Que hacer?

07 jul 2021

En la primera parte de esta nota (junio 2020), señalábamos que, tras haber arrasado los mares del mundo al punto de ser responsables de una disminución del 90% de algunas especies, la flota pesquera mundial ha puesto proa hacia el Atlántico Sur y los mares antárticos, irrumpiendo en un área considerada muy vulnerable.

La depredación continuará mientras las grandes potencias sigan favoreciendo y subsidiando la pesca ilegal.

FAO considera que esa flota está sobre-dimensionada, al punto que ya hace 20 años atrás estaba dos veces y media por encima de las necesidades globales. La industria pesquera saquea recursos naturales que solo benefician a un grupo pequeño pero muy poderoso de países.

Y afirmábamos que, la tendencia mundial a la depredación no cambiará a menos que una gran potencia (China, la Unión Europea o EEUU) asuma medidas de control y las haga cumplir y su ejemplo cunda en otros actores del sector.

SE TIRAN 22.000 millones de toneladas  

Una primera alternativa sería hacer cumplir el “Tratado Antártico” de 1959, donde se establece que ese continente es patrimonio común de la humanidad, una región de paz y cooperación, que sólo debe utilizarse para la investigación científica en beneficio de todos.

Pero los conflictos territoriales sobre la Antártida no están ausentes y la industria pesquera hace lobby para que no se haga cumplir el Tratado.

Algo parecido pasa con el Tratado mundial para establecer una gobernanza internacional de los océanos, iniciativa que jamás prosperó. El 64% de los océanos son aguas internacionales. Si bien los gobiernos no son responsables directos de esas áreas, su solo acuerdo permitiría protegerlas efectivamente.

Como señaláramos, la UE tiene en sus manos, por ejemplo, el mayor territorio marítimo del mundo, ya que si sumamos las zonas económicas exclusivas de sus miembros más las regiones ultra-periféricas y en países y territorios de ultramar, alcanza los 25,6 millones de kms2.

Pero sobran las declamaciones sobre la triste situación de los océanos y falta la voluntad política de hacer algo. Los países miembros no se ponen siquiera de acuerdo en dejar de subsidiar a la pesca ilegal, con el pretexto de que otros países como China lo hacen.

La pesca sin control ha provocado no solo el deterioro de las especies cuya captura tiene utilidad comercial sino que ha afectado todo el ecosistema marino. Un ejemplo de ello es la llamada pesca colateral, es decir lo que no se pretende pescar que incluye especies reguladas, ejemplares demasiado pequeños para su comercialización, ciertos mamíferos marinos que están en peligro de extinción, o simplemente peces no se desea retener o utilizar, pero que tendrían valor nutricional para la población.

El sistema es de tal irracionalidad que el volumen de esa pesca colateral, se estima que representa más de 22.000 millones de toneladas, es decir la cuarta parte del total de la pesca mundial que asciende a 90.000 millones de toneladas.

Las capturas no deseadas o incidentales de peces consideradas descartes en la pesca de captura se arrojan como desechos al mar. Y por razones de interés comercial tampoco se utilizan las capacidades de los buques congeladores que permitirían el almacenamiento frigorífico y la conservación de esa riqueza alimentaria que hoy se despilfarra.

A ese desperdicio se suma lo que en la pesca de gran escala se llama manipulación a bordo, que acumula otro enorme volumen del pescado, que se deteriora por un mal manejo desde la captura hasta el desembarque.

A medida que el agotamiento de las pesquerías se hacen más evidentes, las flotas avanzaron sobre áreas oceánicas más alejadas y profundas y más difíciles de controlar. El resultado para FAO (Naciones Unidas) es que se incrementó el porcentaje de las poblaciones explotadas a niveles biológicamente insostenibles, que pasaron del 10% en 1974 al 34,2% en 2017. Y el porcentaje de poblaciones de peces que se encuentran dentro de niveles biológicamente sostenibles descendió del 90% al 65,8% en el mismo período. Para algunos expertos, de mantenerse los niveles actuales de captura, la mayor parte de los peces podrían llegarán a su extinción a mitad de este siglo. 

Las consecuencias ambientales de esta actividad descontrolada son, por tanto, múltiples y complejas: entre las cuales se pueden enumerar: reducción de las pesquerías existentes; captura excesiva de peces que no son objeto de pesca; destrucción de los ecosistemas marinos; eliminación de especies protegidas; cosecha de ejemplares jóvenes, etc. Todo lo cual termina como desperdicio alimentario y basura que causa alteraciones en las cadenas tróficas marinas.

El porcentaje de poblaciones explotadas a niveles insostenibles pasó del 10% en 1974 al 34,2% en 2017.

La obligación de que los buques congeladores aprovecharan con un manejo adecuado, una parte de ese desperdicio para la elaboración de sopas y concentrados de pescado, permitiría aportar a poblaciones acosadas por el hambre, elementos nutricionales valiosísimos.

Por el contrario, no solo no hace nada para aprovecharlos, sino que además de las casi 70 millones de toneladas de pescado procesado que se producen en el mundo anualmente, el sector pesquero genera residuos que ascienden a un 65% del producto original.

De esos desperdicios, que podrían transformarse en subproductos aprovechables, solo una mínima parte son derivados a otras ramas industriales. Es decir, que el sector pesquero suma al saqueo y la ilegalidad, la irracionalidad de sus métodos de pesca y un despilfarro colosal de recursos.

HACIA UNA ECONOMIA AZUL Y CIRCULAR

Como sucede en otras áreas industriales y extractivas, la conciencia ambiental de la ciudadanía global empieza a generar cambios. En la industria pesquera se presta una creciente atención a la utilización de los residuos del pescado. No es que no se hiciera, pero el aprovechamiento era menor frente al enorme volumen disponible.

Cabezas, espinas, vísceras, agallas, aletas, piel, etc. constituyen una importante fuente de minerales, proteínas y grasa para su utilización en una variedad de productos. A la tradicional utilización como aceites y harinas de pescado; concentrados proteicos y los conocidos bloques de pescado picado y ya congelado que permite obtener productos como el surimi con el que se elaboran palitos de pescado o sucedáneos de marisco, comienzan a aparecer otro tipo de productos más innovadores.

Sus aceites son ricos en ácidos grasos poliinsaturados –especialmente, omega-3 y el DHA (ácido docosahexanoico)– de creciente utilización en compuestos de interés médico y farmacológico (prevención de arterosclerosis, arritmias cardiacas y reducción de presión arterial).

Las industrias farmacéutica y cosmética lo utiliza sus subproductos además para la micro-encapsulación de vitaminas y fármacos, recubrimiento de pastillas, producción de pomadas y cremas para la piel, uñas y recuperación capilar.

El desperdicio de los crustáceos (langostas, cangrejos, langostinos, camarones y percebes) es la principal fuente de obtención de quitina, un valioso polímero, el segundo más abundante después de la celulosa, que también está presente en ciertos hongos, levaduras.

En el Mar argentino, en el Atlántico Sur, la acumulación del desperdicio de la captura de esos crustáceos era un problema ambiental severo para algunas ciudades portuarias y, en algunos casos, se arrojaba al mar contaminando el ecosistema, cuando su aprovechamiento tenía un alto valor comercial.

Con las escamas de pescado sucede algo parecido. En los últimos años han entrado el mercado de la moda como material para hacer bolsos, zapatos y complementos. Se trata de un material muy flexible resistente diseñadores y fabricantes empiezan a adoptar.

En especial, las pieles de salmón, bacalao, lubina, raya y perca son las más utilizadas. Marcas como Idunnbags (España) o Thalie Paris, de la diseñadora Nathalie Dionne (Francia) fabrican con ellas excelentes bolsos que ganaron el reconocimiento de prestigiosas marcas de lujo a nivel mundial.

Lucy Hughes, una graduada en diseño de productos de la Universidad de Sussex, ha desarrollado, un bioplástico hecho con desechos de pescado, que podría reemplazar el plástico de los envases de alimentos y bebidas. Su extraordinaria innovación le ha significado recibir el prestigioso premio internacional ‘James Dyson’ (Ver Más Azul n° 17, febrero 2021, “Terminar con la polución plástica es posible”).

Como señaláramos, en el mundo los desechos del procesamiento del pescado cuantiosos. Solo en el Reino Unido se generan 500.000 toneladas anuales. Preocupada por el fenómeno de los residuos, cuando Hughes tuvo en sus manos escamas y pieles de pescado advirtió su potencial. “Es (un material) súper fuerte, flexible y maleable”. Le llamó la atención “que la naturaleza pueda hacer tanto con tan poco. Entonces, ¿por qué necesitamos tener cientos de polímeros artificiales cuando la naturaleza ya tiene tantos disponibles”.

Son ejemplos de la llamada economía azul, dirigida a desarrollar cada vez más, productos biológicos con materias primas procedentes del mar y de los ríos.

En definitiva, es posible hacer un aprovechamiento del enorme volumen de residuos de la industria pesquera y obtener con el uso de tecnología, una serie de productos de alto valor comercial mientras se contribuye a reducir la carga ambiental y los daños ecológicos derivados.

QUE HACER CON LA PESCA ILEGAL?

Mientras se espera que los decisores políticos de las grandes potencias involucradas en la pesca ilegal descubran que la protección que ejercen de la ‘ilegalidad’ terminará destruyendo los recursos y la propia industria que protegen, FAO señala algunos rumbos para mitigar sus consecuencias.

Parte de las recomendaciones propuestas no atacan el corazón de la pesca ilegal, pero contribuyen a dificultar la actual situación de “Far West” de las aguas internacionales:

  1. Invertir en nuevas tecnologías de seguimiento: Las nuevas tecnologías que utilizan transpondedores y pueden ser rastreados por los Sistemas de Posicionamiento Global (GPS) pueden facilitar la localización y la acción portuaria y aduanera. Y también contribuir a la recuperación de las artes de pesca abandonadas como basura en el mar.
  2. Registro de aparejos: Ello permitiría identificar los desechos de artes de pesca abandonadas, perdidas o descartadas, devolver esos equipos a sus propietarios e infractores y reducir el grave problema que este tipo de basura genera en los océanos. Hay un número creciente de productos, que incluyen ropa, alfombras, equipos deportivos, etc, que ahora se fabrican con artes de pesca recicladas, pero se requieren más instalaciones con la capacidad de reciclar el tipo de plástico utilizado en la pesca. (Ver Más Azul n° 3, dic., 2019, “Ecoalf moda de excelencia con basura plástica”)
  3. Presentación de informes obligatorios sobre pérdida de equipos. La mayoría de los barcos no reportan pérdidas para esquivar las sanciones. Ante esa situación se propone eliminar la responsabilidad del buque (variante exculpatoria de los generadores de basura) o incentivar que los buques recojan no solo su propio equipo, sino también otras artes perdidas que encuentren en el mar (variante sostenible). La Fundación ECOALF de España desarrolló el proyecto Upcycling the Oceans, que concita a pescadores y puertos a colocar contenedores para recibir esa basura con la que se produce artículos de moda de alta calidad. El Convenio Internacional para la Prevención de la Contaminación por los Buques impone que la pérdida de artes se notifique pero en general los gobiernos no ejercen ese control.
  4. Incentivos económicos para la prevención: iniciativas como las de la Fundación Ecoalf introducen esquemas que agregan valor a los equipos al final de su vida útil (economía circular) y favorecen la posibilidad de crear incentivos económicos a la devolución de los aparejos a instalaciones apropiadas de eliminación o reciclaje y constituiría una opción atractiva para los pescadores.
  5. Planes de recolección, eliminación y reciclaje: Los puertos deben ser equipados con instalaciones gratuitas o de bajo costo para desechar o reciclar los equipos de pesca. La mayor parte de las artes y aparejos se abandonan como parte de la pesca ilegal, aunque también hay casos de pérdidas por accidentes, condiciones climáticas extremas o deterioro de los mismos. Esos equipos no son de un valor económico importante frente a las ganancias que produce la captura por lo que con frecuencia son abandonados como basura en el mar. La existencia de instalaciones de reciclaje y recuperación y la provisión de equipamiento a bordo para colocar los equipos una vez que ya no se necesiten o se hayan recuperado del mar, puede contribuir a avanzar en criterios económicos sostenibles en una industria acostumbrada al descontrol.
La industria pesquera arroja al mar como basura sus redes en desuso provocando graves problemas ambientales.

Atacar de fondo el problema de la pesca ilegal supone que los países que lideran la pesca acuerden   terminar con la ilegalidad. Hoy no solo se mantiene sino que se la subsidia. Es increíble que países como China, EEUU, Japón y la Unión Europea, ni siquiera sean capaces de lograr ponerse de acuerdo en que no puede haber actividades ilícitas, ni en el mar ni en tierra. Pero el negocio de corto plazo puede más.

La pesca ilegal se produce en aguas internacionales adyacentes a las ZEE; es decir, fuera del alcance de los Estados nacionales costeros. Es inadmisible que extensas áreas de enorme biodiversidad no tengan un ordenamiento internacional. Ese vacío es el que aprovechan las flotas ilegales para operar sin control ni regulación alguna.

Hay que considerar que la pesca en las zonas adyacentes a las ZEE captura recursos aportados por los países costeros en tanto los cardúmenes de peces no permanecen estáticos sino que migran. Pero el criterio de demarcación territorial que se aplica es estático para una realidad en movimiento. Con lo que ese recurso queda bajo una total desregulación.

La mala administración y contralor sumado a la depredación ilegal le hace perder a la industria pesquera en perspectiva de largo plazo, miles de millones de dólares de ingresos potenciales.

Evidentemente, la pesca ilegal implica costos no solo ambientales sino económicos y sociales importantes. Entre otros, la pesca artesanal de comunidades pobres que son arruinadas por su accionar.

Detenerla permitirá estabilizar los recursos, que las existencias en peligro se reconstruyan, y a largo plazo aumentar la productividad y maximizar los resultados de una industria, que en los últimos años ha debido abandonar las pesquerías costeras y adentrarse en aguas más lejanas y profundas por la creciente merma de los rendimientos.

En la última década se hizo evidente que los recursos pesqueros que se creían prácticamente inagotables, han comenzado a declinar de una manera sorprendente.

Pero el pensamiento de largo plazo no es algo que abunde y cada vez –como algunas especies marinas– es más difícil de encontrar.