El negocio agrícola pone en peligro los requerimientos humanos

26 ene 2022

En un brillante artículoAgricultural water saving through technologies: a zombie idea” publicado en Environmental Research Letters (Volume 16, N°11, nov. 2021), los científicos C Dionisio Pérez-Blanco (investigador principal de la Universidad de Salamanca, España), Adam Loch y David Adamson (Universidad de Adelaida, Australia), Frank Ward (Universidad de Nueva México, EEUU), y Chris Perry, desbaratan la percepción generalizada de que las inversiones en sistemas de riego modernos ahorran agua y afirman que se trata de una idea zombie.

La eficiencia del riego es entre 25% y 50%. La mayor parte del agua de riego nunca llega al cultivo objetivo.

“Si bien a primera vista, la mayoría aceptaría que la modernización de los sistemas de riego tiene sentido –explican los investigadores– la agricultura representa el 70% de las extracciones mundiales de agua, mientras que la eficiencia física del riego oscila entre el 25% y el 50% en todo el mundo; es decir, la mayor parte del agua que ingresa al sistema de riego nunca llega al cultivo objetivo”.

A lo largo de la presente nota de Más Azul sobre el conflicto que se plantea entre el agua para consumo humano y el uso intensivo del agua de regadío por parte de la agricultura industrial, usaremos como columna vertebral de la misma, la apasionante mirada planteada por Pérez-Blanco y el resto del equipo, acerca de la supervivencia de ideas zombies, a las que definen como “aquellas que han sido repetidamente refutadas por el análisis y la evidencia, y deberían haber muerto, pero se aferran a la vida por razones que son difíciles de entender”.

La agricultura consume en promedio más del 70% del total del agua utilizada a nivel mundial. En Medio Oriente llega a representar el 90% de la extracción de agua total, el 86% en Asia y África, frente al 49% en el Norte y Centro América y el 38% en Europa.

En ese contexto, millones de personas como señala Naciones Unidas permanecen sin acceso al agua potable, un escenario que podría agravarse si no encontramos formas más sostenibles de gestionar el agua del Planeta.

El sector agrícola se enfrenta a numerosos problemas relacionados con el agua. Básicamente por el aumento de la demanda y el cambio climático. Aunque es frecuente que se repita en los medios y también en el mundo académico, que el incremento de la población es una de las causas, estamos ante una “idea zombie” ya que el aumento de la demanda está provocado decididamente por el incremento del agua utilizada por la explotación agrícola intensiva (70%) y por el uso industrial del agua (20%).

Otra “idea zombie” es que ‘el agua está en continua regeneración’, cuando en realidad su retorno a las napas incluye muchas veces un recurso altamente contaminado. La mayor parte del agua de la Tierra se encuentra en los océanos. Pero mares y océanos acumulan millones de toneladas anuales de plásticos y otros desechos industriales y biológicos contaminantes. Lagos, ríos y humedales soportan poluciones similares, así como buena parte de las napas freáticas en todo el mundo. Una situación agravada por su constante descenso desde hace más de tres décadas. (Ver Más Azul n° 21, junio 2021, “El agua subterránea se está contaminando”).

Las actividades industriales, agrícolas y ganaderas son una de las principales causas de la eutrofización del agua por los vertidos de productos químicos que arrojan estos sectores. El cambio climático y sus secuelas de sequías y aumento de las temperaturas globales, plantean nuevos desafíos a la agricultura y una mayor exigencia sobre los recursos naturales. El desafío es complejo: tenemos que producir más alimentos de mejor calidad, con menos agua por unidad de producción.

Todo el sistema global del agua está comprometido por diversos factores y agravado por el calentamiento global y como señaló hace un año el vicepresidente de la Comisión Europea para el Pacto Verde, Frans Timmermans, constituye una amenaza para la humanidad: “Nuestros hijos y nietos irán a la guerra por el agua y el aire limpio”, alertó. “Si desperdiciamos esta oportunidad para marcar el camino hacia la neutralidad climática en 2050, la reducción de emisiones al 55% para 2030 y preparar todo el marco legislativo (…) no creo que nuestros hijos y nietos puedan perdonarnos porque les daremos una sociedad con muchos conflictos que son casi inevitables”.

En la medida en que los recursos hídricos superficiales se han ido agotando o contaminando, la extracción y explotación del subsuelo se ha intensificado en muchas partes del mundo y está afectando a los reservorios de agua dulce subterráneos, con consecuencias severas tanto para determinadas producciones como para el acceso al agua por parte de la población.

Un ejemplo de sobreexplotación es México. Según datos de Water Footprint Network se necesitan 2.000 litros de agua para producir un kilo de aguacates (4 veces más que las naranjas y 10 veces más que los tomates). La Organización Mundial del Aguacate (WAO) lo reconoce pero sostiene que están reduciendo la huella hídrica a la mitad. Aun con esos números, “una hectárea de aguacates necesita la misma cantidad de agua cada día que la que consumiría una población de 1.000 personas”.

El agua dulce y limpia es un recurso escaso, que se agota si no lo cuidamos de manera extrema. Según el informe anual de FAO sobre “El estado de la alimentación y la agricultura” en el mundo más de 3.000 millones de personas viven actualmente en áreas agrícolas con una gran escasez de agua y casi la mitad de ellos, 1.200 millones, se enfrentan a graves limitaciones al respecto.

En América Latina la disponibilidad de agua por habitante ha disminuido en un 22% en los últimos 20 años, y millones de agricultores se enfrentan a sequías que amenazan sus cultivos y ponen en riesgo su supervivencia. En lo que constituye el área cerealera más importante del mundo (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay), las sequías están reduciendo las cosechas.

En el sur de Asia esa disminución se eleva al 27% y en África Subsahariana al 41%. En esta última región alrededor de 50 millones de personas viven en áreas donde la sequía severa tiene impactos catastróficos en las tierras de cultivo y pastizales una vez cada tres años.

Según Naciones Unidas, aproximadamente el 11% de las tierras de cultivo de secano del mundo o 128 millones de hectáreas (aquellas que dependen exclusivamente del agua de la lluvia y no tienen sistemas de riego), enfrentan sequías frecuentes, al igual que el 14% de las tierras de pastoreo (656 millones has.). Y más del 60% (171 millones has) de las tierras de cultivo de regadío sufren una gran escasez de agua. En total, el 20% de las tierras agrícolas (300 millones has) carecen de agua suficiente.

En Angola, la sequía afecta a más de 2,3 millones de personas, incluidos 491.000 niños © Unicef/Carlos Louzada.

Ideas zombis en un mundo en colisión

De la gigantesca disponibilidad de agua del Planeta (1.386 millones kms3) apenas un 3% corresponde a agua dulce (35 millones de kms3) que se utiliza para consumo humano, agricultura de regadío, industria y minería.

La agricultura de regadío constituye el mayor consumo hídrico del mundo, por encima del 70%. El bombeo intensivo de agua subterránea para riego agota los acuíferos y puede tener consecuencias ambientales desastrosas. La agricultura industrial es una fuente importante de contaminación del agua, ya que la escorrentía de fertilizantes agrícolas, plaguicidas y efluentes del ganado contaminan las vías fluviales y napas subterráneas. Pero en muchos países, los agricultores no asumen el coste del agua que utilizan o pagan precios irrisorios.

Estamos ante el escenario de una colisión en curso. La agricultura de regadío afecta la cantidad de agua disponible para consumo humano de dos formas: 1. una cantidad se pierde en el abastecimiento y se devuelve al medio ambiente como escorrentía de los campos. Si bien este agua acabará reponiendo las fuentes de agua subterráneas, está expuesta a retornar contaminada por pesticidas, fertilizantes o sedimentos, con peor calidad que el agua extraída. Y 2. la extracción de agua para regadío (70%) y para industria (20%) compiten con la disponibilidad de agua para consumo humano (10%).

El apasionante artículo de Dionisio Pérez-Blanco, Adam Loch y otros, tiene resonancias valiosas en un momento de la humanidad en que es necesario “abrir la cabeza” para repensar las soluciones perentorias que la crisis climática plantea y evitar dos “trampas”: la rutina mental y el engaño institucionalizado. Los investigadores lo resumen genialmente en su concepto de “idea zombie” y revisan por qué persiste, incluso cuando la evidencia científica demuestra que es errónea; y como superarlo.

Recogen y adaptan el conjunto de hipótesis de Quiggin, Krugman, y Peters y Nagel para explicar el surgimiento y la persistencia de ideas zombis que incluyen: creencias; trayectoria; incentivos; política y poder; lagunas y desinformación; y ausencia de ideas alternativas.

“En el sector del agua –señalan– donde los aspectos socioeconómicos están poco investigados y los tomadores de decisiones y el personal técnico generalmente tienen capacitación en ingeniería y agronomía, los sesgos cognitivos a menudo surgen de una conceptualización demasiado simplista”.

Con contundencia, el análisis de Pérez Blanco y su grupo, muestran que la escasez de agua y el daño ambiental en general se exacerban cuando aparecen “incentivos económicos que, en realidad, promueven usar más agua de la disponible y obtener beneficios privados mientras se transfieren los costos a terceros (externalidades). Muchos actores en el campo de la política del agua se enfrentan a incentivos para respaldar la idea de los zombis”:

Al beneficiarse los agricultores con subsidios ‘justificados’ por supuestos beneficios de ahorrar agua para los demás, lo que en realidad acontece es que alimentan un mayor consumo de agua para obtener mayores ganancias.

“Los agricultores son individuos que buscan maximizar su beneficio (valor proxy de la utilidad), sujetos a una serie de restricciones (por ejemplo, disponibilidad de agua) (Pérez-Blanco et al 2020)…. Las inversiones públicas reducen la restricción financiera para modernizar el riego, lo que afloja los límites de agua para los agricultores que pueden optar por aumentar su área regada y el consumo de agua, el rendimiento y las ganancias. Rara vez los verdaderos costos del desarrollo de los recursos hídricos son pagados por quienes acceden a ellos, ni compensan las externalidades que crean”.

Según el Water Resources Group, si la demanda mundial de agua continúa por los actuales carriles, en el 2030 superará el suministro renovable en un 40%, lo que reducirá el crecimiento económico en áreas con escasez de agua en un 6%, es decir una desaceleración económica similar a la producida por COVID-19 en 2020-2021 en las economías más afectadas.

Dado que la agricultura representa el 70 % de la demanda de agua y la eficiencia física del riego oscila entre el 25% y el 50% en todo el mundo, queda claro que la mayor parte del agua que ingresa al sistema de riego (75%-50%) nunca llega al cultivo.

La evidencia empírica más disponible muestra que la adopción de tecnologías de riego modernas –escribe Pérez-Blanco– genera ingresos adicionales que superan los costos adicionales, lo que incentiva a los agricultores a aumentar el consumo de agua para elevar las ganancias. Los costos de conversión a menudo también están subvencionados, proporcionando una transferencia de riqueza al agricultor”.

Pese a que los sistemas modernos de riego no ahorran agua, gobiernos e instituciones adhieren a la “idea zombie” de sus ventajas sin hacer revisión alguna. En un informe de 2017 sobre la escasez de agua, el Banco Mundial publicó que “las tecnologías de riego avanzadas…reducen el consumo total de agua” cita que debió revisar y eliminar posteriormente. En otro informe de 2016 también señalaba ahorros gracias a las modernas tecnologías de riego.

Es que gobiernos y organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo, FAO  o la UE prefieren apoyar proyectos que aunque requieran mucho capital, no supongan reformas que sean políticamente costosas. Por eso alinean sus acciones con las creencias de los ciudadanos, lo que les otorga legitimidad política aunque esas creencias no sean más que “ideas zombies”, sin ninguna consistencia científica.

Para ellos, “los ‘ahorros’ de agua teóricos basados en la idea zombi son más convenientes y aceptables para los receptores, mientras que la confirmación de los impactos reales en los balances hídricos rara vez se documenta”

Las revelaciones del estudio son concluyentes: “Las costosas inversiones modernas en tecnología de riego encajan especialmente bien en este espacio. Se ven como mecanismos para aumentar los ingresos en las comunidades agrícolas, beneficiar a los proveedores de equipos con mucho que ganar con las ventas de tecnología y pueden además justificar fuentes de financiación a gran escala de las organizaciones donantes. Aprovechando aún más la idea de los zombis, las tecnologías de riego modernas también pueden promoverse como un enfoque respetuoso con el medio ambiente y que reduce los riesgos, donde los ahorros prometidos ofrecen beneficios para todos bajo la percepción general de resultados positivos de la reducción del consumo o uso”.

Se requieren de 1 a 3 toneladas de agua para obtener 1 kg de arroz .

Como responden a creencias e iniciativas zombies, los análisis en los que se basan son “bajo supuestos demasiado simplificados acerca de las condiciones hidrológicas, económicas y económicas” y sobre todo omiten en general las “externalidades negativas”.

El agua plantea retos globales

En realidad, el agua de lluvia produce más alimentos que el agua de riego, considerando además que el agua de lluvia también contribuye a la agricultura de regadío.

Las cifras reseñadas a lo largo de esta nota resaltan la importancia de la agricultura en el desafío de lograr que el agua disponible en la Tierra cubra las necesidades de un número de consumidores creciente. El agua que necesitan los cultivos varía entre 1 000 y 3 000 m3 por tonelada de cereal cosechada. Es decir, se requieren de 1 a 3 toneladas de agua para obtener 1 kg de arroz. Y la mitad para producir trigo.

Sin embargo, la cantidad de agua necesaria para producir una tonelada de cualquier cereal podría reducirse significativamente manejando bien las tierras, tanto en secano como en regadío.

Un estudio de FAO demuestra que muchos países en desarrollo dependen extremadamente del riego. De 93 países en desarrollo, se observó que en 18 de ellos la agricultura de regadío ocupa más del 40% del área cultivable y en otros 18 países riegan entre el 20% y 40% de su área cultivable (Agricultura Mundial: hacia 2015-2030 FAO).

Inevitablemente, ese intenso uso agrícola del agua generará crecientes tensiones en los recursos hídricos. Encontrar una solución para las consecuencias que ocasiona la agricultura de regadío pasa por cambiar por completo la forma en que se utiliza y recolecta el agua.

Pero no se trata de ‘modernizar las técnicas de riego’ sino avanzar en la utilización de fuentes no convencionales (agua desalada, sistemas de trasvase y otras), minimizando las implicaciones medioambientales, sociales y económicas que supone el manejo del agua.

Si el uso y distribución del agua mundial es profundamente injusta (barata o sin costo para los productores agrícolas y carísima para el Planeta a cargo de las externalidades), la situación se hace más grave aún cuando estimamos que se desecha un tercio de los alimentos que se producen.

A ello hay que agregar que gracias a vacíos jurídicos existentes alrededor de la propiedad y el valor del agua, se puede considerar que entre el 30% y 50% del recurso se puede considerar “robado” sea porque determinados actores con poder esquivan procedimientos legales o directamente lo sustraen  ilegalmente por falta de control de las autoridades y en perjuicio de las poblaciones.

Es lo que sostiene un trabajo de Adam Loch y otros, publicado en Nature (“Gran robo de agua”): “Es difícil de precisar los porcentajes, pero sabemos que la agricultura es el mayor usuario a nivel mundial. Y encontramos que esa extracción o consumo en muchos casos se realiza sin que exista derecho legítimo”.

Mientras 3.000 millones de personas carecen de acceso a redes de distribución, sectores como la agricultura o la minería hacen un uso desproporcionado y abusivo de un recurso vital.

En Más Azul hemos dado cuenta de ello en varias oportunidades, resumibles con dos ejemplos vinculado a la producción de aguacates en América latina, de enormes costes ambientales, que en general se desconocen.

1. México: En Michoacán se produce el 80% de los aguacates de México y el 50% de la producción mundial (u$s 2.500 millones de dólares anuales). A ello se suman otros como el Estado de México y Jalisco cuyas producciones crecieron 511% y 1001% respectivamente en la última década.

Puede parecer una inversión atractiva en términos económicos pero su impacto ambiental es gravísimo. Según un informe de Global Forest Watch, los bosques mexicanos están retrocediendo rápidamente por la acción de los productores de aguacate. A la multiplicación de plantaciones se suma la complicidad de las autoridades del país en combatir las plantaciones ilegales. En 2017, 96% de las inspecciones descubrieron plantaciones ilegales de aguacate. No se impusieron penas pese a que algunas estaban en áreas protegidas con especies en situación de extinción.

2. Chile La situación en este país, uno de los importantes productores a nivel mundial, es similar. Regiones enteras como la provincia de Petorca, perciben los efectos nocivos de la sobreexplotación: los ríos y reservas de agua subterránea se están secando o directamente han desaparecido, provocando una gravísima sequía en la región. (Ver Más Azul n°6, marzo 2020, “Chile una segunda Australia”).

La región de Petorca es la principal productora chilena de aguacates. Allí también eliminaron bosque nativo para alojar sus plantaciones y extrajeron agua de las napas subterráneas de los dos ríos Petorca y Ligua. La extracción fue de tal magnitud  que ambos se han secado y en 2012, la cuenca fue declarada “zona de escasez hídrica”.

Rio Ligua (Chile) seco en pleno invierno por el agua sustraída por los productores de aguacates.

Richard Connor, Redactor Jefe del Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos (WWDR) sostiene que el agua que se encuentra en ríos, lagos, debajo de la tierra y otros espacios naturales, es un bien común, pero a la vez recuerda que existen usuarios individuales y compañías que tiene derechos propietarios en determinadas regiones. E introduce en un reportaje una inconsistencia conceptual peligrosa, en línea con el reciente mercadeo del agua en Wall Street: “Tratar de establecer quién es el dueño del agua es como buscar al dueño de la electricidad. Es bastante difícil de definir”. Señor Connor: no es difícil!!!. El agua pertenece a los ciudadanos y los gobiernos pueden otorgar concesiones para su uso. Pero no la propiedad. Por eso es un bien común…

Necesidad de pensar alternativas

Para concluir esta nota volvamos a las “ideas zombies”: “Cuando las personas aceptan una idea zombi como verdadera, construyen un modelo mental con la idea zombi como parte de él. Si se demuestra que la idea del zombi es incorrecta y las personas recuerdan y aceptan la corrección, queda un vacío en su modelo mental… la gente a menudo prefiere un modelo incorrecto a un modelo incompleto, y puede volver a la idea del zombi en ausencia de una mejor explicación. Por lo tanto, sin alternativas coherentes, bien formuladas y bien comunicadas, la idea zombie seguirá viva”.

Las ideas políticas transformadoras y modelos mentales alternativos requieren tiempo y costos (y debiéramos agregar coraje). Por eso es ‘políticamente conveniente’ (y habitual) adherir a las ideas zombies lo que explica la pobreza de ideas alternativas.

El trabajo de Pérez Blanco y su gente pertenecen al campo de los que tienen aquel coraje.

Mas ande otro criollo pasa Martín Fierro ha de pasar, Nada la hace recular Ni las fantasmas lo espantan; Y dende que todos cantan Yo también quiero cantar.