La evolución del cambio climático y los últimos avances tecnológicos muestran que en los océanos puede estar la respuesta a las necesidades alimentarias del futuro. Y no hablamos precisamente de pesca, uno de los problemas que requiere mayor atención y control ambiental y que constituye en la actualidad una de las amenazas más severas que afrontan nuestros mares.
Hablamos de cómo empiezan a hacerse visibles los graves problemas de seguridad alimentaria mundial, que deparará el futuro, ante los crecientes fenómenos de sequías e inundaciones que plantea la crisis climática y sus consecuencias sobre suelos y biodiversidad.
En este mismo número de Más Azul, hemos planteado la posible concurrencia de sequías simultáneas en áreas que son grandes productoras de alimentos globales, como América del Norte, Centro y Sudamérica, donde las previsiones meteorológicas de la OMM estiman que esos fenómenos serán más agudos, lo que pone de manifiesto los posibles desafíos de la alimentación en el futuro (Ver “Las sequías simultáneas ponen en riesgo la seguridad alimentaria mundial”).
Diversas investigaciones científicas y una serie de emprendedores avanzan sobre la alternativa de encontrar la respuesta en los mares del mundo. Para ellos, muchos de los futuros agricultores del mundo probablemente cultivarán los océanos. Repasar sus trabajos y logros supone mirar hacia un horizonte posible que permita solventar el alimento de la humanidad y a la vez regenerar el Planeta.
Bren Smith abandonó la escuela secundaria para dedicarse a pescar comercialmente en su tierra natal, la Isla de Terranova (Canadá). Un día, las existencias de bacalao que capturaba colapsaron y se encontró –como él mismo relata– “cara a cara con la realidad de que no habría trabajo en un planeta muerto. Así que emprendí un viaje de redención ecológica y he estado durante casi 20 años ‘cultivando’ el océano”.
En ese “viaje” –confiesa Bren– “cometí muchos errores en el camino, hasta que terminé en Long Island Sound, cultivando una mezcla de algas y mariscos. Estos cultivos resultan óptimos desde el punto de vista del clima, ya que no requieren agua dulce, fertilizantes ni alimentos, mientras secuestran carbono, reconstruyen los arrecifes y crean oportunidades económicas para las comunidades costeras más afectadas por el cambio climático”.
Parte de ese viaje quedó plasmado en su libro “Eat Like a Fish: My Adventure as a Fisherman Turned Ocean Farmer”. En 2013, junto a Emily Stengel, una investigadora de la Universidad de Vermont, a quien define como “una mujer increíble”, fundó Green Wave. Desde allí difundieron los métodos desarrollados por Bren en su Thimble Island Ocean Farm en Long Island Sound, que los catapultó como pioneros de la agricultura oceánica regenerativa.
Desde entonces se centran en el desarrollo de técnicas accesibles de cultivo regenerativo en acuicultura y agricultura oceánica, que denominan “cultivos oceánicos 3D”, para crear carbono azul. Han perfeccionado técnicas de policultivo para el cultivo de mariscos, algas y algas marinas, que incluyen el uso de muchas capas de la columna de agua, imitando los ecosistemas acuáticos de alta actividad como los arrecifes, para aumentar la productividad y la biomasa.
“Trabajamos para estimular la colaboración y la innovación: piense en nosotros como una red global de agricultores, empresarios e investigadores, todos empeñados en construir soluciones climáticas basadas en la comunidad en el mar (porque) si hay algo que aprendí durante mi viaje, es que no es necesario ser un ecologista o un entusiasta de la comida para ser parte de la construcción de un sistema alimentario resistente al clima. Necesitamos todas las manos a la obra si vamos a ganarnos la vida en un planeta vivo”.
Green Wave tiene como objetivo crear una red de 10 000 granjeros oceánicos regenerativos para catalizar la plantación de 400.000 hectáreas y generar impactos económicos y climáticos significativos. Para ello tienen un programa de capacitación con más de 8.000 personas en lista de espera y solicitudes para iniciar granjas marinas en más de 100 países.
Su trabajo es inspirador: mientras cultivan una mezcla de algas y mariscos que no requieren insumos, secuestran carbono y reconstruyen los ecosistemas de arrecifes, lo que convierte al método en la forma más sostenible de producción de alimentos en el Planeta.
Como las granjas de Green Wave se ubican verticalmente debajo de la superficie, producen altos rendimientos con una huella ecológica muy pequeña. El diseño vertical compone un jardín submarino anclado en un lugar, con un sistema de líneas verticales y horizontales, redes de linternas y jaulas que cultivan una mezcla de algas marinas, mejillones, ostras, entre otros vegetales marinos y mariscos.
El modelo se implementa tanto para la reforestación acuática, restaurar los ecosistemas oceánicos y capturar el carbono azul y el nitrógeno, como para la agricultura comercial, cultivar algas y mariscos y producir alimentos, fertilizantes, alimentos para animales, bioplásticos, etc. (Ver Más Azul n°20, mayo 2021, “Algas marinas la solución en los océanos” y n° 9, junio 2020, “Revolucionario cultivo de algas permite producir combustible, piensos y alimentos” y n° 21, junio 2021, “Avances en acuicultura para acabar con el hambre”).
La agricultura oceánica regenerativa ha sido identificada como una solución clave para el cambio climático. Tiene el poder de secuestrar carbono en la tierra y el mar, reducir la producción de metano en el ganado, reconstruir ecosistemas marinos, enriquecer el suelo y abordar el problema mundial de los plásticos.
Como sostiene Madeleine Traynor, de la Escuela de Clima de la Universidad de Columbia (Maestría en Clima y Sociedad) quizás “no haya una forma correcta de cultivar, (pero) sí creo que hay una forma incorrecta de hacerlo… Los monocultivos a gran escala, sistemas agrícolas no naturales que cultivan un solo cultivo, dependen de altos insumos de fertilizantes, pesticidas y antibióticos que contaminan nuestras vías fluviales, agotan la salud de nuestro suelo y producen alimentos que carecen de valor nutricional. Las granjas regenerativas a pequeña escala, por otro lado, están cultivando una amplia gama de cultivos, construyendo suelo, creando hábitats para polinizadores, secuestrando carbono, aumentando el acceso a los alimentos y cultivando comunidades”.
Según informes de FAO, la contribución de la acuicultura a la producción mundial de productos del mar ya ha superado al de pesquerías capturadas en la naturaleza y el sector es considerado cada vez más importante a nivel mundial, para el logro de la seguridad alimentaria como de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas.
El cultivo de peces y otras especies acuáticas tiene una expansión continúa y es el sector alimentario de más rápido crecimiento. Aunque algunos la presenten como el futuro de la industria pesquera, la realidad es que en su versión intensiva actual no s parte de la solución sino del problema.
El rápido crecimiento de la acuicultura intensiva para especies con alto valor comercial destinado a la exportación, como el salmón y el camarón, ha causado daños ambientales notables, como ha sucedido con las piscifactorías de Chile, Escocia o el Sudeste asiático, entre otras.
Las piscifactorías intensivas liberan enormes cantidades de desechos orgánicos (materia fecal) y agua contaminada que altera los ecosistemas de sus entornos. La cantidad de excrementos de peces que suman diariamente el conjunto de granjas de salmón en Escocia producen un volumen similar al de los 600.000 habitantes de Edimburgo.
La infección de las aguas provoca un crecimiento caótico de algas en los espacios circundantes y una producción de mariscos contaminados. Cuando los indicadores revelan esa situación, las piscifactorías se trasladan a una nueva localización destruyendo paulatinamente los ecosistemas costeros.
Un caso especialmente grave es el de los estanques artificiales construidos para cultivar camarones tropicales. Para instalarse talan los manglares y se drenan las fuentes de agua dulce para disminuir el nivel de sal de las granjas. Se estima que entre un 35% y un 80% de los bosques de manglares han desaparecido por la acción humana. Las actividades que causan la destrucción de esa vegetación tropical son la acuicultura (52%), la deforestación (26%) y el desvío de flujos de agua dulce (11%).
Para Traynor, la clave es que “los alimentos deben cultivarse de una manera regenerativa que devuelva más de lo que toma de la tierra… Durante mucho tiempo, he considerado la acuicultura, los llamados ‘peces de piscifactoría’ en las tiendas de comestibles, como parte de la misma categoría destructiva de la agricultura industrial. Y todavía lo hago. Los monocultivos de peces genéticamente modificados han plagado nuestro sistema de agua con muchos de estos mismos problemas relacionados con las granjas industriales en tierra”.
Pero como especialista en agricultura sostenible Traynor cree que “hay otra forma de cultivar los mares”. Y destaca la experiencia de Green Wave donde el cultivo de verduras de mar y mariscos en sus granjas oceánicas regenerativas a pequeña escala tiene un impacto significativo como solución climática.
Esa experiencia es acompañada por la labor de Running Tide, una startup de Portland, Maine (EEUU), que utiliza algas marinas para capturar y almacenar carbono y nitrógeno. Su visión se sintetiza en una frase: “Para reparar el planeta, los humanos necesitan eliminar miles de millones de toneladas de CO₂ de la atmósfera y restaurar los sistemas naturales del océano”. A eso se dedican.
Running Tide, con el apoyo de Maine Technology Institute (MTI) desarrolla un proyecto innovador para secuestrar gigatoneladas de carbono en el fondo del océano. Planean cultivar granjas flotantes de algas, que capturarán dióxido de carbono, para hundirlas luego y que el CO2 llegue a las profundidades del océano, donde permanecerá durante siglos.
Los responsables de Running Tide sostienen que “dado que el ciclo del carbono de la Tierra está estrechamente relacionado con el clima físico, los organismos biológicos (ej., el fitoplancton) en la superficie del mar convierten el CO₂ en carbono que se utiliza para alimentar su propio crecimiento y reproducción. A medida que el carbono se mueve a través de la red alimentaria del océano… el carbono de esos organismos se transporta a océanos más profundos donde permanece durante cientos o miles de años. Si el carbono llega al fondo del océano, puede almacenarse durante escalas de tiempo del orden de millones de años”.
Los microbosques que desarrollan son distintos del cultivo de macroalgas a gran escala, que se hace generalmente en ambientes costeros. Los Running Tide flotan libremente en las corrientes de mar abierto, utilizando productos de desecho que contienen carbono como sustratos de crecimiento y a la vez soportes para la flotación inicial. Esos sustratos después de un tiempo previsto de crecimiento se diluyen y las algas que han capturado el dióxido de carbono viajan a las profundidades de los océanos. En la startup estiman su proyecto podría escalar hasta 1 gigatonelada de CO₂ de eliminación por año.
Un informe publicado en Current Biolog señalaba que el cultivo de algas marinas en solo el 3,8% de las aguas costeras de California podría neutralizar las emisiones de 34,4 millones de toneladas de CO2eq al año. Y otro estudio del Banco Mundial, mostraba que con algo menos del 5% de las aguas costeras de EEUU dedicadas al cultivo de algas marinas, se podrían limpiar unas 135 millones de toneladas de carbono y 10 millones de toneladas de nitrógeno.
Esto último es especialmente importante ya que el nitrógeno es uno de los dos principales contaminantes que persisten en las costas océanicas. El fertilizante nitrogenado que se usa en la producción agrícola intensiva sumado a las aguas residuales y a la contaminación automotor e industrial, llega al océano a través de los ríos , creando por escorrentía, zonas muertas masivas, como la desembocadura del río Mississippi hacia el Golfo de México , que hoy supera en tamaño a los estados de Connecticut y Rhode Island juntos.
Un dato aportado por el Marine Pollution Bulletin demostraba que la producción comercial de algas tiene escasos impactos ambientales negativos y genera notables mejoras a la biodiversidad de la zona de implantación. La agricultura oceánica regenerativa no requiere insumos, como fertilizantes o agua dulce. Las algas marinas pueden crecer más de 30 cms. por día y ayudar a reducir localmente la acidificación del océano. Son a su vez, un excelente fertilizante que aumenta el rendimiento de los cultivos. Y en relación a nuestra salud, resultan un “superalimento” rico en nutrientes.
Si a la producción de algas de crecimiento rápido, se suma mariscos como las ostras, en conjunto pueden pueden extraer grandes cantidades de nitrógeno del océano a través de un proceso llamado biorremediación.
A medida que la agricultura regenerativa terrestre y las prácticas de secuestro de carbono se asientan como formas de eliminación de carbono, la agricultura oceánica muestra un enorme potencial para alimentar a una población en crecimiento y actuar como un sumidero de carbono a gran escala, con una casi nula huella ecológica y por tanto, asoma como una alternativa vital para la seguridad alimentaria del futuro y para las estrategias de eliminación de carbono que el Planeta necesita.