Si las tendencias actuales no cambian, sólo el 60% tendrá el agua que necesita en 2030

01 mar 2021

Antonio López Crespo

Director Mas Azul

Cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua. Pese a que se trata de un elemento esencial para la supervivencia humana y que, en gran medida, todas las actividades sociales y económicas dependen del acceso a una agua dulce de calidad, persisten en el Planeta 2.200 millones de personas sin agua potable. Y cerca de 4.000 millones no tienen acceso a servicios sanitarios básicos, desde lavabos a retretes.

El agua constituye uno de los grandes retos del siglo XXI. Un cuarto de la población mundial vive en países que sufren de alto estrés hídrico. El desafío climático ha agravado –por sus consecuencias ambientales– un problema que el mundo desarrollado y rico ha postergado de manera insolidaria y criminal.

Para mover conciencias, Naciones Unidas ha multiplicado hasta el cansancio, informes e imágenes dolorosas de niños en países o regiones carentes de agua, arrastrando su carga del vital elemento o lanzados a beber agua de charcas o riachos contaminados.

Paliar la sed bebiendo agua de charcas o riachos contaminados: un tercio de la humanidad.

La respuesta “sensible” del mundo desarrollado ha sido un “asombro epidérmico” y la indiferencia más absoluta. Solucionar el problema mundial, su escasez, la contaminación y el desigual acceso al agua potable para todos, costaría apenas un 1% del PIB mundial hasta el 2035.

Una investigación del World Resources Institute (WRI) coincide con esa estimación. Los costos globales estimados para lograr ese objetivo, según WRI, rondarían el billón de dólares anuales a lo largo de 15 años. Ello supone apenas un 1% del PIB mundial, es decir, unos 29 centavos de dólar por persona/día hasta 2035. Se trata de una inversión que además retornaría rápidamente y con creces.

Las estimaciones de WRI indican que, por cada dólar destinado a mejorar el acceso al agua y su saneamiento, el retorno rondaría los u$s 6,80. En las regiones en desarrollo, según ONU, el rendimiento de la inversión en servicios hídricos y de saneamiento sería mucho mayor: entre 5 y 28 dólares por cada dólar invertido

La irracionalidad de no encarar la solución es sorprendente si tenemos en cuenta que los gastos en salud como consecuencias de enfermedades derivadas de la falta o contaminación del agua son cuantiosos y que una mala gestión del agua podría acarrear pérdidas mundiales del 2 al 10% del PIB global hasta 2050 (Banco Mundial).

De ese billón de dólares anuales a lo largo de 15 años para afrontar la solución al problema global del agua un 17% del total debería destinarse a mejorar la gestión, 15% para terminar con la contaminación, 14% para proveer servicios de saneamiento, 11% para mejorar el acceso a agua potable y el 43% del coste total se requeriría para terminar con la escasez del suministro.

Sin embargo, esos números globales pueden tener fuertes diferencias según las diversas regiones. En el África subsahariana, que vivirá un enorme aumento de su población hasta el 2050, las previsiones indican una fuerte presión sobre el recurso y una agudización de la escasez, mientras en otras regiones las inversiones deberán centrarse en saneamiento o potabilización.

La irracionalidad de no haber solucionado un problema tan básico como la provisión de agua tiene una explicación: el sistema actual de naciones, en el que cada una vela por sus propios intereses. Ese sistema, tras 350 años de desarrollo y cientos de guerras atroces, está obsoleto. Aunque nos resistamos a verlo, azuzados por nacionalismos vetustos. No se corresponde a las actuales necesidades planetarias de cooperación y solidaridad, como partícipes de una “casa común”, que hoy está en llamas.

Hay unos 75 países –que suponen la mitad de la población mundial– que lograrían una gestión sostenible del agua con una inversión menor de su PIB; otros 75 requerirían entre 2 y 8%, pero hay países como Chad, Mali, Etiopía, Madagascar y Bolivia, que deberían hacer inversiones de hasta el 20% de su PIB, en un contexto de subdesarrollo y pobreza.

Bibi, de 10 años, recoge agua sucia dos veces al día - UNICEF.

Es entonces cuando desaparece la palabra ‘solidaridad’ y reaparecen –bajo el manto hipócrita de las ‘ayudas humanitarias’– los criterios ‘enfermos’ del America First y sus equivalentes.

“Las inversiones deberán triplicarse, proclama el Banco Mundial, para llegar a u$s 114.000 millones anuales”(sic). La cantidad global de asistencia oficial para el desarrollo relacionada con el agua y el saneamiento en 2019 fue de 9.300 millones de dólares, frente al billón necesarios (menos del 1%).

CADA PAIS, UN REINO?

El problema del agua constituye uno de los desafíos más graves para la vida y también para la economía global. El Foro Económico Mundial (WEF) lo señala como una de las mayores preocupaciones y en el Global Risk Report de 2020 lo califica como uno de los cinco mayores riesgos globales en términos de impacto. Los otros cuatro son el fracaso en acción climática, las armas de destrucción masiva, la pérdida de biodiversidad y el clima extremo.

Asegurar el acceso universal al agua, revertir la contaminación y garantizar el funcionamiento de los ecosistemas es un desafío global y su solución también debería serlo. Según WRI, lo que implica mayores costos y dificultades es terminar con la escasez. Un estudio de la NASA revela que en el Planeta muchas de las fuentes de agua dulce drenan a mayor velocidad de la que reponen y que el mundo tendrá sólo el 60% del agua que necesita en 2030.

Recordemos que de los 1.400 millones de kms3 de agua de la Tierra, solo 35 millones (2,5%) del total son agua dulce y solo un 0,3% de ella, es de fácil acceso. El resto son aguas subterráneas o están en macizos congelados. Y que el consumo de agua se ha multiplicado por seis en el último siglo y crece a un ritmo de un 1% anual (UNESCO).

Las soluciones a implementar deberán atacar por tanto, el complejo problema del suministro (oferta) con respuestas innovadoras de la ciencia y la tecnología para desalinizar con menores costos de energía; la captura de agua de niebla; la protección de los humedales; el desarrollo de técnicas de ‘agricultura de conservación’, etc. como también respuestas en la forma de consumir (demanda).

En este campo será clave transformar los usos agrícolas, industriales y domésticos. Limitar la producción cárnica y los modelos de riego; incrementar la reutilización del agua y el tratamiento de las aguas residuales; invertir en innovaciones creativas de eficiencia del suministro; en control de pérdidas; etc.

Parece desproporcionado e injusto frente a las carencias globales que países como Canadá dediquen 65% del agua a usos industriales (tres veces la media mundial) y junto con EEUU apliquen el 90% del uso a industria y agricultura.

El Atlas Aqueduct, que WRI elaboró en 2019 con información de 165 países, puso en evidencia la gravísima amenaza de estrés hídrico a la que se encamina la población mundial para el 2040.

A la carencia de agua suficiente para la población y el regadío, se suman las deficiencias severas en materia de saneamiento. En 2021, el mundo tiene el 23% de sus habitantes (1.800 millones) consumiendo agua sin protección contra la contaminación fecal y el 57,6% (4.500 millones) sin acceso a inodoros seguros (OMS).

El agua contaminada y el saneamiento deficiente son el origen de enfermedades como diarreas, cólera, hepatitis A, fiebre tifoidea, disentería y poliomielitis. La carencia de servicios de agua y saneamiento exponen a la población a graves riesgos de salud.

De hecho, la OMS estima unas 842.000 personas mueren cada año de diarrea como consecuencia de la insalubridad del agua, de un saneamiento insuficiente o malas condiciones de higiene personal. No contribuir a solucionar el problema mundial del agua supone la muerte por diarrea de unos 361.000 niños menores de cinco años por año (1.000 por día!!!), que se podría prevenir fácilmente avanzando de forma solidaria para terminar con la falta de agua para todos.

Pero la veintena de países –10% de la población mundial– que soportan el panorama más grave requieren de ayuda externa para enfrentar ese desafío y solventar sus costes. Esa ayuda no es solo un tema de bancos de desarrollo u organizaciones financieras. Es mucho más que un “negocio”. Se trata de una ‘solidaridad inteligente’ ya que la inversión –como hemos señalado– podría tener un altísimo retorno.

Por el contrario, como advierte la Organización Mundial de la Salud, si la situación no cambia, el número de personas que sufrirán carencia severa de agua al menos un mes al año pasará de 3.600 millones a más de 5.000 millones.

Pero, como refleja un informe del BID Invest, el 77% de los gobiernos dicen que no cuentan con financiamiento suficiente para agua y saneamiento. El trabajo de investigación del WRI insiste en que su objetivo es llamar la atención sobre la magnitud del problema y convocar a que los líderes políticos abandonen su actual estado de parálisis y desidia.

Un informe, publicado en conjunto por OMS y ONU-Agua, indica que los países no cumplirán las aspiraciones mundiales de acceso al agua potable y saneamiento incluidas en la Agenda 2030 a menos que utilicen recursos financieros de una manera más eficaz.

A manera de conclusión

Debemos entender que los problemas que derivan de una crisis hídrica de dimensiones exceden las  fronteras. La carencia de agua, las crecientes sequías provocadas por el cambio climático y su impacto sobre la cantidad y el precio de los alimentos, pueden provocar inestabilidad en determinadas regiones, tensiones internacionales, migraciones y conflictos violentos.

Es necesario actuar. Desde los gobiernos, mostrando una voluntad política solidaria, hasta hoy ausente. Desde los medios y la ciudadanía, aumentado la presión social sobre gobiernos y empresas para hacer frente a un problema perentorio. Desde el usuario, tomando decisiones de consumo más sostenible y consciente.

El cambio climático se manifiesta de manera dramática a través del agua. El 90% de los desastres naturales están vinculados al agua, con consecuencias que impactan en los sistemas alimentarios y energéticos, en los ecosistemas y en la estructura urbana.

Solo podrán alcanzarse los objetivos de la Agenda 2030 si ponemos el acceso al agua y al saneamiento en el centro de las preocupaciones mundiales. Celebrar el Día Mundial del Agua 2021 debería ser un punto de partida para un objetivo insoslayable e irracionalmente postergado: agua para todos, ya!.