia, Chile, Bélgica, Grecia o Sudáfrica también soportan altos niveles de restricciones hídricas. Grandes urbes como São Paulo (Brasil); Ciudad de México (México); Nueva Delhi y Chennai (India); Los Angeles (EEUU) o Ciudad del Cabo (Sudáfrica) soportan situaciones severas de estrés hídrico.
El cambio climático agrava el riesgo de enfrentar situaciones de carencia de agua. Precipitaciones cada vez más erráticas, con ciclos aleatorios de sequías e inundaciones y un marcado ascenso de las temperaturas, hacen que el suministro de agua para reponer las reservas se torne imprevisible, mientras aumenta la demanda de manera constante.
El aumento global de la temperatura tendrá a la vez impacto sobre el agua y el oxígeno disuelto en ella. Una disminución va a reducir la capacidad de autodepuración de las cuencas de agua dulce con la consiguiente pérdida de calidad del recurso, mayores concentraciones de contaminantes en épocas de sequía, proliferación de gérmenes patógenos por inundaciones, etc. Todo ello, prevé el Informe de Naciones Unidas, repercutirá en la producción de alimentos, en la salud de las personas y en un agravamiento de las condiciones de vida de las poblaciones.
La alteración del ciclo del agua pone en riesgo además a numerosos ecosistemas –en especial bosques y humedales–, genera un empobrecimiento de la biodiversidad y limita el abastecimiento de agua para la agricultura –que como señaláramos representa el 70% de su uso– así como para la industria y la producción eléctrica.
Con relación a la gestión de los recursos hídricos el Informe de la ONU la considera prioritaria. Sus autores lamentan que no se plasme en hechos la necesidad de mejorar la gestión del ciclo del agua como instrumento de lucha contra el cambio climático.
Azoulay llama la atención sobre el hecho de que “rara vez en los acuerdos internacionales sobre el cambio climático se menciona la palabra ‘agua’”. Las llamadas INDC (Contribuciones Previstas y Determinadas a Nivel Nacional) acciones previstas por los Estados en el marco del Acuerdo de París, siguen teniendo un carácter general, sin planes específicos para los recursos hídricos. La mayoría de países afirma tener previstas una serie de acciones, pero muy pocos han estimado el costo de su realización ni presentado proyectos concretos.
Si ante la carencia, hay soluciones con la desalinización o la extracción de agua del aire, ambas innovaciones muy desarrolladas, el gran problema del agua sobre el que los países pueden avanzar es el de la gestión, tanto en el tratamiento de aguas, como en la contaminación o el mantenimiento de las redes de distribución.
Mejorar la gestión de las aguas residuales se torna decisivo. A nivel mundial entre un 80% y 90% de las aguas residuales del Planeta se vierten en la naturaleza sin que se las someta a ningún tipo de depuración. Esas aguas no tratadas generan cantidades muy importantes de metano, un gas de efecto invernadero (GEI) muy contaminante.
A ello hay que agregar que el tratamiento ineficiente del resto de las aguas residuales contribuye a agravar el cambio climático. Se estima que genera entre un 3% y 7% de las emisiones de GEI, procedentes de la energía y los procedimientos bioquímicos utilizados para encarar ese tratamiento.
En el Informe de Naciones Unidas subraya que las aguas residuales contienen más energía de la que es necesaria para su tratamiento, por lo que es necesario aprovecharla. Lo que implica invertir en el uso de técnicas modernas de tratamiento que permitan extraer el metano de la materia orgánica a fin de obtener biogás utilizable para producir energía eléctrica.
El uso de esas técnicas se practica ya en países como Jordania, México, Perú y Tailandia que sufren restricciones de agua. Los servicios públicos que utilizan modernos métodos de tratamiento han contribuido y contribuyen a reducir miles de toneladas de CO2 en la atmósfera, realizando economías y mejorando la calidad de sus prestaciones.
En el Informe se mencionan también otros métodos innovadores de gestión de los recursos hídricos, desde la captación de nieblas hasta la clásica protección de los humedales, pasando por el uso de las técnicas de agricultura de conservación de probada eficacia, con las que se preserva la estructura, la materia orgánica y el grado de humedad de los suelos, aunque haya meno lluvias.
Otro sistema es la reutilización de aguas residuales parcialmente tratadas para el regadío o la industria ya que resulta muy beneficioso en tanto no requiere su potabilización.
Afortunadamente, la tecnología está aportando soluciones prometedoras para enfrentar los desafíos del agua. Existen diversas propuestas tecnológicas para incrementar el acceso al agua potable que incluyen desde sistemas que extraen agua del aire más seco, consumiendo únicamente energía solar en zonas desérticas a tamices de óxido de grafeno que retiene sales, dejando pasar solo el agua, un sistema muy útil para desalinizar el recurso en el mar.
El Grupo Aganova (España) desarrolló el Sistema Nautilus, para la detección de fugas en tuberías de gran diámetro. La solución proviene de una diminuta esfera de 60 milímetros, que se introduce en la tubería en servicio, viaja por su interior impulsada por el caudal del agua y graba desde allí a través del sonido los lugares donde hay fugas o cualquier otra anomalía. Esos datos los envía a un software que procesa la información con un algoritmo matemático e indica el lugar exacto donde se ubica el problema.
La empresa Water-Gen, con base en Rishon LeZion (Israel) han desarrollado una solución rápida y barata: generan agua de la condensación del aire. La innovación tuvo un primer uso militar para atender las necesidades de las tropas en zonas afectadas por catástrofes naturales y en países con escasez de agua potable. La compañía considera que el cambio climático le brinda una enorme oportunidad y han cambiado su foco con el objetivo de “llevar nuestra tecnología a todo el mundo y resolver la escasez de agua potable”.
Maxim Pasik, su director ejecutivo de Water-Gen, afirma que su empresa apuesta a producir masivamente y crear mercados en todo el mundo: “la desalinización existía hace treinta años pero nadie lo usaba porque era demasiado caro, lo mismo con los paneles solares… Nosotros tenemos una solución que es inmediata, barata y efectiva, una tecnología que podrá evitar futuras guerras sobre las fuentes de agua potable”.
A fines del 2019, cerraron un acuerdo con el gobierno de Uzbekistán para proveer miles de generadores de agua atmosférica que se enviarán a diferentes pueblos y ciudades del país que se enfrentan a una importante escasez de agua, incluyendo Bujara y Samarcanda. Los generadores solo pesan 780 kgs. , es fácilmente transportable y puede producir hasta 800 litros de agua al día, sin requerir ninguna infraestructura salvo una fuente de electricidad para funcionar.
También hay avances en las llamadas ‘tecnologías avanzadas de higienización’ (TAH). Según los resultados expuestos por Ainia (España) “la aplicación de nuevas tecnologías de higienización eco-eficientes puede suponer un ahorro de agua de hasta el 44% en la industria alimentaria y cosmética. La realización de operaciones de limpieza y desinfección o tecnologías de higienización en superficies industriales, supone un impacto ambiental en cuanto a agua, energía, productos químicos y aguas residuales en sectores que requieren de unos parámetros de higiene muy exigentes para el desarrollo de su actividad”.
La técnica desarrollada utiliza hielo líquido, para mejorar el proceso de empuje del producto que queda retenido en las tuberías de las líneas productivas y con la que se ha obtenido un ahorro de agua en los aclarados iniciales de las limpiezas del 33% en empresas de alimentación y del 77% en empresas cosméticas, donde también se ha experimentado con agua ozonizada, que permitió ahorros del 44% en ese sector.
Como señala Gilbert Houngbo, Presidente de ONU-Agua: “Existen soluciones para coordinar mejor las acciones relativas a la gestión del agua y el cambio climático, en las que todos los sectores de la sociedad tienen una función que desempeñar. No podemos permitirnos el lujo de esperar más”.