La industria de gas y petróleo silencia sus emisiones criminales

10 sep 2022

Aunque subsiste la imbecilidad y el negacionismo rampante, ya casi nadie duda que la crisis climática se está agravando. Las olas de calor, los incendios forestales y las feroces sequías que arrasan vastas regiones del hemisferio norte, lo certifican de manera atroz. Lo que no es tan evidente es que hay culpables directos que esconden y silencian su responsabilidad: la industria del petróleo y el gas está agravando la crisis climática.

La industria de gas y petróleo silencia sus emisiones criminales Unsplash - Chris LeBoutillier.

De manera constante en todo el mundo, las instalaciones de la industria de los combustibles fósiles están generando enormes fugas o escapes de metano, debido a fallas en los equipos o al descontrol de las empresas convertidas en “superemisores”.

En junio pasado, investigadores de la Universidad Politécnica de Valencia (España) descubrieron una super-emisión reciente en una plataforma de petróleo y gas en el Golfo de México, que descargó 40.000 toneladas de metano durante un período de 17 días en diciembre de 2021, equivalente al 3% de todas las emisiones anuales de petróleo y gas de México.

Los investigadores españoles aseguran que esa brutal contaminación del Planeta no habría sido de conocimiento público si no hubiera sido –como sucedió– captada por un satélite de la Agencia Espacial Europea. Eventos como ese suceden de forma permanente por la irresponsabilidad de las empresas del sector, pero son difíciles de detectar porque el metano es incoloro e inodoro.

Su peligrosidad es temible debido a que por su estructura química, el metano (CH4) atrapa más calor en la atmósfera por molécula que el dióxido de carbono (CO2). Es el tercer gas de efecto invernadero (GEI) más importante presente en la atmósfera después del vapor de agua y el dióxido de carbono (CO2) y uno de los más dañinos (28 veces más peligroso que el CO2 y 80 veces más potente que éste) para capturar calor y contribuir al aumento de la temperatura del Planeta. Es el responsable de más del 25% del calentamiento global que experimenta el Planeta en la actualidad.

La influencia del metano en el cambio climático fue infravalorada durante mucho tiempo. Un estudio de la Universidad de Rochester descubrió que los cálculos científicos de la cantidad de metano emitido por los combustibles fósiles estaban equivocados y que un cuarto del calentamiento global se debe a su impacto en la atmósfera y que la concentración de metano está aumentando a una enorme velocidad (Ver Más Azul n° 12 sept.2020, “Metano el enemigo silencioso”).

El fracking en la mira

En noviembre 2020, publicamos un artículo (Ver Más Azul n° 14 “El fracking contribuye al calentamiento global”) donde dábamos cuenta de la investigación del prestigioso científico de la Tierra, Robert Howarth (Universidad Cornell, EEUU) que revelaba que el aumento de las concentraciones de metano en la atmósfera estaba directamente relacionado con la explotación del petróleo y el gas de esquisto bituminoso.

Allí demostraba que el aumento del gas de esquisto en la producción mundial de gas natural, a través del uso de fracturas hidráulicas de alto volumen (fracking) ha liberado más metano a la atmósfera. La gravedad del hecho es que casi dos tercios de toda la producción de gas nuevo en los últimos 10 años proviene del gas de esquisto producido en EEUU y Canadá. (Ver Más Azul n° 4 enero 2020, “Actuar ya. Frenar las fugas de metano del fracking”)

El aumento del metano en la atmósfera está directamente relacionado con la explotación del fracking.

Hace veinte años, el nivel de metano en la atmósfera había dejado de aumentar. Parecía una primera victoria en la lucha por frenar el cambio climático. Pero en 2007, la concentración comenzó a dispararse nuevamente, producto de la expansión en EEUU de la explotación de gas y petróleo vía fracking. Desde entonces no ha dejado de crecer.

Según el estudio de Howarth, la cantidad de metano agregado a la atmósfera en los últimos diez años está vinculado a esta forma de explotación y sus análisis demuestran que las operaciones de fracking filtran o “fugan” entre el 2 y 6% del gas producido.

El grueso de las operaciones de fracking del mundo se encuentra en EEUU y Canadá y un 60% de toda la producción de gas nuevo a nivel mundial en la última década, ha sido producida mediante este procedimiento. Ya un estudio realizado en 2015 había estimado que solo en una región del norte de Texas (Barnett Shale) había filtrado 544.000 toneladas de metano/año, haciendo un cálculo muy conservador del 1,5% de fuga. Eso equivale a 46 millones de toneladas de CO2.

Esos escapes son constantes en toda la Cuenca Pérmica y en algunos casos, son eventos puntuales enormes, como sucedió en 2015 cuando una de las instalaciones de almacenamiento de gas natural en Los Ángeles arrojó a la atmósfera nada menos que unas 100.000 toneladas de metano, a lo largo de cuatro meses.

Las fuentes principales de emisión del metano son la extracción de hidrocarburos (Ver Más Azul n°2, “El fracking agrava el calentamiento global”, nov. 2019 y n° 4 “Actuar ya: Frenar las fugas de metano del fracking”, enero 2020); las emisiones de los coches; la agro-ganadería industrial; la deforestación y los vertederos de basura.

El reino de bla, bla, bla

Mientras muchos países despliegan planes para reducir las emisiones GEI para evitar las peores consecuencias del cambio climático, los países más desarrollados y principales responsables de la catástrofe ambiental actual solo siguen haciendo promesas. En la Cumbre del G20 (Roma) y en la COP 26 (Glasgow) de fines del 2021, volvieron a prometer límites a los combustibles fósiles e incluso anunciar un acuerdo sobre el metano, como una forma más rápida y menos costosa de reducir las emisiones.

El propio presidente de EEUU, Joe Biden recitaba que “alrededor de la mitad del calor que experimentamos proviene de las emisiones de metano, y anunciaba un acuerdo con la UE para reducir en un 30% durante esta década las emisiones de metano, pero mientras seguían subsidiando con dinero público a las corporaciones de petróleo y gas.

Pero la broma macabra no concluía allí: 60 días después de esa promesa se enfrascaban en una guerra irracional que no solo ha agudizado el problema de los combustibles fósiles, sino que ha desatado una crisis alimentaria y energética de enormes consecuencias globales y con un impacto directo en los sectores más vulnerables de la población mundial.

El Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha llamado reiteradamente a poner fin a “nuestra adicción a los combustibles fósiles, que está llevando a la humanidad al límite” y ha advertido que aunque “algunos anuncios climáticos pueden dar la impresión de que estamos dándole la vuelta, esto es una ilusión, porque las palabras no pueden quedarse solo en eso”.

Guterres no ha dudado en denunciar los sucesos de Ucrania como consecuencia del cinismo de la industria de los combustibles fósiles y advertir que es momento de compromisos concretos: “Es el momento de decir basta. Basta de brutalizar la biodiversidad, basta de matarnos a nosotros mismos con carbono, basta de tratar a la naturaleza como si fuera un retrete… Estamos cavando nuestra propia tumba”.

De la Cuenca Pérmica al Ártico

Mientras tanto, expertos en todo el mundo afirman que es vital encontrar mecanismos para un mejor control de la cantidad de metano que se sigue liberando a la atmósfera. Para rastrear y medir las emisiones de metano, el PNUMA puso en marcha en octubre de 2021 el Observatorio Internacional de Emisiones de Metano, para establecer con mayor precisión los vertidos y fugas de la industria de los combustibles fósiles así como de los residuos y liberaciones agrícolas, para saber exactamente cuánto metano se está emitiendo, dónde y durante cuánto tiempo.

Las emisiones no se ven a simple vista. Las fotos del NYTimes prueban las fugas de metano a la atmósfera.

Hay que recordar que los productores de petróleo y gas (en especial los del fracking) no solo son los principales emisores de metano, que vierten durante la perforación, la producción y otras fases de sus operaciones, sino que además lo liberan intencionalmente por su propia seguridad.

La mejor manera de medir las emisiones de metano es mediante la combinación de conocimientos operacionales y el uso de tecnologías de cuantificación a través de drones y aeronaves equipadas con sensores y satélites. De hecho, la relevante investigación realizada por el New York Times (Hiroko Tabuchi, A Methane Leak, Seen From Space, Proves to Be Far Larger Than Thought’), en la que los reporteros del Times localizaron seis ‘súper emisores’ de metano, fue realizada en un pequeño aeroplano, dotados de cámara infrarroja y un importante equipo científico, con el que detectaron emisiones de metano extraordinariamente altas.

Los satélites también se están convirtiendo en una herramienta eficaz para detectar y medir las grandes emisiones de metano. Pese a que la detección puede quedar oculta por nubes y otras alteraciones ambientales, son muy útiles para detectar eventos de superemisores como el del Golfo de México. Los satélites de hoy se están volviendo más precisos, con una mejor resolución, pero no detectarán las emisiones más pequeñas pero igualmente perjudiciales, por lo que la aviación científica será imprescindible.

El futuro bienestar de la humanidad está en juego”, advierte Petteri Talas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). La última vez que ocurrió en la Tierra una concentración de CO2 como la actual fue hace 3 a 5 millones de años, cuando la temperatura era de 2 a 3°C más cálida y el nivel del mar era entre 10 y 20 metros superior al actual.

Un estudio publicado por Nature reveló que los niveles de metano liberados a la atmósfera se han subestimado y que sus emisiones globales alcanzaron las 576 millones de toneladas métricas por año durante la década 2008-2017 (9% más que la década anterior), cifras que ya han superadas por los records de los últimos años.

A ello debe sumarse que, según la NASA, el Ártico también está emitiendo el peligroso metano, tal como quedó registrado en más de 400 sobrevuelos de investigación para relevar el metano del Ártico donde identificaron al menos dos millones de ‘puntos críticos’ de emisión de metano en tan solo 30.000 kms2 de permafrost polar (2017-2018).

“Después de dos años de estudios de campo… encontramos una descongelación abrupta del permafrost justo debajo del punto de acceso. Es esa contribución adicional de carbono permafrost –carbono que se ha congelado durante miles de años– la que le da a los microbios alimento para procesar y convertir en metano a medida que el permafrost se continúa descongelando”, explica Clayton Elder, de la NASA

El objetivo de 1,5°C no se puede lograr si no se reducen las emisiones de metano en un 40-45% para 2030. Eso evitaría un calentamiento de casi 0,3°C para 2045 y contribuiría a mitigar el cambio climático a largo plazo. Pero la indecisión de los líderes mundiales y sus compromisos con la industria de los combustibles fósiles no auguran que lo logremos.