FEB 2020

Expertos denuncian la “expansión depredadora” de las potencias pesqueras en  los océanos del mundo.

Si bien la mayoría de las pesquerías en el Planeta se concentran en las zonas costeras, éstas representan sólo el 7 % de la superficie oceánica total. Desde que los efectos del cambio climático se agudizaron, se comenzó a generar una migración de los bancos de peces y otras especies a espacios más alejados de las 200 millas establecidas por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, como área de mar territorial soberano de cada país.

Con el avance de las tecnologías y a la sobreexplotación de las pesquerías costeras, cada vez son más los buques que se desplazan hacia alta mar para pescar en aguas internacionales. Por falta de una regulación global de las mismas, son “aguas de nadie” o “tierra de nadie” (terra nullius).

Ese término era utilizado en la época feudal para designar la tierra que no es propiedad de ninguna persona. Se usó también durante la época de la colonización para reclamar los territorios de las colonias como tierras no ocupadas y que, por tanto, el Estado conquistador ocupaba y explotaba ‘legalmente’. Y se usó luego para privar a los pobladores indígenas de sus derechos de propiedad sobre la misma como antiguos ocupantes, permitiendo la usurpación por parte de los colonos.

Todo indica que retornamos a una nueva usurpación por parte de las potencias de los que consideran de “nadie”, cuando los recursos planetarios pertenecen a toda la humanidad. De hecho, una investigación realizada por científicos de la Universidad de California (Santa Bárbara, EEUU) revela que los países ricos concentran la casi totalidad de las capturas en aguas internacionales (97%).

A partir de 22.000 millones de datos de seguimiento de buques de pesca, el estudio revela que, además, los buques procedentes de países ricos concentran también el 78 % de las capturas en aguas territoriales de países subdesarrollados o en vías de desarrollo. En este caso a cambio de un exiguo canon que decrece además con la práctica extendida de declaraciones falsas sobre volúmenes de pesca.

Una investigación conjunta desarrollada por las universidades de Southampton (Reino Unido), Hawái (EEUU) y Columbia Británica (Canadá), revela que la captura de pescado es un 42% más de lo que se ha informado a la FAO. Ello significa que las administraciones de las pesquerías nacionales están aceptando datos incorrectos, por falta de control o por corrupción de sus autoridades, un hecho muy frecuente en el sector pesquero.

Por tanto, las decisiones que se adoptan para preservar las especies son equívocas y tienen consecuencias dramáticas para los ecosistemas marinos. El citado estudio muestra que 72 especies de peces de aguas profundas, capturadas por pesca de arrastre en todo el mundo, han sido explotadas a niveles insostenibles.

Barco chino haciendo pesca de arrastre en Camerún.

El análisis de los investigadores de California revela que más del 55% de la superficie de los océanos son explotados de manera industrial y que la superficie que ocupa la pesca es cuatro veces más grande que la de la agricultura.

Los argumentos para apoderarse de esos recursos son falaces. Se centran en el aumento exponencial de la población, recursos pesqueros cada vez más limitados, inseguridad alimentaria, etc. cuando la realidad es que la demanda de peces en los países ricos excede con creces su suministro interno.

¿Quiénes dominan esas aguas presuntamente sin dueño? China, España, Taiwán, Japón, Corea del Sur son los cinco que encabezan la corta lista de países ricos, cuya flota industrial domina la pesca en aguas internacionales. Les siguen Rusia, EEUU, Reino Unido, Francia e Italia.

Los cinco primeros acaparan el 85% de la pesca en alta mar, muy lejos de sus zonas económicas exclusivas. El 50% corresponde solo a la actividad depredadora de los pesqueros de China y Taiwán. Y entre los 10 acaparan el 97 % de las capturas en aguas internacionales.

Tras la veda miles de barcos chinos, la mayor flota del mundo, salen a pescar fuera de sus zonas exclusivas.

Según el estudio de la Universidad de California, del que participaron Douglas McCauley, Caroline Jablonicky, Edward Allison, Christopher Golden, Francis Joyce, Juan Mayorga y David Kroodsma, “a medida que la humanidad se vuelve más dependiente del océano para su sustento, este dominio desequilibrado de la pesca industrial se convierte en un tema de mayor preocupación”.

Hoy la pesca es una de las mayores presiones sobre el medio marino. Durante las décadas de los 60 y 70, la pesca industrial provocó la pérdida del 90 % de la biomasa, algo de lo que los sistemas aún no se han recuperado. La merma de productividad en las pesquerías hasta 200 metros de profundidad, ha llevado a pescar a mayores profundidades y a desplazarse hacia aguas sin control.

Como los tiburones Zorro y Amapola son menos buscados, se venden a última hora a precio reducido. Foto: Thomas Peschak.

El ecólogo marino Enric Sala, director de Mares Prístinos de National Geographic, advierte sobre el riesgo de pesca ilegal que amenaza a los paraísos marinos. Él y su equipo  han estudiado en la última década 23 paraísos marinos y han reclamado para que se los protegiera. Quince de ellos que implican una superficie oceánica de cinco millones de kms2, ya han logrado esa condición.

Pero las flotas de alta mar violan con frecuencia las prohibiciones. “La tecnología satelital es relativamente barata y permite hacer vigilancia remota. Luego tienes que ir a capturarlos, claro. En aguas internacionales es otra historia. Allí es el Salvaje Oeste”, reconoce Sala.

En ese “salvaje oeste”, tierra de nadie para la legalidad, el predominio es el de la pesca de arrastre. Se trata de una modalidad nada selectiva, que emplea redes del tamaño de dos campos de fútbol (60 a 100 metros de ancho y más de 200 de largo), con cadenas pesadas que arrasan indiscriminadamente el fondo marino, capturando todo lo que se cruza a su paso.  

Los barcos de pesca que hacen más daño al ecosistema marino son los llamados Monster Boat, capaces de capturar hasta 350 toneladas de pescado en un sólo día. Esas embarcaciones llevan a cabo una pesca que es depredadora ya que realizan una captura excesiva de especies comerciales y no comerciales, arrasan los fondos marinos y arrojan al mar los descartes, que provocan una grave alteración del ecosistema.

Según las estimaciones del estudio, en los últimos 60 años la pesca de arrastre ha provocado la extracción de 25 millones de toneladas de peces, que viven a una profundidad a partir de 400 metros, lo que conduce a un colapso de muchas especies y de la estructura del fondo marino.

Se matan hasta 73 millones de tiburones cada año solo por sus aletas. Un negocio de u$s 500 millones.

Una solución internacional postergada

Las negociaciones para un tratado mundial han sido una y otra vez postergadas. La propuesta del eurodiputado portugués José Inácio Faria (ver Más Azul n°2, nov.2019, “Océanos victimas y aliados”), sobre la necesidad de una gobernanza internacional de los océanos, considerando “el consenso generalizado sobre las importantes amenazas y el riesgo de daños irreversibles que pesan sobre la salud ambiental de los océanos, a no ser que la comunidad internacional se movilice y lo haga de forma coordinada”, nunca prosperó.

Su planteo era simple: las zonas económicas exclusivas (ZEE) de los Estados miembros de la UE implican una extensión de 25,6 millones de kms2, el mayor territorio marítimo del mundo y buena parte, en regiones ultraperiféricas y en países y territorios de ultramar. Por tanto, la UE debería ser un actor principal en la protección ambiental de los océanos y asumir un papel de liderazgo en el establecimiento de una gobernanza internacional de los océanos.

El 64% de los océanos son aguas internacionales, lo que significa que si bien los gobiernos no son responsables directos de esas áreas, solo requieren de un acuerdo para protegerlas efectivamente.

Pero ese proceso avanza muy lentamente. ¿Quién se opone? ¿Y porqué Naciones Unidas no acelera los pasos? Eric Sala realizó un estudio en el que demostró que “si todas las aguas internacionales se cerraran a la pesca, todos los peces que se producirían de más y que migrarían a las zonas económicas exclusivas de los países beneficiarían a muchos más países. Solo unos pocos países tienen flotas de larga distancia. Y esas flotas pescan peces que ya no entrarán en las aguas de países pobres”.

La ex comisaria de Comercio de la UE, Cecilia Malmström, tiene clara la respuesta sobre la falta de avances. Se debe al “comportamiento destructivo de varios países grandes (…) Es horrible. Los miembros ni siquiera pueden acordar dejar de subsidiar a la pesca ilegal.”.

Es que aquellos cinco o diez países tienen de facto el monopolio de la pesca en aguas internacionales y no están dispuestos a perderlo, aunque ello signifique la devastación de los océanos. Cuánto pescar no responde a las recomendaciones científicas y técnicas sino a la voluntad de las pesqueras y sus avales políticos.

Ante este escenario se hace imperioso un acuerdo global sobre los recursos marinos y la implicación de ONU en la elaboración de un tratado internacional que establezca una forma equitativa del reparto de los beneficios de la biodiversidad en alta mar.

Naciones Unidas solo ha podido iniciar un proceso para crear un instrumento legal de creación de áreas protegidas. Es la única regulación que hay en aguas internacionales, cuyo control está a cargo de las organizaciones regionales de ordenación pesquera, conocidas por sus altos estándares de corrupción crónica.